Hablar
de la literatura del siglo XVIII español, sea cual sea el marco delimitado para
el análisis, supone adentrarse en un periodo de nuestro pasado al que durante
mucho tiempo se le han dedicado las más severas críticas. El siglo XIX, quizá
por aquello de los movimientos pendulares de la historia, lo juzgó de forma muy
negativa, losa de la que sólo en épocas relativamente recientes se ha ido
liberando.
Es
evidente que si comparamos la producción literaria dieciochesca con la época
anterior (el Siglo de Oro de nuestras
letras), la diferencia salta a la vista. Estamos, en efecto, ante una centuria
poco relevante desde el punto de vista creativo: las grandes figuras de este
periodo se quedan muy por debajo de las de épocas anteriores. Ahora bien, si
analizamos el fenómeno desde el punto de vista cultural -así, en general-,
podemos afirmar que el resultado es enormemente positivo. Las instituciones
culturales surgidas al socaire de la reformas auspiciadas por la nueva
monarquía borbónica suponen un paso de gigante, en un claro intento de
modernización del país y sentando, de esta manera, las bases reformistas necesarias
para la consecución de tal objetivo, aunque éste no llegara con la rapidez que
hubiera sido deseable.
La
sociedad española, demasiado inmovilista en tantos aspectos, resultó difícil de
modelar para adaptarse al nuevo espíritu que venía desde fuera de nuestras
fronteras. Nuestros ilustrados clamaban con frecuencia en el desierto de la
incomprensión y se necesitaron muchas dosis de paciencia y tesón. La mayoría de
la población se mostraba respetuosa con la monarquía, pero, después de tanto
tiempo en lucha contra los enemigos de la fe, no deseaba cambios bruscos y
sólo se prestaba a aceptar aquellas
novedades que no estuvieran reñidas con la moral y las creencias tradicionales.
La Revolución francesa (1789), además, supuso un serio inconveniente, ya que
los hechos luctuosos que la rodearon en los primeros momentos sirvieron de
coartada para el afianzamiento en sus ideas de los sectores más reacios a todo
lo que significara innovación. De ahí que no falten los historiadores para
quienes la Ilustración española fue “tardía, tímida y breve”. Sin embargo, a
pesar de todo, la semilla sembrada iría poco a poco dando sus frutos.
Pues
bien, todo esto que aplicamos al contexto español en general valdría para el
caso jiennense en particular. Como en siglos anteriores, nuestros hombres de
letras tuvieron que abrirse paso en otras latitudes, ya que las posibilidades
que en sus poblaciones de origen se les ofrecían eran mínimas. Y así fue como
pudieron ofrecer sus aportaciones. Pero sería falso deducir que las tierras del
antiguo Reino de Jaén permanecieron ajenas al fenómeno ilustrado. Aquí se puso
en marcha, por ejemplo, una de las experiencias más emblemáticas de este
periodo: la fundación de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, con Pablo de
Olavide como protagonista de excepción, en el que se condensan las luces y las
sombras de lo que fue la Ilustración española. Y, como en otros lugares,
también surgieron algunas Sociedades de Amigos del País, en cuyo seno, como
luego veremos, se gestaron importantes y novedosas iniciativas. La primera en
aparecer fue la Sociedad de Verdaderos Patricios de Baeza y Reino de Jaén,
creada en 1774 en la única ciudad jiennense que por entonces contaba con
Universidad, aunque al margen de ella, como lo pone de manifiesto el hecho de
que, entre los 21 vocales fundadores, ninguno formaba parte del claustro
universitario baezano. Sus objetivos eran bien elocuentes: “cultivar las buenas
letras, mejorar la educación de la juventud y principalmente promover la
agricultura, manufacturas y todo lo que es industria”. Desarrolló una intensa
actividad hasta el año 1786, que luego se fue diluyendo, si bien, tras el
paréntesis de la guerra de la Independencia conoció un periodo de resurgimiento
hasta el 1833[1].
Mas tardía fue la fundación de la Real Sociedad Económica de Amigos del País
de Jaén, cuya solicitud fue cursada en 1786 y sería confirmada en 1790,
aunque su andadura resultó más duradera y fructífera[2]. Hubo intentos en otras ciudades, como Úbeda,
donde la Sociedad de Amigos de la Prosperidad y del Bien Público
desarrolló alguna tímida actividad, pero ya bien entrado el siglo XIX[3].
Vamos, pues, a efectuar un recorrido por las principales
manifestaciones literarias, teniendo presente siempre -insisto- el conjunto español,
ya que es en él donde adquieren su verdadero significado. Nos centraremos, como
es lógico, en los autores jiennenses, sin olvidar la presencia de las tierras
del Reino de Jaén, cuando ésta es relevante, en la obra de otros escritores. La
amplitud del tema nos impide efectuar una análisis detallado, por lo que
nuestra pretensión va a ser trazar una visión panorámica general que permita
apreciar cuál fue la aportación a las letras durante el periodo de referencia.
I.- POESÍA
Al igual que en el resto de España, la poesía continuó
durante varias décadas bajo la estela de la etapa barroca anterior. En las
primeras décadas de esta centuria nos encontramos con las típicas “justas
poéticas”, tan abundantes en España desde finales del siglo XVI y durante todo
el siglo XVII, como uno de los ingredientes más genuinos de los actos festivos,
fuesen de tipo religioso (la inmensa mayoría) o de carácter profano.
Y así, por ejemplo, en las organizadas por los PP.
Trinitarios de Málaga en 1715, de la que tenemos cumplida referencia en la
crónica del Fr. Lucas de la Purificación[4],
dos poetas baezanos, Juan Ambrosio de Acuña y Diego de Acuña, consiguieron el
primer premio en la modalidad de sonetos y en la de romances, respectivamente[5].
Es posible que estos dos autores compusieran alguna obra más, pero lo cierto es
que sólo en el caso del primero conocemos una “dedicatoria” y un “soneto
acróstico”, publicados en la obra de otro autor, impresa -también en Málaga- en
1702. Podemos considerar, por tanto, que estamos ante poetas ocasionales,
circunstancia que observamos en una veintena más de poetas jiennenses. Y en
este sentido merecen destacarse dos obras del militar, de origen salmantino,
Tomás de Puga y Rojas, corregidor y capitán en la villa jiennense de Quesada según se hace constar en sus títulos. Dichas
obras, la primera impresa en Quesada (1707) y la otra en Granada (1708),
recogen un buen número de poemas laudatorios cada una, pertenecientes en su
mayoría a personas de Quesada y Úbeda.
Aunque no tenemos noticia de fiestas celebradas en
tierras jiennenses que incluyeran certámenes poéticos, sí hay constancia
expresa de otras en cuyos actos no faltaron las composiciones poéticas. Así
ocurrió con las organizadas por la ciudad de Jaén con motivo de la proclamación
del rey Fernando VI, tal y como relata la crónica redactada al efecto por
Vicente Rodríguez de Medrano, Real omenage, por el Señor D. Fernando Sexto
rey de las Españas. Aclamado assi en treinta de Octubre de 1746 por la muy
noble y muy leal Ciudad de Jaen, a cuyo respeto ofrece la recopilacion de sus
mayores Obras, y publicas aclamaciones, D. ..., Secretario de el Señor Don
Alonso Joachin Thous de Monsalve Conde de Benagiar, Marques de Valdeosera, del
Orden de Calatrava, Coronel de los Reales Exercitos, Veintiquatro y Alcalde
Mayor perpetuo de la Ciudad de Sevilla, Corregidor y Superintendente General en
la referida de Jaen y su provincia (Jaén, Lucas Fernández, [1746]). Aparte
de un largo poema en quintillas dedicado por el autor al nuevo rey, al
describir las “Máscaras” que hicieron los distintos gremios, vemos cómo éstas
incluían diversas composiciones poéticas, destacando la letra de una ópera,
realizada por el gremio de la seda[6].
Algo similar puede decirse de las fiestas organizadas en
la misma capital los primeros días de diciembre de 1783, esta vez por un doble
motivo: el nacimiento de los príncipes Carlos y Felipe y la paz firmada entre
el gobierno español y el inglés. De estos actos dejó constancia un miembro
destacado de la Sociedad Económica de Amigos del País de la Ciudad y Reino de
Jaén, Juan Nepomuceno Lozano López: Descripción de las demostraciones de
piedad y regocijos públicos que en los días 4, 5, 7 y 9 de diciembre de 1783 ha hecho esta M. N. y
siempre Leal Ciudad de Jaén con motivo de los prósperos sucesos que ha
experimentado esta monarquía en el feliz parto de la Serenísima Princesa, Ntra.
Señora, nacimiento de los dos infantes Carlos y Felipe, y el ajuste definitivo
de la paz contra la nación británica... La escribía el Ldo. ..., Abogado de los
Reales Consejos y Catedrático de Retórica de los Reales Estudios de la misma
(Jaén, Pedro José de Doblas, [d. 1783]). La edición de esta crónica lleva
adjuntos el Sermón predicado, con tal motivo, en la Catedral por el
canónigo José Martínez de Mazas (de quien hablaré más adelante) y el Romance
que el gremio de hortelanos cantó en la función de Máscara por el mismo
doble motivo ya apuntado[7].
Mayor relación con las “justas poéticas” del Siglo de Oro
ofrece el acto académico-literario
celebrado en la iglesia de San Pablo de Úbeda el 9 de septiembre de
1777, en el que los alumnos del dómine Gabriel Covo Ruiz, ante un selecto
tribunal, dieron pública muestra de su aprendizaje en materia poética, a tenor
de los datos proporcionados en su día por Antonio Alcalá Venceslada[8].
Poco puedo apuntar del médico y poeta baezano Francisco
Ruiz Penseque, aunque sí se sabe que en 1707 había publicado en Jaén un
coloquio poético titulado Santificar las fiestas, impreso que no he
logrado localizar.
Distinto es el caso del carmelita descalzo Fr. Juan de
San Fabián, nacido en Porcuna (1699) y muerto en la población sevillana de El
Coronil (1774), autor de un poema épico en latín sobre la vida de Santa Teresa
de Jesús, del que se conserva una copia manuscrita en la Biblioteca Nacional
(Mss. 2.876).
La figura más importante es, sin lugar a dudas, Alonso de
Verdugo y Castilla (Conde de Torrepalma), nacido en Alcalá la Real (3-9-1706) y
muerto en la ciudad italiana de Turín (27-3-1767). A una brillante carrera
política (fue ministro plenipotenciario en Viena y embajador en Turín) se une
su activa participación en academias literarias de su tiempo, como la del
Trípode, en Granada, de la que fue Presidente, o la del Buen Gusto, en Madrid;
sin olvidar que también llegó a ser miembro de las Academias de la Lengua y de
la Historia (de ésta sería también Director). Se movió, pues, en unos ambientes
minoritarios, donde encontraba eco su poesía cultista y elaborada, muy al
estilo todavía de barroquismo del siglo anterior, si bien matizado por el
espíritu del momento que le tocó vivir. Su obra más famosa es el poema Deucalión,
editado póstumamente en el Parnaso español (Madrid, 1770), donde,
inspirándose en las Metamorfosis de Ovidio, narra el diluvio universal,
ocasión propicia para descripciones brillantes e imágenes muy elaboradas,
guardando un equilibrio que lo aleja de sus modelos barrocos. También es autor
de romances, sonetos y elegías, recogidos en distintas antologías, si bien
parte de su obra lírica se ha perdido. Quien mejor ha estudiado su vida y su
obra fue el malogrado profesor granadino Nicolás Marín López, cuyos trabajos
-incluida la tesis doctoral que le dedicó- siguen siendo de obligada
referencia.
