ROMANCES FRONTERIZOS (ANÓNIMOS)
DEL CERCO DE BAEZA
Cercada tiene a Baeza
ese arráez Audalla Mir
con ochenta mil peones
caballeros cinco mil.
Con él va esse traidor
el traidor de Pero Gil.
Por la puerta de Bedmar
la empieza a combatir;
ponen escalas al muro;
comienzan le a conquerir;
ganada tiene una torre
non le pueden resistir,
cuando de la de Calonge
escuderos vi salir.
Ruy Fernandez va delante
aquese caudillo ardil;
arrete con Andalla,
comienza de le ferir,
cortado le ha la cabeza;
los demas dan a fuir.
ROMANCE DEL ASALTO DE BAEZA
Moricos, los mis moricos,
los que ganais mi soldada,
derribédesme a Baeza,
esa villa torreada,
y a los viejos y a los niños
los traed en cabalgada,
y a los mozos y varones
los meted todos a espada,
y a ese viejo Pero Diaz
prendédmelo por la barba,
y aquesa linda Leonor
será la mi enamorada.
Id vos, capitán Vanegas,
porque venga más honrada,
que si vos soir mandadero,
será cierta la jornada.
MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Primera parte, Capítulo XIX: De las discretas razones que Sancho pasaba y de la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto, con otros acontecimientos famosos [fragmentos]
Y, apartándose los dos a un lado del camino, tornaron a mirar atentamente lo que aquello de aquellas lumbres que caminaban podía ser, y de allí a muy poco descubrieron muchos encamisados, cuya temerosa visión de todo punto remató el ánimo de Sancho Panza, el cual comenzó a dar diente con diente, como quien tiene frío de cuartana; y creció más el batir y dentellear cuando distintamente vieron lo que era, porque descubrieron hasta veinte encamisados, todos a caballo, con sus hachas encendidas en las manos, detrás de los cuales venía una litera cubierta de luto, a la cual seguían otros seis de a caballo, enlutados hasta los pies de las mulas; que bien vieron que no eran caballos en el sosiego con que caminaban. Iban los encamisados murmurando entre sí, con una voz baja y compasiva. Esa estraña visión, a tales horas y en tal despoblado, bien bastaba para poner miedo en el corazón de Sancho, y aún en el de su amo; y así fuera en cuanto a don Quijote, que ya Sancho había dado al través con todo su esfuerzo. Lo contrario le avino a su amo, al cual en aquel punto se le representó en su imaginación al vivo que aquella era una de las aventuras de sus libros.
Figurósele que la litera eran andas donde debía ir algún mal ferido o muerto caballero, cuya venganza a él solo estaba reservada, y , sin hacer otro discurso, enristró su lanzón, púsose bien en la silla, y con gentil brío y continente se puso en la mitad del camino por donde los encamisados forzosamente habían de pasar, y cuando los vio cerca alzó la voz y dijo:
-Deteneos , caballeros, o quienquiera que seáis, y dadme cuenta de quién sois, de dónde venís, adónde vais, qué es lo que en aquellas andas lleváis; que, según las muestras, o vosotros habeis fecho, o vos han fecho, algún desaguisado, y conviene y es menester que yo lo sepa, o bien para castigaros del mal que fecistes, o bien para vengaros del tuerto que vos ficieron.
-Vamos priesa -respondió uno de los encamisados-, y está la venta lejos, y no nos podemos detener a dar tanta cuenta como pedís.
Y picando la mula, pasó delante. Sintióse desta respuesta grandemente don Quijote, y trabando del freno, dijo.
-Deteneos, y sed más bien criado, y dadme cuenta de lo que os he preguntado; si no, conmigo sois todos en batalla. (...)
Estaba una hacha ardiendo en el suelo, junto al primero que derribó la mula, a cuya luz le pudo ver don Quijote; y llegándose a él, le puso la punta del lanzón en el rostro diciéndole que se rindiese; si no, que le mataría. A lo cual respondió el caído:
-Harto rendido estoy, pues no me puedo mover, que tengo una pierna quebrada; suplico a vuestra merced, si es caballeron cristiano, que no me mate; que cometerá gran sacrilegio, que soy licenciado y tengo las primeras órdenes.
-Pues ¿quién diablos os ha traído aquí -dijo don Quijote-, siendo hombre de iglesia.
