REVISTA DE PRENSA: LOS CLÁSICOS MIRAN A JAÉN, por JAVIER CANO

https://lacontradejaen.com/la-contra-literatura-jaen/ 


LOS CLÁSICOS MIRAN A JAÉN

LOS CLÁSICOS MIRAN A JAÉN

Por Javier Cano - Julio 08, 2023
Compartir en Twitter @JavierC91311858

Desde los textos medievales hasta la literatura de viajes del XVIII, el Santo Reino capitaliza la atención de una amplia y reconocida nómina de autores que la ensalzan o la critican a través del verso o la prosa

Los romances anónimos, Mateo Alemán, Lope de Vega, Góngora, Sanz del Castillo, María de Zayas, el refranero, Jorge Manrique, Gonzalo Correas, Arguijo y, así, una larga lista que incluye hasta al mismísimo príncipe de los ingenios (Cervantes).

La provincia jiennense ha sido escenario, cuna o destino de personajes de trascendentales obras de la literatura desde el Medievo, aunque con distinta suerte.

Laudatorias unas, hirientes otras, lo cierto es que la presencia del mar de  olivos en la prosa y la poesía renacentistas, del Siglo de Oro y del XVIII es tan frecuente y dispar que merece la pena practicar un 'donoso escrutinio' para ver cómo queda tras pasar por las plumas de grandes o medianos autores. 

Entre los ejemplos más antiguos de literatura en la que Jaén aparece reflejado están los conocidos como romances de frontera, de confusa cronología pero, en cualquier caso, anteriores al Descubrimiento de América. 

Desde el Romance de Celín o Celindos hasta el de Reduán, entre otros, la provincia brilla como escenario insuperable: "A los torreados muros / de su Jaén dulce y cara, /dulce porque nació en ella, / cara pues le cuesta el alma, / se vuelve a mirar Celindos, / el biznieto de Abenámar...". O "De los muros de Jaén / reconoce las almenas, / y entre Úbeda y Andújar / pasa como una saeta..." son buenos ejemplos. 

Interesantes estudios de los destacados catedráticos y erutidos Gómez Canseco (Jaén como paisaje jocoso en la literatura del Siglo de Oro —Boletín del IEG, 2010—); Dámaso Chicharro (De San Juan de la Cruz a los Machado —UJA, 1997—) o Aurelio Valladares (Literatura giennense en el siglo XVIII —UJA, 2008—), por citar solo algunos referentes destacables, aportan luz meridiana para la confección de una posible antología con el Santo Reino como materia literaria. 

Para el primero de ellos, el origen del no poco constante papel de Jaén en el repertorio áureo está en el refranero español, donde el paisanaje de los municipios 'escogidos' para la ironía o la chanza no sale muy bien parado, que se diga: 

"Asnos en Xaén, burros en Bexíxar, bueies en la Terra, mentiras en Sabiote, en Villakarriilo trigo, en Torafe frío, en Villanueva gala, en Beas freskura, tontos en Hornos, vellakos en Segura". Las protestas —comprensibles—, a Gonzalo Correas, que recogió tales lindezas en su Vocabulario de refranes y frases proverbiales allá por 1627. 

Y no queda ahí la cosa, que respecto a los cabezones abunda y los califica de "cabezones"; de "gente dura y malvada" a los ibreños, y a los de Baeza como "diabólica". 

Tampoco Cervantes le hace un gran favor a la provincia cuando, en el capítulo 71 del Quijote, alude al pintor ubetense Orbaneja para herir al autor del otro Ingenioso hidalgo que, en tiempos del manco de Lepanto, se atrevió a publicar un sucedáneo de la inmensa novela contracaballeresca:

"Cuando le preguntaban qué pintaba, respondía 'lo que saliere', y si por ventura pintaba un gallo, escribía debajo 'este es gallo', porque no pensasen que era zorra". Ahí queda eso. 

 Escena cervantina en la que Don Quijote habla a Sancho del pintor Orbaneja. Foto: Museo de Alfarería Paco Tito.
Escena cervantina en la que Don Quijote habla a Sancho del pintor Orbaneja. Foto: Museo de Alfarería Paco Tito.

¿Que de dónde procede esa dudosa fama de Jaén para sobreentender lo vinculado con estas tierras como elemento de burla sin necesidad de esforzarse en ello? La respuesta está en el ya citado refranero y en otros compendios poco generosos con la provincia. 

"¿Dónde bien, ombres de bien? ¡Harre, mulos, a Jaén" (Gaspar de los Reyes) o "Ni en Baeza naranjos, ni en Úbeda hidalgos" (Hernán Núñez). Vaya tela. 

