Fecha de envío: 05/06/2003
FUENTE: http://parnaseo.uv.es/lemir/Revista/Revista7/Romances.htm
Resumen:
El artículo resalta el valor
de los
romances fronterizos como documentos poéticos de la historia e
intrahistoria de
dos comunidades enfrentadas (la cristiana y la musulmana) en el reino de
Granada. Poetizan unos hechos históricos de los que se nutren con
frecuencia
las crónicas de la época, salpicados de escenas entrañables de la
intimidad de
los protagonistas. Poetas épicos anónimos cantan las tomas de ciudades
significativas del reino (Antequera, Álora, Alhama...), que constituirán
el
preludio de la toma de Granada. Al mismo tiempo los romances fronterizos
dan
cuenta de otros hechos de armas que se producían en la frontera, como
son las
correrías y los duelos de paladines.
Abstract:
The article stresses the value of the border romances as
poetic documents
of the history and intrahistory of two confronted communities (the
Christian
and the Muslim) in the kingdom of Granada. They poeticise some
historical facts
frequently nourish that period chronicles, sprinkled with warm scenes of
the
protagonists intimacy. Anonymous Epic poets sing the conquest of
outstanding
towns of the kingdom (Antequera, Álora, Alhama...) that will be the
prelude of
the conquest of Granada. At the same time the border romances they also
give
information of another armed conflicts that took place on the border,
such as
the adventures and the duels between paladins.
LOS
ROMANCES
FRONTERIZOS:
CRÓNICA
POÉTICA DE
LA RECONQUISTA GRANADINA
y
ANTOLOGÍA
DEL
ROMANCERO FRONTERIZO
“Los romances son
poemas
épico-líricos breves que se cantan al son de un instrumento, sea en
danzas
corales, sea en reuniones tenidas para recreo simplemente o para el
trabajo en
común”.[1] Se trata de composiciones
poéticas consistentes en tiradas de versos de dieciséis sílabas
monorrimos en
asonante,[2] que narran “con un estilo
propio una historia de interés general y que, por lo tanto, es retenida y
repetida por una parte de aquellos que la oyen, difundiéndose así en el
tiempo
y en el espacio. Esta repetición no es estática, sino dinámica, ya que
suele
presentar cambios que dan lugar a una notable gama de variaciones en los
diferentes textos de cada romance”,[3] que constituyen versiones del
mismo. Parece tener su origen en los cantares de gesta medievales, según
la
teoría de Menéndez Pidal, popularizados hacia el siglo XIV a través de
los
juglares, quienes facilitaron la fragmentación de los temas en su
divulgación
por las ciudades y pueblos de España. Efectivamente, los juglares
recitaban los
pasajes de los cantares de gesta que más gustaban a su auditorio,
deviniendo
esos fragmentos en relatos breves, con autonomía narrativa, aunque
desligados
del cuerpo narrativo a que pertenecían, por lo que no es raro encontrar
comienzos abruptos y finales truncos. Tal peculiaridad facilitó, sobre
todo en
los primeros tiempos, que la historia contada en el romance estuviera
abierta a
posibles soluciones, que cristalizaron generalmente en versiones
distintas del
mismo tema. Estos cantos épicos fueron conformando merced a su
popularidad el llamado
Romancero viejo o tradicional.
“La
producción de romances viejos se inicia
en la segunda mitad del siglo XIII y tiene su periodo de mayor actividad
desde
la segunda mitad del siglo XIV, hasta los dos decenios primeros del
XVI”.[4] Al mismo tiempo que se opera la
fragmentación de los cantares de gesta, surgen los primeros romances con
temática de la época, llamados por M. Pidal “noticieros”, siendo los más
característicos los que cuentan hechos acaecidos en el reinado de Pedro I
el
Cruel. Más adelante, hacia la segunda mitad del siglo XV, empiezan a
componerse
romances sobre temas novelescos, carolingios, bretones o tomados de las
baladas
divulgadas por Europa, dando lugar al vasto corpus poético que
constituye el Romancero español.
Entre los romances
noticieros sobresalen los llamados “fronterizos”, calificados por Milá y
Fontanals como “joya incomparable de la poesía en lengua castellana”.[5] Forman una crónica poética y
popular del avance de la Reconquista desde el último tercio del siglo
XIV y de
la difícil convivencia de moros y cristianos en los territorios de
frontera.
Frente a los romances viejos o tradicionales que surgieron de los
cantares de
gesta, esta nueva muestra de cantos épicos emerge de manera esporádica,
al
socaire de las correrías, algaradas, rebatos y saqueos de villas,
acontecidos
en territorios fronterizos con el reino de Granada. En ellos se acumulan
“instantáneas recogidas por el ojo sobresaltado del algarador, diálogos
vibrantes que más que referidos parecen escuchados, rápidas pinturas que
más
parecen vistas que descritas”,[6] bien porque así lo concibió el
poeta popular, bien porque el texto que conservamos es un fragmento
superviviente de un romance más extenso. “Los romances fronterizos no
mienten
nunca. Ninguna fábula propiamente tal ha entrado en ellos, de tantas
como
recargan nuestros anales de reinos y ciudades. Lo que suele haber es
confusión
de personas, lugares y tiempos, fácil de desembrollar casi siempre,
cuando se
tiene a mano el hilo conductor de la cronología histórica”.[7]
El
contenido de estos poemas populares
refleja la intrahistoria de las dos comunidades enfrentadas, “la
historia
personal de muchos fronteros con sus aciertos y sus errores, con sus
triunfos y
sus fracasos”,[8] poetizando unos hechos
históricos, de los que se nutren con frecuencia las crónicas de la
época. Lo
mismo que los cantares de gesta, los romances fronterizos tienen un
evidente
carácter histórico: hechos intranscendentes o personajes de significado
muy
secundario adquieren especial relieve cuando al testimonio de la
historia
unimos los relatos poéticos. Unas veces dan noticia del cerco o la toma
de una
ciudad (Baeza, Antequera, Álora...), otras se hacen eco de las correrías
por
territorio enemigo (romances de Fernandarias, de los caballeros de
Moclín,
Sayavedra...), otras recrean retazos de importantes hechos de armas
protagonizados por un héroe histórico o legendario (el Maestre de
Calatrava,
Albayaldos, Ponce de León...) y otras finalmente reflejan los duelos
habidos
entre moros y cristianos durante el asedio de Granada (Garcilaso de la
Vega) o
expresan la admiración que los castellanos sentían por la ciudad nazarí
(Abenámar).
En algunos de los
hechos de guerra contados estas crónicas poéticas populares conectan con
problemas políticos que se vivían en la frontera, como es el caso de los
romances que componen el ciclo de Pedro I. En otros casos se observa una
estrecha relación del juglar con familias nobles comprometidas con la
guerra de
Granada, las cuales desean verse inmortalizadas en los versos épicos del
romance. Así “los antañones apellidos castellanos viejos de los Lara,
Gustioz y
González, ceden el paso a los Fernández y Díaz, más humildes como
simples jefes
de escuderos, y los de Almanzor a los modestos Venegas, Reduán, Audalla,
y así
hasta un innominado rey de Granada cuyo beneficiario a la postre será el
Rey
Chiquito, de triste historia engrandecida por la leyenda.[9]
El auge de estos
cantos épicos
de frontera se iniciará a partir de la toma de Antequera por el infante
don
Fernando en 1410 y culminará con la conquista de Granada en 1492. Como
es
natural, muchos textos se han perdido, pero conservamos una variada
muestra de
ellos, que nos induce a pensar en el profundo arraigo que estos cantares
tuvieron entre las gentes que poblaban la frontera, a veces tan
difuminada, de
moros y cristianos.
1. Cerco y toma de ciudades
1.1. Baeza
El Romance
del cerco de Baeza,
es el más antiguo de todos los fronterizos, recogido por Argote de
Molina en su
libro Nobleza de Andalucía (Sevilla, 1588), el cual está
inspirado en el
sitio de dicha ciudad andaluza y es el único conservado del siglo XIV.
Pertenece al grupo de los que se difundieron sobre el rey don Pedro,
escritos
después de su muerte (1369) por los partidarios de don Enrique,
que
entonces gobernaban Baeza. Por razones de enemistad política don
Pedro
ayudó al rey granadino a poner cerco a la ciudad en 1368.