Aunque de menor importancia en el campo de las letras, no
podemos olvidarnos del también Conde de Torrepalma Pedro Verdugo de Albornoz y
Ursúa, padre del anterior, que ingresó en la Academia de la Lengua en la
temprana fecha de 6 de junio de 1715. Participó en las tareas iniciales del
primer diccionario académico (conocido como Diccionario de autoridades),
pero, víctima de las intrigas políticas del momento, tuvo que ausentarse de
Madrid, estableciéndose primero en Sevilla y luego en Granada, ciudad donde
murió, “sin cargos ni honores”, el 3 de octubre de 1720. Aparte de una
licencia, suscrita en Alcalá la Real el 17 de enero de 1706, para la obra del
franciscano Fr. Miguel de Aguilar Enchiridion predicable, el primer
impreso realizado en esta ciudad (Alcalá la Real, Francisco de Ochoa, 1706),
merece destacarse su Disertación sobre el numen poético, que se conserva
manuscrita en la Biblioteca Nacional de Madrid (Mss. 20.419-23-) y que ha sido
estudiada por el mencionado profesor Marín López[9].
Antes de finalizar este apartado dedicado a la poesía,
quisiera referirme a un conjunto de composiciones, de muy diversa intención, a
las que podríamos colocar la etiqueta de “poemas de circunstancias”; si bien
cabría, en algún caso muy concreto, la posibilidad de emparentar este fenómeno
con el pragmatismo que insignes autores ilustrados consideraban consustancial
al género poético. Citaré algunos ejemplos.
Dado que de alguna forma afecta a Jaén, vale recordar
este curioso opúsculo anónimo: Carta en verso real manifestando el justo
dolor y el debido sentimiento de la Diócesis de Mallorca... por la ausencia de
su Prelado, el Ilmo. y Rmo. Dr. D. Pedro Rubio... trasladado a la Mitra de Jaén
([Mallorca], José Mariano Guasp, 1749)[10].
En un manuscrito de la biblioteca del Congreso de los
Diputados (signatura: C.D. 9.020), encuadernado con el título de Colección
de papeles curiosos en verso y prosa. Por S. A. M. V. y A. [en tejuelo], T.
IV, figura en 2º lugar (pp. 41-49) una composición formada por quince estrofas
y con este esclarecedor título: “Memorial que presentó con fecha de 13 de marzo
de 1793 á la Excma. Sra. Condesa-Duquesa de Benavente, Duquesa de Arcos, un
Vasallo de S. E., natural de Baylen, que se hallaba en Madrid siguiendo la
carrera de abogado; en el que pedia le prestase S. E. dos mil reales, á
satisfacer á plazos iguales en termino de quatro meses. Decimas”. Sirva como
muestra la primera estrofa:
De tus vasallos leales
uno
que tiene Vuecencia
ocurre
a su providencia
pidiendo
dos mil reales:
en
quatro meses cabales
los
pondra en Contaduria;
pero
si Vuecencia pia
algo
quiere perdonar,
no
le excusará a aceptar
faltando
a la cortesia.
De carácter satírico-burlesco es un “vejamen” compuesto
por Fr. Juan Moreno Cortés contra el prior de la villa de Torres, Gregorio Valenzuela,
quien, desde el altar donde celebraba misa, había censurado un sermón
pronunciado por un fraile, abad de San Basilio Magno. El que fuera catedrático
de literatura del instituto de Jaén, Miguel Gutiérrez, que da noticia de este
poema y reproduce su texto (tres quintillas), no duda en emparentar su estilo
con el del conocido poeta dieciochesco Gerardo Lobo[11].
Más desenfadados resultan tres poemas escritos en 1747
contra los frailes del convento de San Agustín de Huelma, dados a conocer por
el profesor Manuel Amezcua[12].
Los títulos son de sobra elocuentes: “Jubileo plenísimo para los que están
cercanos a la muerte”, “Pasquín dialogico entre el numen que lo hizo i la Musa
que lo pario” y “Trompeta del Juicio
que sale despertando calaveras del sueño de la ignorancia”.
Mención especial merece la modalidad poética de “romances
en pliegos de cordel”, que, si bien contó con un amplio desarrollo desde la
Edad Media hasta época reciente, fue sin duda en el siglo XVIII cuando alcanzó
su máximo esplendor, debido fundamentalmente a que en las principales ciudades
se incrementó el número de imprentas que, utilizando un material de baja
calidad, ofrecían a sus lectores, a bajo precio, este tipo de ediciones, de lo
que derivó un éxito comercial inusitado. Y todo ello a pesar de la oposición de
los ilustrados.
Los centros impresores jiennenses no tuvieron mucha
incidencia en el fenómeno apuntado, sin embargo, contamos con un buen número de
“romances”, impresos en otros lugares, que versan sobre sucesos o personajes
relacionados con nuestra provincia. Basten, como ejemplo, las numerosas
ediciones de los que narraban las andanzas criminales de Sebastiana del
Castillo, natural de Jabalquinto; de Isabel Gallardo y Pedro Salinas, ambos
naturales de Jaén; la presencia en tierras jiennenses de Francisco Esteban,
Agustín Florencio o Teresa de Llanos; sin que falten los relatos sobre Nuestra Señora de la Cabeza, los
terremotos sufridos por la ciudad de Jaén durante los meses de febrero y marzo
de 1712, varios casos de mujeres y hombres burlados, etc.
Recientemente he concluido un trabajo que, bajo el título
de “La provincia de Jaén en la poesía popular impresa en pliegos sueltos:
repertorio bibliográfico”, tiene prevista su publicación en el Boletín del
Instituto de Estudios Giennenses. Allí doy cuenta de más de setenta
composiciones, muchas de ellas con varias ediciones, de las que la mayor parte
corresponden al siglo XVIII.
II.- TEATRO
Es muy escasa la documentación con que contamos al
respecto, pero sí la suficiente para poder afirmar que el panorama teatral
jiennense durante esta centuria fue más bien mediocre. Como en el resto de
España, se aprecia un continuo debate entre las masas populares, que seguían
gustando de los modelos barrocos, llevados en ocasiones hasta los últimos
extremos, y las clases ilustradas, que procuraban, con más esfuerzos que
éxitos, reformar los espectáculos dramáticos, conscientes como eran del
extraordinario papel formativo que de ellos podían derivarse.
La Casa de Comedias de Jaén debía encontrarse en un
estado lamentable, según se deriva de los acuerdos de la Corporación municipal
para efectuar varias reparaciones que posibilitaran la participación del
“autor” (hoy diríamos director) Juan de Dios Fernández, el cual, tras actuar en
las fiestas del Corpus de 1747 en Granada, fue contratado por el Municipio
jiennense desde el 24 de junio a finales de septiembre del referido año. En la
documentación conservada en el Archivo Municipal, dada a conocer por Pedro
Casañas Llagostera (“Pedro de Jaén”), aparte de lo concerniente a los hechos
anteriores, consta que el referido “autor de comedias” puso en escena varias
piezas de temática local, como las comedias tituladas La batalla de las
Navas de Tolosa[13],
La toma de Jaén y La descensión de Nuestra Señora de la Capilla[14].
Por el mismo investigador tenemos también conocimiento de
la Orden de Carlos III, de 16 de marzo de 1781, por la que se prohibía toda
función teatral en la ciudad de Jaén; normativa en la que tuvo mucho que ver el
célebre religioso capuchino Fr. Diego José de Cádiz, quien, durante la intensa
actividad predicadora desplegada durante los años anteriores por las
principales poblaciones del Santo Reino, no desperdició ocasión de denunciar
todo tipo de representaciones de comedias, máscaras y otras diversiones
populares, por los perniciosos males espirituales que, según él, se derivaban.
Como el ataque iba dirigido contra la tolerancia de las autoridades en este
terreno, el Cabildo se vio en la necesidad, por acuerdo de 4 de mayo de 1780,
no sólo de prohibir tales espectáculos, sino también de que la Casa de Comedias
se destinara “a otro uso del bien común”, como anticipo de la Real Orden a la
que antes he aludido[15].
Pocos años después el célebre deán Mazas, dentro del más
genuino espíritu ilustrado, no dudará en apuntar estas diversiones populares
como prueba del poco interés por el trabajo y como una de las causas, por
consiguiente, de la alarmante decadencia económica de Jaén[16].
De ahí que no resulte extraña la satisfacción con que el canónigo jiennense
acoge la decisión del Secretario de Estado de conceder
á la Illustre Sociedad Economica de
Jaén la Casa que fuè Patio de Comedias para que se recogiesen à trabajar en
ella todos los pobres de qualquier edad, hombres y mugeres, que no tuviesen
ocupacion en sus Casas, ò no fuesen aptos para otros trabajos mas recios"[17].
De las acusaciones a las que se ha hecho referencia se
libraban algunas piezas dramáticas
siempre que fueran de contenido estrictamente religioso. Es el caso de
la obra del sacerdote malagueño Gaspar Fernández y Ávila La infancia de
Jesu-Christo. Poema dramático dividido en doce coloquios (Málaga, 1784),
que cosechó un triunfo extraordinario en toda España, especialmente en
Andalucía y la zona levantina, como típica representación navideña,
circunstancia que conllevó un buen número de ediciones, siendo una de ellas (la
sexta) la llevada a cabo en Baeza por el impresor Agustín de Doblas en 1794. Y,
aparte de esta edición baezana, por lo que afecta al Reino de Jaén, conviene
reseñar que todavía hoy perdura su influjo, concretamente en el Auto de
Navidad de Cambil, representación popular que se hace en esta localidad
jiennense y que está basada en el mencionado texto de Fernández y Ávila[18].
III.- PROSA
La literatura en prosa es, con diferencia, la más
abundante en este siglo, circunstancia que en nada puede extrañar, dado el
pragmatismo con que las mentes ilustradas trataban de impregnar la sociedad. Y
una vez más, al igual que en el resto de España, el Reino de Jaén ofreció bajo
esta modalidad lo más granado de su
producción.
El campo de referencia es, por supuesto, muy variado y
nos obliga a considerar el término “literatura” en su sentido más amplio. Por
motivos de claridad expositiva, he optado por establecer una serie de
subapartados, advirtiendo la dificultad que presentan algunos autores, ya que
sus obras son de muy diversa índole.