En tiempos del Barroco, por ejemplo, el célebre sevillano Juan de Arguijo escribió acerca de un "tonto ingenioso" baezano que "andaba preocupado porque Dios entendiera correctamente las plegarias de sus fieles en materia de aguas y riegos". "Sacaron una imagen en Baeza por un aprieto de muchas aguas, que siempre lo hacían por falta de ellas, y en saliendo la procesión empezó a llover mucho más, y dijo muy apriesa un cofrade: '¡Cuerpo de Dios!, digan para qué la sacan; que pensará que le pedimos lo mismo que en años secos”.

JAÉN EN LA PICARESCA

Con el marteño Francisco Delicado y su Lozana andaluza entra la provincia, de lleno, en el mapa del género pícaro, seguramente por gozar el mar de olivos de escasa consideración social en la época y presentarse como un espacio idóneo para servir de telón de fondo a las aventuras y desventuras de majaderos.

En Jaén "vivía gente de la rapiña", en palabras de Alonso del Castillo, y aquí desenlaza las "hazañas de elementos como Crispín o el bachiller Trapaza. Entre los episodios de este último personaje, aquel que en el año 1637 lo sitúa en la capital jaenera y, para sobrevivir, entra al servicio de un médico local casado con una "niña de los quince veintes" —esto es: que multiplicaba sus quince años por veinte—.

Precisamente con esta fémina —excéntrica y peculiarísima— mantiene el pícaro un tira y afloja que, al final, lo lleva a ser expulsado de la casa del galeno y a dar con sus huesos en la calle, una vez descubiertas sus artimañas. 

Por otro lado, cuenta Espinel en su Vida del escudero Marcos de Obregón cómo a un joven peroxileño "aprendiz de sisador" lo desplumaron en Úbeda, y no mejor quedan los tahúres jiennenses, como aquellos que en la antigua feria de agosto jugaron y rejugaron con dinero ajeno hasta el amanecer, en un sabroso relato de Francisco de Luque. 

De esta calaña tiene un ejemplo 'ilustre' la provincia, y el más conocido del género, por cierto: el Entruchón de Baeza, ladrón creado por Jerónimo de Cáncer que, ante el 'riesgo' de que uno de sus hijos fuese un tío legal, se lamenta profundamente: 

"Niño, tú no vales nada; / y si mañana te falto, / temo que eres tan ruin / que has de dar en hombre honrado...". Digna de lectura es esta obra en la que el supuesto (que en este asunto también hay duda) padre del chavea se entretiene en mostrar a su vástago una seurte de árbol genealógico de pillos y bellacos. 

GÓNGORA Y EL 'OTRO' QUIJOTE

Jaén no le fue ajena tampoco al gran poeta cordobés Luis de Góngora, dado que su padre, Francisco de Argote, fue corregidor en la capital del Santo Reino. 

Sin embargo, esta relación no debió de ser ni mucha ni buena, a tenor del tratamiento que el autor de la Soledades le concede a estas tierras en uno de sus (por otra parte) intachables sonetos tanto a la ciudad como a la vecina Baeza, con motivo de las honras fúnebres ofrecidas por la muerte de la reina Margarita. 

Como expresa Dámaso Chicharro, el creador de la Fábula de Polifemo y Galatea "se burla despiadadamente" de ambos municipios a cuenta del homenaje provincial a la monarca fallecida, que a don Luis le debió de parecer pobre y vulgar: "obra de araña" llama a dicho tributo. 

Pero acaso sea la versión local del Caballero de la triste figura que Cristóbal de Arenzana sitúa en Mancha Real (Vida y empresas literarias del ingeniosísimo Don Quijote de la Manchuela) la última de las ediciones en las que el territorio provincial y su gente convivan con el género burlesco, en pleno Siglo de las Luces. 

"A la necedad" dedica su libro, representada en uno de los arquetipos humanos de aquel tiempo, sin ahorrar detalles al lector cuando describe el pueblo manchego como ese "lugar del reino de Jaén donde registraron el último rincón de su bolsillo", en alusión a las tasas municipales y donde el conservadurismo del paisanaje no deja de recibir latigazos léxicos, dirigidos verdaderamente a la totalidad de una España entonces carcomida por la incultura, de la que convierte al Santo Reino en paradigma.

GRANDES POETAS

Entre los genios líricos que pusieron en sus labios el nombre de Jaén, el gran Jorge Manrique, hijo del que fuera comendador de Santiago en Segura. Autor de las universales Coplas por la muerte de mi padre, el poeta alude en un poema burlesco a una "beoda que tenía empeñado un brial en la taberna".

