ASPECTOS DE LA UNIDAD Y HETEROGENEIDAD POÉTICAS EN 'CAMPOS DE CASTILLA' (1912), DE ANTONIO MACHADO




















ASPECTOS DE LA UNIDAD Y HETEROGENEIDAD POÉTICAS EN
Campos de Castilla (1912), de antonio machado*


En un tercer volumen publiqué mi segundo libro, Campos de Castilla (1912). Cinco años en la tierra de Soria […] orientaron mis ojos y mi corazón hacia lo esencial castellano […] Me pareció el romance la suprema expresión de la poesía y quise escribir un nuevo Romancero. A este propósito responde La tierra de Alvargonzález […] Muchas composiciones encontraréis ajenas a estos propósitos que os declaro. A una preocupación patriótica responden muchas de ellas; otras, al simple amor de la Naturaleza, que en mí supera infinitamente al del Arte. Por último, algunas rimas revelan las muchas horas de mi vida gastadas –alguien dirá: perdidas– en meditar sobre los enigmas del hombre y del mundo.

Antonio Machado, Prólogo a Campos de Castilla[1]


Pero el espíritu y la honda verdad poética de Machado están ya en esa primera edición, tan sobria y sencilla.
José Luis Cano


No puedo comenzar sin señalar la obviedad de que el encuentro, del que se cumple justo cien años en estos días, de Antonio Machado con Soria –su medio natural, su cultura y sus gentes– resultó fundamental para el poeta, para su obra poética y, dado el calado que esta obra ha tenido en nuestra poesía, para la poesía española. De este primer encuentro y de sus consecuencias poéticas nos han quedado algunas valoraciones críticas que, en algún caso, he resaltado en otra ocasión[2]. Una de ellas, la de Azorín[3] por ejemplo, realizada en 1912, supo ver lo que aportaban en su especificidad estética los poemas de Campos de Castilla a la evolución del paisaje en la poesía de nuestra lengua:

En Campos de Castilla se halla todo su espíritu, y del libro entero lo más representativo, lo más característico –a nuestro entender– es el poema titulado “Campos de Soria”. No otra cosa que una serie de breves paisajes es esa poesía: breves e intensas visiones de unos lomazos pardos, de un campo por el que va arando una yunta, de un río con unos plateados álamos en los márgenes de un camino nevado. La característica de Machado, lo que marca y define su obra, es la objetivización del poeta en el paisaje que describe. (Azorín, 1912).

Otras valoraciones más próximas a nosotros que paso a citar sólo como botón de muestra son las que efectuaron en su día José Luis Cano y Manuel Alvar. Dice José Luis Cano a este respecto:

Esta primera visita a Soria de Machado –si es que no hubo otra anterior– va a ser decisiva para su vida y para su poesía. Él mismo nos lo confiesa en el prólogo a su tercer libro, Campos de Castilla, con palabras mil veces citadas. Según el primer biógrafo del poeta, Miguel Pérez Ferrero, este primer encuentro con Soria fue muy breve: dos o tres días, pero suficientes para que llenara su alma de la luz y el campo de Soria, y tan hondamente los sintiera que necesitó con urgencia cantarlos. A su regreso a Madrid, a tiempo aún para incluirlo en su nuevo libro que ya estaba en la prensa, Soledades. Galerías. Otros poemas, escribió un poema “Orillas del Duero”, que es doblemente importante; pues no sólo es el primer poema de Machado en el que aparece cantado el paisaje de Soria, sino que es en realidad el germen de su gran libro Campos de Castilla. (José Luis Cano, 1985: 80).

Por su parte, Alvar escribe:

En 1907 ha obtenido la cátedra de Francés en el instituto de Soria, ha tomado posesión en mayo y el paisaje ante el que sus ojos se prenden lo ha deslumbrado. De esta primera visita procede un poema definitivo: “Orillas del Duero” (…) Es en este momento cuando vira en redondo: todos los cambios que descubríamos en sus versos se iniciaron –y arraigaron para siempre– en una fecha definitiva: 1 de mayo de 1907. A la poesía española le nacían nuevos temas y nuevos modos. (Alvar, 1981: 29).

