ESPAÑA EN PAZ |
En mi rincón moruno, mientras repiquetea
el agua de la siembra bendita en los cristales, yo pienso en la lejana Europa que pelea, el fiero Norte, envuelto en lluvias otoñales. Donde combaten galos, ingleses y teutones, allá, en la vieja Flandes y en una tarde fría, sobre jinetes, carros, infantes y cañones pondrá la lluvia el velo de su melancolía. Envolverá la niebla el rojo expolario —sordina gris al férreo claror del campamento—, las brumas de la mancha caerán como un sudario de la flamenca duna sobre el fangal sangriento. Un César ha ordenado las tropas de Germania contra el francés avaro y el triste moscovita, y osó hostigar la rubia pantera de Britania. Medio planeta en armas contra el teutón milita. ¡Señor! La guerra es mala y bárbara; la guerra, odiada por las madres, las almas entigrece; mientras la guerra pasa, ¿quién sembrará la tierra? ¿Quién segará la espiga que junio amarillece? Albión acecha y caza las quillas en los mares; Germania arruina templos, moradas y talleres; la guerra pone un soplo de hielo en los hogares, y el hambre en los caminos, y el llanto en las mujeres. Es bárbara la guerra y torpe y regresiva; ¿Por qué otra vez a Europa esta sangrienta racha que siega el alma y esta locura acometida? ¿Por qué otra vez el hombre de sangre se emborracha? La guerra nos devuelve las podres y las pestes del Ultramar cristiano; el vértigo de horrores que trajo Atila a Europa con sus feroces huestes; las hordas mercenarias, los púnicos rencores; la guerra nos devuelve los muertos milenarios de cíclopes, centauros, Heracles y Téseos; la guerra resucita los sueños cavernarios del hombre con peludos mammuthes giganteos. ¿Y bien? El mundo en guerra y en paz España sola. ¡Salud, oh buen Quijano! Por si este gesto es tuyo, yo te saludo. ¡Salve! Salud, paz española, si no eres paz cobarde, sino desdén y orgullo. Si eres desdén y orgullo, valor de ti, si bruñes en esa paz, valiente, la enmohecida espada, para tenerla limpia, sin tacha, cuando empuñes el arma de tu vieja panoplia arrinconada; si pules y acicalas tus hierros para, un día, vestir de luz, y erguida: heme aquí, pues, España, en alma y cuerpo, toda, para una guerra mía, heme aquí pues, vestida para la propia hazaña, decir, para que diga quien oiga: es voz, no es eco, el buen manchego habla palabras de cordura; parece que el hidalgo amojamado y seco entró en razón, y tiene espada a la cintura; entonces, paz de España, yo te saludo. Si eres vergüenza humana de esos rencores cabezudos con que se matan miles de avaros mercaderes, sobre la madre tierra que los parió desnudos; si sabes como Europa entera se anegaba en una paz sin alma, en un afán sin vida, y que una calentura cruel la aniquilaba, que es hoy la fiebre de esta pelea fratricida; si sabes que esos pueblos arrojan sus riquezas al mar y al fuego —todos— para sentirse hermanos un día ante el divino altar de la pobreza, gabachos y tudescos, latinos y britanos, entonces, paz de España, también yo te saludo, y a ti, la España fuerte, si, en esta paz bendita, en tu desdeño esculpes como sobre un escudo, dos ojos que avizoran y un ceño que medita. Baeza, 10 de noviembre de 1914.
ANTONIO MACHADO
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«España
en paz», España, I, 9, 26 de marzo de 1915, p. 8.
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