1.- Oratoria sagrada
Como en otros géneros literarios, la oratoria sagrada de
este siglo sigue fiel a los modelos de
las dos centurias anteriores, cuando había conseguido su máximo esplendor. Las
exageraciones barrocas, bajo la estela del famoso predicador trinitario Fr.
Hortensio Félix Paravicino, habían llevado a un callejón sin salida, peligro
del que muy pocos lograban zafarse. No faltaron las voces que denunciaban el
grado de preocupante decadencia al que se había llegado. Unos lo harán desde un
análisis pormenorizado de la situación, como Gregorio Mayans y Siscar en El
orador sagrado (1773), en tanto que otros echarán mano de una crítica más
mordaz, como es el caso del jesuita José Francisco de Isla, con su exitosa
parodia quijotesca Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas,
alias Zotes (1758: 1ª parte; 1770: 2ª parte).
Con todo, la oratoria sagrada siguió gozando de un gran
predicamento, como lo revelan las numerosas ediciones que se hicieron a lo
largo del siglo XVIII de “Sermones”, “Panegíricos”, etc., casi siempre ligados
a festividades religiosas o acontecimientos importantes con implicaciones en
actos de culto (proclamación del rey, funerales o natalicios de la familia
real, acción de gracias tras una catástrofe natural, etc.). Y una vez más, el
Reino de Jaén no va a ser una excepción. Son numerosas las obras que nos
encontramos, tanto relativas a acontecimientos celebrados en tierras jiennenses
como pertenecientes a autores (eclesiásticos, lógicamente) nacidos aquí o
residentes en conventos de nuestra provincia. Hagamos un rápido repaso de esta
larga nómina, agrupando a sus protagonistas por órdenes religiosas.
Comenzando por los trinitarios, citaré al baezano Fr.
Alonso de Jesús María, quien dio pruebas de su oratoria en Valladolid y Ceuta
con sendas “Oraciones panegíricas” (Valladolid, 1708; Cádiz, 1728, respectivamente),
dejó manuscrita una Historia de Ceuta y participó en las ya mencionadas
justas malagueñas de 1715. De este mismo año es una Oración fúnebre de
Fr. Cristóbal de San Félix, pronunciada en las honras que por la Duquesa de
Aveiro organizó el Cabildo de Bailén y luego editada (sin pie de imprenta). A
Fr. Cristóbal de San Juan de Mata, nacido en Porcuna, se debe un Panegírico
de la Ascensión del Señor, pronunciado en la catedral de Córdoba e impreso
en esta misma ciudad (1708), y de Fr. Manuel de Medina, natural de Villanueva
del Arzobispo y residente en los conventos de Úbeda y Baeza, se conservan tres
“Oraciones panegíricas”, impresas todas en Jaén (1713, 1714 y 1716).
Entre los jesuitas tenemos al P. Bartolomé Benítez,
Rector del colegio de Jaén, con un Sermón panegírico del Precursor del Señor
(Jaén, 1704) y al andujareño P. Joaquín Álvarez, autor de una Oración
fúnebre por la muerte de la reina Dña. Luisa Isabel de Orleans (Sevilla,
1742) y de varios tratados en latín de Retórica, Filosofía y Teología. Son
numerosos los sermones y tratados religiosos del jiennense P. Pedro Clemente
del Busto (también se conservan de él algunas composiciones poéticas), casi
todos impresos en Granada o Córdoba, lo que, unido a la veintena larga de
“aprobaciones” y “censuras” de libros que hoy conocemos, muestra inequívoca del
prestigio de que gozaba, lo convierten en la figura más eminente que el Reino
de Jaén dio en este siglo a la Compañía de Jesús.
La impronta carmelitana en tierras jiennenses queda
atestiguada con varios sermones y otras obras de temática religiosa, editados
durante la primera mitad de esta centuria, del marteño Fr. Diego de Santiago. A
Fr. Lorenzo Elías de Frías y Ayala, del convento de Jaén, corresponden dos
sermones de exaltación del Carmelo, uno impreso en Jaén (1730) y otro en
Córdoba (1733). Durante la residencia en Jaén y Baeza del carmelita malagueño
Fr. Anastasio de Santa Teresa se imprimieron en nuestra capital varios sermones
y tratados religiosos; uno de los cuales lleva “aprobación” de su compañero de
Orden Fr. Juan de Santa Ana, Prior en Úbeda y Lector en la Universidad de
Baeza, autor también de dos sermones fúnebres, uno impreso en Jaén (1743) y
otro en Granada (1758). Lo mismo puede decirse de Fr. Bernardo de la Asunción,
prior del convento carmelita de Úbeda, ciudad en la que pronunció una Oración
fúnebre a la muerte de una ilustre señora (S.l., 1760), y de Fr. Juan del
Santísimo Sacramento, también prior del mismo convento, autor de un poema
laudatorio y de otra Oración fúnebre, esta vez en honor de un miembro de
la casa de los Benavides.
Por lo que respecta los franciscanos, cabe mencionar a
Fr. Francisco Tomás María de Cardera, nacido en Arjona, del que se conservan
media docena de sermones impresos (todos ellos en Granada, entre 1660 y 1662) y
uno manuscrito; así como a Fr. Fidel del Castillo, natural de Castillo de
Locubín, autor de tres “Sermones”, dos editados en Cádiz (ambos en 1793) y otro
en Jaén (1801). Igualmente había destacado como predicador Fr. Manuel de Jaén,
nacido en Bailén (1676), si bien su obra más famosa es Instrucción
utilíssima y fácil para confessar particular y generalmente, y prepararse y
recibir la Sagrada Comunión, tratado ascético que conoció más de una docena
de ediciones durante este siglo y la primera mitad del XIX.
Entre los mercedarios sólo encontramos a Fr. Antonio
Messía Ponce de León, que figura como alumno de la provincia de Lima, pero
debió de residir algún tiempo en Jaén, al que pertenecen dos “Panegíricos”
pronunciados en sendas fiestas religiosas de esta ciudad, donde también serían
editados (1709 y 1728, respectivamente). Tampoco es muy abundante la presencia
de los religiosos dominicos, representados aquí por Fr. Diego Pérez Fernández,
Lector de Prima en el convento de Santa Catalina de Jaén, donde pronunció una Oración
fúnebre panegírica con motivo de las exequias del Maestro General de su
Orden (Jaén, 1748).
Al recién entronizado rey Felipe V dedica una Oración
evangélica (Jaén, 1706) el canónigo de la catedral jiennense Bartolomé San
Martín y Uribe, dentro de las fiestas que a tal motivo organizó la capital.
Conocemos tres “Panegíricos” del catedrático de la Universidad de Baeza Gaspar
de los Cobos, dos impresos en Jaén (1712 y 1713) y otro en Granada (1730)
dedicado a San Juan de la Cruz, así como una Oración fúnebre en la exequias
del obispo de Jaén D. Rodrigo Marín (Jaén, 1732). Como gran orador y poeta
religioso se mostró el jiennense Manuel Domecq y Laboraria, del que se
conservan tres obras impresas (la primera, de 1758, sin indicación de lugar, y
las otras dos en Granada, ambas en 1759). Por su parte, el racionero de la
catedral de Jaén en Baeza Pablo de Andeyro y Aldao publicó una Oración
fúnebre que había pronunciado en Baeza con motivo de la muerte de Carlos
III (Granada, 1789) y un Sermón de acción de gracias, después de una
epidemia que azotó la ciudad de Málaga en 1803 (Granada, 1804).
Y en este apartado no podemos olvidarnos del célebre
capuchino, ya mencionado anteriormente, Fr. Diego José de Cádiz, que desplegó
su arrolladora oratoria por toda nuestra provincia. Fruto de su intensa
actividad apostólica son las numerosas ediciones que se hicieron de sus obras a
lo largo del siglo XIX, donde no faltan las salidas de imprentas jiennenses
(Úbeda, Jaén y Baeza). Con motivo de su muerte (1801), un compañero de Orden,
Fr. Felipe Benicio del Puerto de Santa María, residente por entonces en el
convento de Andújar, pronunciaría una Oración panegírica en las solemnes
honras fúnebre con que quiso honrar su memoria esta ciudad, impresa el mismo
año en Córdoba.
2.- Otros escritores religiosos
Contamos, igualmente, con otro buen número de religiosos,
de cuya pluma salieron obras de temática diversa. Ya me he referido de pasada
al Enchiridion predicable (Alcalá la Real, 1706), un minucioso tratado
de propedéutica bíblica en el que se plantea la forma de interpretar las
Sagradas Escrituras, escrito por el franciscano Fr. Miguel de Aguilar, autor
también de un Compendio del Venerable Orden Tercero de San Francisco,
dado a la imprenta por un presbítero de Alcaudete en 1709, probablemente en
Córdoba (no constan los datos de edición). Al presbítero andujareño Bartolomé
Pérez y Guzmán debemos un interesante Tratado del aparecimiento de Ntra.
Señora de la Cabeza de Sierra Morena (Madrid, José González, 1745), del que
recientemente se ha hecho una edición facsímil. El P. Juan Lendínez,
franciscano nacido en Torredonjimeno (1712) y ligado al convento de Martos, nos
dejó manuscrita una interesante historia de esta ciudad. Su figura ha sido estudiada
en los últimos años por el P. Alejandro Recio Veganzones. De Juan Manuel de
Bonilla y Olivares (Fuerte del Rey, 1702 - Jaén, 1772) son unas Constituciones
del Sacro y real Monte de Piedad de Jaén (Jaén, 1756) y un Memorial de
la Casa de San-Martín (Córdoba, 1767), al que siguió una segunda parte,
también impresa en Córdoba; producción que se completa con la edición póstuma
del Setenario a María Santísima de los Dolores (Jaén, 1884). Juan
Antonio López Corto, Prior de la iglesia de Sancti-Espíritu de Úbeda, es
autor del libro ascético Escala de agonizantes para subir a la gloria a
gozar eternamente de la presencia de Dios por medio de los Ministros del
Altísimo, que se ocupan en el piadoso y santo ejercicio de Ayudar a bien Morir
(Jaén, 1788). Del alcalaíno Juan Martínez de Alva se conserva el opúsculo
manuscrito, de 24 páginas, Milagro de los milagros de Dios, fiesta que la
ciudad de Alcalá la Real consagró el año 1766, que recoge varias
composiciones poéticas.
3.-
Historiadores y cronistas
He
citado en el punto anterior varias obras de carácter histórico, lo que
demuestra el predominio en este campo de autores religiosos. Pero hay más.