El
romance cuenta el cerco que
sufrió Baeza por las tropas del caudillo moro Audalla Mir, ayudado por
las
fuerzas del rey don Pedro, llamado despectivamente “el traidor de Pero
Gil”,[10]
como le decían sus enemigos, los partidarios de don Enrique:
Cercada tiene a
Baeza - ese arráez Audalla Mir
con ochenta mil
peones - caballeros cinco mil;
con él va ese
traidor, - el traidor de Pero Gil.
(vv. 1-3)
Gracias
a la heroica
intervención de Ruy Fernández, caballero principal y caudillo de los
escuderos,
fracasa el asalto a los muros:
Ruy Fernández
va delante, - aquese caudillo ardil,
arremete con
Audalla, - comiénzale de herir,
cortado le ha
la cabeza, - los demás dan a huir
(vv. 8-10)
El Romance
del asalto de
Baeza, más breve que el anterior y narrado desde la perspectiva
mora, es
una muestra palpable del fragmentismo de los romances fronterizos. Está
constituido
por una intervención del rey moro, instando a sus “moricos” a tomar
Baeza,
matar a los ancianos y someter a la juventud
Y los viejos y
las viejas - los meted todos a espada
y los mozos y
las mozas - los traed en cabalgada,
(vv. 3-4)
Ordena, además, que le lleven a
la hija de Pero Díaz, el defensor de la ciudad, para ser “su enamorada”,
encomendándole la acción al capitán Vanegas, personaje también
histórico,
apodado el tornadizo,[11] ya que él no levantaría
sospechas:
Id
vos, capitán
Vanegas, - porque venga más honrada,
porque,
enviándoos a vos, - no recelo en la
tornada
que
recibiréis
afrenta - ni cosa desaguisada.
(vv.7-9)
1.2. Antequera
La toma de Antequera
en 1410
tras varios meses de asedio tuvo especial resonancia entre los
castellanos por
ser “el más honroso triunfo que las armas cristianas lograron desde la
batalla
del Salado hasta la rendición de Granada”[12], no sólo por la importancia de
la villa conquistada y su valor estratégico, sino también por la heroica
resistencia de sus habitantes y los denodados esfuerzos militares y
diplomáticos que los granadinos hicieron para levantar el cerco. Después
de la
conquista, Antequera queda en situación de villa fronteriza, cuyos
pobladores
debían vivir en un continuo alerta, aunque esta circunstancia no impedía
los
contactos de moros y cristianos más allá de las algaradas y saqueos.
Los
poetas de fines del XV y del
XVI reflejan en sus romances el recuerdo de aquellos momentos heroicos,
ennobleciendo
la figura del moro derrotado, que relata con tristeza y dolor la pérdida
de su
tierra. Curiosamente todos los romances, excepto el del caballero de
Orbaneja,
cuentan la historia de la conquista de Antequera desde la perspectiva
del moro
perdedor. El esquema, que se repite con algunas variantes, es el
siguiente: 1)
un moro sale hacia Granada para informar al rey del asedio o de la toma
de
Antequera, 2) dolor que experimenta el rey al recibir la noticia y 3)
envío de
tropas contra los cristianos. En el Romance muy antiguo y viejo del
moro
alcaide de Antequera el emisario llega clamando desde Archidona :
- Si supieras,
el rey moro, - mi triste mensajería
mesarías tus
cabellos - y la tu barba vellida
(vv. 15-16)
hasta Granada, donde
encuentra
al rey en la Alhambra:
-¿Qué nuevas me
traes, el moro, - de Antequera esa mi villa?
- No te las
diré, el buen rey, - si no me otorgas la vida.
- Dímelas, el
moro viejo, - que otorgada te sería.
(vv. 24-26)
y le informa de la
trágica
situación de Antequera:
- Las nuevas
que, rey, sabrás - no son nuevas de alegría:
que ese infante
don Fernando - cercada tiene tu villa.
Muchos
caballeros suyos - la combaten cada día:
(vv. 27-30)
De día le dan
combate, - de noche hacen la mina;
los moros que
estaban dentro - cueros de vaca comían;
si no socorres,
el rey, - tu villa se perdería.
(vv.32-34)
Por
su parte el Romance del
moro de Antequera no termina aquí, sino que continúa
relatando la
severa reacción del rey ante la noticia: el envío de un potente ejército
contra
los cristianos, que resulta vencido en la batalla de la Boca del Asna,
tras la
cual comienza el asalto:
Después de
aquesta batalla - fue la villa combatida
con lombardas y
pertrechos, y con una gran bastida
con
que le
ganan las torres - de donde era defendida
(vv.49-51)
y la conquista de Antequera:[13]
Después
dieron
el castillo - los moros en pleitesía,
que
libres con
sus haciendas - el infante los pornía
en la
villa de
Archidona,- lo cual todo se cumplía.
Y así se ganó
Antequera - a loor de santa María.
(vv.52-55)
En el Romance de la
mañana de
San Juan se nos informa de la repercusión que tuvo en Granada la
noticia de
la conquista de Antequera. En la mañana de San Juan, cuando los
cortesanos
granadinos celebraban por la vega la fiesta, un viejo moro llegó a
Granada para
comunicar al rey la pérdida de Antequera:
Dando
voces
viene un moro - y mesándose la barba.
Como
antel Rey
fue llegado, - dijérale esta palabra:
- “con
tu
licencia, señor, - te diré una nueva mala:
que
ese infante
don Fernando - tiene Antequera ganada.
Han
muerto allí
muchos moros, - yo soy quien mejor librara,
[cuatro]
lanzadas
trayo,- que el cuerpo todo me pasan”.
(vv.
25-30)
Como se sabe,
Antequera fue
ganada en septiembre (el 16 la villa y el 24 el castillo), por ello
situar la
noticia de la conquista en el día de San Juan constituye un anacronismo
histórico, pero funciona como recurso literario. El sintagma “la mañana
de San
Juan” del primer verso, tan cargado de sugestiones festivas, marca el
escenario
donde el moro emisario revelará su mala nueva. Además esta introducción,
en la
que el poeta se recrea describiendo los cortejos amorosos y los ricos
vestidos
de caballeros y damas, como sucederá más tarde en los romances moriscos,
sirve
de contrapunto a la noticia del desastre anunciado por el mensajero.
Menéndez
Pidal llama la atención sobre el efecto artístico de hacer surgir la
noticia
después de la dilatada descripción “del festival bullicioso de la corte”
y
explica a continuación que “el poeta escoge el día de San Juan por ser
fiesta
muy señalada, que juntamente con los cristianos celebraban los moros, lo
mismo
en Oriente que en Andalucía”.[14] El rey reacciona con celeridad,
después que “la color se le mudara”, mandando hacer una correría por
tierras de
Alcalá la Real, de la que vuelven victoriosos a Granada. Esta acción le
reconforta, pero prosigue su dolor por la pérdida de Antequera:
Bien fue desto
el Rey contento, - mas Antequera lloraba,
que lo que el
Infante toma, - siempre bien lo conservaba,
que la gente de
Castilla - defiende muy bien la plaza.
(vv. 55-57)
Pérdida, a la que no
se resigna,
por lo que prepara tropas para reconquistar la plaza y nombra capitán a
Muley
Guadalpujarra, quien se compromete bajo juramento a recobrar la villa o a
morir
en su empeño:
Éste hizo un
juramento - y sobre el Alcorán jurara
de cobrar
presto Antequera, - y aun Córdoba la llana,
aprender a don
Fernando - o morir en la demanda.
(vv. 71-73)
El
fuerte impacto y la amarga
aflicción que supuso para los granadinos la toma de Antequera se
manifiesta en
algunos casos como arranque de un romance fronterizo, que evoluciona por
la
mitad a morisco. Así ocurre en el romance que Joan de Timoneda refundió
en su Rosa
de Amores, haciendo de él dos versiones, que continúan lo que
Menéndez
Pelayo consideraba el primitivo romance (los 24 primeros versos). En él
el rey
de Granada se lamenta de la pérdida de Antequera:
En Granada está
el rey moro - que no osa salir della.
