FIRMA INVITADA: ANTONIO CHECA LECHUGA

ENTRE CULTURAS

La niebla, como lamiendo mansamente las paredes de las casas, sustraía de su hechizo un hilo de luz promovido por el tenue resplandor de una bombilla. La Catedral, de donde he salido buscando la tumba de un antepasado mío llamado Cristóbal Lechuga, la miro en su exterior como la raíz de un  pueblo soñado muy lejano de mi tierra, y su ornamentada pared, se me aparecía entre una acacia mediana y un ciprés confuso con una delgada imagen entre una lonja de triple acceso a un templo múltiple en ejecutores del mismo. Un relieve  con la Natividad de la Virgen, se oculta a mis ojos por la neblina imprecisa a sus definiciones. El arco de una fuente insonora se antepone   al esplendor de un edifico  al que he venido a un curso de Humanidades. El cuadrilátero de otro edificio llamado Casas Consistoriales en una desgraciada decaída, podía dar en cualquier  momento un sobresalto a la tarde, emanando de él: espadachines que blandiesen sus espadas para un eco sonoro de un tiempo perdido y un presente en el más anónimo de los silencios, o, por el contrario, las voces esplendorosas de unos Seises que cantasen el triduo de un pasado impreciso, entonando los cánticos  de un baile catedralicio en el átomo de misterio de la idiosincrasia del hombre. La piedra, (materia principal de tan impresionante conjunto) desgarra un color naranja mate que destrona al derruido ocre de otros colores perdidos. Allí, en esa tarde donde alguna golondrina me había imitado en el camino de andadura oceánica, dejaba aparecer su vuelo como intentando esquivar el tul de esa niebla tan  llena de misterio, concebida, posiblemente, para el disfrute de esa tarde que, en mí, me hacía trasladarme al esplendor del Renacimiento, pero; también, al sosiego de una época donde el camino a recorrer la plenitud del presente, me permitía esa gran suerte de apreciar lo que ese pueblo había guardado para que yo lo disfrutase.
        Había venido de Universidad a Universidad. Mi tierra chilena me había concedido una beca para que compartiese mis conocimientos con otros universitarios en la Universidad Internacional de Andalucía, en la bellísima ciudad de Baeza. Al principio, el nombre apoteósico de Ciudad Patrimonio de la Humanidad, me retrotraía a mi ciudad: Valparaíso, con el mismo estímulo, allí las casas pintadas de colores entre azules rabiosos, naranja y amarillos, saltaban a los ojos y los cuerpos eran llevados a las altas calles colgadas de los cerros, recibiendo y soltando  ascensores pintorescos en los que viajar a través del desnivel  de la ciudad. En Valparaíso, estaba el lugar sagrado de la casa de Neruda que, visitada por amantes del poema y sus sensaciones, se desbordaban en el peregrinaje de ir a buscar su tumba a la Isla Negra donde descansa delante de las aguas de otro océano que busca otras latitudes. En Baeza, la inefable huella de D. Antonio Machado: naturaleza, historia y poesía.
        Yo pasaba mi adolescencia en uno de los sitios más bellos de la tierra: Viña del Mar (Chile) frente a Valparaíso donde la música del viento y la sobriedad de sus plantas arropan el emblemático castillo Wlff, el actual museo de la cosmopolita ciudad en la que uno puede perderse, para volver a nacer dentro de su belleza. Venía, Vengo de un sitio privilegiado, pero, hube de atravesar los Andes por los Gabrielitos para llegar a Mendoza ciudad de Argentina, y recoger de la Universidad de San Francisco a mi compañero de viaje. Mi vista, empapada de belleza, venía a un sitio vendido para su disfrute por la UNESCO y, después de pasar por Madrid con una rapidez no aconsejada para un estudiante universitario, me encuentro absorto en una niebla que se identifica con el tiempo, ese que abastece a las personas de Historia, sin comprender a priori qué sentido tenía tanto unidad de palacios y el retomado entresijo de calles estrechas trasportando del pasado un presente al que me aferro.