-¿Quién, señor? -replicó el caído-. Mi desventura.
-Pues otra mayor os amenaza -dijo don Quijote- si no me satisfacéis a todo cuanto primero os pregunté.
-Con facilidad será vuestra merced satisfecho -respondió el licenciado-; y así, sabrá vuestra merced que, aunque denantes dije que yo era licenciado, no soy sino bachiller, y llámome Alonso Lópes; soy natural de Alcobendas; vengo de la ciudad de Baeza, con otros once sacerdotes, que son los que huyeron con las hachas; vamos a la ciudad de Segovia acompañado un cuerpo muerto, que va en aquella litera, que es de un caballeron que murió en Baeza, donde fue depositado, y ahora, como digo, llevábamos sus huesos a su sepultura que está en Segovia, de donde es natural.
-¿Y quién le mató? -preguntó don Quijote.
-Dios, por medio de unas calenturas pestilentes que le dieron -respondió el bachiller.
-Desa suerte -dijo don Quijote-, quitado me ha nuesto Señor el trabajo que había de tomar en vangar su muerte, si otro alguno le hubiera muerto; pero habiéndole muerto quien le mató, no hay sino callar y encoger los hombros, porque lo mesmo hiciera si a mí mismo me matara. Y quiero que sepa vuestra reverencia que yo soy un caballero de la Mancha, llamado don Quijote, y es mi oficio y mi ejercicio andar por el mundo enderezando entuertos y desfaciendo agravios. (...)
ALONSO DE BONILLA
De una Justa a la sabiduría de la Santa virgen Teresa de Jesús, hechas para la fiesta que se celebró con motivo de su beatificación en la ciudad de Baeza
Teresa: la pluma mía
pedid que la rija Dios
para celebrar de vos
la insigne sabiduría.
Que por mí parte este día
rudo y corto quedaré,
pues fue tal vuestro ABC,
que de nueve años de edad
las letras de caridad
daban sangre por la fe.
Los secretos naturales
y arca en su trono de oro
y Tolomeo el tesoro
de los orbes celestiales;
que entre facultades tales
la palma les lleváis vos,
porque, aunque midan los dos,
del Cielo y la Tierra el ser,
más alta ciencia es saber
sólo un átomo de Dios.
Sois del apóstol sagrado
un retrato de excelencia,
pues no sabéis otra ciencia
que a Cristo crucificado.
Y con ésta habéis ganado
a la elocuencia mayor
que el más insigne orador
descubre por señalarse:
porque enseñar a salvarse
es ciencia muy superior.
En vos los dones se ven
que el Sabio Prelado encierra,
porque sois sal de la tierra
y luz del mundo también.
Esto se conoce bien
en que de justo dais palma
al que en la más fiera calma
vive de ver y gustar:
porque sois para enseñar
sal del gusto y luz del alma.
Esas caudalosas minas
que en vos de ciencia se encubren
ejemplarmente descubren
vuestras moradas divinas,
cuyas letras peregrinas
levantan y pueden tanto,
que dejan con dulce encanto
las almas enamoradas;
y es porque en vuestras moradas
mora el Espíritu Santo.
Porque enseñáis los caminos,
viregen, del temer y amar
Dios os hizo un ancho mar
de conceptos peregrinos,
en cuyos puntos divinos
no hay bien que no se resuma;
pero no es mucho que en suma
conceptos escribáis vos,
si el que es concepto de Dios
rige vuestra mano y pluma.
(Nuevo jardín de flores divinas, 1617)
Textos cotemporáneos
ANTONIO MACHADO
CAMINOS
De la ciudad moruna
tras las murallas viejas,
yo contemplo la tarde silenciosa,
a solas con mi sombra y con mi pena.
El río va corriendo,
entre sombrías huertas
y grises olivares,
por los alegres campos de Baeza.
Tienen las vides pámpanos dorados
sobre las rojas cepas.
Guadalquivir, como un alfanje roto
y dispersom reluce y espejea.
Lejos, los montes duermen
envueltos en la niebla,
niebla de otoño, maternal; descansan
las rudes moles de su ser de piedra
en esta tibia tarde de noviembre,
tarde piadosa, cárdena y violeta.
El viento ha sacudido
los mustios olmos de la carretera,
levantando en rosados torbellinos
el polvo de la tierra.