A este encuentro seguiría una estancia de varios años en Soria –de 1907 a 1912– interrumpida brusca y tristemente por la muerte de Leonor, su joven esposa, como todos sabemos y no voy a insistir en ello ahora. Después vendrían los no menos fecundos años de su estancia en Baeza, de los que en su momento me ocupé[4]. No obstante, en lo que se refiere a su labor creadora, ambas etapas comparten una misma y no del todo ajustada percepción por parte de Antonio Machado acerca del más cierto alcance y significación de la obra que emprendiera en ellas, lo que ha afectado muy particularmente a la suerte y vida editorial de su fundamental libro Campos de Castilla, de 1912, según iremos viendo. No cabe ahora, por otra parte, ocuparse de las circunstancias relativas al proceso de gestación ni de publicación del libro, toda vez que contamos con minuciosos estudios al respecto (cf. Macrí, 1989; Doménech, 1996, entre otros). Me ocuparé, en cambio, de subrayar algún aspecto unitario y de –así lo estimo– vocación cualitativa que sobresale en el poemario frente a los elementos heterogéneos y acumulativos que lo puedan constituir, pues, no se olvide, que el poema es, antes que el libro de poesía del que pueda formar parte, una obra total y cerrada, es decir, un signo literario, acto estético intencional, con un principio y un final, tal como se ha venido teorizando desde los tiempos de la estilística y de la semiótica literaria, lo que queda corroborado por el hecho de que lleguen a tener vida editorial propia en revistas y otros medios, tal como ocurre con no pocos de los poemas de Campos de Castilla (1912) que, salvo los titulados “El hospicio”, “Un criminal”, tres de la sección “Humoradas” –“Consejos”, “Profesión de fe” y “Mi bufón”– y los dos de la sección “Elogios”, vieron la luz en El Liberal, La Lectura, Tierra Soriana y La Tribuna (cf. en ese sentido Macrí, 1989; y Doménech, 1996). Bastará, pues, la presencia de éste o aquel poema o aquella serie de poemas de nueva factura y radical novedad en ese estético signo de signos que es un poemario para que pueda revaluarse cualitativamente el libro que los contiene por encima de su aspecto heterogéneo, disperso o meramente acumulativo y más en el caso de un libro como Campos de Castilla que, como ha escrito Jordi Doménech no sin fundamento, pudo ser consecuencia, en esa primera edición, de circunstancias antes vitales que poéticas, como los apuros económicos de un recién casado (Doménech, 1996). Pero que Antonio Machado tuviera necesidad de un dinero y, para ello, adelantara la publicación de un proyecto poético a medio hacer, nada resta al salto cualitativo que representan unos cuantos poemas de Campos de Castilla, además del famoso “Orillas del Duero” añadido a la segunda edición de Soledades, aunque eso no impida pensar en el mayor libro que el propio autor anunciara y cuyo significativo vacío nos acompañará siempre. Y no sólo nos quedará ese vacío, pues barajaremos en un juego interpretativo interminable los naipes de los títulos que ese nonato libro hubiera tenido: o Tierras de España o Tierras de Castilla o Tierras pobres, entre otros que puedan aportarse.
Por lo demás, de esta etapa de su vida nos quedan unos artículos de prensa, unos poemas dados a conocer en revistas y otros medios periódicos de su tiempo, el rastro de una vida epistolar intensa y, sobre todo[5], nos queda la certeza de la edición de Campos de Castilla, aparecida en 1912, un libro cuya positiva recepción le ayudó a resistir por cierto las tentaciones de suicidio que rondaron por su cabeza al morir Leonor a primeros de agosto de aquel año, según dejara escrito Antonio Machado en una muy citada carta a Juan Ramón Jiménez:

Cuando perdí a mi mujer –le escribe Antonio Machado a Juan Ramón Jiménez– pensé pegarme un tiro. El éxito de mi libro me salvó, y no por vanidad ¡bien lo sabe Dios! Sino porque pensé, que si había en mí una fuerza útil no tenía derecho a aniquilarla. Hoy quiero trabajar humildemente, es cierto, pero con eficacia, con verdad. Hay que defender a la España que surge, del mar muerto, de la España inerte y abrumadora que amenaza anegarlo todo. (Antonio Machado, 1989, II: 1.519).

También nos queda, y es lo único positivo que encuentro en ello, la condición de posibilidad de los muy hermosos poemas que escribiera nada más llegar a Baeza de la serie de Leonor y del paisaje soriano, luego evocado, soñado, fundido y confundido con el paisaje de las tierras del alto Guadalquivir[6], del que traigo a nuestro recuerdo el poema CXXI:

Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando en sueños…
¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.

Pero, a pesar de tan altas valoraciones de las que acabo de dar cuenta y a pesar del importante giro que supuso Campos de Castilla en la concepción y modos poéticos de Antonio Machado, de lo que tiene conciencia –téngase en cuenta la cita suya con que encabezo este trabajo y sus continuas confesiones epistolares al respecto, además de las estrofas cuarta, quinta y sexta de su poema “Retrato”, claro está–, este libro no contó con toda su consideración por hechos tan significativos como el que, a la hora de ordenar sus poemas, organizar y nombrar las respectivas secciones para la primera edición de sus Poesías completas (1899-1917), Antonio Machado llegara a eliminar el título de nuestro poemario, sustituyéndolo por “Varia. Así pues, tras establecer una numeración en cifras romanas para todos los poemas, que en su base se ha venido manteniendo, da título a las distintas secciones de la siguiente manera: “Soledades”, “Del camino”, “Canciones y coplas”, “Humorismos”, “Fantasías”, “Apuntes”, “Galerías”, “Varia” y “Elogios”, quedando los poemas correspondientes a la primera edición de Campos de Castilla, más los añadidos para la ocasión, amparados por las secciones “Varia” y “Elogios”. No obstante, faltaría a la verdad si no dijera que, a partir de la segunda edición de sus Poesías completas (1899-1925), en 1928, el poeta recupera el título de Campos de Castilla añadiéndole entre paréntesis los años que abarcan el arco temporal de ese poemario-sección, esto es, 1907-1917, e incorporándole internamente la sección “Elogios”, a la que se refiere abiertamente en carta dirigida a Juan Ramón Jiménez escrita probablemente en 1912 tras la muerte de su mujer[7]. Si a esta circunstancia no menor, que algunos críticos como Oreste Macrí han tratado de disculpar –dice en su introducción a la edición de las poesías y prosas completas que este título desaparece “por una extraña distracción” (Macrí, 1989: 60) y Ribbans de alguna manera lo corrobora[8] (Ribbans, 1998)– y otros de valorar con mayor tino –puede verse lo afirmado al respecto por Antonio Ramos Gascón en la introducción a la edición del libro que nos ocupa (Ramos Gascón, 1998: 31-32) o lo escrito por Fernández Ferrer[9] (1982: 33-38)–, le añadimos, tomadas al pie de la letra, ciertas afirmaciones epistolares del propio poeta al considerarlo un libro “intermedio”[10], una obra “apenas esbozada”[11] e incluso un “librito”[12] cuando le habla de él a Juan Ramón Jiménez, a Ortega y Gasset e incluso a Unamuno, si bien en este caso con un sentido más positivo[13] (cf. Ferreras, 1970), tenemos dados los elementos de la discusión. En cualquier caso, independientemente de que, para su autor, constituyera un libro in fieri, adelanto de otro de mayor vuelo (cf. Doménech, 1996, entre otros), o un precipitado de poemas a simple vista heterogéneos, lo que se explica con los poemas añadidos en 1917, poemas de tema no castellano, eso no elimina la radical novedad del mismo, la unidad temática del núcleo de la primera edición, su nuevo modo de decir poético ni su fuerte impacto en lectores de muy alta valía como Unamuno, Azorín, Ortega y Gasset, que comenzaron a roturar de alguna manera el campo de su fortuna crítica posterior.
En este sentido, cabe afirmar que le resultaron especialmente queridas la crítica de Unamuno en una carta, la ya citada de Azorín en ABC y la de Ortega y Gasset en Los Lunes del Imparcial, que luego recogiera en sus Obras Completas. Precisamente, éste último manifestaría abiertamente sus preferencias por la poesía de Antonio Machado frente a la de su hermano Manuel por tratarse de una poesía “más casta, densa y simbólica”, añadiendo a continuación un juicio crítico acerca de Campos de Castilla en los siguientes términos:

El cuerpo estético es todo músculo y nervio, todo sinceridad y justeza, hasta el punto que pensamos si no será lo más fuerte que se ha compuesto muchos años hace sobre los campos de Castilla. (Ortega y Gasset, 1946-1947, I: 570).

A ningún lector atento de su obra se le escapa, pues, el hecho cierto de que, junto a algunos de los poemas añadidos a la segunda edición de su primer libro, muy especialmente el titulado “Orillas del Duero”, Campos de Castilla supuso un importante giro en su concepción y modos poéticos. Así pues, si juzgamos este libro más por lo que ha hecho que por lo que de él ha dicho su autor, esto es, si nos atenemos más a su funcionamiento que a la intenciones y expectativas autoriales, podremos afirmar sin riesgo de equivocarnos gravemente que Campos de Castilla es, desde el coherente brote del principal núcleo de su primera edición al precipitado a simple vista heterogéneo de los poemas añadidos en las siguientes versiones, un libro imprescindible, además de un libro bien recibido y justamente valorado ya en 1912 por los muy cualificados lectores y críticos que nombraba antes. Campos de Castilla vino a ser, pues, un renovador libro de madurez, cuyo modo de escritura poética de perfil realista y cuidada sencillez expresiva que no abusa de metáforas y cuyo diálogo en clave estética e histórica con un humanizado mundo natural inmediato, el castellano –repárese en el título mismo–, supusieron la consolidación de la poética machadiana que hace posible que mundo interior y mundo exterior confluyan en ese cesto de palabras que es el poema, que la percepción de un espacio-tiempo real por el poeta se alíe a una idea esencial suya de la temporalidad y que, al nombrar lo particular de la tierra, cultura y gentes castellanas de Soria, como es el caso, no deje de invocar otros valores esenciales e incluso universales, si es que hubiera algo que fuera común a todos los seres humanos, sin excepción. Esto es lo que le lleva a afirmar a Ribbans lo siguiente:

En conjunto, nos enfrentamos con la doble faceta, no antagónica sino complementaria, de un poeta que aspira a valores universales compatibles con el simbolismo, pero de ningún modo tan intransigente ni tan abstracto, a la vez que se da cuenta cabal de lo imprescindible que es la aportación individual que destaca lo particular, lo distintivo, lo topográfico, lo temporal de su propio vivir humano: dicho en breve, “la palabra esencial en el tiempo”. (Ribbans, 1998).

Se trata además de una poética que pretende aunar lo lírico y lo épico, proyectándose regeneradoramente sobre su propio medio social. José Luis Cano ya se refirió a este poemario como el libro capital de Antonio Machado en la introducción a la edición del mismo y Fernando Lázaro supo ver su importancia al afirmar de él lo siguiente:

Está en plena madurez creadora, y, en 1912, aparece su segundo libro Campos de Castilla de tonalidad bien distinta, aunque presagiada en su hermoso poema de Soledades, el titulado “Orillas del Duero” (...) Si, en Soledades se trataba de escribir autobiografía sin anécdota, ahora se trata de cantar a Castilla trascendiendo los modos descriptivos del realismo, convirtiendo paisajes, gentes e historia, también en vibraciones espirituales que muten lo real en esencial. La técnica impresionista domina ahora sobre la simbólica de Soledades y hasta se atreve a dar el paso del impresionismo hasta los bordes mismos del objetivismo naturalista en el soberbio romance de Alvargonzález. (Lázaro, 1975: 122).