De las torres
del Alhambra - mirando estaba la vega.
Miraba los sus
moricos - cómo corrían la tierra.
El semblante
tiene triste, - pensando está en Antequera.
De los sus ojos
llorando - destas palabras dijera:
- ¡Antequera,
villa mía, - oh, quien nunca te perdiera!
(vv. 1-6)
y desearía canjearla
por
Granada:
Si le pluguiese
al buen rey - hacer conmigo una trueca,
que le diese yo
a Granada - y me volviese Antequera.
(vv. 15-16)
El carácter épico se
trunca
estrepitosamente a partir del verso 19, adquiriendo un tono lírico
cuando el poeta
pone en boca del rey la causa por la que quiere canjear Granada por
Antequera:
no por el valor de la villa, sino porque en ella ha quedado su “morica”:[15]
No lo he yo por
la villa, - que Granada mejor era,
sino por una
morica - que estaba dentro della,
que en los días
de mi vida - yo no vi cosa más bella.
(vv. 19-21)
1.3. Álora
La muerte del
adelantado don
Diego de Rivera, acaecida en el cerco de Álora en 1434, recogida en la Crónica
de
Juan II, sirve de tema para el romance que comienza Álora la
bien
cercada, calificado de “verdadero y antiguo” en un pliego suelto de
la
biblioteca de Praga. De él se hace eco Juan de Mena en el Laberinto
de
Fortuna (estrofa 190, dedicada al Adelantado):
Aquel que tú vees con la
saetada,
que
nunca más faze
mudança del gesto,
mas
por virtud
de morir tan honesto
dexa
su sangre
tan bien derramada
sobre la
villa
non poco cantada,
el
adelantado
Diego de Ribera
es, el
que fizo
la vuestra frontera
tender
las sus
faldas más contra Granada
El romance debió de
componerse
poco tiempo después del hecho histórico y probablemente fuera más
extenso y
pormenorizado; incluso podían haberse realizado varias versiones del
mismo
hecho como parece desprenderse del verso 5 de la estrofa del Laberinto.
El
romance, que por su distribución temática y dinamismo, constituye un
buen
ejemplo de romance fronterizo, comienza con un apóstrofe, mediante el
cual el
poeta (que participó o finge haber participado en los hechos que relata)
en
cuatro versos recrea para sus oyentes la situación de Álora con una
economía de
medios admirable: hace referencia a lo ocurrido (el cerco de la villa),
al
protagonista (el Adelantado) y a los medios empleados (peones y hombres
de
armas más la imprescindible artillería).
Continúa el relato el
que podíamos
llamar narrador cronista, el cual ofrece al auditorio una panorámica del
bullir
intranquilo y temeroso de los habitantes de la villa por medio de la
forma
verbal “viérades”, una de las fórmulas épicas empleadas para testimoniar
la
veracidad de lo narrado:
Viérades moros
y moras - todos huir al castillo:
las moras
llevaban la ropa, - los moros harina y
trigo,
y las moras de
quince años - llevaban el oro fino
y los moricos
pequeños - llevaban la pasa e higo
(vv. 5-8)
El aedo retoma de
nuevo la narración
para contar lo que constituye el motivo central del romance: la muerte
del
Adelantado por una saeta enemiga, como resultado de una trampa tendida
por un
moro apostado entre almena y almena, que llama a voces al Adelantado:
-¡Treguas,
treguas, adelantado, - por tuyo se da el castillo!-
(v. 13)
y de la imprudencia
del
castellano, el cual
Alza la visera
arriba - por ver el que tal le dijo;
asestárale a la
frente, - salido le ha al colodrillo.
(vv. 14-15)
A pesar de los
esfuerzos realizados
por sus criados Pablo y Jacobillo, que le prestaron los primeros
auxilios antes
de llevarlo al médico, el Adelantado muere:
A las primeras
palabras - el testamento les dijo.
(v. 19)
1.4. Alhama
La
serie de romances dedicados a
la conquista de Granada se inicia con el Romance de la pérdida de
Alhama,
de marcado tono elegíaco. Muy divulgado en su tiempo, conservamos de él
varias
versiones, y Ginés Pérez de Hita presentó dos distintas en su libro Guerras
civiles
de Granada (1595): una, la más poética, que cuenta con el
estribillo cada dos versos “¡Ay de mi Alhama!” y otra sin estribillo.
Creía
Pérez de Hita que este romance había sido escrito originalmente en
arábigo y
traducido posteriormente al castellano. Así lo entendieron los eruditos
Milá y Fontanals
y Menéndez Pelayo, pero más tarde Menéndez Pidal[16]
demostró que fue escrito en castellano, pero desde una óptica mora, como
ocurrió con otros muchos: “Desde antiguo revelan los romances influjo, a
veces
muy fuerte, de ideas y sentimientos moros, simpatía al pueblo enemigo,
pero no
traducción de originales árabes”.[17]
El
romance refleja la conmoción
que produjo en el rey de Granada la pérdida de una plaza tan importante y
tan
cercana a la capital nazarí. En 1482 las tropas de los Reyes Católicos,
capitaneadas
por Rodrigo Ponce de León, marqués de Cádiz, tomaron la villa de Alhama,
lo que
constituyó sin duda un duro golpe para la monarquía granadina. El rey
granadino
Muley Abul Hasan (1466-1485), trató sin éxito de recuperar la plaza,
pues eran
conscientes de que a partir de esa conquista los castellanos tenían
allanado el
camino para el asalto a la capital del reino.
El
texto poético, que cada dos
versos hace caer como lúgubre son de campana el estribillo “Ay de mi
Alhama”,
se abre con la airada reacción del rey granadino al conocer la pérdida
de
Alhama cuando paseaba tranquilamente:
Cartas le
fueron venidas - que Alhama era ganada.
Las cartas echó
en el fuego, - y al mensajero matara.
(vv. 3-4)
Sin
pérdida de tiempo (“descabalga
de una mula y en un caballo cabalga”) se dirige a la Alhambra para
convocar
urgentemente a sus vasallos al toque de trompeta y al son de tambores de
guerra:
Los moros, que
el son oyeron - que al sangriento Marte llama,
uno a uno y dos
a dos - juntado se ha gran batalla
(vv. 11-12)
Después que el soberano les
informa de la caída de Alhama, un venerable alfaquí, “de barba crecida y
cana”,
lo anatematiza, culpándole de la derrota por haber tomado partido por
los
cegríes, “tornadizos de Córdoba”, contra los abencerrajes, “que eran la
flor de
Granada”, durante la guerra civil que enfrentó a ambos bandos. La dura
imprecación del alfaquí culmina en una acerada maldición:
Por
eso
mereces, rey, - una pena muy doblada:
que te
pierdas
tú y el reino, - y aquí se pierda Granada.
(vv.
21-22)
En la versión sin
estribillo,
mucho más prosaica, finaliza el romance con una apología de los
vencedores, don
Rodrigo de León y Martín Galindo, “que primero echó el escala”, y con la
frustración
del rey, que regresa a Granada triste y abatido, después de haber
intentado sin
éxito recobrar Alhama:
De que
el rey
no pudo más, - triste se volvió a Granada.
(v.26)
Completan la materia
de Alhama
dos breves romances fragmentarios, desgajados sin duda de otro más
extenso, con
asonantes uno en ía (“Moro alcaide, Moro alcaide,- el de la barba
vellida”) y el otro en áa (“Moro alcaide, moro alcaide,- el de la
vellida barba”). En estos romances-escena se trata la pérdida de Alhama
mostrando la intrahistoria de la contienda, el lado personal y humano de
uno de
los protagonistas de la guerra, el alcaide de la villa. El rey manda
prender al
alcaide para exigirle responsabilidades por haber estado ausente el día
que
Alhama fue tomada por los castellanos. En su descargo el alcaide
responde que
tuvo que irse a Ronda a la boda de una prima, pero que dejó bien
guardada la
villa:
Yo dejé cobro
en Alhama, - el mejor que yo podía.
(v.6)
Por último
profundamente
enfadado, le espeta al mensajero que su dolor no es más pequeño que el
del rey,
pues
Si el rey perdió su ciudad - yo perdí cuanto tenía:
perdí mi mujer
y hijos, - la cosa que más quería.
