LOS ROMANCES FRONTERIZOS DE BAEZA SEGÚN MENÉNDEZ PELAYO

 


ANTOLOGÍA DE LOS POETAS... > VII : PARTE SEGUNDA :... > CAPÍTULO XXXVII.—ROMANCES FRONTERIZOS
Con cuatro palabras tan exactas y precisas como todas las suyas, caracterizó D. Manuel Milá y Fontanals la índole y peculiar fisonomía de este grupo de canciones heroicas. «Joya incomparable de la poesía castellana son los romances fronterizos. Hijos de una sociedad todavía heroica y ya no bárbara, inspirados por el más vivo espíritu nacional, reflejan al mismo tiempo algo de las costumbres, de los trajes y edificios, y aun, si bien en pocos casos, de la poesía del pueblo moro. Por otra parte, conservan, a diferencia de los derivados de los antiguos ciclos, una forma igual o aproximada a la que recibieron al nacer. Algunos de ellos fueron debidos a la impresión inmediata de los hechos o a una tradición poco lejana: y en el campamento de los Reyes Católicos se cantaban sin duda numerosos romances fronterizos; los cuales contribuían a inspirar nuevos actos caballerescos que fueron a su vez, no mucho más tarde, objeto de nuevos cantos». [1]
A diferencia de los primitivos romances que nacieron de la desmembración de las antiguas gestas y conservan siempre su carácter cíclico, agrupándose y sosteniéndose mutuamente; esta nueva generación de cantos épicos brota en forma esporádica, con la dispersión y el desorden propio de las emboscadas y sorpresas, arremetidas y algaradas, rebatos y saqueos de aquella crudísima guerra de frontera en que se templó y arreció el brío [p. 86] castellano durante los siglos XIV y XV, preparándose para más altas, aunque no más castizas, empresas: admirable escuela de guerra irregular, tan propia de nuestro suelo, y tan adecuada para que campease sin límites el valor personal de los adelantados y fronteros, muchos de los cuales sellaron con sangre su heroico empeño. Gracias a su abnegación no pereció míseramente ahogado en el oleaje de las discordias civiles el instinto sagrado de la reconquista, que antes de triunfar en Granada hizo memorable ensayo de sus fuerzas en jornadas de gloria como la de Antequera o la de los Alporchones, donde parece que descansa gratamente el ánimo, hastiado de tan mezquinas guerras civiles, de tanta innoble traición, de tanta intriga confusa, de tanta anarquía desenfrenada y loca como llenan el inmenso páramo de las crónicas de Don Juan II y de Don Enrique IV, tan puntuales y menudas como desconsoladoras.
Cada uno de los romances fronterizos es, en medio de su brevedad, un íntegro poema. Algunos son semiartísticos, y el recuerdo histórico parece menos vivo o ligeramente aliñado. Pero en otros, en los mejores, podemos sorprender la elaboración del canto popular, tal como brotó del hecho mismo, tal como pudo sonar en boca de los vencedores, si entre ellos surgió algún juglar inspirado. La parte de ficción puede decirse que es nula en estos romances; pero ¡qué grande, qué varonil es en ellos la poesía de la realidad! Con leves diferencias, que se explican por la transmisión oral, o por deficiencias de la memoria, o por el instinto de la concentración épica, todo su contenido es histórico: como testimonios históricos los han aprovechado desde antiguo los autores más sesudos: las crónicas y los documentos diplomáticos sirven para comprobarlos unas veces, otros para corregirlos, pero nunca en lo substancial. La profunda frase de Jacobo Grimm sobre la veracidad de la poesía popular, rara vez puede tener tan exacta aplicación como en este caso. Los romances fronterizos no mienten nunca. Ninguna fábula propiamente tal ha entrado en ellos, de tantas como recargan nuestros anales de reinos y ciudades. Lo que suele haber es confusión de personas, lugares y tiempos, fácil de desembrollar casi siempre, cuando se tiene a mano el hilo conductor de la cronología histórica.
