FIRMA INVITADA: "¿QUIÉN RIÓ PRIMERO?", por SALVADOR PERÁN MESA



¿QUIÉN RIÓ PRIMERO?



Juan Goytisolo en su discurso en la Ceremonia de entrega del Premio Cervantes 2014 divide a los escritores en dos esferas o clases: la de quienes conciben su tarea como una carrera y la de quienes la viven como una adicción. A los primeros acaba llamándolos literatos y a los segundos incurables aprendices de escribidor. No sé si las clases a las que se refiere son meras estanterías de clasificación o esconden la idea que Carlos Marx proponía en el origen de la tensión que aparece entre desigualdades, como el inevitable chispazo que se produce cuando se aproximan los dos polos eléctricos. Si esto fuera así, creo que al literato profesional le correspondería el polo positivo y al aprendiz, donde yo me sitúo, el negativo. En cualquier caso la fuente de energía creativa, para unos y para otros, es la lectura.

Eso hacía yo en la biografía de Valle-Inclán con la que Manuel Alberca ha obtenido el XXVII Premio Comillas y que acaba de publicar Tusquets Editores con el título La Espada y la Palabra, cuando al llegar a la página 160 me topé con el párrafo que transcribo:

  "Aunque por la ambientación arcaizante más parece que estemos en la Edad Media, la acción de Sonata de otoño sucede entre los años cincuenta y sesenta del siglo XIX. La retrospección histórica enlazaba muy bien con el espíritu antimoderno que rechazaba el presente y añoraba el pasado; pasado que desde la distancia se creía o se quería más armónico y satisfactorio que el presente. El Marqués de Bradomín se podía ver como un abanderado de la oposición frente al nuevo sistema liberal capitalista con su defensa nihilista de la belleza y su rechazo implícito a la zafiedad moderna. La fe en otros valores que no fueran los estéticos quedan sentenciados de manera radical: “Me rio de todo lo humano y lo divino y no creo más que en la belleza”. No se trataba como se ha dicho tantas veces de una tendencia escapista sin más, sino de contraponer al discurso burgués mercantilista, que ponía en el centro la idea de progreso y rentabilidad, otro discurso que defendía la armonía y la estética de un mundo respetuosos con la tradición que había sido arramblado por la ideología triunfante."
 
Entendí, al margen del contrapunto ideológico que dice aclarar y del que hablaré después, que al poner en boca del Marqués de Bradomín la frase “Me rio de todo lo humano y lo divino y no creo más que en la belleza” debería estar contenida en alguna de las Sonatas. Así que me fui al volumen I de la Narrativa Completa de Valle-Inclán publicada por Espasa en 2010, que había tenido el placer de releer no hacía mucho, para buscar si tenía señalada dicha frase como suelo hacer con las que me gustan. Leí las cuatro sonatas en su orden, la de otoño dos veces, y no encontré la cita por ninguna parte. Echando mano a Google descubrí que también se le atribuía a Juan Ramón Jiménez.

Para profundizar en mis pesquisas acudí a Eladio Montoya Melgar, médico jubilado como yo y también antiguo docente de Medicina como Catedrático de Fisiología Humana en la Universidad de Alcalá. Aparte de su amistad, la razón por la que le pedí ayuda se debe a su afición por la lectura y por las palabras, especialmente y aunque no venga al caso, por la ética de su utilización. El informe que me envió viene a confirmar mis sospechas: la frase se atribuye a uno y otro escritor si bien la precocidad corresponde al gallego, aunque, parece ser que no la puso en boca del Marqués de Bradomín sino que la expresó en un artículo de 1902.

Varias referencias avalan esto. Entre ellas selecciono primero la de Javier Blasco que expresa claramente el origen de nuestra frase: “ ..Ya en 1907, tomando prestadas unas palabras de don Ramón María del Valle-Inclán142, concreta Juan Ramón su poética en los siguientes términos: Y ya dentro de mí, alta rosa obstinada, me rio de todo lo divino…
[1]”. La cita hace referencia al número de 22 de febrero de 1902 de la revista “La ilustración española y americana”.

Olga Steimberg De Kaplan menciona también la frase de marras que pone en boca de Valle-Inclán: “El primero de los rasgos señalados: esteticismo, es un signo definidor del Modernismo, y cardinal en la obra de los escritores estudiados. Valle Inclán, en el artículo Modernismo», publicado en La Ilustración Española y Americana, del 22 de febrero de 1902, afirmaba: «Y ya dentro de mi alma, rosa obstinada, me rio de todo lo divino y de todo lo humano y no creo más que en la belleza
[2]»”.

