CUANDO LOS ESCRITOS HABLAN
Había tomado un libro para ponerlo en la mesita de
noche, allí, como otros, me susurraba al oído ofreciéndome el mensaje de su
escrito, pero este, no sé el por qué, al leer el título: Ruiseñor de fusiles y desdichas, escrito por un duende de los
archivos y un apasionado de los libros, por cierto, amigo mío, llamado Manuel
Urbano (Q. E. P. D), me llevó a sus entrañas como queriendo enseñarme el dolor
de mucha gente y la belleza de quien da su vida por el prójimo, o lo que es
igual, el que cree que el mundo no es una cosa perversa y merece la pena luchar
por él como sea.
Era un libro releído, cuando el escritor me lo dio,
lo asumí como mío y devoré fechas y relatos de un tiempo criminal llamado
guerra. Me asomé a su vida como quien mira desde un precipicio la inmensidad de
la tierra y observa la belleza de la misma y la crueldad del paisaje, pero se
siente inmiscuido en el entorno y se ve, o se observa, al lado de una cosa
llamada vida a la que llegamos sin pedirlo o porque a nuestros progenitores le
daba mucho gustico en la creación de nuestras vidas.
Levanté la cubierta y leí una cita, y otra cita, y a
la tercera, me ofreció la fotografía, oscura, negra, e imborrable de un
torbellino de ideas que, ennegrecido en el papel, daba solo su imagen para
saber que entre sus rasgos, había vivido el amor y la lucha de ideales conjugados
por la pasión de ser aquello en que creía: solidaridad y amor, llevado por la
superación de una base familiar donde el estiércol era la cama muchas veces y
los gritos el sabor de aquel momento. Sabía que Ramón Sijé lo apoyaba, y que
varios intelectuales admiraban su tesón y su inteligencia, y que su amada
Orihuela, lo animaba a marcharse en busca de la superación deseada, pero el
mundo estaba revuelto, una guerra se asomaba a España, como queriendo hacerla nueva,
pero no, era vieja, vieja en ideas, en hechos, en desigualdades, en negaciones,
en unidades clericales y poderes fácticos en el poder político y económico. No
estaba limpia España, estaba sucia, posiblemente como ahora, lo que ocurre es
que, la limpieza de los hechos, hace más rancio lo presente aunque en ello va
el pasado como regla copiada. Casi como regla hiriente.
Seguí leyendo ese libro documento y me adentré en un
capítulo en donde Jaén era su receptor, Baeza el editor de su escritos, y el Frente
Sur su destino como Altavoz del Frente, donde Jaén, casi pasivo, solamente
miraba las líneas divisorias de una contiendas entre hermanos. El mundo del
poema podía ser el del odio, el del enfrentamiento, pero entre todo aquello el
amor y la solidaridad salía a borbotones en sus poemas porque en aquellas
fechas quería casarse con su novia, como si el mundo fuese una cosa normal,
como si el amor tuviese cabida dentro del dolor del disparo, del cañón, de los
aviones que lanzaban sobre Jaén la ofensiva maldita de sus bombas, y los
represaliados, a veces, dañaban con sus actos la presencia del bien entre la
gente.
“Mi querida Josefina. Espérame. Voy dentro de cuatro
días. Prepárate para nuestro casamiento. Vas a venir a Jaén conmigo. Tengo una
alegría muy grande, nena. No se te hará antiguo el vestido.”. Y se casó entre
bombas como quien pide a Dios uno de sus milagros, y empreñó a su novia, y se
adentró en su vientre buscando de la vida la vida de su hijo, el de “La Nana de
la Cebolla” no, el otro, el que dejaría la tierra en busca de su cielo, el que
como cualquier vástago sentiría la sangre hirviendo dentro del abrazo paterno.
Y los disparos sonaban por cualquier monte inseguro del sitio a que iban
dirigidos. Leí muchas cosas más en ese libro, arranqué su silencio y fui
cayendo ante las palabras intentando buscar algo positivo entre lo que ocurría
por aquellas fechas, en las que Jaén asumió como suyo un poeta emocional que
por sus versos, dejó la belleza embadurnada entre: El “Ruiseñor de fusiles y
desdichas”.
No es en mi norma que me duerma sin un libro como
testigo, con un libro llegado de cualquier sitio para que me diga cosas de la
vida, de lo que somos los humanos, de aquello que haga pensar en lo bueno y en
lo malo de una sociedad compartida, de una sociedad en la que se evapora casi
todo menos lo que se guarda en los libros.
El día de san Rodrigo, 13 de marzo, llega a Jaén y
se aposenta en el barrio de la Magdalena, está en esa ciudad de hechizo plagada
por lo siglos en contiendas y acontecimientos interiores, 58 días, no más, y
deja tras sí un reguero de poemas que no mueren con el tiempo, resucitan en el
tiempo como joya engalanada para su deleite y el pensamiento, desde el que tras
la lectura de ese libro, o de cualquier libro, puedes dormirte cualquier noche
con el sabor de esos que se fueron con la gloria sobre su cadáver. Dormir para
soñar que se puede ser mejor y ser sensato.
La luz eléctrica debía ser escasa y débil, y lo que
tras una eternidad fue la luz nocturna, lámpara de aceite, él, la describe como
juego de ajedrez para mentes activas: En
círculo de carta, luz de oliva:/ verdes llamas, traslúcidos abriles/ que la
ascensión metálica cautiva/ en corros de cristal, a veces viles. Un
cuarteto sin más como rompecabezas, difícil para su forma de hacer me dice que
hemos ganado y perdido en el tiempo, que el aceite de esos Aceituneros altivos, se
cambió de rumbo y hoy la luz eléctrica, la hemos de pagar como el oro que, a
veces vil, sacude a las personas sin posibles, a quienes deseó la igualdad un
poeta muerto con treinta y un años, tuberculoso, sin derecho a nada, bueno sí,
a que le diesen una comunión no deseada, como otro de esos seres que cada
cuatro segundos mueren de hambre en el mundo. Sí, de verdad, cuatro segundos.
Pero la poesía sigue, la historia del hombre
también, y sobre esa mesita pasiva al lado de mi cama, el mensaje del libro
dará con mi sueño, la luz que en la oscuridad tiene el poder del placer
asumido.
Cuando se respira el aire de tu tierra y miras por
doquier admirando su belleza, crees encontrarte con la sonrisa de aquel hombre
que creó versos imborrables y los dejó como ofrenda a los que admiran las
sensibilidades soñadoras, pero no es así, solo quedan los libros, la necesidad
de darle al autor el homenaje de su lectura, esa que hoy me ha hecho recordar,
al mendigo del pan para su gente, y la cebolla especial de esa nana, que hace
temblar el corazón de quien se sienta amigo del poema que derrite en sus versos,
una cárcel temblando ante la luz universal de algunos corazones.
ANTONIO CHECA LECHUGA
Baeza febrero de 2015