FIRMA INVITADA: ELISEO FERNÁNDEZ CUESTA




LA EXPERIENCIA DE ESCRIBIR UNA NOVELA

        Si hace unos días me hubieran dicho que tenía que hablar ante vosotros acerca de mi experiencia al escribir una novela. Yo, seguramente, hubiera preguntado: ¿Durante cuánto tiempo?
        No, no hay tiempo, lo tienes que decir todo en una palabra.
        Una sola palabra para expresar las sensaciones, los sentimientos y las emociones que has experimentado durante los tres o cuatro años que duró la elaboración de la novela. Una única palabra para resumir todo ese tiempo de entrevistas, de lecturas, de viajes… y de imaginación.
     Una palabra…  Sólo una…,  la que quieras.
        Con toda seguridad, yo hubiera pasado estos últimos días obsesionado con la búsqueda de la palabra perfecta. Angustiado por la idea de cómo poder transmitiros a través de un sonido escueto, en poco más de un segundo, lo que sentí durante años al escribir mi primera novela.
        Y al final, después de muchas vueltas a la cabeza y al diccionario, creo que hubiese elegido la palabra… emocionante.
        No es que esa palabra me guste demasiado, porque se usa tan frecuentemente que ya está gastada. Las palabras tienen eso: que de tanto decirlas se van quedando vacías, sin significado, y terminan por convertirse en sonidos deshabitados.
        Así que no es ese “emocionante” rutinario, desierto de sentimientos, la palabra que yo hubiera escogido para intentar comunicaros lo que experimento al escribir una novela, sino un “emocionante” cargado de sentido, y aunque parezca redundante, cargado de emoción.
        Porque al escribir una historia, el escritor, si quiere que lo que cuenta resulte verosímil, si quiere conmover al lector, tiene que meterse en la piel de los personajes que ha creado, tiene que experimentar sus mismas emociones, ha de pensar como ellos piensan, y vivir como cada uno de ellos hubiera vivido si en lugar de ser un personaje de ficción, hubiera sido de carne y de hueso.
        Imaginaros, por ejemplo, a una joven de catorce o quince años que vive en cualquier país islámico de los más integristas. Sus padres van a casarla con un desconocido, con una persona a la que ella no ha visto jamás. Ya sabéis que en algunas culturas, y hasta no hace mucho tiempo también en la nuestra, los matrimonios se suelen concertar entre las familias sin que los novios, y sobre todo las novias, intervengan para nada en la elección de la pareja. Esta joven se llama Nada, que en árabe significa “gota de rocío”, y es uno de los personajes de mi novela:”Las puertas del desierto”. Del novio únicamente conoce que es mucho mayor que ella, casi un viejo.
        Ya le han decorado las manos con dibujos geométricos de henna, y aguarda en su cuarto a que  el desconocido la recoja para la celebración.
        Está anocheciendo, la luna empieza a representarse con una delgada línea curva de luz anaranjada. Le ponen delante un espejo para que pueda contemplar lo que han hecho con ella, pero Nada no ve más que tristeza. Le da un vuelco el corazón cuando escucha los cláxones de los automóviles acercándose a su casa. Son seis taxis negros adornados con cintas de colores y ristras de lucecitas intermitentes iguales que las de los árboles de navidad. Recorren el callejón muy despacio, en procesión, entre dos filas de vecinos. Los seis coches se detienen ante el portón de madera de la casa, abren sus puertas y empiezan a vomitar familiares del novio. Algunas mujeres muy gordas taponan las salidas y tienen que ser ayudadas desde fuera y empujadas desde dentro para poder apearse y dejar el paso expedito.