Tanto Eladio como yo somos aficionados a la lectura aunque procedamos de la ciencia fría. Durante más de un decenio he colaborado en un proyecto que dirige sobre la “Detección del Hipotiroidismo Congénito en recién nacidos” (lo que en España se conoce como Prueba del Talón) en León (Nicaragua). La Universidad Autónoma de León nos aloja en la Casa de Protocolo, una antigua vivienda señorial, al estilo romano, con patio amplio y frondoso en cuyo claustro hemos pasado muchas veladas balanceándonos en mecedoras similares a las que había en las casas de nuestros abuelos y platicando con cooperantes de medio mundo. La Casa de Protocolo está muy cerca de la Casa-Museo de Rubén Darío en donde pasó recluido la mayor parte de su vida el gran poeta Alfonso Cortés, enterrado, como Darío, en la Catedral de León (ciudad en la que murió RD y no en Managua como asegura Alberca en la página 343 de su libro) tras una lápida en la que está grabado su poema “La gran plegaria”:

 
El tiempo es hambre y el espacio es frío
orad, orad, que sólo la plegaria
puede saciar las ansias del vacío.

El sueño es una roca solitaria
en donde el águila del alma anida:
soñad, soñad, entre la vida diaria.

 
Desde este retiro que conserva la memoria estética del modernismo, si el tiempo es hambre y la escritura afición, la literatura debería compartir el rigor de la ciencia. Yo he dirigido dieciséis tesis doctorales aprobadas con alabanza de los respectivos tribunales (que para eso eran amigos). A pesar del poco celo procesal que se aplica en España al trámite de acceder al máximo grado académico, siempre he procurado responder a unas exigencias estéticas (estamos hablando de lo mismo) y éticas a la hora de obtener, elaborar y presentar los datos, así como las referencias bibliográficas.

La investigación es el procedimiento, protocolizado en el método científico, por el que se satisface la curiosidad humana. Por eso, en última instancia, todo proceso de indagación consiste en contestar una pregunta que compromete el valor de la respuesta. Para no andar descubriendo el Mediterráneo cada mañana el investigador debe hacer una puesta al día de los conocimientos de la materia de que se trate y para eso se maneja la bibliografía. Cuando yo empecé a investigar conseguir bibliografía actualizada era un problema serio. En las áreas de conocimiento médicas se manejaba el Current Contents Life Sciences que indexaba cada semana las referencias de las revistas más prestigiosas con la dirección de los autores a los que había que dirigirse para pedir las correspondientes separatas. Manejar bibliografía de primera mano es fundamental para interpretar por uno mismo los resultados de otros investigadores. Por eso la necesidad innegociable de no caer en el chismorreo científico utilizando datos de un autor referidos por otro.

Muy lejos en mi ánimo de acusar a Manolo Alberca de citar de citas aunque sí lo voy a criticar (para mí crítica es opinar con criterio propio) por no dejar meridianamente claro el origen de la frase, que es del autor y no del personaje, sobre todo, para que los aprendices de escribidor tengamos una referencia clara con la que palabrear en la tertulia. Cuando se lee una biografía hay que empezar preguntándose si el autor escribe sobre el personaje que investiga o sobre sí mismo. En este caso queda claro que el protagonista es el poeta gallego, como lo fue en todos los asuntos en los que intervino. Resulta difícil tantear una personalidad tan fuerte sin verse atraído hacia el exceso, sin ponerse al lado del artista dando bastonazos y sobrepasando todo límite. El objetivo redentor “sacar al escritor del limbo de irrealidad” es un reto que expone al profesor Alberca al rigor analítico y que invita a no conformarse con los cumplidos de cortesía.

La biografía, como la traducción, es interpretación del original. No se trata de una fotografía para el carnet de identidad sino de un retrato que hiciera exclamar al modelo aquel troppo vero de Inocencio X. Si yo me atreviera a recrear la vida de Don Ramón lo haría desde el presupuesto de poeta y solitario que al estar a gusto consigo mismo nunca se encuentra solo; la antítesis de la soledad del enredado de ahora (conectado a las redes sociales vía internet). El creador del marqués de Bradomín fue un hombre valiente, agresivo y solitario como feo, católico y sentimental era el marqués. Lo prueba el viaje a México, su actitud durante la operación en la que le amputaron el brazo izquierdo y la trayectoria de su vida: sus primeras visitas a Madrid, su actividad como cronista de guerra, sus idas y venidas asistido por sí mismo. No le asustaba tomar decisiones ni ejecutar proyectos. Respetaba las formas cuando le convenía y no se casaba con nadie. Iba por libre de manera estrafalaria, lo que le supuso un costoso peaje social y económico. Era un auténtico Cyrano de Bergerac: feo, valiente y sentimental. Seducía, como el poeta-espadachín, con la palabra y bien podría cantar como él:
 

En resumen: desdeñar
a la parásita hiedra,
ser fuerte como la piedra
sin pretender igualar
al roble por arte o dolo
y, amante de tu trabajo,
quedarte un poco más bajo
pero solo, siempre, solo.

