DETRÁS DE UN
TODO
Los relatos del
poeta
La vida es distinta a la inteligencia. Ésta se amolda a la
existencia en la que el individuo se abastece de ella para una función muy
personal. De todas formas, las contradicciones éticas no se deben aceptar como
una función de esa inteligencia de la que hablamos sin concertar con ella lo
humano, que es otra aportación del pensamiento desarrollado. La inteligencia ha
sido una creación de la Naturaleza en la que el ser pensante es el único
agraciado, pero, al mismo tiempo, el único que sufre sus
consecuencias apreciativas. Al no ser un animal intuitivo y sí racional, el hombre
adquiere el privilegio de ser quien gobierne la vida ordenada en la tierra y,
dentro de ese orden, la desproporción de conceptos en los que las ideas
emocionales —nacidas de las mismas ideas— cotejan sus desproporciones en las
que aparecen no ya las ideas en sí, sino aquello que tras ellas puede ser
beneficioso para el individuo que las practica.
En política —de
la cual ninguna civilización puede salvarse y sí apreciar sus devastadores
contratiempos y un egoísmo no ya emocional—, la discrepancia, no es lo que
ensombrece los acontecimientos que se desprenden de los resultados o
consecuencias de las ideas, es, son, acumulativamente meditadas al egocentrismo
de cualquier sujeto; el resultado egoísta de aquello que, con la construcción
del pensamiento, se empareja a nuestro lado y nos hace concebir con la
inteligencia, un territorio perdido o dejado en el mundo animal, por el que
recogemos el placer de la conservación junto al lado más opulento de los
placeres terrenales que, en definitiva, son los únicos que conocemos.
Pero la inteligencia,
en contraposición con la naturaleza creativa de la misma, rehúye esa “gracia”
que se le otorga, degenerando en consecuencia, retrocediendo al mundo animal
como la esencia de un conservadurismo genético en el cual, aparece la
insipiencia del animal una vez convertido a lo humano como forma.
Mientras que el
hombre sin apetencias egoístas busca en Altamira o Atapuerca la presencia
civilizada formada por la historia y descubre y conserva el patrimonio de
nuestras raíces como elemento apreciativo de la superación del hombre, el
hombre con necesidad de poder político y ya con esa inteligencia en un
desarrollo medianamente avanzado, busca la distorsión como esencia mediática en
la discrepancia y lo que menos le importa es el uso de la inteligencia como
mediadora, más bien es una reacción animal buscando o perseverando ese
territorio en el que ha luchado antes de ser un animal pensante.
El hombre se
agrega a pluralidades optativas en las que al sentirse diferente aporta un
comportamiento irracional dentro del raciocinio del que parte una vez creada su
racionalidad. Por eso, cuando el animal pudiente invade un territorio donde
impera otra sociedad, no aporta su inteligencia, aporta la animalidad compleja
en la que dejó su inicio una vez convertido al pensamiento colectivo. Existen
territorios donde la barbarie es la aportación egoísta de un determinado sujeto
ante su pueblo, pero, detrás de esa barbarie controlada desde un poder
netamente indeseable, la palabra pueblo aparece en la versión territorial donde
esa percepción autárquica por imposición, reinvierte su ego para el beneficio
personal de los individuos fuertes; tales individuos, inventan para sus
súbditos la palabra dios que a través de la manipulación lo hacen suyo y se
convierte en miedo, y tras él, —el miedo—, ya como sujeto, crea la adhesión
colectiva en la que los hombres ya repletos de inteligencia hacen de la misma
un contenido llamado ideología espiritual.
Si ante cualquier acto bélico la
inteligencia se segrega y la negación o aceptación parte de la misma, ésta;
determinante, hace uso exclusivo de un derecho en el que aparece esa
territorialidad por la que el hombre mataba en su remota iniciación a lo que la
Naturaleza le tenía reservado: ser único en la tierra como animal dotado de un
poder inteligente, y; ante tal creación, aparece otra intercepción del pensamiento
en el que el ser humano mediatiza ya en su convicción social, e imparte su
concepto apreciativo mediante su numen generoso donde naciendo de un
pensamiento otorgado, aparece otro adjetivo que denominamos sentimientos,
éstos, en el lado optativo de la apreciación como símbolo del pensamiento,
hacen, al menos; que la visceralidad emotiva, construya en otros individuos
otro concepto distinto de la inteligencia y diagnostiquen el contrapunto en la
contraposición del animal que piensa.