Uno
de los miembros fundadores de la Sociedad Económica de Jaén, el religioso de la
Orden de San Francisco de Paula Fr. Alejandro del Barco y García, natural de
Torredonjimeno, nos ha dejado varias obras interesantes. Aunque no está
consignada expresamente, no parece ofrecer dudas su autoría de una crónica
manuscrita de los festejos religiosos organizados en el convento de su
población natal los días 10-12 de septiembre de 1787 con motivo de la
beatificación de dos compañeros de Orden. En la obra colectiva Memorias de
la Real Sociedad Patriótica de Sevilla (Sevilla, 1779) se incluye su Retrato
natural y político de la Bética antigua, título que nos recuerda al que
luego daría el deán Mazas a su famosa obra sobre el Reino de Jaén, de la que
hablaré más adelante. Mayor interés reviste para nosotros su obra Las
Colinas Gemelas reintegradas en la mitad de sus respectivas poblaciones; que
les tenían usurpadas los soldados eméritos de las legiones romanas: Diálogos
críticos (Madrid, 1788), no sólo por lo que aportan a la historia de Martos
y Torredonjimeno, sino también por su particular disposición expositiva en
forma de diálogo[19]. Y
esta afición por la antigüedad se muestra también en otro manuscrito,
conservado en la Academia de la Historia (11-5-3-8875-5), que lleva el título
de Observaciones curiosas a que dio motivo un nuevo monumento de antigüedad
romana, que el presente año de 1789 se halló en la ciudad de Córdoba, de
sólo once hojas, que aparece fechado en Estepa, a 8 de mayo de 1789.
Ya se ha mencionado al que durante algún tiempo fue
Corregidor y Superintendente General de Jaén y su provincia, Vicente Rodríguez de
Medrano, como autor de la crónica de las fiestas organizadas por la
proclamación de Fernando VI. Debemos agregar algunas más: una impresa y tres
manuscritas. La primera, Oráculo de avisos sobre Jerusalén en Babilonia (Sevilla,
1771), es una paráfrasis bíblica de las Lamentaciones de Jeremías y del
Salmo L. No tuvo la misma suerte otro poema de carácter teológico, Elogio
del pueblo católico a la misteriosa Piedad del Líbano, al que se negó la
licencia de impresión, pero se conserva manuscrito; al igual que un informe
sobre la identidad de unos huesos humanos hallados en el término municipal de
Jerez de los Caballeros en 1777, cuando el autor desempeñaba el cargo de
Visitador de Rentas en esta localidad extremeña. Más nos interesa, por su
contenido, la cuarta obra: Crisis teológica historial de la Santa Verónica
de Jaén. Vindicada de la incertidumbre en que algunos modernos la capitulan.
Por..., Académico honorario de la Real Academia de la Historia de España; Para
ponerla en manos del Iltmo. S. Deán y Cabildo de la S. I. C. de dicha ciudad.
Con privilegio en la oficina de Don Tomás Copado impresor en ella. 1ª
Impresión. Año de 1759. El manuscrito, que conozco a través de una
fotocopia existente en la Biblioteca del Instituto de Estudios Giennenses,
contiene varios documentos relativos a los trámites de impresión; de ahí la
duda de si es una copia de la obra, impresa en Jaén, tal y como reza en el
título, o del original manuscrito preparado para su impresión, pero que luego
no se llevó a efecto.
No tengo constancia de que se conserve una
interesantísima Descripción política y económica de la ciudad de Baeza en el
Reyno de Jaén, de Blas Tenorio de Mendoza, que en 1771 era corregidor de
Baeza, quien, al más puro estilo ilustrado, daba cumplida información sobre
distintas materias (agricultura, comercio, ciencia, gobierno, salud pública,
religión, historia natural...), a tenor de la noticia que a este respecto nos
ofrece un contemporáneo suyo, el célebre erudito Francisco Mariano Nifo.
Extraordinario valor para la historia de la América
hispana tiene la obra escrita por dos
colonizadores jiennenses, los hermanos Antonio y Francisco de Viedma
Narváez. Al primero corresponde el Diario de un viaje a la costa de
Patagonia para reconocer los puntos en donde establecer población (recogido
en Pedro de Ángelis, Colección de Obras y Documentos relativos a la Historia
del Río de la Plata, Buenos Aires, 1972 [1ª edic.: Buenos Aires, 1839], T.
VIII, Vol. B., pp. 845-936) y una Descripción de la costa meridional del
Sur, llamada vulgarmente Patagonia (recogida en Pedro de Ángelis, ob. cit.,
T. VIII, Vol. B., pp. 937-963)[20].
Similar a esta última obra, aunque referida en esta ocasión a una zona de la
actual Bolivia, es la Descripción geográfica y estadística de la provincia
de Santa Cruz de la Sierra (1788) de Francisco de Viedma, de la que
contamos con una moderna edición (Cochabamba, Los Amigos del Libro, 1969).
4.- Otros campos del saber
El jiennense Martín Cerón Mancha y Girón, caballero
profeso de la Orden de Alcántara y alguacil Mayor de la Inquisición en el Reino
de Granada, se nos presenta como un fiel seguidor de las doctrinas sobre
esgrima del baezano Pacheco de Narváez, gran teórico de la materia en la
primera mitad del siglo XVII, en la obra Fiel dispertador y mayor amigo de
la verdad, a instancia de la malicia; confundiendo su exaltación en las dudas
que padece en la destreza y Filosofía de las Armas;, siguiendo las doctrinas
que entabló a la común utilidad Don Luis Pacheco de Narváez, el Fénix entre los
Españoles (Jaén, 1708).
En un terreno muy diferente se desenvolvió la actividad
de un eminente médico, Bartolomé Piñera y Siles (Úbeda, 1762 - Madrid,
21-10-1828), que gozó de gran fama en su época, de forma particular en Madrid,
donde fue miembro de la Real Academia Médica. Y lo traigo aquí porque entiendo
que pertenece a esa clase de hombres ilustrados que trataron de modernizar el
país, desde una campo tan importante como el de su especialidad. Así lo revelan
sus escritos, tanto originales como las traducciones y ediciones que llevó a
cabo de novedosos tratados extranjeros sobre Medicina.
Entre los años 1787-1790 sostuvo una enconada polémica, a
través de la prensa madrileña, sobre el “tarantismo”, a raíz de la publicación
de su informe Descripción histórica de una nueva especie de corea, ó baile
de San Vito, originada por la picadura de un insecto, que por los fenómenos
seguidos a ella se ha creído ser la tarántula (Madrid, Imp. de Benito Cano,
1787). Considero que estos hechos constituyen un buen ejemplo de los nuevos aires ilustrados que poco a
poco se iban introduciendo en los ámbitos culturales de la sociedad española a
lo largo de la centuria dieciochesca[21].
5.- Filología y Retórica
No es muy abundate la producción jiennense en este campo.
No obstante, debo reseñar un curioso opúsculo del profesor jiennense Diego
Amador de Torres Pardo: Explicación de las reglas de el libro quinto de el
arte de gramática de Antonio de Nebrija, que se enseña en el estudio de la
Santa Iglesia de Jaén, dos veces impresa en Jaén (1707 y 1708).
Y dentro de la intensa actividad desplegada en la
Sociedad Económica de Jaén recordaremos de nuevo el nombre de Juan Nepomuceno
Lozano López, al que se debe, aparte de la crónica ya citada en otro apartado y
un Manifiesto exhortatorio sobre la referida institución (Jaén, 1815),
el tratado Máximas del arte de persuadir o retórica filosófica, dada a la
luz pública a expensas de la Sociedad Económica de Jaén (Jaén, 1815).
6.- La sátira moderada de Manuel Crespo
Poco sabemos de este autor, fuera de los escasos datos
que se desprenden de esta curiosa obra: Los ermitaños más opuestos: el
Donayre, y el Desengaño. Dialoggo que saca a la luz Don ..., natural de Villa-Nueva
de el Arzobispo. Para representarlo a vista de Don Diego de Torres y
Villarroel, Cathedratico de Mathematicas en Salamanca. En el que hacen los mas
de sus papeles, su papel (Madrid, Librería de Pedro Díaz, s.a.). Conoció
otra edición más (Sevilla, Imprenta Castellana y Latina de Diego López de Haro,
s.a.), con algunas variantes y adiciones y, al igual que en la anterior, sin
indicación del año. No obstante, por distintos indicios derivados del
contenido, creo que su redacción debe fecharse hacia 1732. Se trata, como ya se
aprecia en el título, de una obra dialogada en la que el autor villanovense
juzga varios escritos del célebre y polémico profesor salmantino Diego de
Torres Villarroel.
Reviste un especial interés el “Prólogo al lector” que
figura (exclusivamente) en la edición sevillana, donde el autor da muestras de
moderación, situándose entre los que critican a los demás creyéndose ellos
poseedores de la verdad y los que adulan todo sin ninguna fundamentación
argumental. Y concluye con estas palabras, fiel exponente del espíritu
ilustrado que trataba de abrirse paso en la sociedad española de la época sin
romper con la tradición: “Con esta norma entrarás a leer, piadoso lector, sin
malgastar el tiempo, en este papelillo, y hallarás un arancel de Christianos
desengaños, por donde tus designios, sin los inútiles adornos, se regulen a
buscar lo precioso, y expurgar los inmundo”[22].
Manuel Crespo, siguiendo el patrón clásico de la
disertación dialógica (género de amplia difusión en la literatura española,
especialmente a partir del Renacimiento), a través de los dos personajes
alegóricos (el Donaire y el Desengaño), va presentando y refutando diversos
escritos del salmantino, de los que se muestra como un buen conocedor, siempre
con gran aparato crítico de inequívoca orientación moral. Frente al Donaire,
que representa a los lectores que se regocijaban con la agudeza satírica y
actitud desenfadada de Torres Villarroel, tenemos al Desengaño -la voz del
autor-, que irá poniendo sucesivamente la nota de cordura. No se invita al
salmantino a un cambio drástico de actitud, sino a moderar sus expresiones en
casos demasiado evidentes y que, en ocasiones, podían llevar al lector a
forjarse ideas equivocadas, muy particularmente en todo aquello relativo a
cuestiones teológicas y morales[23].
7.- Una novela de ambientación jiennense: Don Quijote
de la Manchuela
El siglo XVIII supuso un hito notable en la difusión de
la obra cervantina, tanto en España como en el extranjero. En nuestro país,
concretamente, fue muy imitado el Quijote, que, al ser visto como obra
meramente satírica, sirvió de modelo para censurar todo lo que se consideraba
oportuno. Y es así como surge Vida y empresas literarias del ingeniosísimo
caballero don Quijote de la Manchuela. Parte primera. Compuesta por don
Cristóbal Anzarena, presbítero (Sevilla, Imprenta de Gerónimo de Castilla,
[1766 o 1767]). He querido reproducir el título completo, porque el nombre del
autor ha sido un enigma hasta época relativamente reciente, en que se ha podido
averiguar que se trata de una seudónimo bajo el que se esconde un presbítero
sevillano, sí, pero llamado Donato de Arenzana. En tal sentido, debo destacar
varios estudios del profesor Dámaso Chicharrro Chamorro, que han cristalizado
en la publicación Don Quijote de La Manchuela. Novela del siglo
XVIII. Estudio crítico y antología, (Úbeda, Centro Asociado de la UNED,
1997).
