UN APLAUSO EN LA TARDE
El
sonido de un fuerte y largo aplauso que provenía del aula contigua a la que yo
ocupaba provocó mi emocionado silencio. Antes de entrar en clase en una tarde
de enero de 1988, había coincidido con Antonio Gallego Morell en el pasillo. Me
anunció que se jubilaba y que esa iba a ser su última clase, de Literatura
Hispanoamericana. Por eso, supe en seguida de qué se trataba y así se lo hice
saber a mis estudiantes que, sorprendidos, intercambiaban miradas: «Es la
última clase que imparte el profesor Gallego Morell, que ha sido nuestro
rector, y ese ha sido el modo espontáneo de agradecimiento y despedida de
vuestros compañeros», algo así debí decirles. Cuando salí del aula, una vez
terminada mi clase de Metodología del Análisis Literario, pude observar cómo
don Antonio caminaba tranquilo decenas de pasos por delante de mí sin prisa y
erguido, con unos libros en la mano, por la ancha zona central de la Facultad
de Filosofía y Letras, ya en el campus de Cartuja, buscando la salida en aquella
tarde de invierno… Así se materializó aquel día su jubilación forzosa a los 65
años, en aplicación de una ley aprobada en 1984, la Ley de medidas para la reforma
de la Función Pública, que había adelantado la salida de otros muchos profesores
universitarios, lo que supuso un despilfarro de experiencia y saber, tanto que tal
medida se derogaría al poco tiempo en favor del límite máximo de 70 años,
todavía vigente.
He comenzado por recordar este hecho,
del que fui testigo involuntario, los aplausos que rubricaron un final
profesional lleno de significación y verdad para quien fue un universitario granadino
ejemplar −en docencia, investigación, gestión, transferencia y relaciones
internacionales− y enlazarlo así con mis primeros recuerdos de la persona que
tanto admiré en vida y tanto sigo admirando, aunque ahora en su legado y en mi
recuerdo. Pues bien, Antonio Gallego Morell fue, primero, un sonoro nombre cuyas
asociadas historias llegaban con frecuencia a mis oídos de bachiller; pasado un
cierto tiempo, el decano de mi facultad, una autoridad que con liberal mano
capeaba el temporal que no pocas mañanas vestía de gris las puertas de entrada,
a veces pasillos y aulas, del Palacio de las Columnas; más tarde, fue mi rector;
e incluso, con la prudente distancia de aprendiz que mantuve siempre con él,
por edad y saber, compañero del claustro de profesores, con el que compartí largas
sentadas en tribunales de tesis doctorales y memorias de licenciatura. Para
todas estas etapas y los recuerdos de las experiencias vividas en ellas que, con
él puesto en el centro, saltan en mi memoria, brota cada vez un largo aplauso
mío también, pues tal fue su bondad conmigo y permanente lección recibida con
cualquier pretexto y ocasión, además de por el disfrute de su atrayente e
iluminadora personalidad, a cuya singularidad puso certeros trazos verbales de
manera tan penetrante y soberbia Antonio Sánchez Trigueros. Pues bien, de entre
esos recuerdos que brotan ahora en mí, me ocuparé aquí sólo de los que tienen
que ver con mi Baeza natal y sus sempiternas aspiraciones de restitución
universitaria tras la supresión de la Universidad de Baeza, cuya vida había
transcurrido entre 1538 y 1824, además, cómo no, de los que se refieren al
poeta Antonio Machado.