[p. 87] Esta poesía, que hubo de ser común a todas las comarcas de la frontera granadina tuvo su principal asiento en los reinos de Jaén y Murcia, donde fueron compuestos sin duda alguna la mayor parte de estos romances, cuyo carácter extraordinariamente local salta a la vista. De este modo, y gracias a un estado social análogo, aunque no idéntico, al de la alta Edad Media, el árbol robusto de la poesía épica que vimos arraigar en el alfoz de Burgos y en la Bureva, retoñó a deshora en los férreos límites de la Castilla novísima, y se cubrió por última vez de espléndido ramaje. Grande era todavía la vitalidad poética de un pueblo que en edad plenamente histórica sabía convertir en materia de imperecedero canto cualquier refriega o escaramuza sin consecuencias, que apenas ocuparía dos líneas en la historia.
El más antiguo de los romances de este género conocidos hasta ahora (y que falta, por cierto, en las colecciones de Durán y Wolf) es el que conservó Argote de Molina en su libro de la Nobleza de Andalucía, [1] que es uno de los repertorios más copiosos de tradiciones poéticas y caballerescas:
Cercada tiene a Baeza—ese arráez Audalla Mir
Con ochenta mil peones,—caballeros cinco mil.
Con él va ese traidor,—el traidor de Pero Gil.
El rey moro Mohamed—mandó tocar su añafil...
No hay duda que este romance se compuso en 1368, en que el rey de Granada Mohamed V, aliado con el rey Don Pedro de Castilla contra los partidarios de su hermano Don Enrique, invadió la margen derecha del Guadalquivir, puso cerco a Córdoba y saqueó a Úbeda y Jaén, profanando las iglesias, pegando fuego a ambas ciudades y desmantelando sus muros. De Baeza nada dice la Crónica de Ayala, y sí únicamente que los invasores fueron rechazados de Andújar. [2] Pero Argote de Molina no sólo da por histórico el cerco de Baeza, sino que añade sobre él [p. 88] pormenores que concuerdan con los del romance y que proceden de una tradición genealógica. «Pasando adelante el rey de Granada con su ejército puso cerco sobre la ciudad de Baeza, que en este tiempo era lugar de más de mil vecinos, y el alcázar della muy fuerte, y dándoles el asalto por la parte de una torre principal de ella, le fué defendida por Ruy Fernandez de Fuenmayor, caballero principal de aquella ciudad y caudillo de los escuderos della, que al tiempo que los moros tenían puestas las escalas, y uno de los caudillos principales del rey de Granada estaba dentro, acudió a su socorro con los escuderos de la compañía. Y matando por su mano al caudillo de los moros, les defendió la torre con mucha caballería dellos, forzando al rey de Granada a dejar libre a aquella ciudad con grande pérdida de su ejército. En memoria de cuya hazaña, a aquella torre le quedó nombre de Torre de los Escuderos, y el cual hoy conserva llamándose así. Y Ruy Fernández de Fuenmayor, dejando su apellido de Fuenmayor, fué llamado de allí adelante Ruy Fernández de los Escuderos».
Ruy Fernández a secas le llama el romance, que le atribuye la misma hazaña:
Ruy Fernández va delante;—aquese caudillo ardit,
Arremete con Audalla—comiénzale de ferir,
Cortado le ha la cabeza,—los demás dan a fuir.
