"ANTONIO MACHADO: DE SORIA A BAEZA", por FRANCISCO ZARAGOZA SUCH


ANTONIO MACHADO: DE SORIA A BAEZA[1]

Francisco Zaragoza Such
(Catedrático de Filosofía, IB "Saavedra Fajardo", Murcia)

RESUMEN: 
El presente artículo aprovecha el trayecto vital que llevó a Antonio Machado desde Soria a Baeza para presentar las principales claves éticas de su poesía: la realidad y el sentido del alma, de la existencia humana, del yo. Las conexiones con la poesía de Unamuno. Su ironía frente a la filosofía de Bergson. La progresión de un humanismo abstracto a un humanismo social. Del inmanentismo religioso al comunitarismo.

ABSTRACT:
"The present paper looks at the circumstances that led Antonio Machado from Soria to Baeza in order to outline some of the key ethical aspects of his poetry. Namely, reality and the meaning of the soul, the meaning of human existence in general and one's existence in particular. His connections to poetry by Unamuno. His irony towards Bergson's philosophical writings. The movement from an abstract humanism to a social one. From firm religious beliefs to communitarian ideologies".


En mayo de 1912 se publica la primera versión de Campos de Castilla. En agosto de ese mismo año muere, en Soria, Leonor. La enfermedad y la muerte de Leonor, y el traslado del poeta de Soria a Baeza, marcan un punto de inflexión en la vida de Machado, que tiene un notorio reflejo en el conjunto de poemas de Campos de Castilla, tal como quedará en la versión definitiva de 1917. Los poemas que ponen de manifiesto plenamente ese punto de inflexión son los situados entre el CXV («A un olmo seco») y el CXXVII («Adiós»). En ellos encontramos tres situaciones temáticas claras: la vivencia de la enfermedad de Leonor, la vivencia y evocación de su muerte, la evocación de las tierras de Soria.
«A un olmo seco» es la expresión de la vivencia de tristeza y esperanza del poeta en el doloroso umbral de la muerte de Leonor; la profundidad de su vivencia, ahondada en la circunstancia, se proyecta, sin embargo, hasta apuntar a la propia naturaleza humana. Es la expresión de la esperanza de la vida desde su propio decaimiento. La contemplación de la Naturaleza, siendo ésta –como en todo el libro– algo que «está ahí», se torna aquí sentimiento de compañía, diálogo en el que las «hojas verdes» son palabras de aliento del viejo olmo del Duero. El olmo es el prójimo en el que se encuentra el poeta, prójimo que, teniendo vida propia, podría ser como un espejo en una primavera común.

Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

            A propósito del «tema del tiempo» evocamos ya la muerte de Leonor, a través de los poemas a ella dedicados. Sólo queremos apuntar ahora el paralelismo que, en relación con «A un olmo seco», hay en el poema CXXIV: la aproximación a la esperanza, esta vez más allá de la muerte, a través del acercamiento a lo elemental. Es otra primavera, pero es siempre la primavera común que hace brotar la vida. Sólo que es una esperanza inscrita, más que nunca, en el sueño. El sueño de una vida permanentemente renovada, da una vida que culmina en vida, siempre:

y piensa el alma en una mariposa,
atlas del mundo, y sueña
con el ciruelo en flor y el campo verde,
con el glauco vapor de la ribera,
en torno de las ramas,
con las primeras zarzas que blanquean,
con este dulce soplo
que triunfa de la muerte y de la piedra,
esta amargura que me ahoga fluye
en esperanza de Ella…

            La muerte de Leonor culmina y agota las vivencias sorianas de Machado. A partir de ese momento, la evocación de la tierra castellana se convierte en evocación del alma.