Conservo la publicación Biatensis
Vniversitas. Reivindicación Universitaria de Baeza editada en 1968, con el
apoyo del Ayuntamiento de Baeza, por una autonombrada Comisión Ejecutiva Pro-reivindicación
Universitaria de Baeza. Miembros de
aquella comisión venían golpeando con tanta determinación y convencimiento como
magros resultados todas las puertas que pudieran servirle a su propósito. Entre
esas puertas estuvo siempre la más grande e importante, la de la Universidad de
Granada, a cuyo distrito pertenecía Baeza. En 1979, el rector Gallego Morell
accedió a satisfacer en la manera que le fue posible hacerlo −estaba en
desarrollo el Colegio Universitario de Jaén, dependiente de la Universidad de
Granada y germen de la actual Universidad de Jaén, no puede olvidarse− tal
restitución universitaria con la creación de la Universidad Literaria de Verano
de Baeza −así es nombrada por los periódicos de aquellos días− y la
programación de un primer curso en ella titulado «El Renacimiento Español», con
conferencias de prestigiosos profesores de distintas disciplinas. El 17 de
septiembre de ese año hubo procesión académica desde el Ayuntamiento de Baeza
hasta la Catedral, misa de Espíritu Santo y, de nuevo, procesión hasta el
Paraninfo de la antigua Universidad donde tuvieron lugar distintas intervenciones:
la del alcalde de Baeza, José Luis Puche Pardo; la conferencia inaugural a
cargo de Fernando Chueca Goitia, cuyo título fue «San Francisco de Baeza: una
sinfonía inacaba»; más el aplaudido discurso dado por el Rector Gallego Morell
desde una de las cátedras del Paraninfo.
Con tan señalada sesión académica y primer
curso más la creación de un patronato que regiría esta sede universitaria, se
dio algo más que satisfacción inmediata a una ciudad, pues en veranos sucesivos
se programaron nuevos cursos, los de Arte y Filología y Teatro, entre otros que
se sumaron, se añadieron también los Cursos de Español para Extranjeros más un
importante número de actividades de extensión universitaria ofrecido a la
ciudad. Baeza renacía en los meses de agosto y septiembre de cada año con un
ambiente cultural y universitario vivo. El nombre que ya adoptaría la nueva sede fue el
de Universidad Internacional de Verano de Baeza y, a partir de 1984, el de Universidad
de Verano Antonio Machado por iniciativa del rector, según acuerdo tomado en
una reunión del Patronato a la que asistí. Me encontraba en aquella sesión
poque, en enero de 1983, el rector Gallego Morell me había nombrado director
del Curso de Filología a propuesta del director académico de la sede, el
profesor Antonio Sánchez Trigueros, con quien los cursos, actividades y número
de asistentes crecieron de manera tan importante que consolidaron el proyecto y
sentaron la base de la creación de la Universidad Internacional de Andalucía en
1994, con dos sedes permanentes iniciales, la de Baeza y La Rábida. Pero no
sólo Baeza acudió a Gallego Morell, Sánchez Trigueros y yo mismo le solicitamos
colaboración como profesor de uno de nuestros cursos del verano de 1984 para
que impartiera un seminario sobre «Soto de Rojas en el barroco andaluz», con
ocasión del IV centenario de su nacimiento, pues nos constaba su mucho saber
acerca del poeta y sacerdote del Albaicín, a quien su tesis doctoral de 1947
recuperó para la historia de la literatura española y para los lectores.
Debo añadir que 1983 fue un año importante
no sólo por el aumento y consolidación de los cursos, sino también por la
implicación que tuvo la Universidad de Verano de Baeza en los actos celebrados
con motivo del homenaje rendido a Antonio Machado en la ciudad el 10 de abril y
con el que se cerraba por fin la herida abierta del homenaje prohibido y
reprimido en febrero de 1966. Pues bien, con el apoyo del rector y del director
académico, la nueva institución universitaria de Baeza se sumó, entre otras
actividades, con la publicación del libro Antonio Machado y Baeza a través
de la crítica, cuya edición estuvo a mi cargo, y que resultó ser la primera
publicación de la misma. En aquella edición recogí un artículo que Antonio
Gallego Morell había publicado en el diario Ya de Madrid el 22 de junio
de 1980 con el título «El aula de Machado en Baeza» −a los pocos días, el 26 de
ese mes, lo publicaría también con toda intención en las páginas de Ideal