(vv. 7-8)
1.5. Baza
Importa
por su frescura y vigor
el Romance del cerco de Baza, conservado en el Cancionero
Musical de
los siglos XV y XVI de Barbieri. “Debió de ser compuesto entre
septiembre y
octubre de 1489, cuando el Rey ordenó hacer, en vez de tiendas de
campaña,
casas de tapia y teja para resistir la invernada durante el cerco, y ese
romance se cantaría en las grandes fiestas y músicas con que la Reina
fue
recibida en el campamento el 5 de noviembre”.[18]
Con ese tipo de campamento los Reyes Católicos querían dar a entender a
los
moros que no se moverían de allí hasta que Baza cayera en sus manos.
Esta firme
actitud colaboró a la rendición de la ciudad, que se entregó a los
castellanos
el 4 de diciembre de 1489.
El
texto que conservamos es un
fragmento desprendido del original más extenso y es un ejemplo más de
romance-escena.
Consta de dos partes, la primera narrativa (vv. 1-5) y la segunda
dialogada
(vv. 6-13).
La
parte narrativa nos presenta
desde el punto de vista cristiano al rey don Fernando mirando la ciudad
cercada:
Sobre Baza
estaba el rey, - lunes después de yantar
(v. 1)
En los cuatro versos
siguientes
el narrador enumera lo que tiene ante su vista, desde lo más próximo a
lo más
lejano (“las ricas tiendas del real”, “las huertas grandes”, “el
arrabal”, “el
adarve fuerte” y “las torres espesas”), valiéndose del recurso de la
anáfora
(“miraba”), tan extendido en el romancero viejo.
En
la parte dialogada un moro
intenta disuadir al rey castellano de que levante el cerco:
que los
fríos
de esta tierra - no los podrás comportar.
(v.8)
Por si el frío no hace
cambiar
de opinión a don Fernando, el moro le manifiesta su capacidad de
aguantar:
Pan tenemos por
diez años, - mil vacas para salar;
(v. 9)
y su firme disposición
a la
defensa
veinte mil
moros hay dentro,- todos de armas tomar;
ochocientos de
a caballo - para el escaramuzar;
siete caudillos
tenemos - tan buenos como Roldán,
y juramento
tienen hecho - antes morir que se dar.
(vv.10-13)
2. Correrías de
frontera
Los saqueos, golpes de
mano y
demás ataques por sorpresa llevados a cabo en territorio fronterizo,
tanto por
cristianos como por moros, eran una práctica habitual en los años de la
guerra
fronteriza, motivados por afán de riqueza, deseos de venganza o de
atemorizar a
la población vecina a fin de tenerlos pacificados. Todos estos ataques
sorpresivos, protagonizados por fronteros arrojados y ambiciosos (muchas
veces
imprudentes y temerarios) finalizan con éxito o con fracaso y originan
con
frecuencia romances, en los que se cuenta aquel suceso protagonizado por
un
alcaide o por un jefe de frontera. Su carácter noticiero a veces sirve a
las
crónicas de fuente de información, aunque también hay muchos casos en
los que
el romance pone en verso rimado el texto de la crónica o el poeta echa
mano de
ella para componer algún pasaje oscuro de la historia.
2.1. Fernandarias
Uno
de los primeros romances que
relata una historia de correrías es el Romance de Fernandarias,
el cual,
según Menéndez Pelayo[19]
es una paráfrasis de la Crónica de Juan II, pero Milá y Fontanals
y
posteriormente Menéndez Pidal[20]
han demostrado lo contrario, es decir, que la crónica acude al romance
como
fuente de información. El texto cuenta la venganza de Fernán Arias
Saavedra,
alcaide de Cañete la Real, por la muerte de su hijo Fernando a manos de
los
moros, acaecida en una correría por Setenil, realizada de forma
irreflexiva y
temeraria cuando sustituía a su padre al mando de la plaza. Comienza con
un
apóstrofe, en el que se resume lo sucedido, es decir, la muerte del
imprudente
hijo en una incursión contra los moros:
Buen alcaide de
Cañete, - mal consejo habéis tomado:
en correr a
Setenil - hacho se había voluntario.
¡Harto hace el
caballero - que guarda lo encomendado!
Pensasteis
correr seguro - y celada os han armado.
(vv. 1-4)
y la venganza del
padre:
Fernadarias
Sayavedra,- vuestro padre os ha vengado,
(v.5)
el cual se lamenta
ante sus
compañeros de armas la inmadurez y temeridad de su hijo, cuando van
camino de
Ronda con ánimo vengativo:
Nunca quiso mi
consejo,- siempre fue mozo liviano
que por alancear
un moro - perdiera cualquier estado.
(vv. 9-10)
En la última parte,
narrada en
tercera persona, se cuenta la venganza sobre los moros de Ronda, cuyo
éxito se
vio empañado por la muerte de Juan Delgadillo y otros compañeros. Pero
el dolor
por la muerte de su hijo era tan grande que
...
el buen viejo Fernandarias - no se tuvo por vengado.
(v. 22)
2.2. Caballeros de
Moclín
El Romance
de los caballeros
de Moclín relata una algarada de los moros de Moclín contra las
villas de
Huelma y Alcalá, al Sur de Jaén, ocurrida en 1424. En ella encuentra la
muerte
Pedro Hernández, hijo del alcaide de Alcalá la Real.
El
romance se abre con una
reunión de “caballeros de Moclín” y “peones de Colomera”, en la que
deciden
correr los campos de Alcalá, saqueando primero los molinos de Huelma:
Allá la van a
hacer - a esos molinos de Huelma:
derrocaban los
molinos, - derramaban la cibera,
prendían los
molineros - cuantos hay en la ribera.
(vv. 4-6)
Pero un viejo, “que
era más discreto
en la guerra”, les recrimina el exiguo resultado de su cabalgada:
-Para tanto
caballero - chica cabalgada es ésta.
(v. 8)
y les propone soltar a
un
prisionero herido (“que en llegando luego muera”) para que comunique a
los de
Alcalá el escarmiento dado a los habitantes de Huelma. Recibida la
información:
Caballeros de
Alcalá, - no os alabaréis de aquesta,
que por una que
hicisteis - y tan caro como cuesta,
que los moros
de Moclín - corrido vos han la presa.
(vv. 16-19)
don Pedro, sin atender
los consejos
de Sayavedra, su padre, cabalga impetuoso a enfrentarse con el enemigo,
adivinándose en el final abrupto del romance el desenlace fatal del
joven
imprudente:
-No vayades
allá, hijo,- si mi maldición os venga;
que si hoy
fuera la suya - mañana será la vuestra.
(vv. 23-24)
2.3. Sayavedra (“Río
Verde, Río
Verde”)
Del
Romance de Sayavedra
(“Río Verde, Río Verde”) conservamos tres versiones, que corresponden:
una al Cancionero
de Romances, s.a., que se sustenta en los hechos históricos, y otras
dos a las
Guerras civiles de Granada (1595) de Ginés Pérez de Hita, que
mezclan
dos sucesos distintos acontecidos en Sierra Bermeja, uno protagonizado
por
Sayavedra en 1448 y el otro por Alonso de Aguilar en 1501.[21]
La
historia en la que se basa el
romance se remonta al 10 de marzo de 1448, cuando las unidades del
ejercito
cristiano, en una correría de castigo por la costa malagueña, sufrieron
una
aparatosa derrota cerca de Sierra Bermeja y Río Verde, en las
proximidades de
Marbella. Al mando de los cristianos iban Juan de Saavedra, alcaide de
Jimena
de la Frontera, y Pedro de Ordiales o Urdiales, ilustre caballero
sevillano.
Urdiales murió y Saavedra cayó prisionero de los moros, siendo rescatado
dos
años después mediante la intervención de Juan II.
Este
acontecimiento fronterizo
produjo gran consternación entre los cristianos andaluces, como reflejan
las
crónicas de la época y demás textos literarios. El romance que nos ocupa
recrea
la derrota de la cabalgada cristiana acaecida en Río Verde desde una
perspectiva literaria popular, alejándose novelescamente del suceso,
pero sin
faltar al principio aristotélico de la verosimilitud y a la lógica
interna
textual. Por eso no llama la atención que Sayavedra muera por defender
su fe en
un acto de heroísmo de cristiano militante, tan en boga en la literatura
con
temática de la Reconquista.