En consecuencia, se trata de un libro imprescindible, a pesar de haber mantenido durante décadas una vida editorial e institucional bastante limitada y a la postre un poco extraña. En este sentido, baste recordar que, publicado en 1912 por la editorial Renacimiento de Madrid que dirigiera Gregorio Martínez Sierra, Campos de Castilla nunca volvió a ver la luz exento hasta 1949, en edición post mortem de la madrileña editorial Afrodisio Aguado, edición que al prescindir de la intercambiable sección “Elogios” –téngase presente que esta sección figuró en Soledades. Galerías. Otros poemas, de 1907, y que en la primera edición de Poesías completas, en 1917, figuraba como sección autónoma tras “Soledades” y la que, con el título de “Varia”, ofrecía los poemas de la primera edición de Campos de Castilla más las adiciones– muestra la faceta más innovadora y genuina de nuestro libro[14], para luego reaparecer, generalmente bien guiado, de la mano de José Luis Cano en Anaya (1964), de la de Rafael Ferreres en Taurus (1970) y así sucesiva y regularmente hasta hoy de la mano de la editorial Cátedra (edición de José Luis Cano y, a partir de 1989, de Geoffrey Ribbans) o de Biblioteca Nueva, en 1998, con introducción de Antonio Ramos Gascón, o de Alianza, entre otras ediciones más recientes.
Pero no acaba aquí su vida editorial, pues cuando Antonio Machado vuelve a editar los poemas de Campos de Castilla, a partir de 1917, lo hace poniéndolos a la sombra de unas poesías completas y de unas poesías escogidas, añadiéndoles el peso de unos poemas, hermosísimos por otra parte, cuyo referente andaluz contradice en principio el título mismo del poemario, si bien es cierto que tales poemas se unifican con los primeros en ser consecuencia de una análoga proyección y diálogo con el medio natural –andaluz ahora–, en la meditación histórica, en el resultado final de la ecuación que Machado establecía a propósito de Castilla y España –Andalucía y España–, intensificando la temática y crítica de la vida provinciana y del tradicionalismo español, en la gravedad sentenciosa de muchos poemas breves, además de en otros aspectos. Quiere todo esto decir que Campos de Castilla, al menos en su primera edición y a pesar de su radical importancia, es un libro semioculto por no decir desconocido para la generalidad de los lectores, constituyendo ésta una de las razones que me animaron a recuperarlo facsimilarmente por primera vez desde su publicación de la mano de la Universidad Internacional de Andalucía, con el propósito último de restituir a quienes estuvieren interesados la primera y olvidada versión del mismo, la materialmente sencilla edición primera que tanto bien le hizo al poeta al ver que su palabra no sólo era algo sino que al mismo tiempo servía para algo, reafirmándose así en la vida y en la misión que como poeta debía cumplir en una España yerma, un trozo de planeta donde todo estaba por hacer[15], según famosa confesión epistolar hecha a Juan Ramón Jiménez. En este sentido, aunque sólo fuera por eso –fue mucho más–, Campos de Castilla es un libro poco común, capital y, en consecuencia, imprescindible.
Por otra parte, dada la importante atención crítica que Antonio Machado ha venido despertando desde su irrupción en la vida literaria española y dada la sostenida vigencia media de su obra, así como el tiempo transcurrido desde su muerte, resulta difícil decir algo que el lector ya no sepa al hablar de su trayectoria vital y poética. Por esta razón, más que repetir lo conocido sobre la etapa soriana de su vida y el fuerte impacto que le causa Castilla a partir de 1907, lo que le provoca ciertamente una apretada gavilla de nuevos e intensos poemas, me limitaré a ofrecer una breve descripción del contenido de la edición que hoy valoramos. Pues bien, el libro contiene los poemas “Retrato”, que previamente había visto la luz en la sección “Autobiografías” de El Liberal correspondiente al 1 de febrero de 1908; “A orillas del Duero”, publicado en La Lectura, en febrero de 1910, con el título de, precisamente, “Campos de Castilla”; “Por tierras de España”, poema que, también publicado previamente en dos ocasiones –en La Lectura, diciembre de 1910, y en Tierra Soriana, el 12 de enero de 1911–, había sido entregado por Machado con diferente título también, “Por tierras del Duero”, lo que viene a subrayar el vínculo que establece entre naturaleza e historia, unificando además lo soriano con lo castellano y lo español, independientemente de que, como Macrí señala (1989, I: 879-880), ese cambio de título obedeciera a protestas de la prensa local; “El hospicio”; “Fantasía iconográfica”, aparecido en diciembre de 1908 con el título de “Retrato” en La Lectura; “Un criminal”; “Amanecer de otoño”, titulado “Apuntes” en su publicación previa también en La Lectura, en mayo de 1909; “Noche de verano”, dado a conocer en La Tribuna el 2 de marzo de 1912; “Pascua de Resurrección”, que también fue publicado en la madrileña revista La Lectura, en mayo de 1909; la sección Campos de Soria, integrada por nueve poemas parcialmente publicados en La Tribuna del 2 marzo de 1912; el romance La tierra de Alvargonzález[16], con sus cuatro breves poemas introductorios y las partes tituladas “El sueño”, “Aquella tarde...”, “Otros días”, “Castigo”, “El viajero”, “El indiano”, “La casa”, “La tierra” y “Los asesinos”, aparecido en La Lectura, en abril de 1912; la sección Proverbios y Cantares, con un poema-prólogo y veintiocho poemas de tono reflexivo y sentencioso generalmente breves que parcialmente vieran la luz en la citada revista madrileña en febrero y mayo de 1909; la sección Humoradas, integrada por los poemas “En tren” –el único publicado previamente de esta sección en septiembre de 1909 también en La Lectura “Consejos”, “Profesión de fe” y “Mi bufón”; y cerrando el libro los dos poemas “A don Miguel de Unamuno, por su libro Vida de Don Quijote y Sancho” y “A Juan R. Jiménez, por su libro Arias Tristes” que nutren la sección Elogios y que, según razona Rafael Ferreres en su edición del libro, son anteriores a 1907, aunque todo el libro quede fechado a partir de ese año.
Si, frente a esta edición primera, se tiene presente la segunda y restantes de Campos de Castilla[17], podrá comprobarse la importancia de la de 1912, tal como en su día me hizo notar Antonio Sánchez Trigueros, pues no sólo el poeta mantiene el dispositivo o armazón básico del libro desde el principio, sino que al mismo tiempo respeta los textos sin apenas introducir variantes notables, aunque algunas hay[18]. En cuanto a las erratas observadas en la primera edición son las siguientes: página 69, verso 7, donde dice trujeron es trajeron; página 82, verso 6, apuñaban es apuñalan; página 123, verso 8, olas es alas; página 134, verso 11, Miguel es Martín; página 144, verso 4, oscura es obscura; página 191, verso 1, Donquijotesco es donquijotesco; y página 192, verso 9, anima es ánima, entre otras posibles.
Estamos, pues, ante la primera edición de un libro que es resultado de la paulatina conformación de una mirada poética y una idea de la poesía en Antonio Machado que, en su contacto con las tierras, cultura y gentes de la Soria de principios del pasado siglo, va haciendo desaparecer todo el intimismo subjetivista simbolizado por jardines cerrados, parques y ensimismadas fuentes para construir ahora el paisaje verbal de su poesía, desde una nueva consideración “cordial” de lo íntimo o personal, si bien partiendo de la realidad inmediata, más allá de la descripción o contemplación. Así ocurre, por ejemplo, en su “A orillas del Duero”, ese hermoso poema que canta y cuenta un ascenso por la montaña y que desciende en la meditación de sus versos al ser y no ser de Castilla, con lo que ello pueda significar. Estamos, pues, ante algo más que una hermosa descripción de un entorno natural y de la cultura y vida social en él desarrolladas. Estamos ante lo que nuestro poeta escribiera nada más llegar a Baeza en el llamado Cuaderno I, uno de sus cuadernos inéditos recientemente publicados. Allí dejó escrito:

El paso que necesariamente hay que dar en la poesía es un sentimiento más hondo del campo, de la vida rural.- Preciso es ya huir del campo como espectáculo, como motivo de contemplación.- (Machado, 2005: 147).

Estamos, tal como escribe en ese apunte de reflexión metapoética, ante un libro que esencialmente aporta eso, un sentimiento más hondo del campo y de la vida. Ahora bien, ese sentimiento del que habla no debe entenderse en el común sentido que lo da como el efecto de sentir, o sea, el estado afectivo del ánimo producido por causas que lo impresionan, sino como reconocimiento de la naturaleza social del mismo, tal como planteará después en un conocido texto de 1917, “Problemas de la lírica”, perteneciente a Los complementarios:

El sentimiento no es una creación del sujeto individual, una elaboración cordial del YO con materiales del mundo externo. Hay siempre en él una colaboración del TÚ, es decir, de otros sujetos. No se puede llegar a esta simple fórmula: mi corazón, enfrente del paisaje, produce el sentimiento. Una vez producido, por medio del lenguaje lo comunico a mi prójimo. Mi corazón enfrente del paisaje, apenas sería capaz de sentir el terror cósmico (…) Mi sentimiento ante el mundo exterior, que aquí llamo paisaje, no surge sin una atmósfera cordial. Mi sentimiento no es, en suma, exclusivamente mío, sino más bien NUESTRO. Sin salir de mí mismo, noto que en mi sentir vibran otros sentires y que mi corazón canta siempre en coro, aunque su voz sea para mí la voz mejor timbrada. Que lo sea también para los demás, éste es el problema de la expresión lírica. (Machado, 1917).

Más adelante, establecerá una diferenciación del sentimiento como experiencia vivencial directa y la naturaleza sígnica a la vez que social del lenguaje como instrumento para expresarlo. Estas reflexiones suyas tal vez nos sirvan para orientar nuestra interpretación de la objetivización del paisaje, a la que unos y otros nos venimos refiriendo, objetivización que comienza a darse, hablando de un libro, a partir de su Campos de Castilla. 1912. Por eso no debe extrañarnos que, cuando Antonio Machado decide publicar de nuevo este libro en el seno de sus Poesías completas, en 1917, dedique la mayor parte del prólogo que le escribe a exponer unas reflexiones sobre la fundamental relación del yo con lo que llamamos mundo. Escribirá entonces:

Somos víctimas –pensaba yo– de un doble espejismo. Si miramos afuera y procuramos penetrar en las cosas, nuestro mundo externo pierde en solidez, y acaba por disipársenos cuando llegamos a creer que no existe por sí, sino por nosotros. Pero si, convencidos de la íntima realidad, miramos adentro, entonces todo nos parece venir de fuera, y es nuestro mundo interior, nosotros mismos, lo que se desvanece. ¿Qué hacer entonces? Tejer el hilo que nos dan, soñar nuestro sueño, vivir; sólo así podremos obrar el milagro de la generación. Un hombre atento a sí mismo y procurando auscultarse, ahoga la única voz que podría escuchar: la suya (…) Y pensé que la misión del poeta era inventar nuevos poemas de lo eterno humano, historias animadas que, siendo suyas, viviesen, no obstante, por sí mismas. Me pareció el romance la suprema expresión de la poesía, y quise escribir un nuevo Romancero. (Machado, 1989, II: 1.593-1.594).