Es, desde luego,
una realidad palpable que la inteligencia no ha nacido con la misma función en
todos los individuos, ni todas las palabras tienen el mismo significado ni los
hechos son iguales ante cualquier eventualidad social que se tope con lo
desarrollado por el poder mental. Ni ante la creación estelar de la cultura
entendida por la parte superior del conocimiento, la reacción del individuo se
yergue con la misma afinidad por su desarrollo intelectual, es pues, todo; la
amplia perseverancia en los conceptos humanos un acto más moral — o inmoral—
que un criterio inteligente, pues a veces, lo importante parte del derecho a la
territorialidad en la que el animal siente su creación y construye los genes de
donde parte, de todas formas, es muy elemental que la razón en su insipiencia
se abastezca de mitos y ambiciones por serle más fácil a su propia aceptación
como individuo pensante. El desarrollo animal en el hombre, está constituido
para perseverarse ante la Naturaleza, pero, aun sin comprenderlo, hace de ésta
un sepulcro voluntario y personal que, con el tiempo, puede convertirse en otro
sepulcro colectivo, pues la relatividad de su inteligencia conlleva otra
“animalidad” con la que emula la ambición precedida en su entorno
óptico-social, del que depende en sí, ese concepto en el que se siente superior
y no vasallo del Cosmos conocido. Pero el Cosmos espera, sufre, asimila y en el
futuro dará una respuesta finita.
Las irrealidades
se convierten en realidad cuando mira uno la cuna de nuestro ancestro más
pretérito, pues nos hace llegar a la parte más remota, con el convencimiento de
ser sólo un desarrollo natural, con el cual, impartimos solamente la
comunicación en el reconocimiento a nuestros tributos, pues de ellos, o con
ellos, nos hacemos elementos con desaciertos difusos en los que casi siempre discrepamos.
Es posible que la inteligencia, parta de una acefalia que construye, aquello
que desde nuestros orígenes va ocasionando la parte de un ego más bien
degenerativo y allegado a la ambición representativa, no sustancial.
El hombre, en su
desarrollo, no acepta parte del mismo, lo invierte y se coacciona al inicio de
una percepción salvaje en la que deposita un concepto vanguardista desde una
raíz sumamente pretérita, pues las conjugaciones de la inteligencia intercalan
lo apreciativo y ésta, llega a un acuerdo con las concepciones personales en
las que, se difuminan las definiciones naciendo de ellas el estado salvaje del
que rehace aparentemente con énfasis, y que a través de los tiempos, entre las
apreciaciones en las que se encumbra, se aparecen las revelaciones del animal
natural en el que apareció en la creación de un planeta con el cual jugamos
diariamente, y en él, adjudicamos a conciencia, los deterioros que ocasionan
nuestras conductas que, partiendo de la moral, son inmorales.
Cuanto más
analizamos nuestra historia, más vemos las equivocaciones en las que estamos deliberando
diariamente, lo que no observamos es que, dentro de esa diatriba sólo aparece
la voluntad del yo imperialista de un poder acumulado con la inteligencia, y
que ésta, vuelve a un estado de cúmulos en los que se yergue de nuevo, por pura
incongruencia. Detrás de un todo, solamente aparece una vos en las cumbres de
un estado puro que es cuando el hombre es netamente salvaje, pues la
cultivación de la especie desaparece en el momento en que el territorio se ve
amenazado por otra manada con deseo de asiento en un terreno ocupado, ya que,
los cercamientos de los territorios en el animal puro, se hacen con orín sobre
la corteza del matorral o del árbol, pero una vez perdida la pureza, ya pulida
la inteligencia, los cercos se construyen con la misma — con apreciación y no
con intuiciones— y a veces, con una terrible capacidad en la que el hombre
vuelve inconscientemente a su estado primitivo. La destrucción del tú como
ofensa al yo de la fortaleza física donde descansa o vive la inteligencia
empírica del instinto de conservación, aparece en el momento en que se ve
tambalearse lo construido, esa materia en la cual reinvierte en el espacio animal,
la fuerza que hostiga a quienes osen ofender a lo construido con el egoísmo del
egocentrismo. Un examen de conciencia no está nunca demás, pero ni lo hacemos
ni lo vemos.
Si ante tal
apreciación la inteligencia solamente sirviese para un desarrollo social —que
indiscutiblemente sirve—, el equilibrio en el poder podía llegar a
perfeccionarse, pero los orígenes del hombre han ido construyendo al mismo
tiempo que la inteligencia, una incomprensible avaricia en la que muere la
inteligencia moral, creando un velo inarmónico por el que camina la
desproporción iniciada que, dicho sea de paso, ha sido la aportación de una
comunidad, a la otra que empuja fuera de su territorio.
