EL
PESO DE LA INTELIGENCIA
Para
Pedro Ayala Galindo
Tener criterios personales conlleva a veces el deteriorar los impersonales por puro criterio opuesto, pero al tener ese criterio personal que te domina, te hace ver lo que otros no miran, y éstos, se apartan de tu criterio porque entra en juego la percepción en el que pasa el yo cultural del individuo o los conceptos de los que parte en su educación concebida. Mas uno se da cuenta que los criterios –al querer hacerlos públicos desde la percepción individual--, son cortados por el poder económico y político-religioso, ante la potencia que el interés soterrado de algunos hombres y el distribuidor de ideas afines al poder de la avaricia, construyen con sus “técnicos”, y hacen maratones de conjugados conceptos, para idealizar el contenido de una “verdad” construida, no un criterio común.
Los criterios de la imaginación
personal en este caso, son producto de una aspirada conciencia de lo absoluto
para algunos individuos, y aunque le cueste sudor y lágrimas, de la misma forma que la serpiente se traga a
un animal mayor que ella, con esfuerzo, pero con esa pausa en la que se ve una
necesidad para alimentarse, --una muerte para subsistir--, ésta inteligencia
personal opuesta a la equiparación
social, no llega nunca a la pluralidad porque su mente enferma cura su
hipertrofia con ansiedad ante las acumulaciones personales sin mirar a nadie.
Al final, la Naturaleza corta toda la construcción de la idea, y ese individuo,
depara muy tarde que la vida es espíritu construido al lado sensorial de una
existencia impartida por los elementos comunes que nos miran desde distintas
partes de la tierra, único objeto del que nos olvidamos, a conciencia de su
poder ante todo, pero también, de su aportación hacia lo más importante de la
vida: la ignorancia, a la que sustituimos por deformación en egoísmo. El
egoísmo lo unimos a la idolatría y, ante
todo ello, construimos la simbiosis de la incongruencia humana. Su terquedad
acéfala.
Es pues una forma de vender las
ideas, el egocentrismo al que se aferra cada individuo en su individual
percepción a la hora del beneficio pleno de su ceguera, conlleva la más
absoluta frustración en la creencia de lo eterno, ya que la duda aparece
insertada en cada suspiro de la vida, en cada acontecer creyéndonos
eternos. La ceguera de un todo con el
cual morimos dentro de nuestra propia ignorancia es el resultado de una
necesaria presencia de lo soñado por
derecho de un deseo de perpetuase en la
finitud de lo movible.
Pero la verdad absoluta es que
cada pensante requiere de otro que piense menos para desarrollar el sistema
construido, ya que, en cada momento, el poder, ese poder arbitrario, necesita
del ser humano más disminuido para ejercer el derecho impuesto a su arbitraria
egolatría, a su poder materialista y, de todo eso, la prole, el proletariado,
vive y reivindica sus más elementales necesidades, pero se atiene a sus
límites, a sus exigencias personales, ya que la sociedad ha construido una
escala de clases sociales, donde se
crean los dioses de los rascacielos y los ángeles del asfalto. Todo es un
conjunto, todo necesariamente necesita de la reciprocidad del individuo para
hacer y deshacer la estructura social en la que estamos sometidos, otra cosa es
lo que se ha dado en llamar la nobleza de clases; en eso, va la imbecilidad de
quien con su inteligencia, multiplica su poder amparándose a veces en la selección divina para tal uso, ahí decae su
inteligencia y empieza el peso que conlleva el
tener una preparación privilegiada, ya que todo se contrae en un golpe
de suerte o la suerte heredada, de todas formas, la pobreza de lo económico, a veces, se contradice en la
grandeza de quien se siente feliz con un atardecer luminoso o el canto del
pájaro, las helicónides en este caso sirven para la evasión de la usura, para
el deleite, pero sobre todo, para que las musas tengan un sitio donde incubar
lo que la vida refleja en su hermosura.