En la desesperanza y en la melancolía
de tu recuerdo, Soria, mi corazón se abreva.
Tierra de alma, toda, hacia la tierra mía,
por los floridos valles, mi corazón te lleva.
                                                                                   (CXVI)

            La tierra soriana tiene alma. Ya en el romance de Alvargonzález había escrito Machado:

¡Oh tierras de Alvargonzález,
en el corazón de España,
tierras pobres, tierras tristes,
tan tristes que tienen alma![2]

            Pero, sobre todo, la tierra soriana se hace alma a través del alma del poeta. Desde su tierra andaluza, escribe Machado un año después de la muerte de Leonor:

En estos campos de la tierra mía,
y extranjero en los campos de mi tierra
-yo tuve patria donde corre el Duero
por entre grises peñas,
…………………………………………………
en estos campos de mi Andalucía,
¡oh tierra en que nací!, cantar quisiera.
Tengo recuerdos de mi infancia, tengo
imágenes de luz y de palmeras,
…………………………………………………
imágenes de grises olivares
bajo un tórrido sol que aturde y ciega,
y azules y dispersas serranías
con arreboles de una tarde inmensa;
mas falta el hilo que el recuerdo anuda
al corazón, el ancla en su ribera,
o estas memorias no son alma…
                                                                                   (CXXV)

            Alma son, en efecto, en 1915, las memorias de Soria:

Y nunca más la tierra de ceniza
he de volver a ver, que el Duero abraza.
¡Oh, loma de Santana, ancha y maciza;
placeta del Mirón; desierta plaza
con el sol de la tarde en mis balcones,
nunca os veré! No me pidáis presencia;
las almas huyen para dar canciones;
alma es distancia y horizonte: ausencia.
Mas quien escuche el agria melodía
con que divierto el corazón viajero
por estos campos de la tierra mía,
ya sabe manantial, cauce y reguero
del agua clara de mi huerta umbría.
No todas váis al mar, aguas del Duero.
                                                                                   (CXXVII bis)

            ¿Qué es, pues, ser alma? Alma es hálito abierto a la vida desde una vida sentida, es sentir abierto al sentir, es un ser-se nunca definitivamente sido. Es ausencia, interiorización, poesía desde su ser «manantial, cauce y reguero», es decir, desde la propia vida sentida, desde el conocimiento arraigado en el corazón, desde el amor, desde la vinculación con la gente y con la tierra. Como desde las «labores y esperanzas» se hizo alma el alma del maestro Giner de los Ríos. Alma es, en efecto, la definición que de sí mismo hace el maestro en el poema que, tras su muerte, escribe Machado. «Alma» está dicho aquí como una definición última, indefinible. Su última connotación aproximativa está expresada en términos de bondad:

Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.

            No es, por tanto, ni un principio indiferenciado, ni una entidad acabada. Ni es alma cualquiera, ni tener alma significa posesión cerradamente identificadora. Ni es poseer ni poseerse. Alma es ausencia, pero ausencia evocadora, reflexiva, ausencia vinculada a un pasado que no se pierde.

«¡No todas váis al mar, aguas del Duero!»

            ¡Cuán intensa y profunda es, en Machado, la oposición entre el vacío de una vida que se pierde toda y la presencia, inobjetiva, de lo que va adquiriendo plenitud, haciéndose alma!
            A partir de aquel punto de inflexión que señalábamos antes, en la obra y en la vida de Machado, nos hallamos ante la reflexión del poeta en aquel Poema de un día, en aquellas «meditaciones rurales» (Baeza, 1913), en las que tal reflexión es lo inmediato, lo inmediatamente presente del poema, y al hilo de la cual tropezamos con lo que han sido y son los «temas» poéticos de otros versos. El poema surge directamente como reflexión, como un pararse a pensar… Los temas de que se trata no remiten a ninguna conclusión: la existencia humana, el tiempo, el yo. El tono del poema es justamente, resignadamente, irónico. El poeta se siente atrapado en su condición temporal. Una primera reflexión da en la triste ironía de la contraposición entre el tiempo repetitivo y maquinal y la irrecuperabilidad del pasado, de la vida que muere.

Clarea
el reloj arrinconado
y su tic-tac, olvidado,
por repetido, golpea.
Tic-tic, tic-tic… Ya te he oído.
Tic-tic, tic-tic... Siempre igual,
monótono y aburrido.
.......................................................
Pero ¿tu hora es la mía?
¿Tu tiempo, reloj, el mío?
(Tic-tic, tic…) Era un día
(Tic-tic, tic-tic) que pasó,
y lo que yo más quería
la muerte se lo llevó.