La
novela es una sátira, en tono humorístico, sobre distintos aspectos de la vida,
pero siempre relacionados con la educación de los jóvenes, particularmente los
que pretendían ser literatos y vivían en lugares alejados de los principales
centros docentes. La huella del Fray Gerundio del P. Isla es, pues, más
que patente, si bien presenta notables diferencias. Lo más reseñable para
nosotros es que el autor sevillano decidió fijar como escenario de esta irónica
historia La Manchuela de Jaén, nombre con el que antaño era conocida la actual
Mancha Real, población convertida, de esta forma, en el símbolo del atraso e incultura de la España del siglo
XVIII.
A
través de los diez capítulos de que consta la obra, se nos va ofreciendo el
proceso educativo seguido por el protagonista, Cirilo Panarra, apodado “Quijote
de la Manchuela”, desde el ambiente familiar, donde la abuela Marinuño se erige
en primera maestra del muchacho, pasando por la escuela regida por el
incompetente Marramiau, hasta llegar a los dominios de un aprovechado profesor,
el sacristán Hisopo; un camino, en definitiva, de evidente signo degenerativo,
como si de un pícaro de nuestra literatura clásica se tratara, y que en esta
ocasión ni siquiera logran salvar las oportunas intervenciones del cura
Centellas, el único que se libra de la crítica del autor sevillano. Estamos,
pues, ante una sátira abierta y sin concesiones contra el sistema educativo de
entonces, en el que, tal y como lamenta el novelista, no se precisaba superar
un control para su ingreso en él (unas oposiciones, que diríamos hoy) como sí
ocurría con otras profesiones (médicos, abogados, etc.).
La
narración, según observa el profesor Chicharro, está llena de sabrosas
anécdotas, que son precisamente las que le confieren un peculiar atractivo,
liberándola de aquellas empalagosas e interminables disquisiciones que abundan
en otras obras de la centuria de la Ilustración, aunque no del todo, ya que
alguna se le sigue escapando al bueno de don Donato de Arenzana o, si
preferimos su nombre de guerra literaria, don Cristóbal Anzarena.
8.-
Algunas figuras singulares de la Ilustración jiennense
Quisiera
concluir este recorrido deteniéndome en cinco autores, distintos entre sí, pero
que bien podrían considerarse como representativos, en diferentes facetas, del
movimiento ilustrado.
a.-
Francisco Máximo de Moya Torres y Velasco
Hasta
hace bien poco era prácticamente desconocido, en claro contraste con la fama de
que gozó en su tiempo. El profesor Antonio Domínguez Ortiz lo rescató del
olvido al reeditar su obra más emblemática, precedida de un interesantísimo
“Estudio preliminar”, en el que ofrece un esbozo biográfico del personaje y,
sobre todo, enmarca su obra en el contexto histórico de la época que le tocó
vivir.
Nuestro
personaje nació en Jaén, hacia 1680-1685, en el seno una familia de ascendencia
hidalga, aunque por entonces no gozaba de una buena posición económica. Se nos
muestra como un hombre de sólida base cultural, que hace pensar que, tras los
primeros estudios en su ciudad natal, debió de continuarlos, probablemente en
Salamanca, dado el conocimiento que revela poseer sobre este centro
universitario.
En
1706 fue alistado en el ejército de Felipe V, lo que le permitió recorrer la
mayor parte de España. Durante el periodo comprendido entre 1712 y 1721 actuó
como Subdelegado de Rentas de los partidos de Úbeda, Baeza, Martos y otros del
Reino de Jaén; luego pasó a Granada y de aquí a Madrid. Fruto de esta
experiencia en el funcionamiento de la Hacienda Pública es su Manifiesto
universal de los males envejecidos que España padece, y de las causas de que
nacen, y remedios que a cada uno en su clase corresponde, sin que tenga nota de
arbitrio; antes sí para que se conozca el daño de los que se establecieron
(Madrid, Librería de Francisco Laso [1730]), del que se conserva un raro
ejemplar en la Biblioteca Nacional de Madrid (signatura: 3-64.123) y que ha
sido reeditado hace unos años, como ya he adelantado, por A. Domínguez Ortiz
(Madrid, Antoni Bosch Editor, 1992). Se trata de una recopilación de los
proyectos que desde 1715 había estado dirigiendo -sin mucho eco- a la
Administración, en la línea de “proyectistas” anteriores, también llamados
“arbitristas”. Sin embargo, obsérvese cómo el autor procura rehuir de todo lo
que suene a “arbitrio-arbitrista” (sin que tenga nota de arbitrio),
términos que por entonces había caído en el mayor de los descréditos, según se
desprende de la siguiente apostilla recogida en el primer diccionario de la
Academia (el conocido como Diccionario de Autoridades) tras la
definición del vocablo arbitrista, justo en las mismas fechas en que
Moya redactaba sus memoriales: “pero esta voz comunmente se toma en mala parte,
y con universal aversión, respecto de que por lo regular los Arbitristas han
sido mui perjudiciales á los Príncipes, y mui gravosas al común sus trazas y
arbitrios”.
La
intención del autor queda bien explícita en las primeras líneas de un extenso
subtítulo que figura en la portada: “En el qual se dan los medios para la
supression de las Rentas gravosas, y con ellas, en el caso de que ayan de
subsistir, seguro para que los Vasallos no contribuyan ni aun la mitad de lo
que oy contribuyen á ellas, y la Real Hacienda tenga mayor utilidad...”.
En
palabras del profesor Domínguez Ortiz el Manifiesto del jiennense “es
una obra de acarreo, en la que el autor condensó las reflexiones y
observaciones que durante muchos años había hecho acerca de los más variados
aspectos de la vida española” y en un estilo -agrega- que “no sólo es descuidado, sino incorrecto, reñido con
las más elementales reglas gramaticales”[24].
A pesar de ello, la obra posee un valor documental de
gran interés para conocer los problemas de su época. Por otra parte, debo
agregar que fue prohibida en el Índice de 1747.
Se conocen otras tres obras más de Moya, del mismo tenor:
un memorial dirigido a Felipe V, fechado el 26 de diciembre de 1730 y formado
por 5 folios manuscritos, del que se conserva ejemplar en el Archivo Histórico
Nacional (Osuna, 4.267-1); un Compendio de las ideas de D. Francisco de Moya,
manuscrito que se custodia en el mismo Archivo (Estado, libro 881, fols.
143-166 ), y una Representación dirigida al más fácil y seguro aumento del
Real Erario y a conseguir el más pronto alivio y riqueza de la Monarquía,
fechada en 1740, impreso de ocho folios (sin pie de imprenta)y del que existe
un ejemplar en la Biblioteca Nacional de Madrid (signatura: VE 457-42)[25].
b.- Antonio Tavira y Almazán
Un puesto de honor merece, tanto por su obra como por la
labor desarrollada a lo largo de su vida, Antonio Tavira y Almazán, nacido en
Iznatoraf (30-9-1737), obispo de Canarias, Burgo de Osma y Salamanca, donde
falleció (6-1-1807). Estudió en Murcia y Baeza, fue catedrático de Filosofía,
Griego y Hebreo en Salamanca, capellán de honor del rey (desde 1772) y
Académico de la Lengua (desde 1775). Compartió inquietudes con personalidades
de la talla de Jovellanos, Campomanes, Pérez Bayer, Meléndez Valdés, Forner,
etc.
En cuanto a su obra, hay que señalar un Sermón de
acción de gracias por el nacimiento de los infantes Carlos y Felipe (Madrid,
1784), una Oración fúnebre a la muerte de la Duquesa de Benavente
(Madrid, 1787) y una Pastoral (Madrid, 1801); así como informes y
tratados de diversa naturaleza: sobre la Universidad de Salamanca (1768), el
Archivo de la Orden de Santiago en el convento de Uclés (Madrid, 1791), el
Hospital General de la Santísima Trinidad de Salamanca (Salamanca, 1807) o el
Tribunal de la Inquisición de Granada (Sevilla, 1812). Y a ello debemos unir
otras obras y documentos, de tónica similar, que se conservan manuscritos[26].
c.- Isidoro Bosarte de la Cruz
La
figura de Bosarte de la Cruz (Baeza, 1747 - Madrid?, 1807) es sin duda una de
las más granadas aportaciones del Reino de Jaén a las letras españolas del
periodo ilustrado. Fue embajador en Turín y miembro de la Academia de la
Historia y de la de Bellas Artes. Sus obras nos lo confirman como un profundo
investigador y un experto crítico en temas de Arte y Literatura.
Dentro
del campo del Arte merecen recordarse su Disertación sobre los monumentos
antiguos pertenecientes a las nobles artes de la pintura, escultura, y
arquitectura, que se hallan en la ciudad de Barcelona. Hecha por D. ...,
Dirigida a la Sociedad Patriótica de la ciudad de Baeza y Reyno de Jaén
(Madrid, Antonio de Sancha, 1786) o las Observaciones sobre las Bellas Artes
entre los antiguos hasta la conquista de Grecia por los romanos, en 4 partes (Madrid, Benito Cano, 1790-1791);
siendo su obra más exitosa (como lo revelan dos ediciones modernas de 1978 y
1988, respectivamente) el Viaje artístico á varios pueblos de España, con el
juicio de las tres nobles artes que en ellos existen, y épocas á que
pertenecen. Dedicado al Excmo. Señor D. Pedro Cevallos, primer secretario de
Estado etc. Su autor Don ..., Secretario honorario de S. M., y en propiedad de
la Real Academia de S. Fernando, Académico de número de la de la Historia. Tomo
primero. Viage á Segovia, Valladolid y Burgos (Madrid, Imprenta Real,
1804). El mismo título pone de manifiesto que se trataba de un proyecto más
amplio, que se vio truncado, posiblemente, por la muerte del autor.
Por
lo que se refiere al terreno de Literatura, cabe citar su Gabinete de
lectura española, o Colección de muchos papeles curiosos de Escritores antiguos
y modernos de la Nación. Contiene noticias para ayudar a formar el juicio sobre
las obras de las artes, las costumbres de diferentes pueblos y edades, sobre
muchos puntos de la Historia nacional y otros de varia erudición por medio de
la simple lectura. Se trata de una publicación periódica de la que vieron
la luz seis números, entre 1787 y 1793, en las imprentas madrileñas de la Viuda
de Ibarra, Hijos y Compañía, la de Antonio Fernández y la de Sancha. Las
entregas cuarta y quinta, por ejemplo, incluyen sendos estudios de las novelas
cervantinas Rinconete y Cortadillo y El celoso extremeño, tema en
el que se reveló como un reputado especialista, según se desprende, además, de
otros textos posteriores[27].
Igualmente interesantes resultan sus Reflexiones sobre un punto de
Literatura y mérito literario del Rey D. Alonso el Sabio. Leídas por el
Académico D. ... en Junta Ordinaria de abril de 1797, tratado inédito cuyo
manuscrito se conserva en la biblioteca de la Academia de la Historia
(11-3-1-8234 -6-). Y lo mismo puede decirse del opúsculo Observaciones
históricas sobre los orígenes de la escritura y materias que para ella han
servido, incluido en la recopilación Exercicios publicos de Historia
literaria... en los Estudios Reales (Madrid, 1791, pp. 1-5).
