ANTONIO MACHADO Y FEDERICO GARCIA LORCA: PALABRAS PARA UN HERMANAMIENTO































La ya larga serie de hermanamientos y homenajes que se viene celebrando en Fuentevaqueros, entre el poeta de Granada y otros poetas que comparten la patria de nuestra lengua y el común horizonte de la palabra salvadora de la poesía de abierta proyección estética e histórica, resulta una suerte de intervención, dicho en téminos arquitectónicos, en la memoria de Federico García Lorca y en la del resto de poetas hermanados. Dicha intervención, pues, habla más de nuestro comportamiento que de los poetas en cuestión, puesto que se trata de establecer por determinado tiempo una especie de identidad común que, por múltiples razones generalmente fundamentadas, consideramos necesaria. Está bien, puesto que el pasado existe en nuestro presente, que intervengamos sobre él y escribamos constantemente a modo de palimpsesto sobre la vieja página que un día la historia escribiera para decirnos a nosotros mismos y decir nuestra historia y tanto hablar de nuestro tiempo como construirlo. En este sentido, el hermanamiento que hoy celebramos entre Federico García Lorca y Antonio Machado me parece oportuno y necesario por establecer una relación superadora de forzados patrones historiográficos de la literatura y hacernos reflexionar sobre el espacio común que ambos maestros de la palabra poética de este siglo XX comparten, además de por celebrar con él el vigésimo aniversario de la fiesta de la libertad reconquistada. Está bien que así sea como también resulta conveniente no olvidar una latente y respetuosa amistad entre estos poetas andaluces universales que se remonta al año de gracia de 1916 y que concluye trágicamente con la muerte de ambos poetas como consecuencia de las heridas de bala y de las heridas del alma que la interesada irracionalidad infringiera en sus delicados cuerpos de poeta en los años de desgracia de 1936 y de 1939, respectivamente. Pero tal desgraciada hermandad última en la muerte sirvió, qué duda cabe, para fecundar la vida de su poesía respectiva y la vida histórica de nuestro país proyectada hacia un horizonte de progreso. Ahí quedan para disipar cualquier asomo de duda dos testimonios inequívocos: el poema dedicado a las Poesías Completas de Antonio Machado, escrito por Lorca en agosto de 1918, que comienza con la estrofa

Dejaría en este libro
Toda mi alma.
Este libro que ha visto
Conmigo los paisajes
Y vivido horas santas.


y el impresionante poema machadiano "El crimen fue en Granada", cuya primera parte, titulada "El crimen", dice así:

Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas,
de la madrugada.
Mataron a Federico cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle a la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
-sangre en la frente y plomo en las entrañas-
...Que fue en Granada el crimen
sabed -¡pobre Granada!-, en su Granada...


Pero no se agotan los lazos de hermandad en esos aspectos y circunstancias. Ambos compartieron más cualitativa que cuantitavemente el lazo de la experiencia de recorrer y habitar un espacio natural y urbano como el de Baeza atravesado por los menudos pies de San Juan de la Cruz en otro tiempo, entre otras pisadas de poetas de las que no cabe hablar ahora. En efecto, hace ochenta años del encuentro inicial de Federico con Baeza con motivo de una excursión universitaria y del subsiguiente encuentro personal con el poeta de la palabra esencial en el tiempo, pausado profesor de francés del instituto baezano entre ruinas medievales, edificios renacentistas, olivos y, de lejos, cortijos blancos. Estas excursiones, para nuestra suerte, han sido estudiadas por la crítica en sus aspectos empíricos y consecuencias literarias en una triple perspectiva: en la del poeta de Granada, en la de Antonio Machado e incluso en la perspectiva universitaria que supuso la repetida experiencia de los viajes del profesor Domínguez Berrueta. Ahora, sólo quiero leer el testimonio de un entonces alumno del instituto, Rafael Laínez Alcalá, que da cuenta así de aquel viaje:

También recuerdo ahora que por aquellos años, acaso en la primavera de 1916, un día, al filo de las doce, ví un grupo de forasteros acompañados por el arcipreste de la catedral baezana, don Tomás Muñiz de Pablos, que contemplaban la fachada del Seminario, antiguo Palacio de Jabalquinto (...), cercano al Instituto; me incorporé al grupo de turistas lleno de curiosidad y escuché a un grave señor una interesante lección de historia del arte baezano. Supe después que el grupo lo formaban los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada (...) Entre los muchachos (...) iba Federico García Lorca, al que pocos años más tarde conocería yo en Madrid. Aquel día ellos marcharon hacia la catedral, y yo, venciendo mi curiosidad, me volvía al instituto, porque no quería perderme la clase de don Antonio. Al día siguiente mi compañera, Paquita de Urquía, me dio noticia de los viajeros, que los acompañó toda la tarde, y que en el Casino Antiguo, o de los señores, don Antonio había recitado fragmentos de "La tierra de Alvargonzález" y Federico había tocado el piano con mucha gracia.

He dicho antes que nuestros dos poetas compartieron cualitativamente la experiencia de vivir el espacio urbano y natural de Baeza. Quiero referirme con ello a que ambos comparten la superior hermandad de la mirada poética que en el jovencísimo Lorca da como fruto la temprana prosa de Impresiones y paisajes y, en ese libro, las bien escritas páginas dedicadas a Baeza. "Ciudad perdida", en efecto, es el título que ampara la delicada y juvenil prosa en la que Federico supera la simple descripción para enredarse en un íntimo diálogo con lo real e inmediato. Ese paseo por Baeza y por el paisaje es, a la postre, un recorrido por las galerías del alma del joven universitario al igual que en Machado su proyección en el paisaje altoandaluz es algo más que una suerte de pintura poética. Recordemos fragmentariamente, y con su lectura termino mi intervención, dos resultados literarios de la observación de los campos de Baeza. El conocido fragmento que paso a leer pertenece al poema "Caminos", de Antonio Machado:

De la ciudad moruna
tras las murallas viejas,
yo contemplo la tarde silenciosa,
a solas con mi sombra y con mi pena.
El río va corriendo,
entre sombrías huertas y grises olivares,
por los alegres campos de Baeza.
Tienen las vides pámpanos
dorados sobre las rojas cepas.
Guadalquivir, como un alfanje roto
y disperso, reluce y espejea.
Lejos, los montes duermen
envueltos en la niebla,
niebla de otoño, maternal;
descansan las rudas moles
de su ser de piedra
en esta tibia tarde de noviembre,
tarde piadosa, cárdena y violeta
.

El fragmento de "Ciudad perdida" dice así:

Si se anda más, los yerbazales son tan fuertes que se tragan a las piedras del suelo lamiendo ansiosamente los muros... y si cruzamos unas callejas más, se contempla la majestuosa sinfonía de un espléndido paisaje. Una hoya inmensa cercada de montañas azules, en las cuales los pueblos lucen su blancura diamantina de luz esfumada. Sombríos y bravos acordes de olivares contrastan con las sierras, que son violeta profundo por su falda. El Guadalquivir traza su enorme garabato sobre la tierra llana (...) Pero por encima de todo hay no sé qué de tristezas y añoranzas


ANTONIO CHICHARRO
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Palabras pronunciadas en el acto de haermanamiento de los poetas Federico García Lorca y Antonio Machado, celebrado en la Casa-Museo de Fuentevaqueros (Granada) el día 5 de junio de 1996. Fueron publicadas luego en El Instituto de Baeza a Machado, Baeza, Instituto "Santísima Trinidad", 1997, pp. 145-148 y reimpreso en Antonio Chicharro, La aguja del navegante (Crítica y Literatura del Sur), Jaén, Instituto de Estudios Giennenses de la Diputación Provincial de Jaén, 2002, pp. 126-129.