        El novio viene en el automóvil que encabeza el cortejo. Baja de él y parece un gorila disfrazado para algún espectáculo circense con un traje negro de raya diplomática y una pajarita roja. Saluda a la concurrencia de manera pomposa y responde a los aplausos y albórbolas con torpes reverencias. Mueve su corpachón con esfuerzo y, tras conseguir subir el escalón del portal, se gira hinchado hacia la calle para que le hagan unas cuantas fotografías con flash. Hay quienes no pierden de vista ni por un instante su boca para comprobar si en estos momentos cruciales continúa mascullando incesantemente las aleyas del Corán, y los que descubren que así lo hace no pueden contener sus risas. Este es un día feliz para él, más aún que en el que ganó el diploma de recitación del  Sagrado Corán. ¿Cuánto tiempo ha tenido que esperar para que esto ocurriera?
        Se había propuesto conseguirla desde el primer momento en que, siendo todavía una niña, la vio corretear por la azotea entre la ropa tendida. Era su forma de moverse, el largo cabello negro flameando al viento y su olor, que podía olfatear desde lejos, lo que lo excitaba hasta no poder más. Han sido muchos años de espera. Ha visto, a distancia, endurecerse sus muslos, brotar sus pechos y florecer su pubis. No ha habido ni un solo día que no haya deseado poseer su cuerpo y ahora lo tiene al alcance de sus manos, está a punto de ser suya. La tendrá en su cama, le enseñará a sentir el placer como lo siente él y ya no podrá desear otra cosa en su vida más que estar con él.
        Nada está de pie a la puerta de su cuarto esperando a que vengan a por ella. La han vestido con la tkchita blanca que ha enviado el novio. Es el último de los siete vestidos de boda. No le quedan apenas esperanzas, este es el color con el que la novia pasa a otra vida, a otra casa, a otro mundo, y es también el color de las mortajas. A Nada le tiemblan las piernas, de un momento a otro los escalones de madera le avisarán con sus crujidos de la llegada de Ibrahim, lento, pesado, pero implacable.
        Ya casi no queda tiempo, mira  a su alrededor como para buscar a alguien que la ayude y piensa que la última en hacerlo sería su madre. Ni siquiera ha aparecido en toda la tarde, debe de estar por ahí, ocultando su vergüenza por haberla entregado a un hombre que la hará morir de pena. Pero qué otra cosa se podía esperar de una mujer para la que el amor no ha existido nunca, ni aun por su hija, para la que la única obsesión de su vida ha sido escalar algunos puestos en la sociedad y disimular su frustración por pertenecer a una clase modesta. No fue feliz nada más que en la casa de al-Bagdady, cuando se hacía la ilusión de pertenecer a una familia de la alta sociedad. En aquella casa aprendió a despreciar a los humildes y desde entonces, por tanto, se desprecia a sí misma
        Imagina ahora que estás en su lugar, que eres esa chica de catorce o quince años que ama la libertad, que anhela vivir en un lugar en el que pueda ir en vaqueros por la calle y sentarse en la terraza de una cafetería con los amigos. Imagina que van a casarte a la fuerza con un desconocido que te resulta repulsivo nada más verlo, un hombre que tal vez te deje encerrada en la casa para el resto de tu vida. Puede hacerlo.
¿Qué emociones sentirías en ese momento?
¿Temor? ¿Espanto? ¿Rabia? ¿Ira? ¿Odio? ¿Tristeza? ¿Angustia?  ¿Desolación?
¿Y qué harías tú, de ser ella?
¿Intentarías escapar a no se sabe dónde en ese mismo instante? ¿Cómo lo harías?
¿Esperarías una oportunidad mejor para huir?
¿Pero cuándo?
¿O  tal vez te resignarías para siempre?
Eso es lo que tiene que hacer el escritor: Ser cada uno de sus personajes, sentir lo que ellos sienten, actuar como ellos actuarían. Tiene, por tanto, que vivir una vida como la de Nada. Pero también como la de Ibrahin, el novio repulsivo. Tiene que meterse dentro de él, y decidir si lo que siente por Nada es pasión, deseo de posesión, amor, desprecio, indiferencia o cualquier otro sentimiento, y tiene, además, que resolver lo que va a hacer con ella después de la boda.
