LOCOS POR CERVANTES, por ANTONIO CHICHARRO

 
 
LOCOS POR CERVANTES


La búsqueda e identificación, con suspense, de los restos de Miguel de Cervantes llevada a cabo en Madrid en los últimos meses ha desatado una suerte de locura por nuestro autor, a lo que ha ayudado también la celebración del IV centenario de la publicación de la “Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha” (1615), la novela de un loco personaje que todos conocemos y con seguridad amamos. Pero no voy a tratar de estos dos asuntos coyunturales que llenan de noticias los medios de todo tipo y que generan actividades y celebraciones de tan magna obra y de tan gran escritor del que, precisamente hoy, se cumplen 399 años de su muerte, fecha señalada en que celebramos el Día del Libro, al que me sumo con este recuerdo en forma de palabras. Sí voy a tratar por el contrario de dos locos que nuestro escritor creara y del sentido que pudiera tener esa locura de papel vivida por los entes de ficción que son Alonso Quijano y Tomás Rodaja, protagonistas el primero de la novela antes nombrada y el segundo de la novela ejemplar “El licenciado Vidriera”.

Las dos novelas mantienen, como se deduce, una relación inequívoca proveniente de que estos dos personajes están atacados por la locura. En el primer caso, como consecuencia de la voraz lectura de novelas de caballerías; en el segundo, por habérsele dado un hechizo para ganar su voluntad amorosa. En ambos hay un cambio de personalidad reconocida incluso con nuevos nombres. Así, Alonso Quijano pasa a llamarse Don Quijote de la Mancha; y Tomás Rodaja será reconocido como el licenciado Vidriera. Pero estos locos literariamente egregios constituyen la ocasión de que, tanto por sus palabras como por sus acciones, florezca lo que ellos piensan como verdad, sin que mantengan actitudes hipócritas ni socialmente acomodaticias, manteniéndola por encima de lo que piensa el común de las gentes o la corriente del vulgo.

Son, en consecuencia, y por su locura personajes de una ética sin fisuras ya socialmente risibles o desdeñados, como es el caso de Don Quijote, o ya protegidos y a su manera respetados, como lo es Tomás Rodaja. El primero se cree caballero andante; el segundo, un hombre de vidrio en constante peligro de quebrarse al mínimo golpe. De ahí que se segregue de su propio medio habitual, llevando una existencia dificultosa, lo que apunta simbólicamente tanto a los peligros que encierran los demás seres humanos como al cultivo y mantenimiento de una muy clara conciencia de sí mismo, con un permanente uso del libre albedrío, que no es otra cosa que la potestad de obrar por reflexión y elección, lo que es uno de los grandes signos de la modernidad cervantina.

Al igual que ocurre con la aproximación a la conocidísima historia de don Quijote, el lector se siente de inmediato atrapado por la historia del joven licenciado que se cree de vidrio y que resulta transparente en su loca verdad y buen entendimiento, que duerme en un pajar para protegerse, que camina por el centro de las calles para evitar ser golpeado por la caída de una teja, etc., lo que no deja de ser un símbolo de la libertad del pensar y de enfrentarse al curso de la vida para plantear incluso cómo debería ser ésta, pudiendo interpretarse no pocas de sus cuerdas palabras a veces en clave satírica y de crítica social o en clave moralizadora, las dos vías que sigue su autor, Miguel de Cervantes, en su propósito de ejemplificación novelesca.

Pues bien, ejemplar es la lección del personaje ya desde el primer párrafo en que aparece cuando hace juvenil gala de su deseo de estudiar como un modo de alcanzar el saber; ejemplar resulta su continuada defensa de la honradez y de la verdad; su defensa de las letras y de la poesía en particular, no confundiendo a los poetas con el resultado de su creación y concibiendo la poesía como aquella ciencia que encierra en sí todas las demás ciencias: “porque de todas se sirve, de todas se adorna, y pule y saca a luz sus maravillosas obras, con que llena el mundo de provecho, de deleite y de maravilla”, en lo que coincide con Don Quijote –recordemos el famoso capítulo XVI de la segunda parte de la novela. Y ejemplares son también las sucesivas ridiculizaciones que el licenciado Vidriera efectúa  de las hipocresías y necedades de las gentes que pululaban por la España imperial, ya desde entonces en imparable decadencia social, aunque no literaria. Y ejemplar resulta también la proclamación de la libertad del pensamiento a que conduce tan racional personaje y, muy especialmente, el ver a través de la transparencia de sus palabras desmitificadoras.

            Hasta aquí mis palabras que no dejan de quedar impresionadas por el triste final de ambos egregios locos literarios, pues los dos acaban muriendo de su cordura justo cuando se dan las condiciones de iniciar —eso sí, literariamente— una suerte de vida humana en plenitud, con lo que esto tiene de profundo juicio cervantino sobre la sociedad que le tocó vivir.

            Locos por voluntad creadora de Cervantes estos entrañables personajes y locos nosotros por Cervantes, nuestro celebrado escritor, del que se han buscado y parece que hallado sus tristes huesos cuando lo tenemos vivo, más vivo que nunca, en sus textos. Busquémoslo en ellos.
 
ANTONIO CHICHARRO
Presidente de la Academia de Buenas Letras de Granada
Artículo publicado en IDEAL, Granada, 23 de abril de 2015