A pesar de lo peyorativo del tema, la ciudad serrana no sale muy mal parada, pues en realidad se refiere a unos vinos elaborados por aquí que, en aquel tiempo, gozaban de cierto prestigio, al parecer: "¡Santo Luque, yo te pido / que ruegues a Dios por mí, / y no pongas en olvido / de me dar vino de ti! / ¡Oh tu, Baeza beata, / Úbeda, santa bendita, / este deseo me quita / del torontés que me mata!".

Segura de la Sierra fue, también, uno de los refugios de Francisco de Quevedo, donde gozó de la amistad de importantes personajes de su tiempo pero cuyo carácter y personalidad le permitían, sin esfuerzo alguno, amar este rincón serrano de la provincia y, a la par, meterse con sus condiciones meteorológicas sin enmendarse:

"Las viñas, para no helarse, / tienen los meses adustos; / a las cepas con cachera, / con tocadores los grumos. / Es gusto ver un castaño, / de medio de los diluvios, / con su fieltro y su gabán, / por agosto muy ceñudo".

JAÉN EN LOS LIBROS DE VIAJES

El último tramo de este reportaje deja más que bien parada a la provincia, con la que la prosa y la poesía áureas han sido generosas en cuanto a su acercamiento, atraídas por un patrimonio inmemorial que los grandes autores de ese periodo han reflejado en sus obras. 

Así, de Jaén escribió el embajador veneciano Andrea Navagero (quien la visitó allá por 1527) que era "ciudad harto buena, abundante de agua y con una hermosa iglesia en que, según dicen, está la Verónica".

Y es que la posesión de la preciada reliquia de la faz de Cristo se convertiría pronto en uno de los principales motivos para desplazarse hasta estas latitudes en los siglos XVI y XVII, entre otros, y (cómo no) ese interés se reflejaría también en el ámbito literario.

Verbigracia Lucio Marino Sículo, que el año de la conquista de América da noticia ya, en sus escritos, del relicario del Santo Rostro, asunto recurrente a lo largo y ancho de las citadas centurias. 

De esta suerte de literatura de viajes gozará el mar de olivos de gloria, como puede comprobarse en El viaje entretenido de Agustín de Rojas, compuesto  a principios del XVII y obra de gran difusión que, hoy día, no ha mermado en interés para los estudiosos del género. 

En sus páginas, Solano (uno de los protagonistas) expresa su deseo de llegar a Jaén temprano, afán que Ramírez secunda con una sentencia más que favorable: "Es muy buen lugar de comedia y aun tienen muy buenos entretenimiento". No está mal, ¿verdad?

Hasta el mismísimo Cervantes (sí, el de Orbaneja y su comparación desafortunada) es incapaz de obviar la importancia del Santo Reino, como ya se ha dicho, en calidad de depositaria de la santa faz ("Y dando una punta, como alcón noruego, me entretendré con la Santa Verónica de Jaén") y escenario de una de las romerías más antiguas de España ("Hasta hacer tiempo de que llegue el último domingo de abril, en cuyo día se celebra en las entrañas de Sierra Morena, tres leguas de la ciudad de Andújar, la fiesta de Nuestra Señora de la Cabeza").

Cabe destacar igualmente la figura del conde de Villamediana como uno de los más claros 'benefactores' de la provincia jiennense con la pluma.

Íntimo de Góngora, sin embargo ese afecto no influye en Juan de Tassis a la hora de apellidar Jaén a una de las protagonistas de sus Sonetos amorosos

Tan brevísimo repertorio de autores volcados en ponderar esta tierra, junto con el grupo de aquellos que encontraron en ella el óptimo objetivo de sus críticas, da noticia entonces de la convivencia, en un mismo periodo histórico, de puntos de vista contrarios pero perfectamente posibles, que ni convierten el mar de olivos en quintaesencia de las quimeras líricas o narrativas de sus creadores ni, tampoco, limita a paisaje burlesco, únicamente, el escenario y el paisanaje de aquí. 

Ahí está Antonio Ponz, paradigma de viajero ilustrado del XVIII —como indica Aurelio Valladares—, y a él se deben precisamente líneas centradas en las zonas de las Nuevas Poblaciones, Linares, Cazorla, Baeza, Úbeda, el propio Jaén, Andújar, Martos y Porcuna. 

En su labor de inventario del patrimonio de los jesuitas expulsados, dio a luz una obra ingente, en dieciocho tomos, titulada Viaje de España, que incluyó elogios pero también feroces críticas a los lugares visitados:

"La Carolina, cuya iglesia no puede negarse que es ridícula...", dice. Uno de los pocos ejemplos de literatura de viajes donde Jaén sale mal parado. 

Sea como fuere, lo cierto es que desde aquellos años y hasta época contemporánea, la mejor prosa y la más elevada poesía han tenido en cuenta este lugar, a veces incluso para unirlo eternamente a algunas de las mayores piezas literarias en lengua española.