Tal y como pone de manifiesto alguno de los títulos
reseñados, Bosarte de la Cruz nunca perdió de vista sus orígenes jiennenses,
como lo prueba también el hecho de haber leído en la Real Academia de la
Historia, en su sesión del viernes 1 de febrero de 1799, el trabajo de José
Martínez de Mazas Descripción del sitio y ruinas de Cástulo y noticias de
esta antigua Ciudad en el Reyno de Jaén. Escrita por... en el año 1788,
texto publicado en su día por la revista Don Lope de Sosa[28].
d.- José Martínez de Mazas
Cualquier referencia al movimiento ilustrado en el Reino
de Jaén pasa, ineludiblemente, por la personalidad del deán Martínez de Mazas
(Liérganes, Cantabria, 3-10-1731 - Jaén, 20-4-1805).
Frente a tantosotros autores nacidos en el Reino de Jaén
que tuvieron que desarrollar su actividad en otras latitudes, nos encontramos
ahora en la situación contraria: un personaje nacido lejos de Jaén, pero que
pasaría aquí más de la mitad de su vida, concretamente desde 1765 hasta su
muerte.
Cuando se asentó en nuestra capital, tras conseguir por
oposición la plaza de canónigo Penitenciario, era ya un hombre maduro, que,
entre otros destinos, había ocupado la canonjía de Doctoral en la catedral de
Santander y, por otro lado, se había revelado como un elocuente orador sagrado
y se había iniciado en el campo de la investigación sobre historia
eclesiástica. A esta etapa corresponden sus Memorias antiguas y modernas de
la Santa Iglesia y Obispado de Santander, trabajo que debió de concluir en
Jaén, ya que aparece fechado en esta ciudad en 1777, y cuyo manuscrito se
conserva en la Biblioteca Municipal de Santander (Ms. 833).
A la etapa jiennense corresponde el resto de su
producción conocida, tanto manuscrita como impresa. En 1775 redactó un Memorial
sobre el indebido culto que se da a muchos santos no canonizados,
manuscrito de 172 folios que se guarda en la citada biblioteca santanderina
(Ms. 8) y que recientemente ha sido editado[29].
El estudio, que se inscribe en la línea de eminentes figuras religiosas de la
Ilustración (pensemos en el P. Feijoo, por ejemplo), ponía en entredicho la
autenticidad de algunas reliquias muy veneradas por el pueblo, circunstancia
que pudo influir en que no llegara a imprimirse en su momento, ante el temor de
un previsible escándalo.
A 1788 corresponde la Descripción del sitio y ruinas
de Cástulo, y noticias de esta antigua Ciudad en el Reyno de Jaén, trabajo
del que se conservan tres copias manuscritas y que, como ya he indicado más
arriba, fue leído por el baezano Bosarte de la Cruz en la Academia de la
Historia.
Otra de las obras manuscritas, formada por 22 hojas y
custodiada en la Biblioteca Municipal de Santander (Ms. 55), es una Carta
instructiva que escribe el Deán de Jaén D. José Martínez de Mazas a su sobrino
el Dr. D. Juan Francisco Martínez Albear, Canónigo Magistral de la insigne Colegial de Úbeda, con motivo
de haber pasado éste al lugar de Liérganes, su Patria. Trata de varias cosas
del país. El hecho de que en otra portada figure esta data: escrita e
impresa a 13 de julio de 1797, hace pensar que fue editada, si bien hasta
el presente no se ha localizado ningún ejemplar.
Dentro de la producción impresa (de la que hay
constancia), comenzaré mencionando dos opúsculos (de 54 y 25 páginas,
respectivamente) que ponen de manifiesto dos facetas distintas de su
personalidad. La primera es el Sermón sobre la obligación de rogar a Dios
por la felicidad de los príncipes... Sermón predicado en la Sta. Iglesia
Catedral de Jaén en el día 4 de diciembre de 1783 por el Sr. Ldo. D. ...,
Canónigo Penitenciario de ella, con motivo de la Orden que se sigue, presentes
los dos mui Ilustres Cabildos de la Catedral, y de esta M. N. C. (Jaén,
Pedro José de Doblas, s.a. [d. 1783]), insertada en otro libro sobre el mismo
acontecimiento de Juan Nepomuceno Lozano López, compañero del deán Mazas en la
Sociedad Económica de Amigos del País de Jaén[30].
La segunda es Aviso y manifestación de la necesidad, y utilidad de las
conferencias morales y de sagradas ceremonias (Jaén, Pedro José de Doblas,
1784), de la que conozco un ejemplar en la Biblioteca Pública de Jaén
(signatura: 700 -10-).
Y llegamos al Retrato al natural de la ciudad y
término de Jaén: su estado antiguo y moderno, con demostración de quanto
necesita mejorarse su población, agricultura y comercio. Por un Individuo de la
Sociedad Patriótica de la dicha Ciudad, que le dedica al mismo Cuerpo (Jaén,
Pedro de Doblas, 1794), de la que hace unos años se hizo una edición facsímil
(Barcelona, Ediciones El Albir, 1978), precedida de una “Introducción” del
profesor José Rodríguez Molina. Se trata, sin la menor duda, no sólo de la obra
más importante de autor, sino también de la más emblemática del Jaén
dieciochesco, que incluso se podría comparar, por el rigor de sus
planteamientos, con los proyectos de los grandes ilustrados españoles. Y es
importante subrayar también, según se apunta en el propio título, que fue
gestada en el ambiente de la aquí llamada Sociedad Patriótica, lo que demuestra
el alto grado de concienciación reformista de los miembros de esta institución;
aspecto que, en cierta forma, pudiera entenderse que se desprende del generoso
detalle del autor al no hacer figurar su nombre en la portada del libro.
A lo largo de los
diecisiete capítulos de que consta el libro, complementados con siete apéndices
(más uno final), el deán Mazas realiza un exhaustivo análisis, en todos sus
aspectos (históricos, demográficos, económicos, sociales...), tanto de la
ciudad de Jaén como de las restantes poblaciones que conforman su Reino. Pero
no sólo se limita a constatar la situación de lastimosa decadencia en que se
encuentra, sino que trata de averiguar las causas, con el fin de que el
diagnóstico resulte lo más completo posible, como base firme para la aplicación
de las correspondientes medidas correctoras. Sorprende que sea un clérigo,
nacido además en una tierra muy
distante (y muy distinta), quien se mueva con tanto rigor y exhaustividad a la
hora de estudiar los problemas y proponer las soluciones específicas para cada
caso concreto en materia de cultivos, ganadería, tejidos, manufacturas,
asistencia social, etc., a priori tan ajenos a su condición eclesiástica.
Se aprecia, a través de su análisis, cómo uno de los
obstáculos mayores reside en el talante tradicional de las gentes, que les
lleva a mantener sistemas de cultivo y explotación obsoletos, sin que las
autoridades competentes, contagiadas del mismo espíritu, hayan sabido hasta
entonces arbitrar los medios para prevenir tan ruinoso estado. Especialmente
significativo, a este propósito, resulta el capítulo XVII (y último), que titula de esta forma tan
elocuente: “De algunos medios para precaver mayor ruina de la Ciudad”.
Hay aspectos de su estudio que pueden chocar un poco con
nuestra mentalidad actual, como es lo relativo a las diversiones populares, y
en concreto el teatro, como ya apuntaba más arriba; aunque no lo son tanto si se
contemplan en su propio contexto histórico.
No voy a entrar en pormenores que alargarían en exceso
esta exposición. Sin embargo, y a modo de ejemplo, quisiera destacar una
cuestión concreta, que, incluso vista desde la perspectiva presente, ofrece rasgos
de una meritoria modernidad. Me refiero, en concreto, al papel de la mujer,
tema que tuve la oportunidad de desarrollar hace unos años, en un Congreso
organizado por la misma institución que ahora nos acoge, precisamente con
motivo del II Centenario de la publicación de la obra que nos ocupa[31].
Aunque me refería a la literatura española en general, dedicaba un apartado al
deán Mazas, y allí apuntaba su preocupación por la forma de atender a las
mujeres “erradas” y a todas las que sufrían algún tipo de necesidad; pero
también al apartado educativo. Así se expresa al final del capítulo X del Retrato
al natural:
Un Autor moderno clama con razon por que en los Conventos
de Monjas huviese escuelas gratuitas para niñas, de cuya buena educacion
depende la mayor parte del bien de la República, y facilmente se pudieran establecer sin perjuicio de la
clausura. Tambien fueran utiles para que las niñas se aficionasen á ser
Religiosas. Entre tanto se debieran dotar algunas Maestras seculares que
enseñasen de valde.[32]
Por otra parte, cuando en el mencionado capítulo XVII se
refiere a los “medios para precaver mayor ruina de la Ciudad”, aboga por el
fomento de la cría de seda, con la que
se puede esperar que con solo este ramo se ocupen tres ó
quatro millares de personas, y las mas de ellas mugeres y niñas.[33]
Y en la misma línea, poniendo ejemplos de otros lugares
de España e incluso de Europa, nos agregará más adelante:
Tambien seria util otra Junta de Señoras, ó llamese
Sociedad, para entender en la buena educacion de las niñas, y en el
adelantamiento de las labores de mugeres, asi como la hay en Madrid. Se puede
ver el Capitulo de Londres en la Gazeta de 4 de Noviembre de este año de 1791
en donde trata de la Junta Pastoril de las Damas de Edimburgo, vestidas de
telas hiladas y teñidas por sus manos para enseñar con su ejemplo á los demás.[34]
Hasta tal punto llega el empeño de este ilustrado
jiennense que, al redactar su testamento (16 de abril de 1805), incluye una
cláusula relativa a la fundación de una escuela de niñas en la parroquia de San
Ildefonso, con una dotación de 30.000 reales, aparte de una casa que poseía en
la calle Carrera, para que “tuvieran mejor educación tantas niñas pobres como
viven en dicha parroquia”, con la esperanza de que otras personas siguieran el
ejemplo[35].
e.- Pablo de Olavide
Y he dejado como cierre de esta exposición -no podía ser
menos- al personaje que figura como estandarte de este Congreso, uno de los
intelectuales más importantes del siglo XVIII.
Pablo de Olavide y Jáuregui había nacido en Lima
(25-1-1725), ciudad en la que fue Consejero de la Audiencia y Catedrático de la
Universidad de San Marcos. En 1752 se vio obligado a venir a España donde
permanecerá hasta su muerte. Muy bien relacionado en las altas esferas del
poder (en especial a través de su amigo Campomanes), desempeñó cargos de
relevancia, como Asistente en Sevilla e Intendente de los Cuatro Reinos de
Andalucía y desarrolló una intensa actividad reformadora, que abarcó tanto al
campo del teatro -creó la primera escuela de actores en Sevilla y en las
tertulias literarias de su casa se gestaron los primeros ejemplos de comedias
sentimentales-, como al de la Universidad y al de la política en general.
