FIRMA INVITADA: MANUEL URBANO PÉREZ ORTEGA



TEXTO DE LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE ANTONIO CHICHARRO
LA AGUJA DEL NAVEGANTE

Permítanme que mis palabras iniciales sean de gratitud por habérseme encomendado la presentación del libro que hoy nos ha dado gozosa cita en este noble marco de la Fundación Euroárabe, y en acto organizado por la Academia de Buenas Letras de Granada, joven y docta Corporación dedicada a la creación y estudio de las letras en el ámbito granadino, el que, como es suficientemente conocido, ocupa en su pasado y presente una de las más altas cimas de la literatura en el amplio espacio que cubre y engalana la lengua española; algo que largamente acredita la historia y testifican con la grandeza de su hacer, tanto creativo como científico, los señores académicos, con cuya amistad me honro.

Y es precisamente la amistad, siempre noble e impagable, la que generosamente me ha concedido ahora y aquí la palabra, la que, permítanmelo, quiero usarla en memoria de mi comprovinciano de Alcalá la Real, Alonso de Verdugo y Castilla, tercer Conde de Torrepalma, el conocido autor del Deucalión y creador, allá en el primer tercio del XVIII, de la academia literaria granadina de “El Trípode”. Un elocuente testimonio más de las entrelazadas relaciones culturales y artísticas de las gentes de Jaén y Granada.

Algo que ratifica el autor de este libro, La aguja del navegante, baezano de nacimiento y granadino de nación. O algo más que nos honra a todos los miembros del Instituto de Estudios Giennenses, como es el hecho de que este libro, editado por la docta corporación jaenera, se vista de largo y se presente públicamente y por primera vez en el seno de la granadina.

Ante ustedes, poco más me es dado decir por ser de sobra conocido –reconocido- el autor del libro La aguja del navegante. Crítica y Literatura del Sur, el académico Antonio Chicharro Chamorro, doctor y profesor titular de Teoría de la Literatura de esta Universidad, miembro de diversos Institutos y Asociaciones y presidente de la Andaluza de Semiótica, autor, junto a numerosos artículos, de una docena de libros sobre las figuras de Antonio Machado, Gabriel Celaya o Francisco Ayala; de crítica y teoría literaria; de estudios y antologías sobre poetas como Antonio Machado, Dámaso Alonso, Gabriel Celaya o Antonio Carvajal o, por último, de presencias literarias de ciudades de los viejos reinos de Jaén y Granada. Y a estos ámbitos, que componen sus constantes de estudio e investigación y sin rehuir candentes temas actuales, están dedicadas las más de cuatrocientas páginas que componen La aguja del navegante, y las que se abren con una insustituible cita de Antonio Machado en su Juan de Mairena:

Si alguna vez cultiváis la crítica literaria o artística, sed benévolos. Benevolencia no quiere decir tolerancia de lo ruin o conformidad con lo inepto, sino voluntad del bien, en vuestro caso deseo ardiente de ver realizado el milagro de la belleza. Sólo con esta disposición de ánimo la crítica puede ser fecunda.

Y a este precepto son fieles sin fisura alguna Antonio Chicharro y su aguja de navegar a lo largo de los setenta y seis textos que componen la singladura del libro, más el apéndice documental -con el expediente de Antonio Machado en el Archivo Histórico de la Universidad de Granada- y el correspondiente y bien nutrido índice onomástico.

Por tanto, en el libro se agrupan de forma muy bien ahormada una serie de artículos éditos o inéditos, escritos entre 1979 y 2002, y bajo el indicativo título de La aguja del navegante, que es el de la sección que su autor mantiene en el suplemento “Artes y Letras” del diario Ideal de Granada.

Hablamos del título y nos resulta imprescindible reproducir algunas líneas de la introducción, que con aguda ironía subtitula el autor como “Aviso para navegantes”, y donde advierte que la larga singladura de sus páginas, las que ofrece como un instrumento, está habitada no sólo por

la literatura del viaje de la vida, sino el viaje mismo de la literatura, viaje definitivo para quienes algún día zarpamos en la nave de un hermoso poema (...) Si, finalmente, todo acto vital es un acto viajero y la literatura no deja de ser huella verbal del viaje de la vida en su mayor complejidad, necesitaremos de medios para navegarnos por la vida y la literatura. Esta aguja de navegar que ofrezco –continúa-no tiene otro fin que señalar otros rumbos fundamentalmente literarios, los rumbos de la buena literatura –y de algunos de sus problemas- donde quiera que ésta se encuentre, sin exclusiones, para quienes se quieran servir de ellos en su intransferible peripecia vital.

Si les he leído este amplio párrafo no ha sido sólo por su elocuencia, sino, también, como prueba del espléndido lenguaje que usa el crítico y analista, quien nos dirige a la belleza en un vehículo recamado de hermosura literaria.