            Siguen sin respuesta aquellas dramáticas preguntas del poema LXXVIII de Galerías:

¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo,
la vieja vida en orden tuyo y nuevo?
¿Los yunques y crisoles de tu alma
trabajan para el polvo y para el viento?

            ¿Acaso todo se pierda, incluso lo que se ha hecho alma, lo que el alma ha trabajado?
            No es extraño, pues, que en tal reflexión Machado se sintiera profundamente unamuniano: «Esa tu filosofía/…/ gran don Miguel, es la mía». Poco importa pensar en «la vieja vida» renovada siempre en otros, en las vidas nuevas de cada primavera. Porque de lo que se trata es del «trabajo» del alma, de la vida del alma, de la vida que, por la conciencia, se hace «mía»; se trata de la vida que yo hago, que yo convivo, la vida de lo que amo y que forma parte de mí mismo. Ante la incertidumbre radical de lo que pasa con nuestra vida, poco importan las manifestaciones de credulidad o de incredulidad. Ni la fe ni la incredulidad añaden certidumbre. En ese grado cero está Machado. Y desde ese grado cero se produce la ironía frente a la filosofía; en este caso, frente a la filosofía de Bergson:

Enrique Bergson: los datos
inmediatos
de la conciencia. ¿Esto es
otro embeleco francés?
Este Bergson es un tuno;
¿verdad, maestro Unamuno?
………………………………………
este endiablado judío
ha hallado el libre albedrío
dentro de su mechinal.
………………………………………
Algo importa
que en la vida mala y corta
que llevamos
libres o siervos seamos;
mas, si vamos
a la mar,
lo mismo nos han de dar.

            Desde aquel grado cero, en efecto, recoge Machado su escepticismo: «Reflexiones, / lecturas y acotaciones / pronto dan en lo que son: / bostezos de Salomón». Y llega a ironizar, al final del poema, con algo que, sin embargo, está muy presente como punto de partida de su pensar poético: en el fondo, la ironía sobre Bergson se puede entender como proyectada sobre sí mismo.
            Pero antes conviene anotar la contraposición, entre irónica y ambigua, que Machado hace entre el discurso de su «meditación» y la plática entre dos pequeño-burgueses «provincianos» -valga la expresión- sobre consideraciones banales del tiempo político o sobre el tiempo meteorológico… La irónica ambigüedad de tal contraposición resulta del hecho siguiente: si bien es cierto que se contraponen seriedad, o dramatismo, y banalidad, no lo es menos que, en el contexto del poema, se da un clima de escepticismo tal que la ironía equivaldría a la pregunta: «mas, si vamos a la mar», donde «la mar» es muerte y disolución, ¿qué diferencia existe entre la reflexión del poeta sobre el tiempo y las descomprometidas consideraciones que hacen los conservadores de botica?
            Como ya hemos apuntado antes, el punto cero machadiano se refleja, sobre todo, en los últimos versos del poema:

Sobre mi mesa los datos
de la conciencia, inmediatos.
No está mal
este yo fundamental,
contingente y libre, a ratos,
creativo, original;
este yo que vive y siente
dentro la carne mortal
¡ay! por saltar impaciente
las barbas de su corral.

            En los años de Baeza se da, como dice J. Mª. Valverde, «la toma de posición de Antonio Machado frente a Bergson», un Bergson que Machado considera «el filósofo definitivo del siglo XIX» -«definitivo», comenta Valverde, en cuanto «definitorio», «característico», pero también en cuanto «final», «terminal»-. Resalta el escepticismo ante el intuicionismo bergsoniano, ya no sólo como teoría del conocer, en cuanto que la intuición sustituye a la razón, sino como teoría moral. Valverde cita este texto machadiano contemporáneo del «Poema de un día»:

La intuición bergsoniana, derivada del instinto, no será nunca un instrumento de libertad («este endiablado judío / ha hallado el libre albedrío / dentro de su mechinal», dice en el Poema); por ella seríamos esclavos de la ciega corriente vital… Sólo conociendo intelectualmente, creando el objeto, se afirma la independencia del sujeto, el que nunca es cosa sino vidente de la cosa.