¿No es pues emocionante escribir una novela?
¿No has de experimentar emociones que serían inimaginables en tu vida real?
Y lo mismo que en el caso de estos dos personajes, en otras ocasiones, te puedes ver obligado a convertirte en un jugador de póquer, en una cantante de rock, en un lama tibetano, en un poeta de la corte de Abderramán III, en un habitante de Arkat 326, o en un buitre con sentimientos humanos.
Seguramente os preguntareis: ¿Y de dónde saca el autor todas esas emociones?
En primer lugar de sí mismo, de su propia experiencia. Y para ello tiene que explorar en su interior. Sumergirse en él mismo como un buzo en busca de sensaciones perdidas en el inmenso océano del olvido. Ha de remover su conciencia y sus sueños para rescatar sentimientos enterrados desde hace mucho tiempo bajo la arena de los fondos marinos, ocultos por deplorables, por dolorosos o por inútiles. Ha de indagar, por ejemplo, en su infancia, en aquel niño que te parece que ya no eres tú.
Porque no estamos acostumbrados a observarnos a nosotros mismos, a mirar hacia dentro, pero si lo hiciéramos, advertiríamos que por nuestro interior pasan los sentimientos y las emociones más insospechados. Aunque sea fugazmente o en las pesadillas, alguna vez nos hemos sentido morir o hemos matado, en alguna ocasión hemos atravesado el desierto y en otras  hemos volado a través del cielo. Lo que no hemos vivido, lo hemos soñado o imaginado, si es que soñar e imaginar no fuese también vivir.
 Y ese es el segundo lugar en donde el escritor tiene que buscar las emociones que den vida a sus personajes: en la imaginación.
   La capacidad de imaginar es una facultad extraordinaria de la mente humana, no sé si de alguna manera otros seres vivos también la tienen. Pero nosotros, los humanos, poseemos esa capacidad, que no nos preocupamos suficientemente de desarrollar, por medio de la cual podemos vivir con el pensamiento situaciones que tal vez nos emocionen más que las ocurridas en lo que llamamos realidad. Y digo lo que llamamos realidad, porque desde mi punto de vista lo imaginario es absolutamente real, es decir, lo que experimentamos mediante el espíritu es tan real como lo que vivimos a través del cuerpo. Por tanto, para mi, realidad  y fantasía no son antónimos.
  ¿Quién no se ha aterrorizado en una habitación oscura pensando en seres inexistentes y ha llegado a temblar de miedo? ¿Quién no se ha despertado espantado por los espectros de una pesadilla? ¿Alguna vez, lo que denominamos realidad os ha hecho pasar momentos de pánico tan terribles como lo que llamamos imaginario?
¿Quién no ha gozado tanto con la espera como con el encuentro? ¿Quién no ha sido tan feliz con el recuerdo como con el suceso recordado?
Y, en fin. ¿No vivimos nuestras vidas, a excepción del más estricto presente, a través de la imaginación? Todo nuestro pasado es recuerdo, es decir ilusión de lo que ya no existe. Y el futuro, pura ficción. ¿Cuánto tiempo tardaríais en contar vuestra vida, vuestra vida entera? ¿No sería, quizá, el tiempo de la lectura de una novela o una obra de teatro?
El poder de la imaginación es enorme. Y tiene, desde mi punto de vista, dos formas: la recreación y la creación. Ambas son potentes recursos del escritor de ficción.
Recreación es traer a la memoria hechos vividos, es decir, volver a vivirlos mentalmente. ¿Con qué finalidad? Pues para extraer de ellos experiencias aplicables a la historia que estás contando. Por ejemplo: si uno de tus personajes se empeña (porque ellos tienen vida propia) en pasar una fría noche bajo las estrellas, tu tendrás que revivir con la mayor intensidad posible una experiencia similar para trasmitirle a él, que nunca la ha vivido, la manera en que palpitan los astros, cómo es el sonido de los grillos y del búho, a qué huele el frío húmedo del río, en que forma se apodera de ti el sueño, a qué se parece la luna en cuarto menguante, qué se siente cuando uno despierta al mismo tiempo que el sol comienza a despuntar por las cumbres lejanas.