 
También quisiera comentar el pasaje: “No se trataba como se ha dicho tantas veces de una tendencia escapista sin más, sino de contraponer al discurso burgués mercantilista, que ponía en el centro la idea de progreso y rentabilidad, otro discurso que defendía la armonía y la estética de un mundo respetuosos con la tradición que había sido arramblado por la ideología triunfante”, del párrafo copiado arriba. La idea que transmite el libro y que confirma la que ya tenía de don Ramón es que no le hacía ascos a la rentabilidad. La profesión de literato puede que arranque con las falsas segundas partes del Guzmán de Alfarache y del Quijote que inician el tránsito de la economía medieval al capitalismo burgués en el mercado del libro.

Para saber de lo que se está hablando, la ciencia exige exactitud en sus expresiones. No es raro que algunos pacientes empleen el término azúcar como sinónimo de glucosa al referirse a la magnitud bioquímica que se utiliza en el diagnóstico de la diabetes. Se puede aceptar que el no ilustrado diga que tiene el azúcar elevado queriendo decir que está aumentada la concentración de glucosa en sangre. Lo que es pasable en lo doméstico no debe serlo en las publicaciones científicas. La glucosa es un monosacárido, concretamente una hexosa, y lo que se conoce como azúcar o sacarosa, es un disacárido compuesto por glucosa y fructosa. Si en mis clases hubiera confundido la glucosa con el azúcar me habrían tildado de ignorante.

No sé si a los literatos se les debe exigir ese rigor que a muchos le parece exagerado porque el objetivo es que lo que se diga se entienda. Cabalgando entre las páginas 594 y 595, Alberca dice: 


  "Por tanto, magnificar la firma de un manifiesto tan controvertido y cuestionado, o pretender considerar a Valle-Inclán un bolchevique o comunista es cuando menos una solemne tontería."

 
Y digo yo ¿qué es equiparar en un libro científico bolchevique con comunista? Bolchevique es una palabra rusa que significa miembro de la mayoría y el comunismo es una forma de organización social y económica caracterizada por el control y planificación colectiva de la vida comunitaria, la abolición de la propiedad privada sobre el trabajo y los medios de producción, y la eliminación de las clases sociales. Ambas definiciones las tomo de Wikipedia que añade que, a veces, bolchevique se utiliza como sinónimo de comunista.

Me queda la duda de saber si lo que Alberca considera una solemne tontería es confundir bolchevique con comunismo o magnificar la firma del manifiesto. En todo caso en los libros del área de conocimiento en la que he desempeñado mi actividad profesional no se utiliza la expresión “solemne tontería”. Lo correcto es señalar que tal cosa no es verdad por esto, por esto y por esto; o sostener que no hay datos significativos que demuestren lo que se dice.

En conclusión, parece que, al menos en una época de su vida, Valle-Inclán prefirió, antes que Juan Ramón Jiménez, la belleza a todo lo humano y lo divino y que lo hizo no por boca del Marqués de Bradomín sino por la propia. Habría que valorar hasta qué punto el artista se deja arrastrar por el espectáculo y se inmiscuye en el argumento. Por ahí podría explicar, que no entender, las razones que llevaron a Cervantes a encender hogueras para quemar libros. En el alero queda decidir si la postura estética del escribidor de las Sonatas sobrepujaba a la ética, aunque valorando la opinión de Bradomín: “Yo hallé siempre más bella la majestad caída que sentada en el trono, y fui defensor de la tradición por estética”, o cuando se adelanta a Ciorán “Yo no aspiro a enseñar, sino a divertir. Toda mi doctrina está en una sola frase: ¡Viva la bagatela! Para mí haber aprendido a sonreír, es la mayor conquista de la Humanidad!
[3]” parece apostar por la eutrapelia.



SALVADOR PERAN MESA

Aprendiz de escribidor




[1] Blasco Pascual JF: Poética de Juan Ramón Jiménez. Pág. 115. Ed. Universidad de Salamanca, 1982. ISBN: 84-7481-178-3
[2] Steimberg de Kaplan O: Jardín Umbrío de Ramón del Valle Inclán y La Gloria De Don Ramiro de Enrique Larreta. Coincidencias y Paralelismos. Actas del X congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas. http://cvc.cervantes.es/literatura/aih/aihx.htm
[3] Nadie alcanza de buenas a primeras la frivolidad. Es un privilegio y un arte; es la búsqueda de lo superficial por aquellos que habiendo advertido la imposibilidad de toda certeza. han adquirido asco por ella; es la huida lejos de esos abismos naturalmente sin fondo que no puede llevar a ninguna parte. Cioran E: Breviario de Podredumbre. 3ª edición. Pág. 25. Ed. Taurus, 1981. ISBN: 84-306-1083-9


Mecedoras en la Casa de Protocolo, León (Nicaragua)