            El comentario que hace Valverde nos ahorra cualesquiera otras palabras.

«Pero, desde su ‘grito de independencia’ respecto a Bergson, Antonio Machado ya sabe cuál es su posición ante la filosofía en general, y ante todo uso teórico de la inteligencia: el pensar lógico es admirable por inutilidad y por su distancia a lo real, y ese escepticismo, cada vez más hondo, es justamente lo que le permite preparar las condiciones previas a una auténtica creencia, no basada en ideas, sino en el simple reconocimiento de que existe el prójimo, el ‘otro’, y que hay que amarle, no como imagen y reflejo de mi yo, sino en su ‘otredad’»[3]

            A partir de aquella sensación escéptica y crítica que muestran los últimos versos del «Poema de un día», y que no es otra que la subyacente de la situación del hombre consciente en el mundo –extrañamiento y utopía–, sobre la cual trata Machado de no insistir, pero sin que ello suponga que la abandone o la rehúya en algún momento –no son, en efecto, el desasosiego o la angustia signos habituales de la expresión machadiana; por el contrario, cada vez serán más frecuentes el humor y la ironía, siempre matizados, nunca ofensivos–, a partir de aquel escepticismo, repetimos, se produce el pensamiento poético de Machado y resalta su opinión ética.
            Desde aquel escepticismo se construye el pensamiento metafísico que, implícito en su poesía, alcanzará su discurso y su expresión en sus maestros apócrifos Abel Martín y Juan de Mairena. ¿Cuáles son las líneas básicas de ese pensamiento y cómo son compatibles con el escepticismo de partida de Antonio Machado?
            a) En principio, se trata de un pensamiento inmanentista, pues es imposible e inadecuada cualquier afirmación o negación sobre la trascendencia. La nada de la que el sujeto saca su propio mundo no tiene el carácter de una negación metafísica de Dios, como parece deducirse de la interpretación que hace Sánchez Barbudo, para quien en el «inmanentismo religioso» de Machado hay que reconocer «ese fondo de negación, de nada que en él había», como «lo fundamental»[4][3]. Ni tiene el carácter de una afirmación que pudiera señalar una presencia innombrable fundante de la realidad, como parece suponer, quizás excesivamente, González Ruiz[5][4].
            b) Se da valor de sujeto activo y creador a la conciencia.
            c) La conciencia no es solipsista, sino que se descubre en ella una radical pretensión a «lo otro».
            d) La pretensión a «lo otro» no se detiene en lo que podrían ser imágenes del sujeto mismo, sino que señala la realidad de otros sujetos inobjetivables. «Lo otro» no es una determinación que posee el sujeto sino que es sujeto irreductible él mismo.
            e) La máxima pretensión a «lo otro» del sujeto es, sin embargo, la pretensión a la máxima trascendencia, la pretensión a Dios. Pero, a diferencia de la pretensión a «lo otro» que, en el ámbito intersubjetivo, limita y se corresponde con la presencia de otros sujetos, la pretensión a Dios queda siempre en pretensión. En este sentido, Dios se manifiesta como Dios soñado, como «Dios entre la niebla».
            f) Con todo, la afirmación de la conciencia y de la intersubjetividad inclinan al poeta hacia la afirmación de la realidad como conciencia y, en último término, como conciencia única.
            g) Ante este telón de fondo, se manifiesta la pretensión ética al comunitarismo, a la hermandad cordial de los hombres, asumiendo así el cristianismo ético en el que el individuo libre y la comunidad son inseparables.
            h) Esto supone que ética y metafísica se entrelazan. Veamos en qué sentido: El sujeto, en tanto que conciencia activa, asume no sólo las afecciones de su experiencia, sino el resultado de sus objetivaciones, y no sólo se asume a sí mismo, sino la realidad de los otros. A partir de aquí, la tentación metafísica de Machado, puesta en boca de Abel Martín, es la de concebir que la pluralidad de conciencias supone, en el fondo, una conciencia única: «el gran ojo que todo lo ve al verse a sí mismo». Tentación metafísica que, sin embargo, sigue siendo inmanentista –por lo que tiene de racionalización–, pues «la mónada de Abel Martín sería el universo mismo como actividad consciente». A su vez, asumir la propia realidad subjetiva y, más allá de toda objetivación o mediación racional, vivir la realidad desde uno mismo, y vivir en la pretensión amorosa hacia «lo otro», posee las características de un deber ético cuyo contenido es la libertad individual y el compromiso solidario de los individuos en función de una progresiva humanización de la sociedad. La máxima simbolización del espíritu comunitario y libre será la utopía cristiana de la fraternidad universal basada en la universal filiación respecto de un único Padre.
            i) Tras el vuelo metafísico de Martín, y sin negarlo ni abandonarlo del todo, -¡qué significativa paradoja!- Machado recoge de nuevo el discurso escéptico a través de las lecciones de Mairena. Pero el escepticismo de Machado no reviste, en ningún caso, las características de una indiferencia ética; aunque es cierto, también, que la ética no resuelve el escepticismo. Reparemos en los siguientes versos de los primeros Proverbios y Cantares, en los que ética y escepticismo se hacen compatibles, manteniéndose ambos, sin menoscabo de ninguno.

