Con la última luz de la tarde, cuando se
atropellan entre sí y por países las cifras de los últimos fallecidos y
contagiados en la presente pandemia dictadas con monotonía por periódicos y
otros medios de información, los límites de la vida empiezan a subrayarse por
la emoción y la perplejidad frente a tan extraña como compartida experiencia.
Sin embargo, vivir en peligro y rodeado de noticias de sufrimiento y muerte ha
sido el detonante del paralelo aumento de la llegada de noticias de vida a
través de las más diversas formas de cultura, de muy elaborada a simple, y arte
en lo que no deja de ser una gran paradoja que podría hallar su fórmula básica así:
más experiencia de muerte = más experiencia de cultura.
No exagero si consigno
aquí que en esta prescindible primavera he recibido y a veces divulgado por los
habituales canales de comunicación que todos usamos cientos de textos
literarios; lecciones de filosofía prêt-à-porter; comprimidos de psicología
para el común de las almas y su resistencia; canciones y otras obras musicales;
presentaciones de muy variado signo; muestras de humor, de buen y mal gusto; enlaces
para visitas virtuales a museos de todo el mundo o para asistir a
representaciones de teatro y ópera; además de a conciertos y paseos por los
catálogos de libros electrónicos listos para ser descargados, entre otros y
todo ello en varias lenguas, esto es, toda una experiencia de ‘pancultura’ con
la que derrotar por vía no sanitaria la pandemia.
En este sentido, con
miles de excepciones, las de quienes el coronavirus atacó mortalmente, poca
duda cabe de que hemos logrado salir vencedores al haber resistido el duro confinamiento,
desarrollado la colaboración, estimulado la experiencia estética y habitado en
mundos de ficción. Esta peste del siglo xxi
dejará escrito también su decamerón mundial pero no de la mano de un
autor ‒Boccaccio tras la peste bubónica vivida en Florencia en el siglo xiv‒, sino de la de millones de autores
que hemos creado, recreado y compartido las mil y una formas panculturales que
nos están sosteniendo firmes en situación tan adversa, lo que demuestra por la
vía no de la teoría, que también, sino de los puros hechos que la cultura, el
arte y los territorios de ficción son los alimentos del alma que desde el homo sapiens
sapiens se comenzaron a cultivar, obras y productos de primera necesidad, como
el pan.
ANTONIO CHICHARRO
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Publicado en Ideal, Granada, 11 de junio de 2020.