La luna está subiendo
amoratada, jadeante y llena.
Los caminitos blancos
se cruzan y se alejan,
buscando los dispersos caseríos
del valle y de la sierra.
Caminos de los campos...
¡Ay, ya no puedo caminar con ella!
APUNTES
I
Desde mi ventana,
¡campo de Baeza,
a la luna clara!
¡Montes de Cazorla,
Aznaitín y Mágina!
¡De luna y de piedra
también los cachorros
de Sierra Morena!
II
Sobre el olivar,
se vio la luchaza
volar y volar.
Campo, campo, campo.
Entre los olivos,
los cortijos blancos.
Y la encina negra,
a medio camino
de Úbeda a Baeza.
III
Por un ventanal,
entró la lechuza
en la catedral.
San Cristobalón
la quiso espantar,
al ver que bebía
del velón de aceite
de Santa María.
La Virgen habló:
Déjala que beba,
San Cristobalón.
IV
Sobre el olivar,
se vio a la luchuza
volar y volar.
A Santa María
un ramito verde
volando traía.
¡Campo de Baeza,
soñaré contigo
cuando no te vea!
VIEJAS CANCIONES
II
Ya había un albor de luna
en el cielo azul.
¡La luna en los espartales,
cerca de Alicún!
Redonda sobre el alcor,
y rota en las turbias aguas
del Guadiana menor.
Entre Úbeda y Baeza
-loma de las dos hermanas;
Baeza, pobre y señora;
Úbeda, reina y gitana-.
Y en el encinar
¡luna redonda y beata,
siempre conmigo a la par!
III
Cerca de Úbeda la grande,
cuyos cerros nadie verá,
me iba siguiendo la luna
sobre el olivar.
Una luna jadeante,
siempre conmigo a la par.
Yo pensaba: ¡bandoleros
de mi tierra!, al caminar
en mi caballo ligero.
¡Alguno conmigo irá!
Que esta luna me conoce
y, con el miedo, me da
el orgullo de haber sido
alguna vez capitán.
(Poesías Completas, 1933)
FEDERICO GARCÍA LORCA
UN PALACIO DEL RENACIMIENTO...
Plaza amplia y desierta...hay árboles viejos y corpulentos. En una blanca fachada un pilar carcomido y deshecho cuyos caños hace mucho tiempo no sintieron la caricia del agua...El suelo está cubierto de yerbas. En una esquina hay una hornacina vacía..... En el fondo de la plaza está el palacio.
Es una rara impresión encontrarse esta magnificiencia aristocrática junto a las casucas pobres de este rincón muerto..... El palacio es hermosamente dorado... Tiene balcones amplios y señoriales, con serpientes enroscadas en sus columnas, medusas espantadas y tritones fantásticos.
En los frisos hay comitivas de locura llenas de gracia y movimiento, pero que se pierden entre la piedra a medida que pasa el tiempo.
En estas cabalgatas hombres musculosos van desnudos, apretando guirnaldas de rosas que cubren sus sexos, y las mujeres llevan las bocas abiertas lujuriosamente y sus brazos son serpientes que se retuercen para convertirse en hojas de acanto y lluvia de bolitas. Las marchas las cortan monstruos marinos con cuernos de árboles y manos de flores, que abriendo sus bocas hacen huir a las demás figuras. Algunas vuelan absurdamente y otras descansan muy serias con las manos sobre los senos. Cobija este bosque decorativo de flores y figuras un gran alero primorosamente labrado, sostenido por grandes zapatas en las que hay hombrotes destartalados, perrazos enormes, caras de noble expresión, entre ramajes de rostrillos, de margaritas, de puntas de diamante, y de cabecitas de chivo..... Coronando el palacio hay una veleta que tiene forma de corazón, a su lado se eleva un ciprés.
( De Impresiones y paisajes, 1918)
Textos actuales
ANTONIO CARVAJAL
PIEDRA VIVA
(AMANECER EN UBEDA)
Para Angelita y Vicente Granados
Difícil será vivir con nosotros
mismos si jamás nos enajenamos,
si entre los muy trémulos potros
del corazón no alzamos
una tralla dura, como un martillo
de amor, para firmemente clavar
el cincel dentro: ¡Qué sencillo
no pedir, y entregar
la vida con gozo!