¿Dices que nada se crea?
No te importe, con el barro
de la tierra, haz una copa
para que beba tu hermano.
                                                           (XXXVII)

Bueno es saber que los vasos
nos sirven para beber;
lo malo es que no sabemos
para qué sirve la sed.
                                                           (XLI)

¿Dónde está la utilidad
de nuestras utilidades?
Volvamos a la verdad:
vanidad de vanidades.
                                                           (XXVII)

            j) En todo caso, y más acá de toda «vanidad», hay en Machado la simpatía ética y antropológica por la bondad del que se hace «alma» por su vinculación a lo natural, a lo elemental, a lo espontáneo; por su vinculación a la actividad creadora, al trabajo y a la reflexión –más allá de toda alienación o de todo narcisismo–; por su vinculación, en suma, a la generosidad, al amor y a la esperanza. De un vivir que es caminar, no en la oquedad, sino en la tarea de ser hombre, en la dignidad del que se esfuerza por ser uno mismo y por favorecer la libertad, la dignificación y la humanización de todos.
Si bien es verdad que la profundización de tales ideas y sentimientos se llevará a cabo más adelante a través del discurso maireniano, no es menos cierto que ya se manifiestan en los poemas escritos en Baeza. En este «rincón» de su Andalucía ya destacan dos dimensiones que irán configurando la obra y la vida de Antonio Machado: la reflexión filosófica y la vinculación a las preocupaciones de la comunidad. Es por esto por lo que Tuñón señala que «el periodo llamado ‘de Baeza’ en la vida y obra de Machado, que va de 1913 a 1919, es de los más fecundos y completos» y destaca que, en ese periodo, la creación machadiana «se proyecta en una triple dimensión: la que responde a la circunstancia nacional, la que refleja e interpreta el paisaje andaluz y la que expresa poéticamente una serie de reflexiones que algunos han llamado –no sé si con exacta propiedad– poesía filosófica»[6]. En el «periodo de Baeza» -dice en otro lugar Tuñón-, «el hombre, que va cobrando importancia en Soria, se vincula ahora a las ideas-fuerza de trabajo, de pueblo… El humanismo abstracto es sustituido por el humanismo inserto en la problemática y antagonismo de la estructura social»[7].
            Las preocupaciones por la convivencia política se insertan en el «tema de España», aportando así actitudes y reflexiones críticas que se suman a la confrontación de ideas que sobre el tema nacional se desarrolla en todo este tiempo, desde Galdós o Clarín hasta los más jóvenes Ortega, Fernando de los Ríos, Azaña, Azcárate, Américo Castro, Araquistain -fundadores, en 1915, del semanario «España»-, pasando por los Unamuno, Azorín, Maeztu, Baroja, Valle, Pérez de Ayala, etc. Es el tiempo en que afloran las ideas socialistas a través de los Pablo Iglesias, Jaime Vera, Largo Caballero, Besteiro…, el tiempo en que se empieza a vislumbrar la importancia histórica de las fuerzas del trabajo. Es el tiempo, en fin, de la convulsión europea que supone la primera guerra y de sus repercusiones ideológicas entre nuestras gentes.
El tratamiento del tema de España, en los poemas de Baeza, está hecho por Antonio Machado desde una perspectiva inconfundiblemente ética. Desde tal perspectiva, manifiesta su repudio por la España hueca y absolutamente superflua que representa aquel «hombre del casino provinciano», cuya indiferencia total en el modo de pasar la vida

