FIRMA INVITADA: "DETRÁS DE UN TODO ". LOS RELATOS DEL POETA, por ANTONIO CHECA LECHUGA


DETRÁS DE UN TODO

Los relatos del poeta



La vida es distinta a la inteligencia. Ésta se amolda a la existencia en la que el individuo se abastece de ella para una función muy personal. De todas formas, las contradicciones éticas no se deben aceptar como una función de esa inteligencia de la que hablamos sin concertar con ella lo humano, que es otra aportación del pensamiento desarrollado. La inteligencia ha sido una creación de la Naturaleza en la que el ser pensante es el único agraciado,  pero,  al mismo tiempo, el único que sufre sus consecuencias apreciativas. Al no ser un animal intuitivo y sí racional, el hombre adquiere el privilegio de ser quien gobierne la vida ordenada en la tierra y, dentro de ese orden, la desproporción de conceptos en los que las ideas emocionales —nacidas de las mismas ideas— cotejan sus desproporciones en las que aparecen no ya las ideas en sí, sino aquello que tras ellas puede ser beneficioso para el individuo que las practica.

En política —de la cual ninguna civilización puede salvarse y sí apreciar sus devastadores contratiempos y un egoísmo no ya emocional—, la discrepancia, no es lo que ensombrece los acontecimientos que se desprenden de los resultados o consecuencias de las ideas, es, son, acumulativamente meditadas al egocentrismo de cualquier sujeto; el resultado egoísta de aquello que, con la construcción del pensamiento, se empareja a nuestro lado y nos hace concebir con la inteligencia, un territorio perdido o dejado en el mundo animal, por el que recogemos el placer de la conservación junto al lado más opulento de los placeres terrenales que, en definitiva, son los únicos que conocemos.

Pero la inteligencia, en contraposición con la naturaleza creativa de la misma, rehúye esa “gracia” que se le otorga, degenerando en consecuencia, retrocediendo al mundo animal como la esencia de un conservadurismo genético en el cual, aparece la insipiencia del animal una vez convertido a lo humano como forma.

Mientras que el hombre sin apetencias egoístas busca en Altamira o Atapuerca la presencia civilizada formada por la historia y descubre y conserva el patrimonio de nuestras raíces como elemento apreciativo de la superación del hombre, el hombre con necesidad de poder político y ya con esa inteligencia en un desarrollo medianamente avanzado, busca la distorsión como esencia mediática en la discrepancia y lo que menos le importa es el uso de la inteligencia como mediadora, más bien es una reacción animal buscando o perseverando ese territorio en el que ha luchado antes de ser un animal pensante.

El hombre se agrega a pluralidades optativas en las que al sentirse diferente aporta un comportamiento irracional dentro del raciocinio del que parte una vez creada su racionalidad. Por eso, cuando el animal pudiente invade un territorio donde impera otra sociedad, no aporta su inteligencia, aporta la animalidad compleja en la que dejó su inicio una vez convertido al pensamiento colectivo. Existen territorios donde la barbarie es la aportación egoísta de un determinado sujeto ante su pueblo, pero, detrás de esa barbarie controlada desde un poder netamente indeseable, la palabra pueblo aparece en la versión territorial donde esa percepción autárquica por imposición, reinvierte su ego para el beneficio personal de los individuos fuertes; tales individuos, inventan para sus súbditos la palabra dios que a través de la manipulación lo hacen suyo y se convierte en miedo, y tras él, —el miedo—, ya como sujeto, crea la adhesión colectiva en la que los hombres ya repletos de inteligencia hacen de la misma un contenido llamado ideología espiritual.

Si ante cualquier acto bélico la inteligencia se segrega y la negación o aceptación parte de la misma, ésta; determinante, hace uso exclusivo de un derecho en el que aparece esa territorialidad por la que el hombre mataba en su remota iniciación a lo que la Naturaleza le tenía reservado: ser único en la tierra como animal dotado de un poder inteligente, y; ante tal creación, aparece otra intercepción del pensamiento en el que el ser humano mediatiza ya en su convicción social, e imparte su concepto apreciativo mediante su numen generoso donde naciendo de un pensamiento otorgado, aparece otro adjetivo que denominamos sentimientos, éstos, en el lado optativo de la apreciación como símbolo del pensamiento, hacen, al menos; que la visceralidad emotiva, construya en otros individuos otro concepto distinto de la inteligencia y diagnostiquen el contrapunto en la contraposición del animal que piensa.