Comienza
ex abrupto, como
tantos otros, con un apóstrofe que personifica al Río Verde y la Sierra
Bermeja
y sirve para comunicar al auditorio la noticia del desastre militar
sufrido en
esos parajes. En él “murió gran caballería” y “mataron a Ordiales”,
amigo de
Sayavedra, “que huyendo iba” escondiéndose entre los arbustos y
matorrales del
bosque, hasta que al tercer día, vencido por la sed y el hambre,
Por buscar
algún remedio -a l camino se salía.
Visto lo habían
los moros - que andan por la serranía;
los moros
desque lo vieron - luego para él venían.
(vv. 7-9)
Sayavedra
cayó prisionero y
fue presentado luego ante el rey. Después de ser identificado como
el que
mataba tus
moros - y tu gente destruía,
el que hacía
cabalgada - y se encerraba en su manida.
(vv. 16-17)
se entabló un diálogo
entre el
rey y el prisionero. El rey moro quería saber qué haría Sayavedra con él
si
fuera su prisionero y el cristiano le contestaba:
Si cristiano te
tornases - grande honra te haría,
si así no lo
hicieses - muy bien te castigaría,
la cabeza de
los hombros - luego te la cortaría.
(vv. 23-25)
El rey le mandó callar
y le
propuso lo mismo si abjuraba de su fe cristiana. La propuesta causó
hondo dolor
al héroe cristiano, quien prefería morir antes que renegar. Finalmente y
como
castigo a su obstinación los caballeros lo mataron, cumpliendo la orden
del
rey, si bien Sayavedra se defendió como un valiente:
Echó mano a su espada,
- de todos se defendía;
mas como era
uno solo - allí hizo fin a su vida.
(vv. 35-36)
3.- Un respiro en
la frontera: Abenámar
En
medio de la referencia
constante a hechos de armas y sus consecuencias, reiterada en los
romances del
ciclo fronterizo, emerge como un recoleto oasis Abenámar, “tan
ajeno por
su espíritu y por su forma a la inspiración general de los cantos de
frontera”,[22]
en el que se cambia el fragor de la batalla por el diálogo sobre los
monumentos
granadinos. Sin duda éste es el romance fronterizo más bello, “es,
además de
una obra de arte inmortal, un documento histórico imperecedero, o, mejor
dicho,
un documento histórico que aparece en forma artística. El romance es
historia
que llega a ser arte, estremecimiento histórico hecho beldad”.[23]
Muchas páginas se han escrito sobre este hermoso poema, debido
fundamentalmente
a su originalidad y a sus valores estéticos, también la identificación
histórica del moro Abenámar ha llevado a estudiosos del romancero a
bucear en
la historia de la Reconquista granadina.
El
texto refiere ante todo un
vivo diálogo entre el rey Juan II de Castilla y el moro Abenámar, en el
que el
rey pregunta al moro acerca de los monumentos que divisa a lo lejos en
Granada
y éste le responde identificándolos con sus nombres y características.
Se
admite generalmente que esta escena revive el encuentro histórico de don
Juan
con un moro granadino, lo que resulta más discutible es la
identificación de
Abenámar. Menéndez Pidal[24]
estima que se trata de Abenalmao (Yusuf Ibn Alahmar), noble granadino
amigo de
los castellanos, cuyo encuentro pudo celebrarse en junio de 1431, cuando
el rey
castellano estuvo acampado cerca de Granada. Por su parte Torres Fontes[25]
cree que Abenámar era un capitán que traicionó a Yusuf Ibn Alahmar
pasándose a
los cristianos, a cuyo servicio estuvo desde 1431 a 1436. Sin embargo P.
Benichou se aparta de la historicidad de los personajes, sosteniendo que
resulta difícil identificar al “moro de la morería”( “puede ser
Abenalmao;
puede ser Abenámar el capitán; y también, para decirlo todo, igual puede
ser un
interlocutor inventado, frente al rey de Castilla, en el proceso de
elaboración
del poema”[26]).
Por su
parte el rey don Juan “que descubre y desea a Granada” está tan poco
individualizado, que podría pasar por Enrique IV o Fernando el Católico,
y
Abenámar, que “ni siquiera se nos presenta como príncipe o caballero
granadino”, desempeña la función de “interlocutor inventado”, siendo “su
única
función en el poema revelar, como moro, la excelencia sin par de la
ciudad, y
exaltar el deseo del rey”.[27]
Conservamos
del romance tres
versiones: la primera, corresponde al Cancionero de Romances,
s.a. de
Amberes; recogida también en la Silva I de Zaragoza (1550) y en
la Rosa
Española de Timoneda (1573). Hay una segunda más larga, que
incorpora una
introducción situacional y añade al final unos versos que hablan de un
supuesto
ataque a Granada, y una tercera, incluida en las Guerras civiles de
Granada
(1595) de G. Pérez de Hita, que es la más estudiada, es además la más
corta y
sin lugar a dudas la que llega a más altas cotas de belleza literaria.
Ésta es
la que sigo en el presente trabajo.
En
su estructura compositiva el
romance “responde a una de las tres fases contempladas por la teoría
tradicionalista en las gestas: el nacimiento como poesía noticiera, la
reelaboración en variantes y la adición de temas secundarios, motivos
descriptivos o novelización”.[28]
Empieza en abrupto, como nos tiene acostumbrados el romancero viejo, con
apóstrofe reiterado (“Abenámar, Abenámar”) en medio de un diálogo entre
Abenámar y otro personaje desconocido, del que luego sabremos que es el
rey don
Juan. “Vaga y misteriosamente comienza el diálogo con los augurios del
nacimiento de Abenámar y la declaración de su genealogía”[29]:
-¡Abenámar,
Abenámar, - moro de la morería,
el día que tú
naciste - grandes señales había!
Estaba la mar
en calma, - la luna estaba crecida;
(vv. 1-3)
A continuación el
interlocutor de
Abenámar quiere asegurarse de que le va a responder con verdad a lo que
ansía
preguntarle, apelando a las señales extraordinarias que concurrieron en
su
nacimiento. Por su parte el moro se muestra dispuesto a ello y para
ganarse la
credibilidad del cristiano, ya que los castellanos desconfiaban siempre
de los
moros, afirma ser hijo de moro y de cristiana, la cual le enseñó de niño
a no
mentir. Confiando el rey en Abenámar, le pregunta:
¿qué castillos
son aquellos? - ¡Altos son y relucían!
(v. 12)
En los versos que
siguen
Abenámar se recrea en la contestación, ponderando los detalles de cada
monumento granadino (la Alhambra, los Alijares, el Generalife y las
Torres
Bermejas), suministrando incluso información erudita sobre los artistas:
El moro que los
labraba - cien doblas ganaba al día,
y el día que no
los labra - otras tantas se perdía.
(vv. 15-16)
El rey, fascinado por
la
pormenorizada descripción que el moro Abenámar ha hecho de las
maravillas de
Granada, en un rapto de amor apasionado, la pide en matrimonio, emulando
fórmulas alegóricas de la poesía árabe:
-Si tú
quisieses, Granada, - contigo me casaría;
darte he yo en
arras y dote - a Córdoba y a Sevilla.-
(vv. 20-21)
La respuesta negativa
de la bella
ciudad personificada sorprende por inteligente y discreta:
-Casada soy,
rey don Juan, - casada soy, que no viuda;
el moro que a
mí me tiene - muy grande bien me quería.
