"ESTA LENGUA NUESTRA", por ANTONIO CHICHARRO



ESTA LENGUA NUESTRA


No me ha extrañado que una de las primeras medidas del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump, haya sido la de ordenar la suspensión de la versión española de la web oficial de la Casa Blanca. De esa persona tan poco cultivada, por lo que voy deduciendo, se puede esperar cualquier cosa ‒desde levantar muros a derribar puentes‒ y más aún si tiene que ver con esta lengua nuestra y con quienes ‒cientos de millones de personas en todo el mundo‒ la usamos y somos con ella. Independientemente del disgusto político inicial que me produjo conocer esta noticia, pensé acto seguido en que tal decisión suponía indirectamente el reconocimiento de la fortaleza del español en el país norteamericano e incluso, si pensamos en nuestra lengua en términos puramente económicos, tal como lo viene haciendo José Luis García Delgado, en una cierta prevención por su potencial económico, tal como especifica el nombrado economista cuando habla del español y el mercado de su enseñanza, el soporte de una industria cultural, su papel en la transacción y seña de identidad colectiva o imagen de marca con la que tanto se logra una integración económica de países como se ejerce una proyección sobre comunidades lingüísticas ajenas.
En todo caso, que un sitio web de estas características quede en suspenso o incluso pueda desaparecer definitivamente, siempre será un asunto menor frente a la propia acción que los hablantes del español podamos ejercer sobre nuestra lengua al no cuidarla y enriquecerla en su uso o al dejarla de lado en la comunicación científica. Tal vez el peor enemigo esté dentro y diré porqué.
            Siempre he pensado que el aprendizaje de lenguas en un mundo como el que nos ha tocado en suerte vivir es una necesidad instrumental, cultural y política básica al tiempo que un modo de mejor conocimiento y comprensión de los otros. Aprender inglés, por ejemplo, dado que la lengua de Shakespeare se ha convertido además en la lengua franca de nuestro tiempo, es algo que no se discute ya. Ahora bien, el aprendizaje de esta segunda lengua no debe suponer la sustitución del español como lengua de producción y comunicación científicas, esto es, como lengua de teoría, conocimiento y, a la postre, pensamiento. Con mi afirmación no quiero decir que el español no sea una lengua vehicular de ciencia sino, sobre todo, que puede dejar de serlo en el grado en que ha venido siéndolo si las universidades, centros de investigación y demás instituciones se aprestan a dejar de usarla para ciertos fines como el de la producción de conocimientos científicos y la enseñanza de los mismos. Una cosa es facilitar la comunicación, la comprensión y el entendimiento en la comunidad de investigadores y estudiantes gracias a una lengua franca y otra muy distinta es la sustitución de la lengua natural o materna por aquélla. Y advierto de este peligro porque a los excesos del papanatismo se puede contribuir también con el pragmatismo que busca resultados en la difusión de la ciencia y la evaluación de su impacto, algo que se está convirtiendo por lo demás en un gran mercado con sus clasificaciones, burbujas, inflaciones y usos comerciales, etcétera.
            Yo, como bien hacía el filósofo Gustavo Bueno en algunos de sus trabajos, no pretendo reivindicar con mis palabras nada en relación con el español como lengua de pensamiento y como lengua de ciencia… hasta ahora mismo. Pero sí advierto de que si se privilegia el uso del inglés en la producción del conocimiento, el único viaje de vuelta que puede haber es el de su traducción al español, si es que esta llega a hacerse. En consecuencia, es mejor que la traducción se haga al inglés una vez que se ha culminado un estudio en español para desarrollar su potencial y sostener su equipotencia con otras lenguas. De no proceder así, tal vez la lengua de Cervantes y el ancho universo de la cultura que ha generado en más de veinte países ‒ahí queda la corriente histórica del hispanismo y sus especialidades para afirmar su importancia‒ empiecen a empobrecerse y a reducir el espectro del mundo que nombra y hace suyo esta lengua nuestra.

ANTONIO CHICHARRO
De la Academia de Buenas Letras de Granada