CUATRO SONETOS A HIMILCE, por Antonio Checa
HIMILCE
Está Himilce custodiada por leones:
erguida, tranquila, esbelta y admirada,
sólo la piedra en ti, tiene morada,
y una historia dormida, son tus dones.
En cada amanecer, sin excepciones,
tu esfinge de rubor sigue asomada,
a ese florilegium, en que cercada,
sus cadenas son orlas de ilusiones.
Esto de ser de piedra y ser historia,
hace que el tiempo en ti se desespere
y lleve el pasajero en su memoria.
Pero en ti, incorrupta y bella, nada hiere,
mirador de palomas que en tu gloria
la vista del que mira se te adhiere.
II
Son tan pobres tus aguas saltadoras,
hilos leves por suscitadas bocas
que suenan a ser fuente a todas horas
con piedra que te armó desde las rocas.
Hilos de agua del tiempo que atesoras,
sueños de ser torrente, aguda invocas,
ese perdido don por el que imploras
otra notas del agua al ser muy pocas.
Pero la piedra, oh rostro, al fin, intacto
pospuesto por declive y por gastado,
derrocha entre la Plaza tu belleza,
que eres rito del rito para el acto,
donde el tiempo se para idolatrado,
y canta los misterios de Baeza.
III
Esa que, por romances y en canciones
replica todo el tiempo en el que anida
la pátina en la piedra sostenida
donde asoma la Historia en emociones.
Diosa de piedra, bañada en ilusiones
que armonizas la Plaza de la vida,
te atesora y te lleva en luz vertida
al tiempo que han guardando mil pasiones.
Hoy, yo te canto, acoplo mi pupila
y me llego a la piedra, miro al cielo,
y el vuelo de un jilguero me hace sombra.
En tu cerco, tu círculo perfila
Una mujer dejada para el celo
Que el tic, tac, femenino, a mi me nombra..
IV
Ay, si esa luz que en dilatada mano
se posa sobre el tiempo y deposita
una mirada al agua y ya suscita
un beso armonizado y nunca vano
dejase sobre mí la vida aquella
que ya pasó, cuando mi boca hervía
y en mis labios la vida consumía
la sangre que murió disuelta en ella.
Si el valor de los tiempos nos llevara
al paso inmortal, al beso asumido
a labios que descansan y que amaron,
la piedra, que a tu silencio se declara
y al infinito mira al sol bruñido,
los ojos que en silencio se nublaron.
Himilce en la Fuente de los Leones de Baeza. Fotografía de César Atanes |