Es pues la vida de la modernidad
óptica, el cambio del pasado en su
desajuste social, con el concepto --señor caciquil-- de donde parten algunas
conductas expresivas de nuestra convivencia. Se inventó la Democracia y con
ella el imperio de los dioses unido a los césares omnipotentes al par que
dioses. Se inventó el salario atribuido a un elemento físico cambiado por el
esfuerzo y sudor del trabajo que, equivocadamente, abolía la esclavitud del
hombre. No fue así, se cambió el concepto, la ley fue traspasando de un sitio a
otro cambiando nombres comunes de aboliciones, pero fueron naciendo las estructuras
a las que nos vemos sometidos hoy, la fuerza del poderoso, del Cesar, se cambió
por la política dialogada, pero con trampas, de ahí que, el hombre luche ante
el hombre y se sienta culpable de la herejía social que, inventada, hace una
conciencia socializada, donde se lucha diariamente por la justicia de ser, no
hacer del ser el huso promovido por la inteligencia de varios para la
explotación de muchos. Las Helicónides se han juntado en el copioso solar de un
pensamiento ideológico, éstas, se difuminan en las palabras que se deterioran
con la construcción de las mismas, pero sobre todo, confiemos en quienes aparte
de tener el peso de la inteligencia, dan algo más al sentido de la vida, mejor,
de nuestra existencia en ella.
Hay motivos para pensar que la
cultura heredada es el símbolo del deterioro espiritual mal concebido. El
llamado espíritu es un producto léxico al que al usarlo, le damos varios
sentidos morfológicos y de ellos, lo hacemos místico o creativo, pero la
espiritualidad es la equivalencia de una medida mediática, de la que tomamos un
receptivo encuentro con la inteligencia, o también con la creencia religiosa y
anímica, ya que del peso específico de
la palabra sacamos el contenido social al que nos debemos, y de él, el volumen
que en nuestra conciencia exportamos como símbolo de un término acumulativo de
conceptos ultra-humanos, o sometidos a la ignorancia de algo inmaterial y
dotado de razón. Nunca una contraposición puede llegar a términos tan
desafortunados, ya que, la razón, o el pensamiento, están forzosamente ligados
a la materia orgánica de nuestro cuerpo, del que depende el mundo sensorial de
la conciencia humana y no a la espiritualidad de un concepto religioso.
Si divagamos por los lados
opuestos de nuestras culturas, apreciaremos el formalismo del credo helicónides
como refugio de musas, pero éstas, parten del pensamiento y no del espacio
físico. Es pues la palabra con la que intentamos apreciar lo físico de lo
anímico pero más implicado en las dos terminologías como unidad colectiva.
De ella, de esa colectividad en
el pensamiento, induce a la creación de la óptica humana de la que partimos, o
a la que queremos llegar, no de la ciencia óptica en la que fraguamos nuestro concepto. La que fraguamos pertenece
a la literatura común invertida para acceder a la conciencia humana, y de ésta,
el caminar en lo creativo con una verdad que nunca es plena, ni aceptada
totalmente.
Exponemos la vertiente literaria
de un individuo en su estado solitario, y llegaremos a las musas con la influencia
de de un solo concepto, el de la sociedad que mira, ve, y no se activa ante la
creación propia del “sistema” construido, en él, veremos una imagen deteriorada
de la que deducimos que la inteligencia, es lo creado por ella, pero sin ella,
también se puede llegar al sueño de las helicónides y sentir como el hombre se
adapta a sus necesidades.
¿Pero, qué son las necesidades’:
ahí aparecen las conciencias modernas de los modernos sentimientos, pero se
enturbian ante la herencia de los tiempos en los que el hombre fue creciendo y
creciendo buscando una realidad inexistente.
Ni dormidos podemos dejar
que la mente deje de ser algo que nos
induce a los sueños, por ello, la realidad dispone en su alacena, del contenido
fundamental de la mente.
Hoy, la mente que induce a la belleza ofrecida por
la tierra y la generosidad, está borrada por la materia embadurnada de
contenidos económicos, donde nos inducen unos ideales puramente conservadores
que invierten la terminología de lo humano: lo humano es sentimiento en pro y
el proyecto de la vivencia actual es la aceleración de el ansia acumulativa de
poder. Falla una cosa: el tiempo, ese se acaba, en todos, se va lo físico, se
muere todo, lo malo de la percepción es que, hay una palabra inventada que se
llama herencia, con ella mucha gente, reinventa la avaricia donde se aprecia
que todo es evolución y en este caso es degradante.
Baeza
30 de Diciembre de 2012.