Pero nuestras experiencias son ínfimas en relación a lo que tenemos que contar, por eso recurrimos también a la creación.
La palabra creación, en este caso literaria, me parece demasiado enfática, se quiere expresar con ella un acto sublime, grandioso, y desde mi punto de vista crear es algo más sencillo. Se trata tan sólo de cambiar las cosas de lugar o de mezclarlas de otra forma. Si yo primero imagino y luego describo una situación en la que uno de los alumnos de este curso entra en la sala con un cocodrilo atado de una cuerda, como si fuera su mascota, no estoy inventando al alumno, ni al cocodrilo, ni la reacción que tendríamos los demás participantes, únicamente estoy creando una nueva situación combinando de manera absurda elementos sacados de su contexto.
Por tanto, la creación no es sublime en sí, lo que si es sublime, son algunas formas de creación que adquieren una belleza extraordinaria.   
Por último tengo que referirme a la documentación. Esta es otra fuente imprescindible para el escritor. E igual que no se debe  de narrar lo que no se siente, tampoco se debe de hacer sobre lo que no se conoce bien. Esa falta de sinceridad, la de escribir sin emoción y sin ideas, se transmite al lector, causándole una profunda decepción.
Además de la vida real, la principal fuente de ideas de un autor, creo que es la literatura. En ella puede asomarse a universos fantásticos creados por otros narradores, puede conocer personajes inauditos, paisajes insospechados, acontecimientos y peripecias asombrosos, que jamás sospecharíamos en nuestro mundo de realidades tangibles.
Yo tendría 8 ó 9 años cuando mi padre me leyó El Quijote. Me recuerdo a mí mismo sentado junto a él, sumergido en ese mundo fantasmagórico que salía de una vieja edición, de principios del siglo XX, con ilustraciones de Gustave Doré. Recuerdo la impaciencia con que noche tras noche esperaba colarme en ese universo de princesas quiméricas, gigantes inexistentes y malévolos encantadores, de la mano de la locura de Don Quijote. Pero lo que más me impactó, lo que hizo que los, aún débiles, cimientos de mi pensamiento se tambalearan como movidos por un seísmo, fue, que de repente, sin que yo jamás lo hubiera imaginado, en ese mundo totalmente ficticio, irreal, entrase el autor, Cervantes, y que por demás, encontrara en un mercado de Toledo unos cartapacios de un historiador árabe, Cide Hamete Benengeli, que contaban la misma historia de Don Quijote que él estaba narrando en su novela.
¿Cómo era posible que la realidad entrase en un mundo que no le correspondía? ¿Cómo un personaje de verdad, del mundo real, podía haber penetrado en el otro mundo de la ficción? ¿Cómo es que había dos autores del Quijote, y ahora el real parecía ficticio y el ficticio real? Yo pensaba que esos dos universos, realidad y ficción, debían estar separados por completo por barreras infranqueables, y que sería del todo imposible pasar del uno al otro. ¿De qué manera Cervantes había conseguido entrar en ese espacio reservado a las entelequias? Y después de esto, me asaltó una idea aún más desconcertante: Si un personaje de verdad puede pasar al mundo de la fantasía, un personaje fantástico podrá también llegar de alguna forma al mundo de lo real.
Estas reflexiones cayeron en el olvido durante cerca de cuarenta años, y no fui yo, sino Baltasar Alfaya, un personaje de mi primera novela Las puertas del desierto, el que las rescató del fondo de mi memoria.
Gracias a aquellas lecturas del Quijote y a la contemplación de las láminas de Doré, seguramente, sin yo saberlo, los personajes de mi novela, Las puertas del desierto, se mueven siempre sobre la imprecisa línea que separa la realidad de la ficción y pasan constantemente de la una a la otra sin saber a cual de ellas pertenecen. Después de tanto tiempo y de escribir la novela me he dado cuenta de que estas dos realidades no están apenas separadas.  