El libro está dividido en tres partes bien equilibradas. Una, primera, “Cuestiones de principio. (De norte a Sur)”, me parece de gran utilidad para quienes deseen profundizar sobre aspectos fundamentales de los discursos literarios y del propio autor, quien se aproxima a la poesía como práctica ideológica y como concreción histórica. Y quien advierte desde un texto de hace tres lustros:

Frente a quienes confunden noción y hecho literario y convienen en afirmar que la literatura es por excelencia un arte verbal, que se relaciona con la ideología según determinadas circunstancias y opciones, no está de más señalar la explicación que considera que la literatura no mantiene ningún tipo de relación con la ideología como si se tratara de dos realidades diferenciadas, porque sencillamente es ideología.

No puede ser más nítido el aviso para quienes deseen sumergirse en estas páginas tan veraces como profundas y serenas. Y, desde ellas, se siguen una serie de cuestiones sobre el discurso literario, tales como el divorcio del poeta actual con el público, el constatable hecho del lector como elemento activo en el proceso de comunicación literaria, o el acto crítico ejercido en la prensa, en el que el autor pone sus dedos sobre las llagas que, por lo común, le sangran. Por igual, entra en el nunca concluido debate sobre la existencia o no de una literatura andaluza, donde se muestra escasamente nacionalista y partidario de una teoría de la literatura entendida como una teoría crítica de la cultura.

He dicho que Antonio Chicharro deposita sus dedos sobre no pocas de las pústulas literarias de nuestro tiempo y no le duelen prendas, como bien se pone de manifiesto en esta otra cita donde evidencia que en nuestra cultura y vida literaria impera

la venalidad reinante y la sustitución de la cultura por un simulacro mediático. A partir de aquí –continúa- se explica que se esté borrando cada vez más la línea que distingue un texto literario de un producto editorial.

Ante realidades tales, se alza la apuesta del autor por todo un rearme ético y el ejercicio de la razón crítica; el que, nacido del diálogo y el conocimiento, a su manera vela por “el patrimonio artístico e ideológico”.

Pero no vamos a pormenorizar cada uno de los textos.

La parte central del libro la rotula Antonio Chicharro como “Al sur de la literatura”, circunscrita a la relación de la Alta Andalucía Oriental –fundamentalmente Jaén y Granada- con la creación literaria. Todo un apretado haz de artículos que nos ofrecen un importante y poco conocido hacer de nuestro autor muy merecedor de ser emulado y en el que nos llama poderosamente la atención “Úbeda y Baeza; Cultura literaria y patrimonio Mundial”, que fuera el informe-justificación acerca de los excepcionales valores universales de las ciudades referidas en la propuesta que ambas hiciesen sus ayuntamientos a la Unesco para ser inscritas en la Lista del Patrimonio Mundial. Un espléndido trabajo en el que se pone de manifiesto cómo la cultura literaria es la que presta su singularidad a estas dos ciudades jaenesas hermanas y auténticas joyas del renacimiento.

Y a este estudio hay que sumar un apretado corpus de Baeza como referente literario, dedicando hermosas páginas a la presencia de la ciudad, nombrada en el Romancero “nido real de gavilanes”, en la obra de Antonio Machado, Federico García Lorca o Antonio Carvajal, evidenciando que rimas y piedras canteadas forman parte conjunta de su acerco cultural; como lo es San Juan de la Cruz en Úbeda.

E igual puede decirse de Granada en la obra del siempre inquietante y personalísimo hacer creativo de Antonio Carvajal.

Obvio es que no voy a enumerar el índice, pero sí quisiera, para concluir con éste grupo crítico, que en él tiene su presencia Gabriel Celaya, algo por otra parte previsible cuando el profesor Chicharro es el más reconocido de sus analistas. Pues bien, en uno de los artículos a él destinados, analiza con el mismo rigor científico que con la fuerza de su afecto, una más que conocida y desafortunada estrofa del poeta vasco:

Nosotros, vascos, luchando
con el hierro, con lo terco, con el cansancio y la rabia
y allá en el Sur los flamencos,
los enanos asexuados que gorgotean y bailan.


No le duelen prendas de verdad al gran difusor de la obra de Celaya en afirmar:

Gabriel Celaya mantiene una actitud negativa con respecto a lo andaluz, noción bastante imprecisa y cuando menos equívoca y ambigua, punto de partida de afirmación de lo vasco por negación. Así pues, se observa que para resaltar lo vasco-ibero no sólo acude al tratamiento de cuestiones y temas propios de este pueblo, sino que lo contrapone a lo andaluz como la otra cara de la moneda, sinónimo de pereza, frivolidad, falta de seriedad, etc.

Y a más llegará nuestro autor estudiando estos versos de quien fuese militante comunista con proyección internacional, e implacable luchador antifascista:

llegándose a rozar un tipo de racismo al sustentarse en criterios étnicos o al menos confundirlos con la práctica social de los vascos.

Y es que –si se me admite un juicio personal al margen de cuanto nos congrega- Andalucía no tuvo suerte con los grandes poetas de nuestro social-realismo. Así, a mí me continúa estremeciendo y apretando las vísceras ese

¡Ojú, qué frío, los andaluces!

del excelente poeta que fuera José Hierro.


MANUEL URBANO PÉREZ ORTEGA