HUMANISMO, NATURALEZA Y POESÍA EN ANTONIO CHECA LECHUGA



Antonio Checa Lechuga (Baeza, 1941) publica su primer libro de poesía, Polvo y barro. Poética en 1983. Éste es el primero de una serie de libros que han ocupado una larga vida de creación literaria y que el poeta, por fin, ha decidido irlos ofreciendo a la luz, rompiendo así la paradójica incomunicación de quien por principio poético tiene en la poesía puestas sus esperanzas de comunicación y de quien asimismo concibe la poesía como comunicación.
Por lo que sé, hay en su voluminosa obra inédita libros de poesía, ensayo, novela e incluso teatro, aunque estoy en condiciones de afirmar que es la poesía el mejor cauce para esta inquieta voz que aspira a la belleza. Así pues, no me arriesgo al afirmar que Antonio Checa Lechuga es sobre todo poeta, un poeta que se ha hecho a sí mismo, traicionando como la mayoría de los poetas su segundo oficio y, a diferencia de esta mayoría, habiendo aprendido a escribir entre versos. Ahora bien, el hecho de referirme más que a esta simple anécdota vital se debe a que quiero hacer hincapié en que su originario proyecto poético va más allá de lo simplemente aprendido o de lo leído simplemente.
Nuestro poeta posee unas concepciones de la poesía que podrían condensarse en una sola y expresiva palabra: autenticidad. El poeta y la poesía son para él esencialmente auténticos, lo que se soporta en una clara base ideológica: la del humanismo. La poesía es, pues, en sus manos un útil expresivo -finalmente expresado- que es fruto de su atención a lo real en sus múltiples manifestaciones, coincidiendo y retomando así la tradición de los poetas que aunaron poesía y vida y rechazaron los fetiches lingüísticos, asumiendo, en aras de esa autenticidad vital y poética sus imperfecciones poéticas como bienes propios.
El bien editado libro contiene una veintena de poemas, de desigual extensión y formas métricas, no siendo infrecuentes los poemas en versos libres, aunque con una acentuada estructura rítmica. Tal variedad de formas y de metros ratifica el hecho de que este libro pueda tratarse de un volumen antológico en el que el poeta ha aunado poemas escritos en distintos momentos, si bien existe un hilo conductor que atraviesa los poemas recogidos, hilo por el que fluyen esa ideas básicas acerca de la poesía antes mostradas.
El título del primer poema, Polvo y barro, ha sido elegido por Antonio Checa para amparar el presente poemario. De salida, dicho título es bien expresivo de cuán unido se siente el poeta a la vida misma y a la vida natural, llevando sus experiencias al respecto al tejido de la poesía. Desde el principio, pues, no oculta nada. Su lenguaje no es hermético ni, por lo que hemos dicho, necesita ni quiere serlo. Todo lo contrario. El poeta no quiere jugar con el lector y, desde la portada del libro, le pone sobre la mesa las cartas boca arriba de la única baraja que el poeta cree utilizar -no se olvide que hay un segundo yo ingobernable. Poeta, poesía y poética son en este caso ese polvo y ese barro mismo, simbólica materia última constitutiva de todo lo existente. El poeta se siente algo más que relacionado con la realidad histórica y natural: Es parte de esa realidad, una parte que unas veces actúa y otras observa. Es éste uno de los aspectos más lúcidos del primer poema, lúcido reconocimiento de una verdad elemental:

Es la pura reacción del ser el dios criatura
que quiere introducirse en la penumbra,
tratando de creer que soy distinto

al barro y al desierto.
Soy desierto y barro,
soy la mezcla del polvo con el agua
que sólida se erige en monumento.

A partir de aquí, podemos comprender la temática del libro desde una perspectiva global, aunque los poemas alcance múltiples aspectos de la vida o mejor dicho de la visión que el poeta tiene de su vivir histórico y natural. Uno de los aspectos temáticos más sobresalientes del libro es el de, podríamos decirlo así, la naturaleza, considerada no como algo exterior al poeta. Se trata, pues, de una visión humanizada de la naturaleza donde la prosopopeya es algo más que un recurso retórico, sin dejar de serlo en su raíz, ya que el poeta no intenta conferir solamente rasgos o cualidades humanos a determinados objetos o aspectos del existir natural, sino que los concibe como elementos que estructuralmente lo constituye y con los que se comunica. Él es el polvo y el barro en última instancia, simbólica materia última, digo, que conforma su ser. El poeta, lejos de ver dos órdenes distintos, se concibe a sí mismo como parte de una indivisible realidad. Así lo ponen de manifiesto los poemas “Rotación”, “Ayer”, “Tierra”, “Huyen del hombre”, “Al olivo”. Es precisamente este último, un soneto, el que subraya cuanto he afirmado:

Siento un placer de amante en los olivos,
ni son la mar, ni el viento, ni la nada;
(son gigantes sin talla los altivos
árboles de mi tierra amada!
Siento sus verdes tallos primitivos
en cúspide ciprésea engalanada
por brazos exigentes, sensitivos
al tacto de la rastra y de la azada.
Siento un placer sencillo y verdadero
cuando su verde manto me reclama
cual chispa de arrebol en el sendero.
Hay que sentir su gozo placentero,
tocas sus troncos y besar su rama,
sintiéndolos criaturas: ¡Compañero!

