EL CULTIVO DE LAS IDEAS POSITIVAS
La evolución es un fenómeno a
tener en cuenta. El sentido más esencial del pensamiento está en la esperanza
de que todas las personas puedan ser receptoras de las ideas y los hechos con
los que el hombre presume de su nivel intelectual. Los llamados intelectuales
son aquellos que sienten la necesidad de compartir sus conocimientos y
experiencias con el resto de la gente, pero, para eso, la necesidad de ese ser
preparado para la enseñanza colectiva, ha de equiparar su inteligencia a las
convicciones personales que se apartan un poco de lo aprendido en los libros:
se nace con ello, o con ello, se cultiva la emoción de compartir sin ánimo de
que te encumbren en las memas apreciaciones que, deseadas por algunos
mediocres, las ponen como condición de saberse únicos por su aprendizaje
cultural donde se pierde la sustancia creativa de lo humano.
Queremos decir que
la cultura, una vez asumida como medio colectivo impartido por lo personal, ha
de ser el foco de una luz que ilumine ese espacio del que se intenta llenar a
través de las ideas concebidas de la historia en las apreciaciones personales,
pero en el concepto “cultura”, que se connota con lo que podemos llamar un
proyecto de superación, ha de aparecer implícito el sentido emocional del que
puede o debe emanar el compartir y no el imponer ese criterio del que se
personalizan algunos que indagan con la idea en las conciencias del que no
piensa como él, al compartir, se pueden fundir las experiencias y con ellas la
construcción colectiva de los conceptos culturales a los que hay que llegar una
vez que recibes la voz, o las voces, de aquellos que antes que tú, dijeron lo
mismo desde ese atrio en el que traspasan los muros de las divagaciones acaecidas
para el conocimiento humano.
Los
sonidos de las voces no llevan siempre el mismo mensaje. La visión ocular no es
siempre la misma ni el objeto a presenciar tiene el mismo sentido para todas
las miradas. Ordenamos lo básico para penetrar en lo esencial del pensamiento
y, el pensamiento, al no sentir la reciprocidad de un mensaje predeterminado,
puede discernir si no concibe la oferta como una sustancia emocional de la que
parten las definiciones de la cultura colectiva, esa que se tiene o se da por
el afecto a esa superación a la que queremos llegar con la palabra, las voces,
o la mirada.
Tiene
Baeza un aljibe de actos en los que se desprende de varios colectivos, el deseo
de promulgar la herencia de unas culturas del pasado en las que podemos
adentrarnos hacia nuestra historia más común por diversa o por ocasional: hemos
sustraído casi del olvido la vida y la obra de Gaspar Becerra, la infalible
humanidad de Juan de Ávila, el mundial concepto de la lírica, la prosa y el
mundo epistolario de Antonio Machado. Se ha rastreado y se rastrea a Martínez
de Aranda o se enfoca el artífice Alonso de Bonilla donde aparecen los
conceptos espirituales de su época transcritos mediante una métrica única y un
sentido emocional que dispara el poema con la filosofía reflexiva. Se está
intentando por instituciones universitarias la evolución de las artes escénicas
donde el teatro nos ofrece esa cultura en la que intenta ofrecer el tiempo en
su espacio y el espacio de los conceptos culturales. O sea que, esta parte de
un pueblo casi afortunado en eventos, está mirando esa cultura de la que
hablamos y no se adentra en ella y si se adentra, es posible que difiera de la
cantidad o la calidad de la oferta colectiva, el problema es que, personas de
relevada formación, pueden sentir el menosprecio de una labor que se une a la
enseñanza colectiva solamente por no jugar a ser actor o actores donde no ya
colectiva, sino personal sea su aportación desde una representatividad ego
centrista.
La
“cultura”, entrecomillada, es una cosa que va de largo por muchas direcciones,
el aprendizaje profesional a veces se confunde con ella y se califica a la
gente por su capacidad profesional, pero el abanico o la expansión de un
elemento creativo no nos lleva a ese aprendizaje, sino a la enseñanza global de
muchos conceptos donde la subjetividad tiene su óptica, es el caso de lo que
llamamos gusto, gusto por la creatividad en la que se trata de inmiscuir y
ofrecer a un colectivo llamado Pueblo.
Las
interpretaciones de las que emanan los gustos por las apreciaciones parten por
ese elemento operativo de la información dada, pero también de la recibida y es
que la reciprocidad es fundamental cuando se siente la necesidad de refundir
las apreciaciones de los hombres, esos hombres, esos actores que por su valía
se exponen en los eventos culturales con la emoción de un recuerdo. ¿Y por qué
ese recuerdo? Porque sin su obra la cultura no tendría el sentido etimológico
de la apreciación de su trabajo, trabajo éste, del que se adelantan a nosotros
o miran la sociedad o la vida de una forma tan distinta como para dejar escuela
de sus actos.
Tiene
Baeza suerte, la han visitado muchos hombres que dejaron su huella en la piedra
de sus calles, y con esa huella, se pueden ir lamiendo las asperezas que
obstruyen la solidaridad corporativa de un pueblo. También ha habido
egocéntricos con beatificado concepto de idolatría, donde la humillación hacia
lo establecido o lo hecho ha sido el imponer un modelo personal que se aparta
muy mucho de la colectividad armoniosa de los conceptos repartidos, pero ante
esas definiciones, podemos ser impulsores de un error de apreciaciones, por lo
que esperamos ser equivocados en impresiones y no inspirados críticos a la hora
de analizar estas tristes aportaciones que nos llevan al recodar un modelo negativo.
Dice
José Antonio Marina en Teoría de la inteligencia creadora que, “percibir
es asimilar los estímulos dándole un significado”. El significado de estas
definiciones en las que no intento poner el aprendizaje de una iniciativa
individual, es solamente escribir bajo un estado de ánimo sosegado, y con él
rellenar un retrato en el que creo como elemento sustancial de la vida:
solidaridad en la palabra y compartir con ella los estímulos necesarios para
una convivencia colectiva.
Antonio Checa Lechuga