(vv. 22-23)
4. El ejército
cristiano se
aproxima a Granada
El
último tramo de la
reconquista granadina produce un importante repertorio de romances
fronterizos,
escritos en su mayoría por poetas cortesanos con objeto de halagar a los
reyes
y a la nobleza andaluza, que llevaba el mayor peso de la guerra. En esta
época
los romances se cantaban en los campamentos cristianos para recrear y
enardecer
a los soldados y también servían para amenizar las fiestas populares de
los
enclaves cristianos fronterizos. Prueba de ello es que los poetas
tienden a la
idealización de la materia, sin importarle demasiado la distorsión de la
historia. En algunos casos estos romances están muy próximos a los
moriscos,
pues gustan de las descripciones de los trajes de moros y cristianos y
de las
banderas e insignias de los ejércitos. “La moda morisca comienza a
hacerse
presente en estos años así como la trovadoresca, esto explica las
variedades de
matices que sorprendemos en las muestras de este periodo y las
interferencias
que se advierten. Así, ciertos romances se basan casi exclusivamente en
la
lucha a muerte entre dos caballeros, uno moro y otro cristiano, al
estilo de
los duelos tradicionales”.[30]
El
romance que comienza
“Mensajeros le han entrado - al Rey Chico de Granada” no responde a un
acontecimiento histórico concreto, sino a los movimientos de tropas
castellanas
previos al sitio de Granada. El romance tiene dos versiones, que se
hallan en
las Guerras civiles de Granada (1595) de G. Pérez de Hita, cuya
autoría
o adaptación le pertenecen. En ambas aparece la misma apología de Isabel
y
Fernando, el firme propósito manifestado por los monarcas de permanecer
allí
hasta la toma de la ciudad y el carácter religioso de la empresa. En la
primera
versión (que sigo en este trabajo) hay una referencia a la guerra civil
granadina entre cegríes y abencerrajes, cuestión que no aparece en la
segunda.
Se
abre el romance con la
presencia ante el Rey Chico de dos mensajeros. El primero que llega,
Mahomad
Zegrí, malherido y “con el rostro demudado” es el que transmite al
soberano las
noticias:
- Nuevas te
traigo, Señor, - y una mala embajada
(v.7)
Le informa en primer
lugar de la
proximidad a Granada de los ejércitos cristianos, acaudillados por los
Reyes
Católicos, quienes han hecho el juramento:
de no salir de
la vega - hasta ganar Granada;
(v. 15)
En segundo lugar les
revela que
las heridas que trae son consecuencia de una batalla en la vega entre
cegríes y
abencerrajes:
treinta zegrís
quedan muertos, - pasados por el espada.
Los cristianos
bencerrajes - con braveza no pensada,
con otros acompañados
- de la cristiana mesnada,
hicieron
aqueste estrago - en la gente de Granada.
(vv. 20-23)
El final resulta
patético: el
mensajero Zegrí se desmaya y lo llevan a su casa mientras que el rey se
queda
sumido en la tristeza:
Estas palabras
diciendo, - el Zegrí allí desmaya:
desto quedó
triste el Rey, - no pudo hablar palabra.
Quitaron de
allí al Zegrí, - y lleváronle a su casa.
(vv. 26-28)
5. Desafíos y
duelos: paladines
admirados
En
una guerra fronteriza tan larga
no podían faltar paladines y esforzados caballeros que sobresalieran
sobre los
demás y sirvieran de admiración al pueblo. Su fortaleza y bravura
hicieron que
la gente sintiera verdadera pasión por ellos y engrandeciera y
mitificara sus
proezas. Este es el caso del Maestre de Calatrava, con sus contendientes
moros
Albayaldos y Aliatar; don Manuel Ponce de León y Garcilaso de la Vega.
5.1. El Maestre de
Calatrava
“Todo
un ciclo romancístico se
forja en torno a la figura anónima del Maestre de Calatrava, haciendo de
él un
caballero sin par, modelo de valentía y entrega, debelador constante de
los
paladines moros, empedernido justador, símbolo de la caballería
cortesana del
siglo XV”.[31]
Parece ser
que la personalidad del Maestre corresponde a don Rodrigo Téllez Girón,
hijo de
don Pedro, intrigante y valeroso caballero, conquistador de Archidona
(1462) y
aspirante audaz al matrimonio con Isabel de Castilla.
Don
Rodrigo sucedió a su padre
en el maestrazgo a la edad de 12 años, en la guerra civil por el trono
de
Castilla tomó partido por la Beltraneja, distinguiéndose por su
ferocidad y
crueldad con los enemigos en el asalto a Ciudad Real; finalizada la
contienda,
se pone al servicio de los Reyes Católicos y participa en la guerra de
Granada,
aunque por poco tiempo, pues murió heroicamente a los 27 años el 5 de
julio de
1482 en el primer asalto a Loja. Su ferocidad en el ataque, su temple
bizarro y
porte gallardo y su muerte temprana hicieron del Maestre un héroe
fronterizo
rayano en la leyenda, pues la voz del romancero le atribuyó arriesgadas y
espectaculares hazañas. “No tuvo tiempo para ser un gran capitán, pero
fue, sin
duda, un arrojadísimo aventurero, y nada conmueve tanto la fibra popular
como
el ver truncadas en flor las esperanzas de gloria. Empresas de caballero
andante son las que cuentan de él los romances, y forman juntos una
breve
leyenda”.[32]
Sobre
el Romance del Maestre
de Calatrava disponemos de varias versiones. La más antigua y
también la
más breve pertenece a la Silva de Zaragoza de 1550. A juicio de
Menéndez
Pelayo esta versión básica constituye el germen de los otros romances
más
extensos en torno a las gestas del Maestre. Las demás versiones parten
de este
cuerpo fundamental, que complementan con toda suerte de aventuras
caballerescas
hasta límites inverosímiles, alimentadas por la fantasía popular. El
texto del
romance primigenio se limita a la presentación del héroe con la fórmula
característica de los romances que componen el ciclo de los Infantes de
Lara:
¡Ay
Dios, qué buen caballero - el Maestre de Calatrava!
¡Cuán bien que
corre los moros - por la vega de Granada!,
(vv. 1-2)
investido de sus
atributos más
sobresalientes, como son la arrogancia y la valentía en su lucha
pertinaz
contra los moros:
Con su brazo arremangado
-arrojara la su lanza
Cada día mata
moros, - cada día los mataba,
vega abajo,
vega arriba, - ¡oh, cómo los acosaba!
Hasta a
lanzadas metellos - por las puertas de Granada.
(vv. 3, 4-6)
Tan grande es su
bravura y
fortaleza que
Tiénenle tan
grande miedo - que nadie salir osaba.
El rey, con
gran temor, - siempre encerrado se estaba;
no osa salir de
día; - de noche bien se guardaba.
(vv. 8-10)
A
un personaje real, pero
envuelto en la leyenda, como es el Maestre de Calatrava, la ficción
poético-histórica
tenía que crear la figura de un antagonista que estuviera a su altura.
Éste fue
el paladín Albayaldos, un héroe inventado, sin apoyatura histórica, que
la
imaginación popular hizo venir de África, pues en Granada no había
ningún
caballero capaz de enfrentarse al Maestre. Es probable que en el fondo
de la
radicación africana de Albayaldos estuviera el conocimiento que existía
entre
los cristianos de la fallida petición de auxilio cursada por el rey
nazarí a
los soberanos africanos. Fuere como fuere, resulta que Albayaldos emerge
como
habitual contendiente de don Rodrigo en casi todos los romances del
ciclo. Así
en una versión más extensa, incluida en Rosa Española. Segunda parte
de
Romances (1573) de Joan de Timoneda, aparece el moro Albayaldos,
pues en su
tierra había tenido conocimiento del miedo que los granadinos profesaban
al
Maestre:
Oído lo había
Albayaldos - en sus tierras donde estaba;
arma fustas y
galeras, - por la mar gran gente armaba,
saléselo a
recebir - el Rey Chico de Granada
(vv. 8-10)
Una
vez en
Granada, el monarca le confirma los estragos que don Rodrigo produce
entre los
moros:
-“La verdad,
dijo el moro, - la verdad te fue contada,
que no hay moro
en mi tierra - que lo espere cara a cara,
si no fuere el buen
Escado, - que era alcaide del Alhama;
y una vez que
saliera - ¡caro costó a Granada!”
(vv. 19-22)
y Albayaldos pide al
rey
prestados los caballeros que habían asolado en una correría las tierras
de Jaén
y emprende de nuevo la cabalgada, ocasionando los destrozos y
calamidades que
en otro tiempo perpetraran los caballeros de Moclín. Un prisionero que
liberaron fue quien dio al Maestre la nueva de la presencia de
Albayaldos:
Por las puertas
de Jaén - al Maestre voces daba:
-“¿Dónde estás
tú, el Maestre? - ¿Qués de tu noble compaña?