-«sólo se anima ante el azar prohibido,
sobre el verde tapete reclinado,
o al evocar la tarde de un torero,
la suerte de un tahúr, o si alguien cuenta
la hazaña de un gallardo bandolero,
o la proeza de un matón, sangrienta»-

y en el modo de verla pasar

-«y augura que vendrán los liberales,
cual torna la cigüeña al campanario»-

sólo responde al «vacío del mundo en la oquedad de su cabeza»: el vacío de una España «que pasó y no ha sido», que ha dado «la fruta vana» del señorito, y que ha entorpecido, con la diversión y el rezo, la dignificación y la liberación personal, por las que el hombre asume y crea su propio destino.
            El objetivo de la crítica machadiana es la banalidad de la vida, pero, sobre todo, es la banalidad instalada, la vida que mecánicamente se equipara a un vacío construido de «formas y maneras». La banalidad es el resultado de tal equiparación: la banalidad de la religión y de la moral cuando, identificadas con «sagradas tradiciones», devienen prácticas rutinarias e inconscientes y actitudes establecidas; la banalidad del ocio del señorito –y toda su vida es un mero ocio– cuando no sólo no es un ocio creador, sino que, por no asumido y por identificado con meros usos y maneras, y por instalado sobre el trabajo ajeno, resulta un ocio totalmente alienante. La España instalada en las «formas y maneras», en los usos y tradiciones, es la España de los rezos, de la «diversión» y del bostezo. Es la España que pasa sin ser, sin haber sido. Su paso es el tránsito de un «vano ayer» a un «mañana vacío». A esa España que pasa, habría que decirle lo mismo que a Don Guido:

Buen Don Guido, ya eres ido
y para siempre jamás…
………………………………………
Buen Don Guido y equipaje,
¡buen viaje!...

            Que esa España repudiada es la España del señorito y del ocio de somnolencia, la España de la obediencia al vacío –a los usos y las apariencias–, la España de la indiferencia de espectadores banales –espectadores de casino y cotilleo–, se manifiesta, finalmente, por su contraste con la España de las esperanzas del poeta:

Mas otra España nace,
la España del cincel y de la maza
…………………………………………
España de la rabia y de la idea.
                                                                       (CXXXV)

            Frente a la España que «muere» y que «bosteza», otra España «nace», «quiere surgir»:
           
¡Oh, tú, Azorín, escucha: España quiere
surgir, brotar, toda una España empieza!
¿Y ha de helarse en la España que se muere?
¿Ha de ahogarse en la España que bosteza?
Para salvar la nueva epifanía
hay que acudir, ya es hora,
con el hacha y el fuego al nuevo día.
Oye cantar los gallos de la aurora.
                                                                                   (CXLIII)