La otra inspiración  de Las puertas del desierto se debe a la emoción que me causó la lectura de un poema de Jorge Luis Borges, del que voy a leer unos versos que condensan el espíritu de la novela y que sugieren  su título.
Antes de entrar en el desierto
los soldados bebieron largamente el agua de la cisterna
Hierón derramó en la tierra
el agua de su cántaro y dijo:
Si hemos de entrar en el desierto,
ya estoy en el desierto,
si la sed va a abrasarme,
que ya me abrase.
        Si el escritor ambienta su narración en una época o una cultura que no son las suyas y en las que él no ha habitado jamás, la tarea de documentación es primordial, si es que quiere transmitir esa sensación de verosimilitud imprescindible para que el lector viva el relato como si estuviera inmerso en él, como si fuera uno más de sus personajes.
        En el caso de Las puertas del desierto la acción se desarrolla fundamentalmente en el mundo islámico actual. Sus personajes principales son musulmanes de países árabes y españoles conversos al Islam. Y como autor tengo que reproducir, con la mayor autenticidad posible, los ambientes que se describen en la novela. Por ejemplo: la vida y las costumbres de una familia musulmana, la atmósfera en una pequeña ciudad árabe, la constitución y el desarrollo de la comunidad de musulmanes de  Granada, los grupos islamistas que pudieran llevar a cabo una acción durante la Conferencia de Paz para Oriente Próximo que tuvo lugar en 1991 en Madrid, etcétera.
        En muchos de estos aspectos es imposible la documentación bibliográfica y he tenido que recurrir a un trabajo de investigación de tipo etnográfico, en el que ya tenía experiencia previa.
        La etnografía tiene dos instrumentos básicos de investigación: La observación participante y la entrevista.
        La observación participante consiste en convivir durante un largo periodo de tiempo con los miembros de la comunidad objeto de estudio, meterse en su interior para analizarla y comprenderla mejor desde dentro. Este trabajo se completa con largas entrevistas en profundidad a muchos de los que, en antropología, se les llama participantes.
        Si antes denominé el hecho de escribir una novela con la palabra “emocionante”, ahora, el trabajo de investigación que a veces conlleva, lo resumiré con la palabra “interesante”. 
        En mi caso me ha supuesto conocer de cerca y vivir en mundos que hubiese ignorado por completo. He podido experimentar por mi mismo como es la vida de los musulmanes de Granada, conviviendo con ellos durante más de dos años y asistiendo a sus ritos. He podido saber como piensa y que desea una joven de un país árabe por medio de largas conversaciones con ella. Me han ocurrido sucesos curiosos y excitantes. Contaré uno de ellos:
        Uno de los acontecimientos centrales de la novela es el rapto de un constructor israelí por un grupo de islamistas relacionado con Hammas y Hezbola, durante la Conferencia de Paz de Madrid.
        Para preparar el secuestro me entrevisté con una persona que hasta ese momento había pertenecido a los Servicios Secretos del Ministerio de Defensa en su sección de Oriente Próximo.
        Vivía en Madrid, en un apartamento cercano al Retiro, y allí comenzó la entrevista. Me dijo que no me podía dar datos concretos y que únicamente hablaría de cuestiones generales.
        Le expuse mis ideas al respecto. En un principio yo había pensado que una persona adecuada para ser raptada podría ser el, en ese momento, Embajador de Israel en España, Ben Amin, que anteriormente había ocupado el cargo de ministro de exteriores israelí. Mi informante, una mujer de unos 45 años, me convenció de que los grupos islamistas en España no tenían capacidad suficiente para llevar a cabo esa acción (hablamos del año 1991). Y por tanto el objetivo tendría que ser alguien de menor relevancia. Un industrial por ejemplo. En Madrid hay muchos israelíes dedicados al negocio de la construcción.
