INGENIO HÚMEDO
SALVADOR PERAN MESA
En esta
primavera de confinamiento la tierra recibe lluvia generosa con la que hará
germinar las semillas de la misma manera que el pensamiento recibe inspiración
de la lectura con la que fertiliza ideas. Parece que para que renazca algo se
necesita ayuda externa. Desde que las glaciaciones acorralaron a unos pocos
especímenes de homo sapiens en el sur de África (de donde viene nuestra
homogeneidad genética), es la primera vez que la humanidad, aunque sea a la
fuerza, responde al instinto de conservación de la especie por delante del de
conservación de la vida, rompiendo la tendencia liberal que se venía
imponiendo, también a la fuerza. La materia orgánica que soporta la vida es el
único sistema conocido con capacidad autónoma de convertir energía en trabajo
creativo, aunque carezca de libertad, ya que va por donde la dejan ir. La antítesis
entre cognición y autonomía que plantea Calderón al lamentar “y yo con más
albedrío, tengo menos libertad”, ilustra el conflicto entre individuo y
sociedad. La respuesta la dio Darwin al proponer que en la evolución quienes marcan
el camino son las poblaciones, aunque cada individuo goce de libertad de
movimiento. En este aspecto no se diferencia demasiado del comportamiento de un
gas contenido en una caja separada en dos sectores por un tabique. Si se perfora
la pared divisoria se producirá un flujo de moléculas entre las dos piezas
hasta igualar las concentraciones en ambas partes. En el equilibrio todas las
moléculas del gas pueden transitar de uno a otro lado con libertad, pero ninguna
de ellas, individualmente, puede modificar las condiciones generales. Las
moléculas del gas podrían quejarse de todo lo contrario que Segismundo: y yo
con más libertad, tengo menos albedrío. Una cosa es actuar como individuo y otra
como miembro de la sociedad. El individuo es libre en tanto en cuanto no atente
contra las condiciones del sistema marcadas por la mayoría. La distopía humana nos
llevó a salirnos de la Naturaleza y creer ser más de lo que somos, pero el
virus nos está poniendo en nuestro sitio que no es otro que el colectivo.
En un lugar de la Mancha se podía uno haber topado en su
día con un hidalgo de los de lanza en astillero, gran aficionado a la lectura,
que pasaba las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio hasta
que se le secó el cerebro y se salió de madre. Ya me guardaría yo de poner en
duda la coherencia de este discurso que contradice la comparación de la lluvia con
la lectura. Si el libro revive el pensamiento como el agua hace con la semilla,
Don Quijote en lugar de secársele el cerebro se le debería haber humedecido. El
resultado fue que no le faltó imaginación como se podía esperar de un espíritu
seco, sino que se desbordó fuera de los cauces sociales, incluso de los fueros de
la Santa Hermandad. El cerebro seco es poco productivo, por lo que interpreto que
Cervantes tiró de ironía (y
como yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles)[1] para confundir
a los que murmuraban que estaba viejo y que sus comedias no se representaban.
Por eso hay que entender al contrario (que puesto que a la clara se vea la
mentira)[2] el
origen de la exaltación imaginativa del caballero cuyos hechos y palabras desdicen
la imagen de sequedad (yo estoy más lleno que jamás lo estuvo la hideputa,
puta que os parió)[3].
Cervantes sabía de lo que hablaba. Su mano izquierda quedó paralizada porque se
le secó a causa de las heridas que le produjo un arcabuzazo en la batalla de
Lepanto. Lo seco es estéril, depresivo, inmóvil, muy lejos del trajín del insomne
amante.
A Don Quijote se le secaron las
ideas cuando cayó derrotado por el Caballero de la Blanca Luna en las playas de
Barcelona. La vuelta al lugar la hace a través de un páramo de representaciones
tristes y desventuras umbrías que le obligan a abandonar las armas en medio del
camino, hasta acabar reconociendo, ya metido en la cama que es lo mismo que
decir en la sepultura, que en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño[4];
mostrando que la normalidad era sequedad y que Darwin tendría razón.
Un libro tan complejo como El
Quijote no hay que tomarlo al pie de la letra ni seguirlo cronológicamente. La
vida lleva un itinerario fluido, pero el pensamiento no. Los procesos
estocásticos son sucesos aleatorios a los que se les puede seguir la pista a
través de una variable que suele ser el tiempo. Más que poner un ejemplo habría
que buscar figuras que no fueran estocásticas respecto al tiempo. Los objetos
inanimados y poco más. Pero el pensamiento es otra cosa, la secuencia de los
números naturales no es estocástica, por lo que los años que cada uno cumple tampoco,
aunque la vida que soportan esos años sí lo sea. El autor maneja los
acontecimientos del relato como si fueran simultáneos, ya que conviven en su
pensamiento ajenos al tiempo. A veces se impone, de mala gana, corregir
errores, como el del jumento de Sancho, pero otras no es necesario enmendar el
curso de las ideas porque siempre habrá tiempo para desvelar el enigma. Advertía
Cervantes que había que fijarse más en lo que dejaba de decir que en lo que
decía. No desveló el lugar de la Mancha ni la enfermedad del hidalgo, aunque
dio pistas. Para mí, el lugar es Esquivias, el pueblo de Catalina de Palacios
esposa del vate con la que al parecer se llevaba regular y el padecimiento del
ingenioso caballero, delirio luminoso de lo que no podía ser.