Bajo del conde‑
stable cielo, ciegos del reverbero
de su gloria, mientras se esconde
el orgullo, que artero
a su esplendor se humilla, álzase poco
a poco el prodigio: con qué paciencia,
hombro contra tu hombro, coloco
la exacta consistencia
de una piedra sobre otra piedra; trabo
lo que viví, lo que vivieran, cuanto
vivimos todos: cuando acabo,
qué vicioso el acanto
remata la columna, con qué suave
brinco toral el arco se apresura
a su cenit de lirio y, clave
de resplandor, apura
brindis, fulgor y júbilo sereno:
¡Oh conseguido Amor, dios si palabra
que se nos ahonda en el seno
cual cincel, y nos labra
únicos, encendidos!
Al regazo
crujiente de la plaza, al redor
de la fuente, trabados brazo
a brazo, ebrio clamor
se eleva entre nosotros: ¡Qué graciosa
la piedra conjuntada y el remate
de la torre, como una rosa
cálida, contra el mate
del olivar!
La orla ensangrentada
de la capa del cielo, en la montiña
se pliega y cae derramada
por toda la campiña
desde el águila esbelta de amaranto,
desde el erguido mar de fronda en celo,
y, urgidos por la aurora tanto
y por tanto desvelo,
veo los hombres como el solo río,
como la sola encarnizada lanza,
como afirmación del rocío
y la sangre, que avanza
contra el soberbio hirsuto en su guarida,
contra el marfil ajeno que no cede,
golpe sobre golpe y herida
a herida.
Nos concede
nuestra labrada fe su fruto doble:
Gozar y hacer de piedra la manzana,
el pan, la bellota del roble,
la radiante mañana,
la despierta fontana (que sabemos
muy bien que mana y corre). Tan sajácil
para siempre el anhelo, vemos
alzarse clara y grácil
la iglesia, el alta torre, la vivienda
ya prócer, ora humilde, siempre bellas,
siempre con voluntad de ofrenda
al hombre.
... Las estrellas,
en su tenue cadencia, nos contemplan
unos en el obrar. Las piedras vivas
nuestros ciegos impulsos templan
en plenas sucesivas
oleadas de amor. Y ángeles puros
pican en las campanas toques nobles
de gloria, frente a los oscuros
funerales redobles.
(Serenata y navaja, 1973)
FERVOR DE LAS RUINAS
(S. Francisco. Baeza)
CURVO, como los cielos, fuera el techo
a Dios alzado, pues cobijo quiere
rotundo ser de Dios en breve forma:
Ligera como el curso de los astros
o su fingida curva, así la piedra
sublime por esfuerzo de los hombres.
Buscó también la gloria de los hombres
refugio cierto bajo el mismo techo;
su ceniza albergada por la piedra
durar al menos como piedra quiere:
trompas lleven el nombre hasta los astros
de quien a tanto afán trazara forma.
Mas poco dura toda humana forma
aunque a Dios aplacar busquen los hombres
con la oración que alzaron a los astros,
con la canción que resonó en el techo;
grave la piedra, tiende al suelo, y quiere
sustento ser el suelo de la piedra.
La dorada, tallada y fácil piedra
hecha soporte y fruto de una forma
que, hija del arte, su belleza quiere
para lección y gozo de los hombres,
no puede alzarse a los felices astros
ni perenne sustento ser del techo.
Y canta Dios por el azul que el techo
llegó a negar con su esforzada piedra,
entre coros de arcángeles y astros,
más allá de cualquier concreta forma,
y alguien sospecha que ese Dios no quiere
escuchar las plegarias de los hombres:
Así aprendieron soledad los hombres,
roto el sacro cobijo de aquel techo
donde un ave fugaz su curso quiere
trazar como una burla hacia la piedra,
fugitiva también como otra forma
que ha de extinguirse con los propios astros.
Como los mismos astros y los hombres
que intentan forma nueva dar al techo,
y aún sustento se quiere al cielo en piedra.
(Silvestra de sextinas, 1992)
LUIS GARCÍA MONTERO
HOSPITAL DE SANTIAGO
A tres millas de este sitio podéis verlo. Lo repito, un bosque en marcha.
SHAKESPEARE
ENTRAMOS en Santiago.