        ¿Pero cómo hacerlo? Ella me acompañó a la sinagoga de Madrid, y me dijo que a la salida de la oración nocturna podría ser un buen momento. Estuvimos estudiando el terreno, parecía como si el rapto lo fuéramos a realizar nosotros mismos.
        La sinagoga está en la calle Santísima Trinidad, frente a Balmes, donde entonces se encontraba la sede del Comité Central del Partido Comunista, y da la casualidad de que el personaje de la novela que iba a realizar el secuestro (inspirado en una persona real que conocí en la comunidad musulmana de Granada)  era un converso al islám que había pertenecido con anterioridad al Partido Comunista de España.
         Estuvimos un buen rato observando los movimientos en torno a la sinagoga, planificando el rapto, hablando de la manera de actuar del Mosad.
        Eso fue un domingo por la tarde. Esa mima noche regresé a Granada y al levantarme al día siguiente, antes de ir a clase, me dispuse a escuchar los mensajes del contestador telefónico. Primero me sorprendió y luego me sobrecogió profundamente escuchar mi propia voz. No podía creerlo, pero mi conversación con la informante del los Servicios Secretos acerca de la planificación del rapto en la sinagoga de Madrid había sido grabada en mi propio contestador telefónico.
        No pude volver a contactar con esta persona, porque ese mismo día se marchaba para vivir en Alemania.
        Después de un par de horas de desconcierto e incertidumbre se me ocurrió pensar, tal vez para tranquilizarme un poco, que el teléfono móvil que guardaba en un bolsillo de la chaqueta que dejé colgada en una silla no muy lejos de dónde nos sentamos a planificar el supuesto rapto, se hubiera podido conectar con algún movimiento fortuito, eso ocurre a veces, y en ese caso habría efectuado una llamada al teléfono de mi casa de Granada y, puesto que no había nadie en ella, habría saltado el contestador automático. Esa podría ser una solución tranquilizadora, porque la verdad, saber que el Mosad o cualquier otro servicio secreto te ha vigilado, grabado y encima te envía la grabación a tu teléfono como aviso, para mí al menos resulta un poco inquietante. Pero consulté el menú de llamadas realizadas por mi móvil y no había ninguna a mi teléfono de Granada. Así que sigo sin saber qué ocurrió. 
        No pasa de ser un hecho anecdótico de los que me han ocurrido durante los trabajos de documentación, pero es ilustrativo de la intensidad con que se puede vivir la elaboración de una novela y de lo apasionante que puede ser escribirla. Por esa razón, cuando escucho decir a algunos autores que tienen que dejar su oficio durante un tiempo para poder vivir la vida, no los entiendo; porque muchas de las experiencias más intensas y ricas de mi existencia las he tenido preparando o escribiendo una novela. 
          Experiencias interesantes y emotivas que el escritor debe de saber transmitir a los lectores por medio de las palabras. Si lo consigue, es posible que haya escrito una buena novela, o al menos habrá disfrutado escribiéndola.

ELISEO FERNÁNDEZ CUESTA



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Eliseo Fernández Cuesta nació en 1952 en Baeza, aunque pasó su infancia y adolescencia en Úbeda. Estudió Geografía e Historia en la Universidad de Granada y de 1975 a 1978 impartió clases en Cádiz, en esta época fue también miembro del PCE. En la actualidad es catedrático de Geografía e Historia en un instituto de Granada. Además de la docencia, su actividad ha estado dirigida fundamentalmente hacia la investigación en el campo de la Antropología Social y Cultural y más recientemente hacia la literatura. Integrado en el grupo de investigación "Laboratorio de Antropología Cultural" de la Universidad de Granada, ha realizado estudios en relación a fiestas populares, curanderismo y conversos al islam. En el año 2000 inicia su actividad literaria con la novela Las puertas del desierto, premio Genil en 2006.