'CUANDO LOS PÁJAROS', DE ROSA ROMOJARO

Fotografía del acto de entrega del Premio Internacional de Poesía "Antonio Machado en Baeza" a Rosa Romojaro (Paraninfo de la Antigua Universidad de Baeza, IES "Stma. Trinidad", 23 de noviembre de 2010)


El nombre de Rosa Romojaro viene a enriquecer la lista de los catorce poetas que han ganado el Premio Internacional de Poesía “Antonio Machado en Baeza” hasta el momento presente y es el sexto nombre de mujer que, con todo derecho, se alza con esta distinción, añadiendo su libro titulado Cuando los pájaros a los que en su día premiamos y que no me resisto a dejar de recordar: Todos los santos, de José Fernández de la Sota; Catulinarias, de Arturo Dávila; La latitud de los caballos, de Juan Vicente Piqueras; Tiempo, de María Maizkurrena; Al sur de todo mapa, de Javier Cánaves; El oro de los sueños, de Francisco Ruiz Noguera; Horizonte o frontera, de Eduardo García; No he visto lo que he visto. Epistolario apócrifo; de Virgilio Cara; Noche, de Francisco Álvarez Velasco; El áspid, la manzana, de Rosaura Álvarez; Rostros, de Ana Isabel Conejo; Ningún mensaje nuevo, de Irene Sánchez Carrón; y Croniria, de Raquel Lanseros. Y al mismo tiempo se ha ganado el derecho de que su nombre quede vinculado al de Antonio Machado, el poeta que recaló en nuestra ciudad hace ahora justo 98 años con el alma rota y en la que escribiría un puñado de poemas memorables que puso a Baeza en la geografía lírica de nuestra lengua.
Pues bien, me alegro de que haya sido así porque he de decir que este Cuando los pájaros no viene de la nada, sino que es resultado de un decir poético que se remonta a los años ochenta con libros como los titulados Secreta escala (1983), Funambulares mar (1985), Agua de luna (1986), La ciudad fronteriza (1987), Poemas sobre escribir un poema y otro poema (1999), Zona de varada (2001) y Poemas de Teresa Hassler (fragmentos y ceniza) (2006). Todos ellos, incoativos unos y maduros otros, con sus diferencias de argumento y anécdota poéticos y especificidades estéticas, han venido describiendo una trayectoria cuyos más esenciales rasgos a decir de la crítica podrían ser: depurado y preciso decir poético, gran conciencia y medida contención en la elaboración del poema, profundo conocimiento de la tradición poética, sabia emulación y hábil juego de intertextualidades y mucha verdad de sentimiento y vida con la que crear  el universo del poema, universo con el que antes sorprende que halaga al lector. Este perfil poético es el que a la postre pareció dibujar el jurado cuando quiso destacar del libro que aquí y ahora se presenta lo siguiente, tal como quedó recogido en el acta:

El jurado destaca de este libro el mesurado decir, el frecuente distanciamiento del yo poético o personal, su inserción en la tradición del verso libre muy musical con algunas muestras de verso medido que refuerzan los valores expresivos del resto del libro, donde se pone de relieve la palabra como elemento de salvación, a la vez que reiteran determinados símbolos (pájaros, el mar) que adquieren distinto significado de acuerdo con la situación que cada texto plantea.
             
            En efecto, el jurado supo valorar un libro que, dividido en dos partes, “Vuelos” y “El valle”, y con poco más de veinte poemas, constituye un estremecedor ejercicio de hondo y depurado lirismo en el que, desde la madurez poética y vital, su autora ya manifiesta con serena voz baja su conciencia del tiempo y de su paso, esto es, su posición frente a lo que queda y a lo acabado como en “Entrega”; ya mira fuera para verse dentro dejando los instantes y su conciencia atrapados en el ámbar de los poemas que nutren una suerte de geografía lírica de anocheceres, de mares, de luces, de pájaros, de árboles, de paisajes de exterior y de interior; ya da rienda suelta, sin apenas gesticulación, de manera sencilla y profunda, a su sentimiento frente a la muerte ajena como en “Cajas negras” y “El mal”; ya se afana en nombrar poéticamente la quietud como en “El valle” o de hurgar con palabras de ida y vuelta en las galerías de la conciencia (“El bien”) o en delimitar en qué consiste, sin adjetivos, la pena en “Descripción de una pena como remedio para aliviarla”; ya piensa metapoéticamente en las palabras y en la forma que en ellas, con ellas y a través de ellas somos (“La cita”); ya nombra el espacio de la página y sus accidentes verbales y gráficos (“Una ciudad, la página”); ya da cuenta, como en el poema “Estaciones”, de la conciencia del final mediante imágenes de larga tradición ahora redibujadas. Y todo ello sin que falten poemas que, a partir del mundo referencial de un vuelo desde su principio a su fin, constituyen un ejercicio de inteligencia creadora donde experiencia vital, realidad percibida, sentimiento amoroso y simbología cultural se abrazan en el haz de sus seis partes para crear un efecto de plenitud.
            Esta es la esencial voz poética que ha elaborado desde su humana condición un mundo de belleza verbal para nosotros, los lectores, y que hoy llena este espacio académico donde sonaron conceptuales poemas barrocos allá por el siglo XVII, un espacio de una ciudad, esta machadiana Baeza otoñal, que pareciera haber sido hecha para la poesía.

ANTONIO CHICHARRO

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Texto de la intervención en el acto de entrega del premio y presentación del poemario.