Ahora bien, una vez reconocida esta idea machadiana del sentimiento, falta aproximarnos a su idea de lo que pueda significar en esa breve reflexión el adjetivo ‘hondo’, esto es, qué quiere decir cuando afirma que hay que dar a la poesía un “sentimiento más hondo del campo, de la vida rural”. Pues bien, si recordamos lo que dejara escrito a propósito de Juan Ramón Jiménez y de su libro Arias tristes, en un artículo de 1904, allí viene a afirmar que lo más hondo en el sentido de íntimo viene a ser lo más universal. Esta idea del poeta, que, matizándose, nunca desaparece de su horizonte reflexivo (Albornoz, 1970:31-32), permite entender que la hondura del sentimiento será, dada su naturaleza social, cuanto más personal más universal a la vez, siendo el modo que tiene el poeta de trascender la propia experiencia del mundo exterior (Albornoz, 1970: 29). De igual manera, este hondo sentimiento del paisaje, que no copia la naturaleza y que se ejecuta en un espacio real, es a la vez un modo de sentimiento profundo del tiempo y de su fluir. Llegamos así, por encima de tanta heterogeneidad aparente de la primera edición, a atisbar un aspecto fundamental de la unidad de Campos de Castilla y de la obra toda de Antonio Machado. A partir de aquí, comienza a llenarse de sentido, y no sólo porque la poesía sea una de las artes temporales junto a la música frente a otras espaciales como la escultura o la pintura, su afirmación acerca de la poesía como palabra esencial en el tiempo, una palabra que, como razonará en Los complementarios, ponga la palabra en el tiempo de nuestra vida y venga a darnos la emoción del tiempo. Por eso, recomendaba al principio atender a ciertos aspectos cualitativos, así como volver sobre esta primera edición sin pensar demasiado en el gran libro nonato del que hubiera formado parte. “Hay que tejer –como dice el propio poeta en la anterior cita– el hilo que nos dan”. Nuestro hilo es este Campos de Castilla, con sus versos alejandrinos, endecasílabos, heptasílabos y las bases octosilábicas de no pocos de sus poemas, las más aptas para cantar y contar con el renovado instrumento del romance[19]. Nuestro hilo es este libro y su rica adjetivación como importante factor constructivo frente a la metáfora, como tantas veces se ha dicho y escrito.
Es momento de propiciar, tras el encuentro con el poema “Retrato” –poema liminar de vocación autónoma con respecto al resto del poemario, con el que su autor señala un alejamiento de ciertos modos poéticos, apuntando así a la existencia de un momento fundacional en su poesía y mostrando aspectos de sus posiciones personales, éticas y estéticas–, la lectura en su primera edición de estos verbales campos castellanos que conforman una espacialidad poética autónoma, que no es mera ilustración de una realidad exterior, que no duplica una realidad natural por más que se nombre, sino que es el resultado del establecimiento de un diálogo con la misma, una espacialidad de naturaleza estética e ideológica, de gran calado crítico, sometida sígnico-simbólicamente a un funcionamiento pragmático de acción y comunicación auténticas. Es momento de recomendar también el contacto con esa suerte de poesía reflexiva, irónica, aforística de sus “Proverbios y cantares”, de ecos populares, que tanta verdad encierran. Es momento de retomar un libro que ha llenado como pocos el paisaje de la mejor cultura española y cuya principal fortaleza es haber aliado la verdad con la belleza.
No extrañará a nadie que, tras ese ya centenario encuentro de nuestro poeta con Soria, que tan importantes consecuencias tuvo para su persona y su obra, dejara escrito en la misma hoja del cuaderno primero que antes comentaba un apunte poético de tres versos que dicen así:

Adios
Conmigo vais oh campos de Soria hacia tierra
de sol por donde huye Guadalquivir al mar.

Los dos versos alejandrinos –a la francesa– resultan a la postre ejemplares por la condensación de lo que es la idea de tiempo machadiana. Si los leemos atentamente, veremos en ellos el pasado, el presente y el futuro, es decir, el recuerdo de los campos de Soria que lo acompañan en su viaje a su tierra meridional de origen cuya identidad les proviene del río que las cruza, una presencia fluyente que va a dar al mar. Dicho con otras palabras, el poeta llevará mientras viva la memoria de los campos de Soria y hasta su muerte. En estos dos versos late el fundamental tema de la muerte y el tiempo de la vida ejecutados en un espacio real. En este desconocido apunte[20] se unen de nuevo y para siempre los campos de Castilla y de Andalucía.