Parecido
al olor a caballos de la infancia
algo nos atrapó seguramente.
El sol llegaba frío
y apenas por el patio.
Desde los arcos
nos miraban caídos los párpados del tiempo,
y nos sentimos débiles en medio
de la vida.
Rompimos el asedio
de repente. Después de unos segundos,
indecisos y alegres,
rápidamente fuimos abriéndonos el paso,
divisando
el polvo y las palomas sobre el púlpito,
de par en par la historia
-como un cielo de lluvia-
su paisaje arrugado en los cajones.
Y casi sorprendiendo
una postura obscena de los mitos,
traspasamos ocultos corredores,
huellas abandonadas, naves
y escaleras flotando torcidas sobre un mar
de escombros que descansan,
charcos de tiempo,
vidrios,
que nos dejaron solos
en las entrañas turbias de su reloj
varado.
Como cuando se crece de repente
todo fue más pequeño
y una lejana sesación de asombro
se adueñó
de nosotros.
Úbeda estaba al pie del campanario.
El olivar
desfilaba pequeño buscando las murallas
de una ciudad en sitio
y se acercaba lento con banderas de cal.
Parecidos
a los caballos blancos de la infancia
pisamos las ruinas de un imperio,
los restos de su paso,
o acaso fue peor lo que faltaba,
aquella intimidad con las ausencias.
Pues mientras se derrumban los tejados
y los muros
con el color de todos los secretos
esperan temerosos
a que se vaya el sol,
algo vigila allí,
algo
tan sólo semejante
a la pequeña
tranquilidad de un pájaro
de piel adolescente
entre las cicatrices de un viento que pasaba
tal vez para decirnos
de qué manera crece la hierba del silencio,
cómo tiemblan sus patios de soledad y tarde.
Después
de la primera cita morada en el amor,
ya nada importa tanto.
Todavía en el tren
y campo arriba,
en medio de la noche, mientras las luces últimas
de la ciudad se abrían
para mezclarse débiles, violetas
con nuestras sucias sombras
de viajero,
en el cemento enfermo de las primeras casas;
todavía en el tren
y noche arriba,
llevaba yo en los ojos
esa mirada seca con que nos despedimos,
y me puse a escribir para contaros
que aunque crezca la hierba silvestre del silencio,
aunque tiemblen sus patios de soledad y tarde
y exista una pequeña tranquilidad de pájaro,
el viento sigue triste,
seguramente triste y dolorido,
ajeno a los olivos dorados por el sol.
Serán sólo tres millas.
Serán sólo tres millas.
Después vendrá tu cuerpo y la ciudad.
(El jardín extranjero, 1982)
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
REGRESO A ÚBEDA
[Fragmento]
Desde este mirador, mi ciudad tiene algo de pequeña corte medieval italiana, amurallada todavía, erigida sobre una ladera de huertas donde se oyen, en un silencio grande y cóncavo, los golpes secos de la azada sobre la tierra y el ruido del agua en las acequias. Desde aquí también la ciudad se parece a una isla, rodeada de olivares hasta donde alcanza la mirada, y al otro lado del valle la sierra de Mágina es el límite del horizonte y del mundo. Los miradores trazan un arco a todo lo largo del costado sur de la ciudad, siguiendo la muralla que levantaron los árabes, y si uno camina en una fría mañana de sol invernal, todas las cosas tienen un resplandor y una precisión de diamante; los azules de las montañas, el verde claro de los sembrados, el blanco de la cal de las paredes, el dorado de las piedras de los palacios. Si está nublado, si hay niebla en el valle o es uno de esos días de lluvia suave que empapa silenciosamente la tierra, las formas y los colores se atenúan, y en el horizonte los picos de la sierra desaparecen en el gris metálico del cielo, pero los olores son entonces mucho más intensos, y bajo las pisadas se nota la densa fertilidad del barro. Un olor a hojas empapadas o a humo de leña nos devuelve la sensación estremecedora e intacta de los inviernos de la infancia. Y entonces el paseo, que nos ha conducido a la plaza renacentista de Santa María, se convierte, como casi todos los paseos, en un modesto viaje en el tiempo.
(La huerta del Edén, 1996)
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©De los textos: Los autores.
©De la selección: Antonio Chicharro.
©Fotografías de Francisco Fernández.