para Jaén−, un artículo que supuso el punto de arranque de la recuperación de
la deteriorada aula en la que Antonio Machado impartía sus clases de Lengua
Francesa −por cierto, fue el aula donde recibí las clases en sexto de
bachiller− como espacio museístico, el más visitado hoy de la provincia de
Jaén. Pues bien, Gallego Morell escribe en su informado texto lo siguiente:
«Por eso, al restaurar ahora la Universidad de Granada, de nuevo, los estudios
en la vieja Universidad de Baeza, afronta el devolver, ante todo, al aula de
Machado, su sabor de época, a la par que incluir cada año en la programación de
los cursos de su Universidad de Verano un día de homenaje al poeta (…)». Ambos
mandatos se cumplieron y se cumplen. Pero no fueron estas las únicas
aportaciones de don Antonio a Baeza y su cultura. Recordaré además sus
artículos «Cuando Federico Leyó a Machado», de 1944, aparecido en el número 16
de La Estafeta Literaria y al que ahora me referiré; «Antonio Machado en
Baeza», de 1980; más el libro El renacimiento cultural en la Granada
contemporánea. Los «Viajes pedagógicos» de Berrueta. 1914-1919, de 1989, en
el que Lorca, Machado y Baeza tienen su protagonismo. Por todo lo expuesto, cuando
cualquier baezano oye el nombre de aquel rector de la Universidad de Granada,
reconoce en él a un amigo leal de Baeza, de su universidad histórica y su mejor
cultura. El segundo renacimiento que vive Baeza en las últimas décadas,
acelerado por su inclusión en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO, le
debe mucho a Antonio Gallego Morell. Escrito queda el agradecimiento y aplauso
de toda una ciudad y, desde luego, el mío propio.
Para terminar, quiero traer el recuerdo de
un viaje que don Antonio y yo hicimos juntos en mi coche a Baeza y una
intervención suya en un curso que, en 1997, dirigí en la sede Antonio Machado
de la ya Universidad Internacional de Andalucía. Del viaje sólo diré que recibí
una lección de vida a través de una conversación rizomática y fecunda donde
literatura, universidad, Granada, Baeza, política, gastronomía, hospital
universitario, personas, más lo alto y lo bajo entraban y salían del diálogo. Del
curso, que titulé «Antonio Machado: pasado y presente de un poeta ejemplar»,
celebrado del 21 al 25 de abril de ese año y en el que también intervenían Gaetano
Chiappini, Antonio Carvajal, Jacques Issorel, Santos Sanz Villanueva, Rafael
Núñez Ramos, Manuel Ángel Vázquez Medel y Francisco Ayala, recordaré el momento
en que Antonio Gallego Morell en la conferencia inaugural, cuyo título era «Lectura
de Antonio Machado desde hoy», mostró a los asistentes el ejemplar de Poesías
completas de Antonio Machado, en su edición de 1917, que contenía un poema
manuscrito de Federico García Lorca escrito a raíz de su lectura de dicho libro
que, para mayor detalle, le había prestado al joven Federico su amigo Antonio
Gallego Burín, padre de don Antonio. Todos los allí presentes, alumnos y
profesores, pudimos tener en nuestras manos ese libro y pudimos leer el poema
escrito, por cierto, a lápiz en un ya desvaído color violeta. De ese poema
había dado primera noticia el propio Gallego Morell en su referido artículo de
1944, recién acabada su licenciatura. Había sido escrito en 1918, el mismo año
en que el joven Lorca publica en Granada su primer libro, Impresiones y
paisajes, y poco tiempo después de haber conocido en persona a Antonio
Machado en Baeza en uno de los viajes de alumnos de la Universidad de Granada
dirigidos por Martín Domínguez Berrueta, catedrático, como Gallego Burín
después lo fuera, de Teoría de la Literatura y las Artes, cuyos viajes de
espíritu institucionista iluminó la palabra erudita de Gallego Morell. De esta
manera, con Antonio Machado, con Federico García Lorca y con Antonio Gallego
Morell, Baeza se hace un hueco en la historia de la literatura española
contemporánea.
Quién me diría a mí, al calor del
centenario del nacimiento de Antonio Gallego Morell, que siendo alumno del
Instituto de Baeza en la misma aula de Antonio Machado a finales de los años
sesenta, yo también haría un viaje pedagógico a mi propia ciudad de origen,
Baeza, dirigido por un recordado maestro de la Universidad de Granada.
ANTONIO CHICHARRO
Publicado en Miguel Gallego Roca (ed.), Antonio Gallego Morell, memoria viva en su centenario, Granada, Editorial Universidad de Granada, 2023.