        Había pasado por la Puerta de la Luna y la Puerta del Perdón --asusté a un gato en su sosiego--, un tordo pasó por mi cabeza adentrándose en el misterio de esa plenitud donde aparece la piedra, la piedra y la piedra, pero también una aureola de incertidumbre al sentirte en otra dimensión, en otro espacio. Pude trazar en un cuaderno una puerta de madera y una ventana de hierro en la que parecía verse una mujer escondida, pero que no estaba allí en ese momento, era la idea de un pasado en el que un Islám lejano se besó por estos  rastros inconcisos para un profano. Pero me hicieron pensar que estaba inmerso en la historia del hombre.
        Pasé mi mente a Santiago de mi maravilloso Chile del que  partía, y recordé  la Iglesia de San Francisco, el Centro Cultural de Apoco, antiguo terminal de trenes y el palacio de Bellas Artes de mi ciudad. Miraba a mi alrededor y  me llegaba con mi memoria a la Universidad de la que parto, en la avenida del libertador Bernardo O`Higgins en la Alameda, junto al llamado cerro Huelén por los Mapuches, cambiado el nombre por el de Santa Lucía al ser conquistado por Pedro de Valdivia. Entonces he comprendido la valía de todo estos palacios y catedral de la Ciudad de Baeza: sitio en el que me encuentro, aquí, desde aquí nos dieron una cultura distinta a mis antiguos Mapuches, nos dieron una religión distinta, nos quitaron nuestra cultura y redujeron nuestra historia de miles de años a solamente quinientos, los mismos que esta maravillosa ciudad me ofrece en esta visita a la cultura universal del ser humano.
        Y entre la niebla, junto a esta tarde en la que miro mi paso por la tierra, penetraré en esa  Universidad a la que llego con la esperanza de que me enseñen parte de la humanidades a las que me quiero dedicar, pero, me he encontrado con un contador de historias, con una representación del teatro de la vida y un contenido arquitectónico en el que puedo mirar parte de mis raíces y las raíces de éstas raíces en la que está enmarcada la ciudad de Baeza. Miremos al cielo de la vida y apreciaremos la tierra de las susceptibilidades.
        Admirar la construcción social del ser humano es saber distinguir su vivencia en el tiempo. El mirar la piedra como instrumento y la geografía como unidad, es pararse a discernir en las mutaciones del pensamiento, pero también en las necesidades espirituales y culinarias de las culturas múltiples. Mi presencia en este pueblo lleva la influencia de la cultura expandida a través de esa escuela llamada Universidad, procedente de Universo. De él me hablarán ahí en ese bello palacio del que se desprende una bella y sencilla armonía donde resaltan los Vítores pintados sobre los sillares: rastro de culturas apegadas a las armas, pero inyectadas de posibilidades, e indispensables a otras culturas llamadas como en mi tierra a la impronta de sus habitantes.
        Cuando penetre en las aulas y las mentes lúcidas de profesores y alumnos debatan la idiosincrasia de la historia y el emblema sonoro de las voces se identifiquen en las apreciaciones de las conferencias, tendré en cuenta que la historia de la humanidad es la visión de culturas expandidas por el mundo, los apellidos, el mío en este caso, la raíz motriz de una trashumancia en busca de nuevos horizontes por aquellos que en el pasado buscaban historias nuevas y nuevos caminos de la tierra, pero sobre todo, la aspiración al conocimiento: ese es el motivo de mi   visita a la bella ciudad de Baeza, a esta Universidad que expande el conocimiento y en el que  yo, expondré el mío ya con distinta apreciación del momento de mi partida, ya soy otra persona en este espacio de tiempo y en este entorno en el que la niebla, me hace pensar más que la luz sublime de Andalucía, en ella veo la plenitud de una época, el desarrollo de una religiosidad que, como los Mapuches, asumieron por concisa orden de las órdenes religiosas, aquellas que crearon en menor medida, iglesias y conventos en las ciudades de Chile, de ese Chile hermoso del que  parto y al que llevaré la luminosidad armoniosa del pueblo de Baeza.
        …Y si acaso mi caminar sobre la tierra me llevase como el ave a cantar por otros horizontes, llevaré en mis alforjas este encuentro en Historia de las humanidades, de un pueblo aferrado a la historia del hombre.                      

                                                   Día uno de Abril de 2011

                                  ANTONIO CHECA LECHUGA