Es, desde luego, una realidad palpable que la inteligencia no ha nacido con la misma función en todos los individuos, ni todas las palabras tienen el mismo significado ni los hechos son iguales ante cualquier eventualidad social que se tope con lo desarrollado por el poder mental. Ni ante la creación estelar de la cultura entendida por la parte superior del conocimiento, la reacción del individuo se yergue con la misma afinidad por su desarrollo intelectual, es pues, todo; la amplia perseverancia en los conceptos humanos un acto más moral — o inmoral— que un criterio inteligente, pues a veces, lo importante parte del derecho a la territorialidad en la que el animal siente su creación y construye los genes de donde parte, de todas formas, es muy elemental que la razón en su insipiencia se abastezca de mitos y ambiciones por serle más fácil a su propia aceptación como individuo pensante. El desarrollo animal en el hombre, está constituido para perseverarse ante la Naturaleza, pero, aun sin comprenderlo, hace de ésta un sepulcro voluntario y personal que, con el tiempo, puede convertirse en otro sepulcro colectivo, pues la relatividad de su inteligencia conlleva otra “animalidad” con la que emula la ambición precedida en su entorno óptico-social, del que depende en sí, ese concepto en el que se siente superior y no vasallo del Cosmos conocido. Pero el Cosmos espera, sufre, asimila y en el futuro dará una respuesta finita.

Las irrealidades se convierten en realidad cuando mira uno la cuna de nuestro ancestro más pretérito, pues nos hace llegar a la parte más remota, con el convencimiento de ser sólo un desarrollo natural, con el cual, impartimos solamente la comunicación en el reconocimiento a nuestros tributos, pues de ellos, o con ellos, nos hacemos elementos con desaciertos difusos en los que casi siempre discrepamos. Es posible que la inteligencia, parta de una acefalia que construye, aquello que desde nuestros orígenes va ocasionando la parte de un ego más bien degenerativo y allegado a la ambición representativa, no sustancial.

El hombre, en su desarrollo, no acepta parte del mismo, lo invierte y se coacciona al inicio de una percepción salvaje en la que deposita un concepto vanguardista desde una raíz sumamente pretérita, pues las conjugaciones de la inteligencia intercalan lo apreciativo y ésta, llega a un acuerdo con las concepciones personales en las que, se difuminan las definiciones naciendo de ellas el estado salvaje del que rehace aparentemente con énfasis, y que a través de los tiempos, entre las apreciaciones en las que se encumbra, se aparecen las revelaciones del animal natural en el que apareció en la creación de un planeta con el cual jugamos diariamente, y en él, adjudicamos a conciencia, los deterioros que ocasionan nuestras conductas que, partiendo de la moral, son inmorales.

Cuanto más analizamos nuestra historia, más vemos las equivocaciones en las que estamos deliberando diariamente, lo que no observamos es que, dentro de esa diatriba sólo aparece la voluntad del yo imperialista de un poder acumulado con la inteligencia, y que ésta, vuelve a un estado de cúmulos en los que se yergue de nuevo, por pura incongruencia. Detrás de un todo, solamente aparece una vos en las cumbres de un estado puro que es cuando el hombre es netamente salvaje, pues la cultivación de la especie desaparece en el momento en que el territorio se ve amenazado por otra manada con deseo de asiento en un terreno ocupado, ya que, los cercamientos de los territorios en el animal puro, se hacen con orín sobre la corteza del matorral o del árbol, pero una vez perdida la pureza, ya pulida la inteligencia, los cercos se construyen con la misma — con apreciación y no con intuiciones— y a veces, con una terrible capacidad en la que el hombre vuelve inconscientemente a su estado primitivo. La destrucción del tú como ofensa al yo de la fortaleza física donde descansa o vive la inteligencia empírica del instinto de conservación, aparece en el momento en que se ve tambalearse lo construido, esa materia en la cual reinvierte en el espacio animal, la fuerza que hostiga a quienes osen ofender a lo construido con el egoísmo del egocentrismo. Un examen de conciencia no está nunca demás, pero ni lo hacemos ni lo vemos.

Si ante tal apreciación la inteligencia solamente sirviese para un desarrollo social —que indiscutiblemente sirve—, el equilibrio en el poder podía llegar a perfeccionarse, pero los orígenes del hombre han ido construyendo al mismo tiempo que la inteligencia, una incomprensible avaricia en la que muere la inteligencia moral, creando un velo inarmónico por el que camina la desproporción iniciada que, dicho sea de paso, ha sido la aportación de una comunidad, a la otra que empuja fuera de su territorio.