Hoy pierdes
toda tu gloria, - Albayaldos te la gana”.
(vv. 50-52)
Al grito de “¡Al
arma, mis caballeros!”, Don Rodrigo se pone en marcha
rápidamente y por el camino se topa con la cabalgada de Albayaldos,
quien al ver
al Maestre se desmaya y cae muerto:
Andando en la
pelea - con Albayaldos topara:
con la fuerza
del Maestre - Albayaldos se desmaya.
Cayó muerto del
caballo, - su fin allí lo acabara.
Los suyos
desque lo vieron - cada cual a huir se daba
(vv.64-67)
El Maestre-Albayaldos
En
el Romance de la muerte de
Albayaldos, que comienza “Santa Fe qué bien pareces”, Albayaldos
roba
protagonismo al Maestre. El poema discurre entre el moroso diálogo del
paladín
venido de África con el rey sobre la forma de combatir al Maestre y la
preparación del ataque. La muerte de Albayaldos la despacha el narrador
en tan
solo dos versos al final del romance. El argumento arranca del mismo
tema que
el romance anterior, es decir, el miedo que el Maestre (instalado ahora
en
Santa Fe) infundía entre los granadinos, incapaces de hacerle frente,
pero
Albayaldos, sabedor de la situación, se apresta a cruzar el Estrecho
para
ofrecerse al rey nazarí como rival del temido castellano. Hasta aquí
igual que
el romance anterior, pero a partir de este punto el aedo traslada el
enfrentamiento de los campeones a las inmediaciones de Granada, cada uno
con
sus correspondientes caballeros y peones. A Albayaldos:
Diérale el rey
dos mil moros, - los que él le señalara:
todos los toma mancebos,
- casado no le agradaba.
(vv.
47-48)
Con estos hombres sale
por la
vega a medir sus fuerzas con don Rodrigo, el cual
salióse los a
recebir - por aquella vega llana
con quinientos comendadores,
- que entonces más no alcanzaba.
(vv. 50-51)
En el fragor de la
lucha se
encuentran los héroes cuando Albayaldos hería a un cristiano:
...el
maestre
que llegaba
a grandes voces
diciendo: - “¡Santiago! y ¡Calatrava!”
(vv.58-59)
y es entonces cuando
don Rodrigo
de una lanzada da muerte al moro Albayaldos:
Álzase en los
estribos, - y la lanza le arrojaba:
diole por el
corazón, - salido le había a la espalda.
(vv. 60-61)
El romance finaliza
con la retirada
de los moros a Granada ante la vista del rey, que después de esta
derrota ve su
miedo acrecentado.
El Maestre-Alatar
El Romance
del moro Alatar,
que comienza “De Granada parte el moro”, relata otra hazaña del Maestre,
el
enfrentamiento con Alatar cuando iba camino de Antequera. Los hechos
narrados
no responden a la realidad histórica, pero eso le importaba poco a la
inventiva
popular, que había instalado al Maestre en la leyenda. Alatar, el
Aliatar
histórico, alcaide de Loja y suegro de Boabdil, se encuentra con el
Maestre
yendo camino de Antequera:
Camino va de
Antequera, - parecía que volaba.
..........................................................................
Antes que
llegue Antequera, - vido una seña cristiana;
vuelve riendas
del caballo - y para allá lo guiaba,
la lanza iba
blandiendo - parecía que la quebraba.
Saléselo a
recebir - el maestre de Calatrava.
(vv. 15, 17-20)
Sin mediar palabra,
“arremete el
uno al otro”, después de encomendarse cada uno a su Dios respectivo. El
narrador apenas se entretiene en los pormenores de la lucha, como si los
diera
por sabidos entre sus oyentes, y remata enseguida la pelea, en la que
vence el
Maestre:
Acometió recio
al moro, - la cabeza le cortara;
(v. 30)
El
texto poético está muy próximo
artísticamente a los romances moriscos, ya que el poeta se recrea en la
descripción del atuendo militar de Alatar (vv. 5-12), más propio para la
galantería cortesana de las justas y los torneos que para la guerra, si
bien la
acción vivida por los personajes se inscribe en la guerra fronteriza de
Granada.
El Maestre- Barbarín
La
fama del maestre don Rodrigo
perduró durante mucho tiempo y el eco de sus empresas sirvió de motivo
poético
para un romance artístico, que constituye otra versión del Romance
del
Maestre de Calatrava ofrecida por Timoneda en Rosa Española.
En este
romance, a imitación de los viejos, pero “introduciendo rasgos de
galantería,
que entonces eran novedad y luego se prodigaron con exceso, pinta el
triunfal
paseo del Maestre por la vega de Granada y su desafío con el moro
Barbarín”.[33]
En la Alhambra el Maestre comparece ante la Reina, a quien solicita
venia para
la celebración de un duelo con el moro que acepte su reto. El moro
Barbarín
será su contrincante:
Oídolo ha
Barbarín, - que quiere tomar la empresa;
las damas lo
están armando, - mirándolo está la Reina.
Muy gallardo
sale el moro, - caballero en una yegua,
por las calles
donde iba - va diciendo: “¡Muera, muera!”
(vv. 18-21)
Después de un tenso
diálogo los
dos paladines inician el duelo:
Apártanse uno
de otro - con diligencia y presteza,
juegan muy bien
de las lanzas, - arman muy buena pelea.
(vv.
28-29)
El Maestre, “más
diestro”,
consigue malherir a Barbarín, el cual huye “desesperado” sin atender a
su enemigo,
que lo reclama a grandes voces apelando a su reputación entre las damas.
Al ver
que no retorna, le arroja su lanza hiriéndolo de muerte:
Acertádole
había al moro,- el moro en tierra cayera;
apeádose ha el
Maestre,- y cortóle la cabeza.
(vv. 36-37)
Pone punto final al
romance un
gesto de autosatisfacción y cortesía de don Rodrigo, que se ofrece a la
Reina
como leal caballero.
5.2. Ponce de León
Un
tratamiento distinguido
obtiene en el Romancero don Manuel Ponce de León, primogénito de los
condes de
Bailén y hermano del Marqués de Cádiz, a quien prestó ayuda con escasa
notoriedad en alguna empresa. Figura más legendaria que histórica, ha
sido
tratado con generosidad en el Romancero, sobre todo en el Romancero
nuevo. Su
pase a la leyenda probablemente se deba a sus galanteos amorosos con las
damas
cortesanas, por cuyos efectos se agigantaron y embellecieron sus
acciones
caballerescas. Muchos fueron los actos de heroísmo que la ficción
poética le
atribuyó: sobresalió en los combates con moros ilustres a las puertas de
Granada, destacó asimismo en el enfrentamiento con el alcaide de Ronda y
Juan
de la Cueva lo enfrentó en un romance a un caballero francés “desnudos
los dos
en carnes - sin adargas ni lorigas”. Pero la leyenda que más nombre ha
proporcionado sin duda a Ponce de León es la del guante arrojado por una
dama a
una jaula de leones y sacado después por el audaz caballero.[34]
El Romance
de don Manuel
Ponce de León trata de una arriesgada y valiente proeza. El texto se
abre
con una pregunta angustiada del rey, por la que solicita la intervención
de
algún caballero de los suyos “más preciado” para decapitar a un moro que
resulta invencible en la lidia. Don Manuel Ponce de León se ofrece
voluntario,
a pesar de su debilidad a causa de unas heridas. Por ello
Gran lástima le
dan las damas - de velle que va tan flaco.
(v. 10)
Ya en la plaza don
Manuel se
encuentra con el moro Muza, que trata de intimidarlo para que se retire,
revelándole su identidad:
“Que yo soy el
moro Muza, - ese moro tan nombrado:
soy de los
almoradíes, - de quien el Cid ha temblado”.
(vv. 17-18)
Pero el caballero
cristiano no
puede contrariar a las damas, pues en definitiva son quienes alientan su
enfrentamiento:
“que pues las
damas me envían, - no volveré sin recaudo”.