Si existe una estrecha relación entre hombre y naturaleza, no es menos cierto que esta relación se extiende a la poesía, pasando a desempeñar ésta una función cognoscitiva de aquella relación originaria, vehículo de reconocimiento de lo real. Véamoslo en un fragmento del poema “Ayer”:

Yo comprendí que el vaso era la roca
y el néctar de un beber el campo,
y que tenía mi alma y mi mirar por boca,
mi alma y mi mirar que comprendía
que ayer cuando sentí su voz
oí que me llamaba la poesía.


Esta visión de la naturaleza es consecuencia de esa noción que el poeta tiene de sí mismo y de su quehacer poético en tanto que realidades auténticas y elementalmente naturales. De ahí que éste sea el principio constructor de otros numerosos poemas que dan entrada a aspectos del vivir natural o auténtico. De este sentido participa su poema “Momentos”, en que el que alcanzan protagonismo significativo la evocación de los momentos felices vividos junto a un perro, teniendo como telón de fondo un determinado paisaje, momentos felices en suma provocados por el natural acto de comunicación entre estas dos partes del gran concierto:

Al susurro del arroyo, entre cascada
de música y de agua, aromas de tomillo
nos bañaron de nítida fragancia
a ti y a mí, mi perro. Idolatrada
tu cola circundante, y tu morrillo
acariciándolo mi mano con constancia
se convirtió en alfombra recrecida...

De este sentido participa también su poema “Crujen los lirios del alma”, en el que se establece un paralelismo entre lo que para el poeta supone la creación poética con lo que supone el profundo acto natural de la relación sexual, explicándose mutuamente.
Por otra parte, lo natural es defendido frente a lo aprendido, frente a “las educaciones que engañan”. Esta defensa abierta y sin escrúpulos le lleva a critica la hipocresía, la vanidad de las gentes en una procesión, lo que no oculta un eco antoniomachadiano, tal como se lee en el siguiente fragmento de “Imágenes”:

Ni un ápice de luz sobre las sombras
se filtra en la fisura de los cuerpos,
sólo estela de orgullos imperiales
promovido con el paso de los tiempos.
Y ritos donde van las vanidades
y hueras sombras negras: los cortejos.

Desde esta visión del ser natural del hombre, el poeta rechaza el trabajo, la esclavitud a que es sometido, alienado de su auténtica condición de existencia natural. Esto explica que rechace los deberes absurdos que el sistema social impone- El extenso poema titulado abiertamente “Al trabajo” es el que mejor cristaliza su idea de que “trabajo, ley, sistema y orden” equivalen a “naturaleza muerta”.
Otros temas son consecuencia de una firme preocupación social. Así, “Los tralleros” y “No en vano”, en los que se ocupa respectivamente de los marineros y de la pobreza. Los poemas “Entre el juego angelical” y “Tres vástagos de carne” dan entrada al tema de los hijos y de la paternidad. También hay poemas que muestran una preocupación por el propio oficio del poeta como “Hasta mi muerte” y por el sentido y porvenir de su palabra, “Y quedará una mancha” y “Morirá el ocaso con mi nombre”. “Fracaso” muestra su preocupación por el futuro de sí mismo como hombre poeta.
Hasta aquí esta tarjeta de presentación del libro, con la que, más que valorar con arreglo a uno u otro patrón, he perseguido dar una muestra, y como tal incompleta, para no usurpar del todo la última palabra del lector, elemento vital para el poeta:

Pero una tarde, al menos una,
se abrazará mi gris con el ocaso,

mi corazón y el bosque,
mi libro con el hombre.


ANTONIO CHICHARRO


Publicado en Ideal, Granada, 11-julio-1983. Reimpreso en Antonio Chicharro, La aguja del navegante (Crítica y Literatura del Sur), Jaén, Instituto de Estudios Giennenses, Diputación Provincial de Jaén, 2002, pp. 328-333.


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©Del texto: Antonio Chicharro.
©Fotografía de Francisco Fernández.