La fusión de los continentes, el conocimiento abstracto de los sentidos una vez expandidos por la tierra, dan al hombre un mayor poder de visión geográfica y una apreciación cósmica que lo hace menos consciente, y más civilizado, y al mismo tiempo, más egoísta políticamente hablando, pues lo mismo que la inteligencia creadora aporta sus resoluciones para la oferta de un desarrollo armónico, esa armonía se apaga y distorsiona su acorde, una vez que el hombre se hace dios o construye otros que les sirva de apoyo para el interés de su apetencia animal, y dentro de ella, es la vida ajena, un obstáculo que ya frente a su deseo: no tiene sentido, y la elimina mediante actos cívicos o reivindicativos por la Gracia de un dios en la que ponen su objetivo de hacerse creer, ya que, no humanamente, sí buscando la espiritualidad de una religión construida para sentirse respaldado en sus actos de animal superado mediante la inteligencia otorgada por la Naturaleza.

Si dentro de la idealizada grandeza que construye el poder de un imperio se pagase a éste con la vida de su más espléndido mandatario y sus más directos correligionarios, una vez realizada la usurpada lucha territorial, la idea de grandeza se diluiría en temor ante la muerte, la cual, acaba con todos los esplendores donde el hombre se encumbra, pero como la irracionalidad o la racionalidad, ha creado al dios del sacrificio para el pueblo y el reconocimiento de los hombres inmolados, el hombre no puede pasar de ser un actor mediático solvente. Los territorios del animal desarrollado siguen siendo apetecibles por los que han subido al pódium de la pobreza humana. Mientras el hombre no cambie en el apreciativo desarrollo de su ideal personal por el deseado concepto de conciencia social, no habrá territorios deseados o territorios intocables, pues todo entra como hemos dicho dentro de un egoísmo político y no de una conciencia globalizada.

Pronto habrá en algún sitio del Planeta una guerra entre los hombres, otra de tantas en las que la inteligencia se aparta siendo ésta dotada por la Naturaleza mediante el concepto humano, pero el hombre no cambiará en el presente ni en un futuro apreciativo; cambiará, no cabe duda, una vez destruya la Naturaleza que le ha otorgado su poder, ese que los hombres de bien pensar, están empleando para que los animales en sus conceptos primitivos, dejen su orina en la corteza del árbol en vez de la destrucción que se avecina donde han de morir los que sin querer ser inmolados, abonarán la tierra y regarán con sangre, aquello que la inteligencia construye para el beneficio animal de unos pocos.

Los pocos no son siempre aquellos planificadores de un sistema a seguir, son sus lacayos.

A veces, los conceptos sociales se ven deteriorados por la inoperancia de sujetos pensantes, pero otras, los sujetos mediadores entre lo irracional y el raciocinio y que mediatiza con el nombre de Pueblo, irrumpen o penetran con sus voces en las actividades colectivas y, ante su clamor, éstas se apagan por quienes quieren aun con su orina señalar ese territorio del que parten por un poder otorgado precisamente por el sujeto Pueblo, pero aun así, el poder del territorio, acaudilla a esa inteligencia ya perdida en el mundo primitivo, del que aflora solamente una idea de poder dominar con las ideas y las palabras, el derecho al sacrificio de otros hombres, en conceptos imaginables, pero suscritos al egoísmo del individuo pudiente.

Ser fuerte implica dentro de la ley natural, el apoyo moral y cívico para un colectivo en el que el beneficio sea un acto inteligente en la solidaridad, pero no un proceso intencionado donde se acumule esa fortaleza posesiva, con la que se intenta servir a todos pero con la seguridad de que el resultado pretencioso es el beneficio del fuerte para seguir con su territorialidad animal.

La inteligencia pues es distinta a la Naturaleza creativa, ésta, la inteligencia, se amolda a un concepto humano pero reinvierte al animal cuando el egoísmo nace, es pues el egoísmo un deseo de batalla donde muera en ella lo inaceptable de su concepto sociológico.

Cuando en la diatriba de los conceptos aparecen éstos con nombres parecidos, la concepción de los mismos se encaminan por senderos distintos y por cauces que no son siempre los más claros en sus ofertas, pues no existen en sí las palabras que asemejan en las oralidades políticas, las opciones de conceptos son siempre el rasero con el que la inteligencia, adecua en beneficio propio, lo ideado como colectivo. Es así el soporte en el que el hombre mitifica una sociedad concebida mediante el concepto ideado para sorprenderse de su capacidad de poder, ya que con él, no sólo se construye ese territorio del que partimos sino que, creamos para la comodidad actual otro amoldado, en esa inteligencia creada por la Naturaleza. Otra cosa son las conciencias, que, partiendo de ellas, se visten con atuendos en los que cabe todo: hasta el genocidio social ya que en el hombre es el sujeto único de un dios posiblemente inexistente.



                                                                                                 Antonio Checa Lechuga

                                                     Baeza, en un día que soñé con el poema y la belleza repartida en la palabra del hombre.



                                                                                                                                      Navidad de 2015

                                                                                                                LOS RELATOS DEL POETA