Su estrecha relación con las tierras jiennenses se apoyan
en dos hechos fundamentales: el haber sido el impulsor de la puesta en marcha,
en 1767, de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, con capital en La
Carolina, y su establecimiento definitivo, tras los penosos incidentes por el
proceso inquisitorial del que fue objeto en 1778 y la huida posterior a
Francia, en la ciudad de Baeza, donde pasaría los últimos cinco años de su
vida, que concluyó el 25 de febrero de 1803, fecha que motiva la celebración
del presente Congreso al coincidir el II Centenario.
No es el momento de detenerme en consideraciones sobre
estas circunstancias, sobre las que existe una copiosa bibliografía. Únicamente
me permito resaltar la celebración de varios congresos sobre las Nuevas
Poblaciones, cuyas actas están al alcance de cualquier persona interesada[36],
y por lo que respecta a la etapa final en Baeza, al estudio del profesor Rafael
Rodríguez-Moniño Soriano[37],
catedrático del instituto baezano hasta su reciente jubilación.
Me corresponde hablar únicamente de su faceta literaria,
también muy estudiada, si bien es cierto que hasta hace muy poco tiempo se
mantuvieron bastantes incógnitas, particularmente en lo relativo a su
producción novelística, hoy felizmente resueltas.
No es tarea fácil resumir el quehacer literario de Olavide,
dado el inmenso legado de escritos que nos ha dejado. Baste recordar, a título
de ejemplo, que Francisco Aguilar Piñal, en su Bibliografía de Autores
Españoles del Siglo XVIII (T. VI, Madrid, CSIC, 1991), recoge este número
de entradas: manuscritos (nº 776-804), impresos (nº 805-885), traducciones (nº
886-892) y estudios (nº 893-1044). Posteriormente, Luis Perdices Blas, en su Ensayo
sobre la bibliografía de las obras impresas y manuscritas de Pablo de Olavide,
en dos tomos (Jaén, Cámara de Comercio e Industria de la provincia de Jaén,
1994) reúne hasta un total de 1654 fichas, aunque bien es verdad que muchas se
salen del campo que en este momento nos incumbe.
Uno de los géneros que más llamó su atención, como buen
ilustrado, fue el del teatro. Ya me he referido de pasada a sus proyectos
reformadores en Sevilla. Siempre mostró Olavide una predilección especial por
la literatura francesa. Sabemos que en sus viajes al país vecino venía con
muchos libros franceses, que luego se comentaban en las tertulias culturales
que se celebraban en su casa. Y precisamente éste sería luego uno de los puntos
de ataque en el proceso de que fue objeto por parte de la Inquisición.
La casi totalidad de su producción dramática son
traducciones al español de obras francesas (de Racine, Voltaire, Mercier...),
entre las que cabe citar los siguientes títulos: La Méroe, La Zayda,
La Fedra, El desertor, El jugador, La Olympia, Hipermenestra,
La Celmira, Mitrídates o La Lina.
Singular importancia reviste El Evangelio en triunfo,
o historia de un filósofo desengañado, en 4 vols. (Valencia, Hermanos de
Orga, 1797-1798), su obra más conocida, que llegaría a reeditarse en más de una
docena de ocasiones y que fue traducida a los principales idiomas (francés, portugués,
italiano, alemán, ruso...). Su valor, más que en lo puramente literario, reside
en lo que nos aporta sobre su personalidad. Olavide se nos muestra como un
hombre “desengañado”, según reza el subtítulo, de sus ideas anteriores,
emanadas de la Enciclopedia francesa y que tantos disgustos le habían
ocasionado; aunque queda la duda de si este drástico cambio fue fruto de un
convencimiento interior o simplemente una forma externa de congraciarse con un
entorno que le había sido claramente hostil, buscando una tranquilidad, interna
y externa, necesaria para afrontar la recta final de su vida.
En idéntica línea se mueven otras dos obras de claro
sentido religioso, cuya redacción final debemos situar en su etapa baezana: Poemas
christianos en que se exponen con sencillez las verdades más importantes de la
religión, por el autor del Evangelio en triunfo; publicados por un amigo del
autor (Madrid, Imprenta de don José Doblado, 1799) y Salterio español, o
versión parafrástica de los salmos de David, de los cánticos de Moisés, de
otros cánticos y algunas oraciones de la Iglesia en verso castellano, a fin de
que se puedan cantar, para uso de los que no saben latín. Por el autor del
Evangelio en triunfo (Madrid, José Doblado, 1800), ésta última varias veces
reeditada, y de la que deriva un curioso devocionario: Oficio parvo de
Nuestra Señora, con los salmos, traducidos
por el autor del Evangelio en triunfo (Madrid, Verges, 1829).
Bajo el seudónimo de “Atanasio Céspedes y Monroy” y con
el título genérico de Lecturas útiles y entretenidas, comenzaron a
publicarse en 1800 (Madrid, José Doblado) hasta una treintena de novelas, en
series que solían englobar más de una pieza narrativa. Durante algún tiempo se
pensó que el tal Céspedes era su autor real, hasta que se pudo comprobar que
algunas de las novelas de Olavide de las que se tenía constancia expresa
coincidían con las recogidas en las Lecturas útiles y entretenidas, tras
de lo cual se consiguió desvelar el enigma, gracias en particular a la paciente
tarea de Estuardo Núñez[38]
y de Mª José Alonso Seoane[39].
Aunque resulta muy difícil la fechación de estas novelas
(sólo se cuenta con el dato de la edición, en muchos casos póstuma), parece que
la dedicación de Olavide a esta labor fue tardía, por lo que correspondería a
los últimos años de su vida, tras el proceso inquisitorial.
Como nos ocurriera con el teatro, nuestro autor no
buscaba la originalidad. Se ha demostrado que muchas de estas obras narrativas
son traducciones o adaptaciones de obras francesas, si bien no se descarta que
algunas sean originales. En cualquier caso, destaca en ellas el carácter moral,
propio por otra parte de su época. A través de sus relatos, Olavide nos muestra
sus ideas sobre comportamientos
sociales: vida en familia, respeto a los padres, papel de padres e hijos a la
hora de elegir matrimonio, etc. Generalmente se sitúan en épocas pasadas y
escenarios lejanos, evitando cualquier referencia a la realidad cotidiana y, de
este modo, tener más libertad para expresarse. Aunque estos rasgos no son
exclusivos, ya que pueden contemplarse en otros novelistas de la época.
De todas formas, es preciso
resaltar, que, aun partiendo de obras francesas, Olavide trata de hacerlas españolas,
teniendo en cuenta más la novela de nuestro Siglo de Oro que los nuevos
intentos que en su época empezaban ya a experimentar algunos narradores.
Aun saliéndonos de la obra literaria de Pablo de Olavide,
conviene hacer una breve referencia a la repercusión que tuvo en la literatura
su actuación en la Colonias de Sierra Morena. En tal sentido, han sido muy
utilizados por la crítica los libros de viajes, género especialmente fecundo en
el siglo XIX, para recabar las sucesivas opiniones de los viajeros
(especialmente extranjeros) sobre este proyecto ilustrado. No podemos
detenernos en tales consideraciones, ya que supondrían alargar en exceso la
presente exposición, aparte de que también se salen del objetivo fijado para
esta ocasión.
Sí quisiera, en cambio, aludir a dos autores notables de
nuestra literatura, Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) y Pedro Montengón
(1745-1824), quienes, en sendas composiciones poéticas, aluden a tal hecho. El
primero lo hace en la “Epístola heroica de Jovino a sus amigos de Sevilla”,
donde recordará su paso por las Nuevas Poblaciones, tras abandonar la capital
hispalense el 2 de octubre de 1778, con menciones expresas para Pablo de
Olavide y su prima Engracia de Olavide (ésta ya fallecida), con quienes había mantenido
una estrecha amistad y a los que ahora se refiere, respectivamente, con los
nombre poéticos de Elpino y Filis. Véase en este fragmento:
mil pueblos que del seno enmarañado
de los Marianos montes, patria un tiempo
de fieras alimañas, de repente
nacieron cultivados, do a despecho
de la rabiosa invidia, la esperanza
de mil generaciones se alimenta;
lugares algún día venturosos,
del gozo y la inocencia frecuentados,
y que honró con sus plantas Galatea,
mas hoy de Filis con la tumba fría
y con la triste y vacilante sombra
del sin ventura Elpino ya inflamados,
y a su primer horror restituidos;
en vano todo aquesto mis cansados
ojos, al llanto solamente abiertos,
en sucesiva progresión repasan;
que aunque tal vez en lágrimas bañados
del sol los halla el rayo refulgente,
nada les da placer. Por todas partes
descubren sólo un árido desierto,
y esles molesta hasta la luz del día.[40]
Montengón, por su parte, lo hará en la oda “A la Sierra
Morena”, de la que voy a extraer los versos finales:
Alzan también sus frentes
los oteros, de frutos coronadas;
baxan de ellos las fuentes
a regar las yugadas
y los nuevos plantíos en los llanos,
de ricos aldeanos
poblados en donde antes
no osaban penetrar los caminantes.
Y en donde vil cabaña
apenas guarecía al vil cabrero
de la rabiosa saña
del lobo carnicero,
descuellan ya de villas esparcidas
las torres atrevidas;
La Carolina entre ellas
osa jactar su nombre a las estrellas.[41]
Hasta tal punto llegó la repercusión de esta experiencia
colonizadora en la sociedad española, que un género literario-musical muy de
moda en la época, la “tonadilla escénica”, se hizo eco de ella. Así lo podemos ver en tres piezas del prolífico
Blas de Laserna (1751-1812): La función de la Ravosa, La España
Moderna y Los dos payos. Especialmente significativa resulta, a este
respecto, la primera, cuyo comienzo, en boca del personaje Soriano, reza así:
Allons, petits garçons,
allons,
donc, a poblar
la gran Sierra Morena,
que cerca de aquí está.
Allons, que de Alemania
venimos a poblar.
[1]
Para mayor información sobre el particular puede verse el documentado estudio
de Inmaculada Arias de Saavedra Las Sociedades Económicas de Amigos del País
del Reino de Jaén, Granada, Servicio de Publicaciones de la Universidad,
1984.
[2]
Lamento no poder detenerme, por razones de espacio, en más consideraciones.
Remito al lector interesado al valioso
trabajo de Felipa Sánchez Salazar La Real Sociedad Económica de Amigos del
País de Jaén (1786-1861), Jaén, Instituto de Estudios Giennenses, 1983.
[3]
Cfr. Vicente Miguel Ruiz Fuentes, “Las Sociedades de Amigos del País de Úbeda:
Apuntes para su estudio”, Actas I Congreso “La Ilustración y Jaén”. Homenaje
a un ilustrado: José Martínez de Mazas (Celebrado en Jaén del 7 al 10 de
diciembre de 1994), Jaén, Centro Asociado de la UNED / Real Sociedad
Económica Amigos del País, 1996, pp. 101-118.