Pero ¿quién era el Pero Gil, desalmado caballero cristiano, que iba en compañía de los musulmanes, y les ayudaba en su horrenda devastación? Argote de Molina da por supuesta la existencia de un Pero Gil, señor de la Torre de Pero Gil «que seguía la parte del rey Don Pedro, y estaba enemistado con los de aquella ciudad por haberle echado della». Más adelante transcribe una carta real de Don Enrique II, concediendo grandes franquicias a la ciudad de Úbeda por los daños que había padecido en esta guerra. Este documento, que lleva la fecha de 1369, comienza con estas notables palabras: «Bien sabedes, en como el traydor, hereje, tyrano de Pero Gil fizo estruyr la cibdad de Úbeda con los moros, e la entraron, e quemaron e estruyeron [p. 89] toda, e mataron muchos de los vecinos de la dicha cibdad e moradores della, e robaron e llevaron quanto en ella fallaron». [1]
Al mismo Argote debemos la publicación de otro privilegio en que el bastardo D. Enrique hace merced a Men Rodríguez de Benavides de la villa de Santisteban del Puerto, y entre sus servicios enumera el de haber estado entre los defensores de Córdoba «quando vinieron hí Pero Gil y el Rey de Granada».
«E otrosí: porque vos acaecistes con nusco en la batalla que oviemos cerca de Montiel con el dicho Pero Gil e con los moros, e los vencimos con la ayuda de Dios». [2]
No creemos que Argote de Molina tuviese más datos que éstos para afirmar la existencia de un Pero Gil, señor de la torre de su nombre. Otros documentos hay en que también se le menciona, siendo el más notable una carta dirigida al concejo de Murcia por Don Enrique, desde el cerco de Carmona, en 1371, donde se leen las extrañísimas palabras siguientes: «el traidor de D. Martín López quiere huir de aquí, e levarse consigo a los fijos de Pero Gil; e porque, aunque se quieran ir, no lo puedan facer, tenemos puesto este sitio». [3]
¿Cómo es posible que tanto inquietasen al rey los hijos de un oscuro partidario de Don Pedro, señor de una torre en tierras de Jaén, y enemistado con los de Úbeda por reyertas de vecindad? ¿Quién no sabe que el cerco de Carmona fué puesto por el fratricida para apoderarse de los hijos y de los tesoros del rey Don [p. 90] Pedro, que tenía en custodia el Maestre de Calatrava D. Martín López de Córdoba?
La identidad propuesta por mi erudito paisano D. Ángel de los Ríos y Ríos, entre Pero Gil y el rey Don Pedro, se presenta a mis ojos con caracteres de evidencia. [1] Todas las cosas atribuídas al «traidor, hereje, tirano de Pero Gil », son propias del rey de Castilla. Él es el que, aliado con los musulmanes, fué sobre Córdoba, y destruyó a Úbeda, y peleó con aciaga fortuna en Montiel. Sus hijos eran los que Don Enrique perseguía en Carmona, los que encerró después en los castillos de Curiel, Soria y Peñafiel. Pero Gil era un mote afrentoso con que le injuriaban sus enemigos, y especialmente su bastardo hermano que, buscando en la difamación ajena la compensación de la mancha de su origen, tanto se afanó por hacer correr la especie de que tampoco Don Pedro era legítimo hijo de Don Alfonso XI, si bien entre los que difundían tal calumnia no todos estaban conformes en las novelescas historias que referían, teniéndole unos por adulterino, nacido de ilícitos tratos de la reina Doña María con Don Juan Alfonso de Alburquerque (uno de cuyos apellidos era Gil); otros por hijo suplantado, a quien la reina, deseosa de complacer a su esposo dándole sucesión varonil, puso en lugar de una niña que había dado a luz. Para hacer todavía más odioso al monarca, añadían que sus verdaderos padres habían sido judíos, y que de su sangre había heredado la inclinación a su ley y la aversión a la Iglesia. Tales cosas propalaba entre sus auxiliares franceses el insolente aventurero, y de ellas encontramos eco en la segunda continuación del Cronicón latino de Guillermo de Nangis, redactada antes de la muerte de Don Pedro. [2] Andando los tiempos, [p. 91] y olvidados estos furores de partido, el nombre de escarnio con que el de Trastamara insultaba a su víctima llegó a ser enigmático para los historiadores, pero quedó rastro de él en este romance, sin duda muy antiguo, que Argote publicó, y otros genealogistas reprodujeron sin entenderle. [1]
Este es el único romance fronterizo que se refiere a hechos de fines del siglo XIV: todos los demás pertenecen al XV, siendo el más antiguo aquel gracioso fragmento conservado también por la feliz memoria de Argote en texto más puro que el del Cacionero de Romances de Amberes y la Silva de Zaragoza:
—Moriscos, los mis moriscos,—los que ganáis mi soldada,
Derribésme a Baeza,—esa villa torreada,
Y a los viejos y a los niños—los traed en cabalgada,
Y a los mozas y varones—los meted todos a espada,
Y a ese viejo Pero Díaz—prendédmelo por la barba,
Y aquesa linda Leonor—será la mi enamorada.