ANTONIO CHICHARRO




REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
alarcón, r., barco, p. del y rodríguez almodóvar, a. (eds.), Cuaderno 1. I. Textos de creación de Antonio Machado, Málaga, Servicio de Publicaciones de la Fundación Unicaja, 2005.
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alvar, m., “Introducción” a Antonio Machado, Poesías completas, Madrid, Espasa Calpe, 19817.
azorín, “El paisaje en la poesía”, ABC, 2 de julio de 1912; en Obras escogidas. II. Ensayos (Miguel Ángel Gonzalo Marco, coord.), Madrid, Espasa Calpe, 1999, pp. 885-889.
cano, j. l., Antonio Machado, Barcelona, Salvat, 1985.
chicharro, a. (ed.), Antonio Machado y Baeza a través de la crítica, Baeza, Universidad de Verano de Baeza (Cursos Internacionales de la Universidad de Granada), 1983, 136 pp.; Granada, Universidad de Granada - Universidad "Antonio Machado" de Baeza, 1992, 333 pp. + XIV láminas, 2ª edición corregida y aumentada.
–––––, “Introducción: De los primeros campos poéticos de Antonio Machado”, en machado, a., Campos de Castilla (edición facsímil de la primera edición, de 1912), Baeza, Universidad Internacional de Andalucía, Sede Antonio Machado, 1999, pp. XIII-XXIII.
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–––––, Campos de Castilla (Presentación de José Luis Martín Delgado e “Introducción: De los primeros campos poéticos de Antonio Machado”, de Antonio Chicharro a la edición facsímil de la primera edición, de 1912), Baeza, Universidad Internacional de Andalucía, Sede Antonio Machado, 1999.
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* El presente estudio es versión corregida y aumentada de la introducción que, con el título “De los primeros campos poéticos de Antonio Machado: Campos de Castilla (1912)”, puse al frente de la edición facsímil de Campos de Castilla (1912) que publicara no venalmente la Universidad Internacional de Andalucía en 1999. Ha sido publicado en Congreso Internacional en Castilla y León. Valladolid, Junta de Castilla y León, Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, 2008, pp. 377-390. ISBN: 978-84-9718-523-3.
[1] En Páginas escogidas, Madrid, Calleja, 1917, pp. 149-151; citado por la edición en Antonio Machado, II Prosas Completas, ed. crítica de Oreste Macri con la colaboración de Gaetano Chiappini, Madrid, Espasa Calpe-Fundación Antonio Machado, 1989, pp. 1.593-1.594.
[2] Lo hice en mi trabajo “Sobre el sentido histórico de la poesía de Antonio Machado (notas a propósito de "Orillas del Duero")”, en Antonio Machado, hoy. Actas del Congreso Internacional Conmemorativo del Cincuentenario de la Muerte de Antonio Machado, Tomo IV: Teoría poética machadiana. Poemas concretos, Sevilla, Alfar, 1990, pp. 285-298.
[3] Ambos escritores mantuvieron una larga relación literaria y de amistad, que ha sido oportunamente estudiada, relación esta que ha dejado, además del citado artículo azoriniano, poemas y dedicatorias de Antonio Machado como el famoso “Al maestro "Azorín" por su libro Castilla”y “Desde mi rincón”, por citar sólo los que añadiera a Campos de Castilla, en 1917.
[4] En 1983 edité Antonio Machado y Baeza a través de la crítica, libro del que hice una segunda edición corregida y muy aumentada en 1992.
[5] No ha de olvidarse contar con algunos poemas añadidos a la segunda edición de Soledades. Así, tras la poda de la primera edición de este libro (1903) y la inclusión de esos nuevos poemas del ciclo soriano de su trayectoria y vida en lo que fue la referida segunda edición de este libro bajo el título de Soledades. Galerías. Otros poemas, edición que si bien gestada con anterioridad a su llegada a Soria, apareció publicada ya en 1907, el año de su llegada.
[6] Me refiero a poemas como CXVI (Recuerdos), CXVIII (Caminos), CXIC, CXX, CXXI, CXXII, CXXIII, CXXIV, CXXV y CXXVI (A José María Palacio); también, en los versos 57 y 58 de CXXVIII (Poema de un día. Meditaciones rurales).
[7] Antonio Machado le habla a Juan Ramón Jiménez de sus proyectos en relación con “Elogios” en los siguientes términos: “Remíteme también los versos inéditos míos que dediqué a tu libro. Pienso hacer una composición sobre tu obra para la sección “Elogios” de mi próximo libro (…) Te mando esa composición al libro Castilla de Azorín, para que veas la orientación que pienso dar a esa sección. Intento en ella de colocarme en el punto inicial de unas cuantas almas selectas y continuar en mí mismo esos varios impulsos en un cauce común, hacia una mira ideal y lejana. Creo que la conquista del porvenir sólo puede conseguirse por una suma de calidades.” (Antonio Machado, 1989, II: 1.518).
[8] “Yo creo que no, y me inclino a atribuir la ausencia de título [Campos de Castilla] en la colección de 1917 a uno de esos descuidos machadianos, por cierto nada infrecuentes en su obra. Bien conocida es su repugnancia a leer pruebas, lo que fácilmente podría explicar la omisión. Por mi parte, no me parece verosímil que Machado haya decidido deliberadamente permitir que estos poemas tan significativos, tan personales, especialmente el así nombrado “ciclo de Leonor”, aparezcan sin título distintivo, escondidos bajo el rótulo anodino (“Varia”) de la colección anterior.” (Ribbans, 1998).
[9] Además de hacer notar la desaparición del título en la primera edición de las Poesías completas (1899-1917), el hecho de que su autor nunca editara en vida Campos de Castilla como volumen independiente, excepción hecha de su primera edición, claro está; el que la sección “Elogios” no tuviera una “vinculación absolutamente necesaria con este libro, como trata de demostrar; afirma: “Todavía podemos aducir otro dato significativo que nos acaba de remachar este carácter de agregado heterogéneo, plural e inacabado que tiene Campos de Castilla, tal y como conocemos esta obra en la estructura que nos han transmitido las sucesivas ediciones de Poesías completas (…) No sería descabellado conjeturar, a partir de este dato [que el poeta, al irse de Soria, dejaba en embrión un libro que hubiera titulado Tierras pobres], que Machado, antes de la muerte de Leonor, proyectaba un libro centrado en lo castellano, cuya primera anticipación pudo haber sido el breve Campos de Castilla, 1912. Después, la muerte de su mujer y el inmediato traslado a Baeza, entre otras posibles razones, le harían desistir de este primitivo proyecto y el resto de poemas añadidos a Campos de Castilla en 1917 formarán un conjunto heterogéneo y de muy distintas características estructurales de las proyectadas en principio” (Fernández Ferrer, 1982: 35-36).
