PEDRO AYALA GALINDO, IN MEMORIAM

 

No dejo de pensar en Pedro desde que un amigo común me ha comunicado su muerte en este día que es el de menos luz solar de todo el año, el día en que comienza el invierno y que se ha vuelto más apagado todavía porque se ha extinguido un ser de luz y de alegría natural, un ser humano ejemplo de bondad, un hombre machadianamente bueno. Desde niño he disfrutado del regalo de su amistad, una amistad sin condiciones, que me ha deparado momentos luminosos y felices de mi vida. Por eso, la oscuridad de este día corre paralela a la oscuridad en la que la muerte de Pedro ha sumido mi alma. Sólo deseo que este ser pacífico y vitalista que ha iniciado su viaje definitivo, con un corazón tan grande como el mar que nos rodea, descanse en paz arropado por los corazones de quienes tanto lo queremos. Cuánto sentido cobra aquí y ahora el poema que Antonio Machado escribió con ocasión de la muerte de Francisco de los Ríos, qué consuelo trae a nuestra alma leer estos versos que él, poeta también, tanto admiraba y que hoy los firmaría con su nombre de poder hacerlo:

¿Murió?... Sólo sabemos

que se nos fue por una senda clara,

diciéndonos: Hacedme

un duelo de labores y esperanzas.

Sed buenos y no más, sed lo que he sido

entre vosotros: alma.

Vivid, la vida sigue,

los muertos mueren y las sombras pasan;

lleva quien deja y vive el que ha vivido.

¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!

 

ANTONIO CHICHARRO