La fusión de los
continentes, el conocimiento abstracto de los sentidos una vez expandidos por
la tierra, dan al hombre un mayor poder de visión geográfica y una apreciación
cósmica que lo hace menos consciente, y más civilizado, y al mismo tiempo, más
egoísta políticamente hablando, pues lo mismo que la inteligencia creadora
aporta sus resoluciones para la oferta de un desarrollo armónico, esa armonía
se apaga y distorsiona su acorde, una vez que el hombre se hace dios o
construye otros que les sirva de apoyo para el interés de su apetencia animal,
y dentro de ella, es la vida ajena, un obstáculo que ya frente a su deseo: no
tiene sentido, y la elimina mediante actos cívicos o reivindicativos por la
Gracia de un dios en la que ponen su objetivo de hacerse creer, ya que, no
humanamente, sí buscando la espiritualidad de una religión construida para
sentirse respaldado en sus actos de animal superado mediante la inteligencia
otorgada por la Naturaleza.
Si dentro de la
idealizada grandeza que construye el poder de un imperio se pagase a éste con
la vida de su más espléndido mandatario y sus más directos correligionarios,
una vez realizada la usurpada lucha territorial, la idea de grandeza se
diluiría en temor ante la muerte, la cual, acaba con todos los esplendores
donde el hombre se encumbra, pero como la irracionalidad o la racionalidad, ha
creado al dios del sacrificio para el pueblo y el reconocimiento de los hombres
inmolados, el hombre no puede pasar de ser un actor mediático solvente. Los
territorios del animal desarrollado siguen siendo apetecibles por los que han
subido al pódium de la pobreza humana. Mientras el hombre no cambie en el
apreciativo desarrollo de su ideal personal por el deseado concepto de
conciencia social, no habrá territorios deseados o territorios intocables, pues
todo entra como hemos dicho dentro de un egoísmo político y no de una conciencia
globalizada.
Pronto habrá en
algún sitio del Planeta una guerra entre los hombres, otra de tantas en las que
la inteligencia se aparta siendo ésta dotada por la Naturaleza mediante el
concepto humano, pero el hombre no cambiará en el presente ni en un futuro
apreciativo; cambiará, no cabe duda, una vez destruya la Naturaleza que le ha
otorgado su poder, ese que los hombres de bien pensar, están empleando para que
los animales en sus conceptos primitivos, dejen su orina en la corteza del
árbol en vez de la destrucción que se avecina donde han de morir los que sin
querer ser inmolados, abonarán la tierra y regarán con sangre, aquello que la
inteligencia construye para el beneficio animal de unos pocos.
Los pocos no son
siempre aquellos planificadores de un sistema a seguir, son sus lacayos.
A veces, los
conceptos sociales se ven deteriorados por la inoperancia de sujetos pensantes,
pero otras, los sujetos mediadores entre lo irracional y el raciocinio y que
mediatiza con el nombre de Pueblo, irrumpen o penetran con sus voces en las
actividades colectivas y, ante su clamor, éstas se apagan por quienes quieren
aun con su orina señalar ese territorio del que parten por un poder otorgado
precisamente por el sujeto Pueblo, pero aun así, el poder del territorio,
acaudilla a esa inteligencia ya perdida en el mundo primitivo, del que aflora
solamente una idea de poder dominar con las ideas y las palabras, el derecho al
sacrificio de otros hombres, en conceptos imaginables, pero suscritos al
egoísmo del individuo pudiente.
Ser fuerte
implica dentro de la ley natural, el apoyo moral y cívico para un colectivo en
el que el beneficio sea un acto inteligente en la solidaridad, pero no un
proceso intencionado donde se acumule esa fortaleza posesiva, con la que se
intenta servir a todos pero con la seguridad de que el resultado pretencioso es
el beneficio del fuerte para seguir con su territorialidad animal.
La inteligencia
pues es distinta a la Naturaleza creativa, ésta, la inteligencia, se amolda a
un concepto humano pero reinvierte al animal cuando el egoísmo nace, es pues el
egoísmo un deseo de batalla donde muera en ella lo inaceptable de su concepto
sociológico.
Cuando en la
diatriba de los conceptos aparecen éstos con nombres parecidos, la concepción
de los mismos se encaminan por senderos distintos y por cauces que no son
siempre los más claros en sus ofertas, pues no existen en sí las palabras que
asemejan en las oralidades políticas, las opciones de conceptos son siempre el
rasero con el que la inteligencia, adecua en beneficio propio, lo ideado como
colectivo. Es así el soporte en el que el hombre mitifica una sociedad
concebida mediante el concepto ideado para sorprenderse de su capacidad de
poder, ya que con él, no sólo se construye ese territorio del que partimos sino
que, creamos para la comodidad actual otro amoldado, en esa inteligencia creada
por la Naturaleza. Otra cosa son las conciencias, que, partiendo de ellas, se
visten con atuendos en los que cabe todo: hasta el genocidio social ya que en
el hombre es el sujeto único de un dios posiblemente inexistente.
Antonio Checa Lechuga
Baeza, en un día
que soñé con el poema y la belleza repartida en la palabra del hombre.
Navidad
de 2015
LOS RELATOS DEL POETA