(v. 20),
evidenciando con esa
actitud la
doble responsabilidad contraída, por una parte su deber marcial y por
otra, su
galanteo amoroso. Después de este corto diálogo empieza la pelea, y
aprovechando que Muza se ha apeado del caballo para luchar en tierra,
don Manuel
lo alancea mortalmente y le corta la cabeza, que se la ofrece al rey.
5.3. Garcilaso de la
Vega
De
los romances que narran
desafíos entre moros y cristianos durante el asedio de Granada, el más
conocido
de todos, debido a las posteriores versiones teatrales,[35]
es el que trata de la victoria de Garcilaso de la Vega sobre el moro
retador,
que llevaba la leyenda del Ave María colgada en la cola de su
caballo.
El Romance de Garcilaso de la Vega es un romance fronterizo con
ribetes
novelescos que se halla inserto en el capítulo XVII de las Guerras
civiles
de Granada de G. Pérez de Hita (1595) y no parece ser tan antiguo
como
afirma el autor, sino obra de un poeta del siglo XVI, que refundió
historias
correspondientes a personas distintas, las cuales tenían en común el
nombre de
Garcilaso de la Vega. El autor del romance atribuye la leyenda de la
estela del
Ave María (que corresponde a un Garcilaso de la Vega que
luchó en la
batalla del Salado)[36]
al Garcilaso que combatió en la guerra de Granada. Comienza el poema
con la
ubicación espacio-temporal donde va a acontecer la historia: Santa Fe,
concurrida de altas dignidades nobiliarias junto al rey Fernando y las
nueve de
la mañana. A continuación aparece desafiante un moro montado en un
caballo
negro, que se dirige al campo cristiano. El poeta describe su atuendo
guerrero
con tintes moriscos, señalando al final con preocupación:
Aqueste perro,
con befa,- en la cola del caballo
La
sagrada Ave
María - llevaba haciendo escarnio.
(vv.
15-16)
Cerca de las tiendas cristianas
lanza el reto:
-“¿Cuál
será
aquel caballero - que sea tan esforzado
que
quiera
hacer conmigo - batalla en aqueste campo?
(vv. 18-19)
Sin importarle que salga uno, dos,
tres o cuatro caballeros, el narrador pone en boca del moro, en su
apelación
retadora, una relación de caballeros cristianos de alto linaje con clara
intención encomiástica, encabezada por el Alcaide de los Donceles y
cerrada por
el mismo de Ponce de León, orlado con su leyenda del guante echado en la
jaula
de leones. De entre los caballeros dispuestos a enfrentarse con el moro
se
adelanta Garcilaso, “mozo gallardo, esforzado”, que sale al campo a
pesar de no
haber obtenido la venia real por su corta edad:
Pero
muy
secretamente - Garcilaso se había armado
y en
un caballo
morcillo - salido se había al campo.
(vv.
39-40)
Se dirige al moro con valentía,
mientras que éste lo ningunea y menosprecia por su mocedad, pidiéndole
que se
aleje y en su lugar venga un hombre barbado. Enojado Garcilaso arremete
contra
el moro altanero con tal ímpetu, que de una lanzada le produce la
muerte;
después de cortarle la cabeza, le retira el Ave María de la cola
del
caballo, besándola con fervor:
quitó
el Ave
María - de la cola del caballo:
hincado
de
ambas rodillas, - con devoción le ha besado
(vv.
59-60)
Finaliza el romance con el
reconocimiento y admiración del rey y de la nobleza por su hazaña y como
explicación al auditorio el aedo apostilla erróneamente que el apellido
“de la
Vega” lo lleva desde hoy por esta proeza:
Garcilaso de la
Vega - desde allí se ha intitulado,
porque en la
vega hiciera - campo con aquel pagano.
(68-69)
6. Granada ha sido
perdida
Después
de la rendición de Granada,
el Rey Chico emprende el camino hacia el exilio de la Alpujarra. Poco
tiempo
después surge una leyenda tradicional, probablemente entre los moriscos,
titulada Suspiro del Moro, que se populariza en seguida en los
ambientes
cristianos. Una de las versiones más antiguas se debe a fray Antonio de
Guevara, Epístolas familiares: Letra para Garci Sánchez de la Vega,
en la
cual escribe el autor una cosa muy notable que le contó un morisco en
Granada
(20 parte, carta 60), s.a., aunque Menéndez Pelayo estima que puede ser
de
1526. En el texto de Guevara un morisco cuenta cómo se perdió Granada
por la
contienda entre el rey y los abencerrajes, permitiendo a los Reyes
Católicos
tomarla “en tan poco tiempo y con tan poco daño”. Continúa el relato del
morisco con la historia que da nombre a la leyenda, y dice así:
Otro día
después que se entregó la ciudad y el Alhambra al rey Fernando, luego se
partió
el rey Chiquito para tierras del Alpujarra, las cuales tierras quedaron
en la
capitulación que él las tuviese y por suyas las gozase. Iban con el rey
Chiquito aquel día la Reina, su madre, delante, y toda la caballería de
su
corte detrás; y como llegasen a este lugar, a do tú y yo tenemos agora
los
pies, volvió el Rey atrás la cara para mirar la ciudad y el Alhambra,
como a
cosa que no esperaba ya más de ver, y mucho menos de recobrar.
Acordándose,
pues, el triste rey, y todo los que allí íbamos con él, de la aventura
que nos
había acontecido, y del famoso reino que habíamos perdido, tornándonos
todos a
llorar, y aun nuestras barbas todas canas a mesar, pidiendo a Alá
misericordia,
y aun a la muerte que nos quitase la vida. Como a la madre del Rey (que
iba
delante), dijesen que el Rey y los caballeros estaban todos parados,
mirando y
llorando el Alhambra y ciudad que habían perdido, dio un palo a la yegua
en que
iba , y dijo estas palabras: “Justa cosa es que el Rey y los caballeros
lloren
como mujeres, pues no pelearon como caballeros”.
Concluye
el relato con un aserto
contundente del Emperador, a quien en otra ocasión le contó la misma
historia:
Muy gran razón
tuvo la madre del Rey en decir lo que dijo, y ninguna tuvo el Rey su
hijo, en
hacer lo que hizo; porque yo si fuera él, o si él fuera yo, antes tomara
esta
Alhambra por mi sepultura, que no vivir sin reino en el Alpujarra.
Es
muy probable que la Carta
de fray Antonio de Guevara y la tradición popular granadina constituyan
la
fuente de inspiración del Romance del Rey Chico que perdió Granada, descubierto
en
los años cuarenta en la Biblioteca de la Universidad de Cracovia. En él
se
cuenta esencialmente la partida del Rey Chico hacia la Alpujarra. El
poema
principia con una presentación del protagonista, el Rey Chico, y sus
circunstancias, es decir, la salida hacia la Alpujarra el año1492, “un
lunes a
mediodía”, acompañado de su madre y de sus mejores caballeros:
Por ese Genil
abajo - que el Rey Chico se salía,
los estribos se
han mojado - que eran de gran valía.
(vv. 6-7)
Al llegar a una cuesta
muy alta desde
la que se veía Granada, la miró profundamente dolorido y prorrumpió en
un largo
lamento, que recuerda las lamentaciones de don Rodrigo por la pérdida de
España. En él manifiesta su admiración por la ciudad perdida:
“¡Oh Granada la
famosa, - mi consuelo y alegría!,
¡oh mi alto
Albaicín - y mi rica Alcaicería!,
¡oh mi Alhambra
y Alijares - y mezquita de valía!,
¡(mis baños,
huertas y ríos, - donde holgar me solía!”
(vv. 12-15)
y pronuncia una
reflexión
filosófico-moral sobre los avatares de la fortuna:
¡Oh rueda de la
fortuna, - loco es quien en ti fía,
que ayer era
rey famoso - y hoy no tengo cosa mía!
(vv. 19-20)
Después cayó desmayado
y el
séquito se paró. Preguntando la sultana la razón de la parada, un moro
viejo le
respondió que su hijo miraba afligido a Granada. Entonces la madre le
respondió
con esta sentencia firme que da fin al romance:
“Bien es que
como mujer - llore con grande agonía
el que como
caballero - su estado no defendía”.
(vv.
29-30)
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