DE LO DIVINO Y LO HUMANO
Los mitos esconden referencias remotas de los albores de
la humanidad que todavía bailan en el subconsciente. La Guerra de Troya, por
ejemplo, se puede interpretar como la Gran Berrea, el último rescoldo de la
querencia animal en el que los machos se enfrentan por las hembras. Como
síntesis de lo que precede a lo humano, Homero presenta a dos ejércitos
disputándose a Helena que asiste complacida a la batalla. Hasta aquí lo que era
la seducción animal; a partir de ahora lo que defina el comportamiento
racional.
El mito
del Paraíso encierra recuerdos animales todavía más lejanos como lo prueba la
presencia de la serpiente. La genética ha confirmado que los mamíferos proceden
de los reptiles. El cerebro humano se asienta sobre un residuo reptiliano que
guarda el componente emocional. Hay quien piensa que los sueños resultan de
interferencias entre el cerebro reptil y la corteza frontal que es donde se
elaboran los procesos racionales. En la escena bíblica del Paraíso conviven
tres historias: una arcaica representada por la serpiente, otra remota que es
el macho (mono todavía intentando subir al árbol del saber) y la hembra que es
la realidad. La serpiente le acaba de explicar al mono que los hijos que pare
la mujer son suyos, inyectándole el sueño de eternidad que supone la
descendencia. Es el momento en que Dios bíblico instituye el patriarcado al
crear a Eva de una costilla de Adán. En definitiva, la serpiente induce al
mono, tomando a Dios por testigo, a que sea hombre.
Los
mitos relatan sucesos fundacionales, bifurcaciones de las que se conoce el
resultado (Edipo mata a su padre en una encrucijada). El cerebro emocional
influye en el automatismo mientras que el sistema piramidal induce los aspectos
voluntario y racional que controlan las sensaciones. La convivencia en grupo
alcanzó éxito porque aporta seguridad e imprime identidad, adquisiciones que se
pueden educar y entrenar. La tribu es un patio de vecinos en el que se cuentan sus
asuntos unos a otros y resulta que todos se parecen. La originalidad no está
bien vista en comunidades que se aglutinan por el reconocimiento mutuo. En la
sociedad moderna se mantiene el instinto gremial que reunía a sus ancestros
alrededor del fuego, encarnado ahora por la pantalla de TV. Pero se siguen
contando los mismos chismes que gustaban en el paleolítico. La noticia debe
resultar familiar, plausible y excitante. Si se condimenta al gusto de cada
poblado resulta que se administra la misma comida con sabores distintos.
En el
Paraíso hubo inquietud por el conocimiento hasta que la censura divina marcó el
límite de lo que estaba permitido saber: de lo cotidiano, todo; de lo
transcendente, nada. Lo cual resulta suficiente a la mayoría, más interesada
por el chisme que por el concepto. Esto se puede expresar de muchas formas,
pero me es grato traerlo con las buenas maneras de Juan de Mairena;
—Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: «Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa».
El alumno escribe lo que se le dicta.
—Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno, después de meditar, escribe: «Lo que pasa en la calle».
Mairena. —No está mal
—Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: «Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa».
El alumno escribe lo que se le dicta.
—Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno, después de meditar, escribe: «Lo que pasa en la calle».
Mairena. —No está mal
El
mensaje de las religiones es el mismo que el de Machado: lo cotidiano es lo que
importa. Descargar la responsabilidad del conocimiento fue un alivio para el
hombre por mucho que disgustara a la serpiente y a la mujer. Es la novedad
democrática frente al dogmatismo: no vas a tener acceso al conocimiento, pero
vas a poder votar. Los asuntos graves los seguirán gestionando los elegidos,
pero se te permite opinar sobre los eventos consuetudinarios que acontecen en
la rúa.
SALVADOR PERÁN MESA