            Se ha dicho con acierto que el tema de «las dos Españas» alcanza en Machado una dimensión nueva: el problema de las dos Españas se hace más crítico y se toma en una perspectiva diferente a la que tuvo el siglo anterior. Ya no se trata de la España tradicional-católico-conservadora y la España liberal-laica. En la perspectiva machadiana se introduce una nueva actitud menos ideologizada, la actitud crítica que enfrenta el señoritismo, las ideologías burguesas (ya sean nacionalcatólicas o laicas) y los harapos de la ignorancia consentida, con el nuevo posible y esperanzado temple de un pueblo que trabaja y vive desde el umbral de la libertad y la autoconciencia. Es obvio que, como dice Pedro Cerezo, «el nuevo esquema comporta claramente la radicalización socio-política del problema»[8].
            Trabajo, compromiso y pensamiento son las forjas de una sociedad que quiere salir del vacío y quiere dignificar su vida asumiendo su potencialidad creadora. En este sentido es muy significativo comprobar la importancia que concede Machado a la fuerza del trabajo en el proceso de construcción de esa sociedad nueva. Al mismo tiempo, hay que destacar que, en base al trabajo, se compromete éticamente la sociedad: Machado se siente atraído cordialmente por la consideración moral del trabajo, en contraposición a la futilidad del señorito.
Pero ni el trabajo puede ser el trabajo del esclavo, ni puede encerrarse en la mezquindad de lo que se encierra a sí mismo. El trabajo, actividad necesaria y moralmente considerable, es una actividad funcional: no es el hombre para el trabajo, sino el trabajo para el hombre. El protagonista sobre el trabajo debe servir para el protagonismo sobre la vida. Asumir el trabajo para asumir la vida: es el proceso a partir de cuya instancia superior, la vida –humana, intelectual, creadora–, se podrán destruir los «sucios oropeles de Carnaval» que cubren a una España «pobre y escuálida y beoda», en «un tiempo de mentira, de infamia» (CXLIV). Y se podrá vencer ese tiempo, no por el camino de la pura quimera, sino por el compromiso en la verdad, en la justicia, en el amor.

Tú, juventud más joven, si de más alta cumbre
la voluntad te llega, irás a tu aventura
despierta y transparente a la divina lumbre,
como el diamante clara, como el diamante pura.
                                                                                              (CXLIV)

            Se podrá vencer ese tiempo de mentira por el compromiso en la libertad y en la esperanza en el Dios de la vida y del amor, en el Dios que «se busca… y no se alcanza», en el Dios «que se lleva y que se hace», frente a la rutinaria acomodación de quien ha suplido la conciencia por la costumbre.

Desde un pueblo que ayuna y se divierte
ora y eructa, desde un pueblo impío
que juega al mus, de espaldas a la muerte,
creo en la libertad y en la esperanza,
y en una fe que nace
cuando se busca a Dios y no se alcanza,
y en el Dios que se lleva y que se hace.

            Se podrá vencer ese tiempo de infamia por el compromiso en el pensamiento que despierta, en el fuego que destruye, que transforma, que ilumina. Por el compromiso en las actitudes y en las ideas que, llenando vacíos, resuelven nuestra somnolencia y nos devuelven nuestro ser genuino. Sólo comprometidos con nuestra libertad podremos ir desvelando los oropeles de Carnaval.
            Es el compromiso con el pensamiento que despierta lo que Antonio Machado quiso admirar más en Unamuno:

A un pueblo de arrieros,
lechuzos y tahúres y logreros
dicta lecciones de Caballería.
Y el alma desalmada de su raza,
que bajo el golpe de su férrea maza
aún duerme, puede que despierte un día.
                                                                                   (CLI)

            También los Proverbios y Cantares machadianos contienen paradojas morales que tratan, a lo Unamuno, de remover somnolencias:

 Yo he visto garras fieras en las pulidas manos;
conozco grajos mélicos y líricos marranos…
El más truhán se lleva la mano al corazón,
y el bruto más espeso se carga de razón.
La mano del piadoso nos quita siempre honor;
mas nunca ofende al darnos su mano el lidiador.
   _________________________________

El hombre sólo es rico en hipocresía.
En sus diez mil disfraces para engañar confía;
y con la doble llave que guarda su mansión
para la ajena hace ganzúa de ladrón.