[4]
Octavario sacro de las solemnes y sumptuosas fiestas que los RR. PP.
Trinitarios descalzos, redemptores de cautivos, celebraron en la translación
del SSmo. Sacramento a su nveva iglesia, dedicada a la Beatisima Trinidad, cuya
patrona y abogada es María Ssma. de Gracia. Demostraciones festivas de esta
nobilissima ciudad de Málaga. Panegyricas oraciones, sagrados y subtiles poemas
(Málaga, Juan Vázquez de Piédrola, 1716).
[5]
Cfr. Narciso Díaz de Escovar: “Poetas laureados. D. Juan A. de Acuña y D. Diego
de Acuña”, Don Lope de Sosa, 1914, pp. 162-167. Además de los oportunos
comentarios, reproduce el texto de las dos composiciones premiadas.
[6]
Puede verse, a este respecto, mi trabajo “Fiestas de la ciudad de Jaén con
motivo de la proclamación del rey Fernando VI (1746)”, Boletín del Instituto
de Estudios Giennenses, nº 178, 2001, pp. 263-302. Se reproduce el texto
completo de la crónica, a excepción de los preliminares.
[7]
De esta fiesta, así como de otras celebradas en la capital, da cuenta Mª Isabel
Cabrera García en su interesante trabajo “La fiesta en la ciudad de Jaén a lo
largo de los siglos XVIII y XIX”, Boletín del Instituto de Estudios
Giennenses, nº 143, 1991, pp. 83-109.
[8]
“De re académica”, Don Lope de Sosa, 1922, pp. 42-45. Son muy precisos
los datos que facilita, pero no indica la fuente de información.
[9]
“La disertación sobre el numen poético de Don Pedro Verdugo (Texto inédito de
1716)”, Boletín del Centro de Estudios del siglo XVIII, nº 10-11, 1983,
pp. 63-84.
[10]
Francisco Aguilar Piñal, en su conocida Bibliografía de Autores españoles
del siglo XVIII (T. IX, nº 760) cita un ejemplar conservado en la
biblioteca mallorquina de la Fundación March (signatura: 4º-69 -17-).
[11]
“La literatura en Granada (Datos para su historia)”, La Alhambra,
nº 337, 30-3-1912, p. 128.
[12]
“Transcripción de los pasquines utilizados contra los frailes del convento de
San Agustín de Huelma en 1747. Archivo Histórico Diocesano de Jaén, sección
criminal”, en Crónicas de cordel, Jaén, Diputación Provincial, 1997, pp.
185-188.
[13]
Luis Iglesias de Souza, en su repertorio Teatro lírico español (La
Coruña, Diputación Provincial, 1991, T. I, nº 2.617, p. 401), recoge una ficha
de La batalla de las Navas con
estos escuetos datos: “Comedia de música, Libreto: desconocido, Música: A. Guerrero,
Fecha: S. XVIII”. Desconozco la posible relación que pudiera tener esta pieza
con la representada en Jaén en 1747 por la compañía de Juan de Dios Fernández.
[14]
Véase el trabajo publicado, dentro de la sección “Papeles viejos” en el nº 22
de la revista Senda de los Huertos, 1991, pp. 95-96.
[15]
Pedro de Jaén: “Fray Diego José, dejó a Jaén sin teatro”, en la sección de
“Papeles viejos”, Senda de los Huertos, nº 55-56, 1999, pp. 158-159.
[16]Retrato
al natural de la ciudad y término de Jaén: su estado antiguo y moderno, con
demostración de cuanto necesita mejorarse su población, agricultura y comercio,
Jaén, Pedro de Doblas, 1794, pp. 291-292.
[17]Retrato
al natural..., p. 277.
[18]
Cfr. Manuel Amezcua: “El auto de Navidad de Cambil, una caso de expresión de lo
andaluz a través del teatro tradicional”, El Toro de Caña, nº 1, 1996,
pp. 395-423. Aparece recogido por el autor , con el título de “El teatro de
Navidad y lo andaluz”, en su libro Crónicas de cordel, Jaén, Diputación
Provincial, 1997, pp. 289-320. Por su parte, Ignacio Ahumada hace un
interesante estudio comparativo entre el texto de Cambil y el original de
Fernández y Ávila (El habla popular de Jaén en la literatura,
Torredonjimeno, Editorial Jabalcuz, 1999, pp. 37-42 y 103-110).
[19]
Un fragmento del diálogo sexto (último), relativo a Torredonjimeno, se
reproduce en la revista Don Lope de Sosa, 1925, pp. 373-376.
[20]
Entre los varios estudios dedicados a este personaje, tanto en España como en
Hispanoamérica, puede destacarse el del profesor jiennense de la Universidad de
Granada Miguel Molina Martínez, “El giennense Antonio de Viedma, colonizador y
cronista de la costa patagónica”, Boletín del Instituto de Estudios
Giennenses, nº 132, 1987, pp. 39-60.
[21]
Para más información sobre este personaje, remito al lector interesado a mi
trabajo “El médico ubetense Bartolomé Piñera y Siles y la polémica sobre los
efectos curativos de la música: El Tarantismo en el siglo XVIII”,
publicado en la revista jiennense Códice, nº 12, 1997, pp. 38-48.
[22]
Edición de Sevilla, hoja 2ªr.
[23] Para más detalles sobre el particular puede
verse mi artículo “Los ermitaños más
opuestos de Manuel Crespo (Una disertación literaria sobre Torres
Villarroel de un autor de Villanueva del Arzobispo)”, Actas del I Congreso
Jaén Siglos XVIII-XIX Febrero 1989, Universidad de Granada, 1990, T. II,
pp. 622-631.
[24]
Cfr. “Estudio preliminar” de la edic. cit., p. XXI.
[25]
El profesor Domínguez Ortiz ofrece una descripción más detallada de estos tres
opúsculos en el citado “Estudio preliminar”, pp. XXIII-XXIV.
[26]
Entre la abundante bibliografía sobre este singular personaje, me permito
reseñar los trabajos de Joël Sougnieux Un prélat éclairé: Don Antonio Tavira
y Almazán (1737-1807). Contribution à l´étude du jansenisme espagnol
(Toulouse, Université, 1970) y La ilustración católica en España. Escritos
de D. Antonio Tavira, Obispo de Salamanca (1737-1807) (Salamanca,
Universidad / Oviedo, Centro de Estudios del siglo XVIII, 1986), y el de José Antonio Infantes Florido, Tavira
¿Una alternativa de la Iglesia? (Córdoba, CajaSur, 1989).
[27]
Cfr. J. Apraiz: Don Isidoro Bosarte y el centenario de “La tía fingida”
(Vitoria, 1904). La obra había sido publicada, según copia de Bosarte, por A.
García Arrieta, en El espíritu de Miguel de Cervantes (1814).
[28]
Año 1913, pp. 113-116, 153-156, 181-183, 218-221, 248-250, 283-285, 342-344,
377-379; Año 1914, pp. 45-47, 87-89, 152-154 y 184-185.
[29]
Memorial al Yllmo. y mui venerable estado eclesiástico del Obispado de Jaén sobre
el indebido culto que se da a muchos santos no canonizados [título de la
cubierta: Memorial de los santos], edición y estudios introductorios de
Manuel Urbano Pérez Ortega y José Rodríguez Molina, Jaén, Diputación
Provincial, 2001.
[30]
Se conserva un ejemplar en la Biblioteca del Instituto de Estudios Giennenses.
Antonio Palau y Dulcet (Manual del
librero hispano-americano, VII, nº 142957) la describe también como
formando parte de la obra de J. N. Lozano.
[31]
“La mujer en la literatura española del S. XVIII”, Actas I Congreso “La
Ilustración y Jaén”. Homenaje a un ilustrado: José Martínez de Mazas (Celebrado
en Jaén del 7 al 10 de diciembre de 1994), Jaén, Centro Asociado de la UNED
/ Real Sociedad Económica Amigos del País, 1996, pp. 429-456.
[32]
Retrato al natural, p. 279.
[33]
Ibíd., p. 440.
[34]
Ibíd., p. 454.
[35]
Dato recogido por Felipa Sánchez Salazar, en su trabajo La Real Sociedad
Económica de Amigos del País de Jaén (1786-1861), Jaén, Instituto de
Estudios Giennenses, 1983, pp. 147-148.
[36]
Hasta la fecha se han publicado las actas de los seis primeros Congresos. No
han salido a la luz todavía las del VII, celebrado entre los días 3-6 de
octubre de 1996. La muerte en accidente de tráfico del profesor Miguel Avilés
Fernández, verdadera alma de dichos Congresos, y el alejamiento por motivos
profesionales de Guillermo Sena Medina, su estrecho colaborador en estas
tareas, han incidido, en buena medida -creo-, en el retraso de la organización
del VIII Congreso, en el que, siguiendo la práctica de ediciones precedentes,
se deberían presentar las actas del anterior.
[37]
El Intendente don Pablo de Olavide y la ciudad de Baeza, La Carolina,
Cuadernos del Seminario de Estudios Carolinenses, 1985.
[38] Cfr. Obras narrativas desconocidas,
prólogo y compilación por Estuardo Núñez,
Lima, Biblioteca Nacional del Perú, 1971; Obras selectas de P. de
Olavide, Estudio preliminar, recopilación y bibliografía por Estuardo
Núñez, Lima, Banco de Crédito de Perú, 1987.
[39]
Cfr. “Las novelas de Olavide”, Actas
del I Congreso sobre las “Nuevas Poblaciones de Carlos III en Sierra Morena y
Andalucía” (La Carolina,1983), Universidad de Córdoba, 1985, pp. 363-372;
“La obra narrativa de Pablo de Olavide, nuevo planteamiento para su estudio”, Axerquia,
11, 1984, pp. 11-49; “Los autores de tres novelas de Olavide”, IV Jornadas
de Andalucía y América, II, Sevilla, 1985, pp.1-22; “Olavide, adaptador de
novelas: una versión desconocida de ´Germeuil`, de Baculard d´ Arnaud”, Actas
del X Congreso Internacional de Hispanistas, Barcelona, 1992, pp.
1157-1166; “Infelices extremos de sensibilidad en las Lecturas de
Olavide”, Anales de Literatura Española (Universidad de Alicante), nº 11
(1995), Serie Monográfica Nº 1, pp. 45-64.
[40]
Poesías, edic. de José Caso González, Oviedo, Instituto de Estudios
Asturianos, 1961, pp. 150-151.
[41]
Obras, Vol. II, edic. de Guillermo Carnero, Alicante, Instituto de
Cultura Juan Gil-Albert, 1990, pp. 299-300.
Enlace a la web fuente:
http://www.realsociedadeconomicajaen.com/congreso_virtual/LITERATURA_ILUSTRADA_REINO.htm