Id vos, capitán Vanegas,—porque venga más honrada,
Que si vos sois mandadero,—será cierta la jornada. [2]
Argote nos informa del hecho histórico que dió tema a este romance: «El Rey de Granada Mahomed Aben Balva [3] ... saliendo [p. 92] con todo su ejército, en que llevaba siete mil de a caballo, y cien mil peones, en 17 de agosto de 1407, cercó la ciudad de Baeza. La cual combatió tres días continuos, siéndole defendida valerosamente por los caballeros y escuderos della, entre los cuales fué muy señalado el valor de Pero Díaz de Quesada señor de Garcíez, y de Garci González de Valdés. Y teniendo el rey moro aviso que el infante Don Fernando enviaba en socorro desta ciudad al Condestable D. Ruy López de Dávalos y al Adelantado de Castilla, y a otros caballeros con poderoso ejército. Y considerando la fuerza de la gente que en Baeza estaba y que no eran poderosos a ganarla, y aver sido muertos muchos dellos en este combate, contentóse el Rey con quemar los Arrabales della. La defensa que desta ciudad hizo Pero Díaz de Quesada fué tan celebrada en aquellos tiempos, que nos quedó su memoria en cantares». [1]
Aunque Argote califica de antiguo el romance, y de seguro lo es, ya notó D. Miguel Lafuente Alcántara (historiador elegantísimo de Granada) [2] que debe ser algo posterior al hecho, puesto que menciona el apellido Venegas, no conocido entre los moros granadinos hasta el famoso renegado o Tornadizo D. Pedro, hijo de D. Egas, señor de Luque. [3]
[p. 93] Hay en este fragmento una directa imitación del romance del rey moro que perdió a Valencia
Aquel perro de aquel Cid—prenderélo por la barba:
Su mujer doña Jimena—será de mí captivada,
Su hija Urraca Hernando—será la mi enamorada...
En octubre de aquel mismo año 1407 sufrieron grave descalabro los infieles ante los muros de Jaén. Narra así el caso la Crónica de Don Juan II (año primero, cap. 45).
«El Rey de Granada, con seis mil de caballo e ochenta mil peones, combatió la cibdad tres días muy fuertemente; e los de la cibdad se defendieron muy bien, e mataron e firieron muchos moros, y el Prior de San Juan e Diego Hurtado de Mendoza, hijo de Juan Hurtado, que en la cibdad estaban, esforzaban tanto la gente, que era maravilla. Estando los pendones juntos con la cerca de la cibdad, el Obispo de Jaén, tío de Rodrigo de Narváez, e Díaz Sánchez de Benavides, e Pero Díaz de Quesada con hasta quiñientos de caballo peleando valientemente, a pesar de los Moros se lanzaron en la cibdad, con que hubieron tan gran esfuerzo los que en ella estaban, que abrieron las puertas, e salieron a pelear con los Moros, e mataron e firieron muchos dellos. Y el Rey de Granada se hubo de levantar dende con poca honra, e quemó los arrabales e huertas e viñas e volvióse a Granada. Y en este combate murió el alcayde Redoan, que era el mayor caballero que él consigo traía. » [1]

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