            Desde una perspectiva crítica, de hombre sin verdades aprendidas y, sobre todo, sin mandamientos, Machado capta la virtud con la exquisita madurez de quien opone la reflexión al fanatismo, la duda a la inseguridad inmisericorde, la generosidad a la cicatería: de un lado, virtud es ausencia de rigidez y de contenidos dogmáticos. Un poco aristotélicamente dice:

Es el mejor de los buenos
quien sabe que en esta vida
todo es cuestión de medida:
un poco más, algo menos…

            De otro lado, es aproximación al transcurrir de las necesidades y goces del corazón, haciendo posibles nuestras más íntimas y naturales satisfacciones. Un poco epicúreamente dice:

Virtud es la alegría que alivia el corazón
más grave y desarruga el ceño de Catón.
El bueno es el que guarda, cual venta del camino,
para el sediento agua, para el borracho el vino.

            La ética machadiana tiene, en suma, el sentido de destruir costras: la instalación del individuo en determinadas posiciones –sobre todo, ideológicas– y su identificación con ellas, su equiparación con aquello que posee o que desea poseer…, para proponer la máxima realización de autenticidad personal. Y ello mediante una vuelta, o reconocimiento consciente, a nuestra identidad, a nuestra desnudez, y, desde ahí, buscar en el trabajo y en la idea, no nuevas «posesiones» alienantes en las que se vacíe nuestro ser, sino la vivificación de nuestro tiempo. Vivificación superadora del vacío nuestro provocado por la alienación, por máscaras, sombras y espejos; superadora, en fin, del bostezo y de la muerte, del mimetismo de la envidia y de las mezquinas condiciones de opresión. Se vislumbra, sin duda, lo que P. Cerezo llamará «la necesidad de una revolución integral».
            En cambio, el sentido de la ética no resuelve, en Machado, el problema –el misterio– de nuestro destino personal, de nuestro ser definitivo:

Morir… ¿caer como gota
de mar en el mar inmenso?
¿O ser lo que nunca he sido:
uno, sin sombra y sin sueño,
un solitario que avanza
sin camino y sin espejo?[9]




[2]Versos éstos que impresionaron a Unamuno, como demuestra esta glosa, entre otras, que cita Aurora de Albornoz: «Antonio Machado, nuestro máximo poeta, dijo en los campos de Alvargonzález que son tan tristes que tienen alma: tienen el alma que ha puesto en ellas un pueblo que ha enterrado en ellos su alma, que se ha abrazado al suelo que queda para no ser arrebatado por el aire que pasa». Cf. Aurora de Albornoz: La presencia de Miguel de Unamuno en Antonio Machado. Editorial Gredos, Madrid, 1965, 3ª ed., pág. 105.
[3] J. Mª. Valverde: Antonio Machado. Ed. Siglo XXI, Madrid, 1975, págs. 115-123.
[4]A. Sánchez Barbudo: «Ideas filosóficas de Antonio Machado», en Antonio Machado, ed. de Gullón y Phillips, Taurus, Madrid, 1973, pág. 204.
[5] J. Mª. González Ruiz: “Antonio Machado, teólogo”. Cuadernos para el Diálogo. Noviembre 1975. págs. 81-89.
[6]M. Tuñón de Lara: Antonio Machado, poeta del pueblo. Ediciones de Bolsillo, Barcelona, 1975, 2ª ed., pág. 99.
[7] Ibid., pág. 338.
[8]Cerezo repara ampliamente en la nueva versión machadiana de las dos Españas y contrapone el «esquema horizontal», que enfrenta la España del tradicionalismo nacional-católico y la España laica y liberal -«llamo esquema ‘horizontal’ al planteamiento del problema de España en términos puramente ideológicos, como dos tradiciones o modos de ser contrapuestos y excluyentes, pero sin explicitar aún la clave sociológica concreta de semejante contradicción»- y el «esquema vertical»: «la oposición diametral y definitiva entre la Hispania mínima –el país sofocado por la ramplonería y la vacuidad de la Restauración–… y la España del cincel y de la maza». Cf. Palabra en el tiempo. Poesía y filosofía en Antonio Machado. Ed. Gredos, Madrid, 1972, 3ª ed., págs. 522-531.
[9]El presente artículo es una versión revisada de las páginas 173-191 de mi libro Lectura ética de Antonio Machado, Editora Regional de Murcia, 1982.