[10] En carta fechada en Soria, el 20 de septiembre de 1911, le dice nuestro poeta a Juan Ramón Jiménez: “En breve publicaré un libro que le remitiré. Es un intermedio. Mi libro vendrá más tarde. Empiezo a verlo hoy y lo escribiré en unos cuantos años.” (Machado, 1989, II: 1.493).
[11] El 2 de mayo de 1913 le escribe Antonio Machado a José Ortega y Gasset: “Yo empiezo a trabajar con algún provecho. Desde hace poco empiezo a reponerme de mi honda crisis que me hubiera llevado al aniquilamiento espiritual. La muerte de mi mujer me dejó desgarrado y tan abatido que toda mi obra, apenas esbozada en Campos de Castilla, quedó truncada.” (Machado, 1989, II: 1.530-1.531).
[12] En carta fechada el 8 de febrero de 1912, le dice a Juan Ramón Jiménez: “En breve publicaré un librito, Campos de Castilla, en el cual va un poemilla que dedico a V. y titulado “Las tierras de Alvargonzález”. Hace ya muchos meses que está en poder de “Renacimiento” y no sé a qué aguardan para publicarlo.” (Machado, 1989, II: 1.501).
[13] En carta dirigida a Unamuno y fechada en Baeza después de mayo de 1913, leemos: “Envío a V. lo que tengo publicado. Planeo varios poemitas y tengo muchas cosas empezadas. Nada definitivo. Mi obra esbozada en Campos de Castilla continuará si Dios quiere. La muerte de mi mujer dejó mi espíritu desgarrado.” (Machado, 1989, II: 1.537).
[14] La edición de 1949 es, se puede decir, incompleta con respecto a la versión de Campos de Castilla incluida por el poeta a partir de la segunda edición de sus Poesías completas (Madrid, Espasa-Calpe, 1928), base de las restantes ediciones, pues el editor elimina la sección “Elogios”, sección que ya figuraba en la primera edición de 1912 con dos poemas, los dedicados a Unamuno y a Juan Ramón Jiménez por su libro Arias tristes, y que en 1928 se nutre con poemas dedicados a Giner de los Ríos, a Ortega y Gasset, a Xavier Valcarce, de nuevo a Juan Ramón Jiménez, a Azorín, a Rubén Darío, a Narciso Alonso Cortés, amén del poema “Mis poetas” y de “Una España joven” y “España, en paz”.
[15]Antonio Machado expone su clarividente idea de patria vinculada al trabajo y al progreso, lo que permite comprender su honda crítica de la pobreza y austeridad paisajística de Castilla, en su artículo “Nuestro patriotismo y la marcha de Cádiz”, publicado precisamente en Soria (La Prensa de Soria, 2 de mayo de 1908, recogido inicialmente por Aurora de Albornoz en su edición de la prosa de Antonio Machado, Antología de su prosa. I. Cultura y sociedad, Madrid, Edicusa, 1972; Oreste Macrí lo recoge en su edición de Prosas completas, 1989, pp. 1.483-1.485) donde el poeta se descuelga con la siguiente reflexión: “Sabemos que la patria no es una finca heredada de nuestros abuelos, buena no más para ser defendida a la hora de la invasión extranjera. Sabemos que la patria es algo que se hace constantemente y se conserva sólo por la cultura y el trabajo. El pueblo que la descuida o abandona, la pierde, aunque sepa morir. Sabemos que no es patria el suelo que se pisa, sino el suelo que se labra; que no basta vivir sobre él, sino para él: que allí donde no existe huella del esfuerzo humano no hay patria, ni siquiera región, sino una tierra estéril, que tanto puede ser nuestra como de los buitres o de las águilas que sobre ella se ciernen ¿Llamaréis patria a los calcáreos montes, hoy desnudos y antaño cubiertos de espesos bosques, que rodean esta vieja y noble ciudad? Eso es un pedazo de planeta por donde los hombres han pasado, no para hacer patria, sino para deshacerla. No sois patriotas pensando que algún día sabréis morir para defender esos pelados cascotes; lo seréis acudiendo con el árbol o con la semilla, con la reja del arado o con el pico del minero a esos parajes sombríos y desolados donde la patria está por hacer.” (Machado, 1989, II: 1.484-1.485).
[16]Fue publicado este largo romance en La Lectura, XII, 1912, pp. 337-354. La conocida versión en prosa se publicó en París, gracias a Rubén Darío, en Mundial Magazine, número 9, enero, 1912, pp. 213-220.
[17] Figuran obviamente los poemas nucleares de asunto castellano, si bien el poeta enriquecerá voluminosamente su índice de poemas y algunas de sus secciones a partir de 1917 en su fecundo rincón andaluz de Baeza, tal como venimos diciendo. Así, tras el poema titulado “El hospicio” añadirá seis poesías más –las numeradas en la Poesías completas, CI-CVI– y tras La tierra de Alvargonzález incluirá fundamentalmente los poemas del ciclo baezano –del CXV al CXXXV–, así como engrosará la sección Proverbios y Cantares con veintiséis nuevos poemas cambiando ligeramente el orden anterior –del XXVII al LIV–; por su parte, la sección Humoradas pierde el poema “En tren”, que su autor sitúa ahora tras “Amanecer de otoño” y gana uno –el CXXXVII–; finalmente, las parte última, Elogios, se ve aumentada con doce nuevos textos poéticos –del CXXXIX al CL, a los que me he referido en la nota 13. Por otra parte, el lector notará que en la sección Proverbios y Cantares figura con el número XXIII un poema no recogido en la segunda edición cuyo primer verso es Eran ayer mis dolores.
[18] Son escasas y afectan sobre todo a palabras sueltas y a la puntuación. Por ejemplo –cito por la paginación de la primera edición–, en la página 54 usa violas frente a violetas en ediciones posteriores; página 71, bozo frente a sombra; página 75, guedijas frente a vedijas; página 86, cien frente a mil; página 102, luengos frente a largos; página 103, candilejo frente a candil y entrambas frente a las dos; página 107, luenga frente a negra; página 132, a poda frente a a pico, entre otras.
[19]Si la poesía es, como yo creo –afirma Machado en su texto sobre Moreno Villa de Los complementarios–, palabra en el tiempo, su metro más adecuado es el romance, que canta y cuenta, que ahonda constantemente la perspectiva del pasado, poniendo en serie temporal hechos, ideas, imágenes, al par que avanza, con su periódico martilleo, en el presente. Es una creación más o menos consciente de nuestra musa que aparece como molde adecuado al sentimiento de la historia y que, más tarde, será el mejor molde de la lírica, de la historia emotiva de cada poeta” (Machado, 1989, II: 1.368).
[20] Antonio Machado publicó dos poemas que desarrollan este apunte: una poesía suelta que Macrí incorpora a las poesías completas (Machado, 1989, I: 774) a partir de un recuperación de Aurora de Albornoz que comienza con el verso “Adiós, campos de Soria”; y el poema V de la sección “Canciones de tierras altas”, en Nuevas canciones (Machado, 1989, I: 617).