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PRESENTACIÓN DE LA NOVELA
Fuente:
por Mª Ángeles Perea Carpio
Patrocinio de Biedma y La Moneda
nació en Begíjar (Jaén) el 13 de marzo de 1845, en el seno de una
familia de la aristocracia rural. Sus padres fueron Diego José de Biedma
y Marín Colón e Isabel María de La Moneda y Riofrío. La muerte del
padre siendo ella tan niña —tenía 4 años—, cuando la diferencia de edad
con su hermano mayor, varón por demás, y la poca edad de la hermana
pequeña —sólo un año— la alejaban de ellos, influyó en que su infancia
fuera bastante solitaria y girara alrededor de la madre. El relativo
aislamiento en que vivió en su infancia y adolescencia estimuló su gusto
por la lectura, y su inteligencia natural la ayudó a formarse como
autodidacta.
En 1861, a los dieciséis años, se casó
con José María de Quadros y Arellano, hijo del marqués de San Miguel de
la Vega. No es de extrañar que aceptara el matrimonio siendo tan joven,
pues lo vería como una salida a su rutinaria vida, y en él pondría toda
la ilusión que vivía a través de sus lecturas. El matrimonio, que se
instaló en el cercano pueblo de Baeza, tuvo tres hijos, que murieron
siendo niños. El marido falleció en 1873, cuando Patrocinio iba a
cumplir veintiocho años de edad.
“El
relativo aislamiento en que vivió en su infancia y adolescencia
estimuló su gusto por la lectura, y su inteligencia natural la ayudó a
formarse como autodidacta”.
Es lógico que Patrocinio de Biedma,
viuda, sin hijos, sin necesidad de atender personalmente el patrimonio
que tenía en su tierra natal, pensara en abandonar el pueblo que la vio
nacer para dar salida a sus necesidades vitales e intelectuales. La
situación de viuda era, por desgracia, casi desesperante para las
mujeres del pueblo llano, pero en el caso de Patrocinio, al tener
resuelta su situación económica, y al estar protegida socialmente por
sus amigos de la aristocracia y la alta burguesía, significó una
auténtica liberación en su vida.
Así,
la escritora giennense decide instalarse en Cádiz, ciudad a la que se
sentía ya muy vinculada por lazos de amistad. En ella realiza gran parte
de su actividad cultural y social. Tres son los campos, entre otros,[1] en los que la escritora andaluza trabaja en beneficio de la sociedad: la literatura, la infancia y la mujer.
Nada más instalarse allí, Patrocinio entra en contacto con la clase cultural de la ciudad. A los pocos meses crea la revista Cádiz, cuyo primer número ve la luz el 10 de mayo de 1877[2]. La publicación se convirtió en el órgano de una federación literaria andaluza.
En cuanto a su compromiso con la
infancia, fundó, en Cádiz, en diciembre de 1885, un asilo y escuela para
niños huérfanos llamado «El Patrocinio», conocido popularmente como «La
Casa de los Niños». En 1888 inició el Congreso Proteccionista de la
Infancia, que tuvo lugar en Cádiz, «en el cual debían consignarse los
medios de mejorar la condición de los pobres niños desvalidos, por la
ley, por la higiene, por la enseñanza y por la caridad». En justa
recompensa, fue distinguida con la Cruz de Beneficencia de Primera
Clase.
Sus esfuerzos por promocionar la
educación de la mujer se ven plasmados en sus novelas, en sus artículos
periodísticos y en su vida pública. En este sentido hay que destacar el
importante discurso que pronunció en el acto de inauguración del año
académico 1886-87 de la Academia Gaditana de Ciencias y Artes,
institución de la que fue nombrada Académica Honoraria. El discurso se
fundamente en «Sostener una tesis que está en el fondo de todas las
conciencias y que reclaman de consuno todos los progresos del
pensamiento humano: la de que la educación de la mujer es una necesidad
de nuestra época, que se impone en cada una de sus fases, y que a
conseguir su realización, están obligados cuantos se preocupan de los
problemas sociales»
“Se
instala en Cádiz, donde realiza gran parte de su actividad cultural y
social, volcada sobre todo en la literatura, la infancia y la mujer”.
Con su editor, José Rodríguez, conocido
cervantista, dueño de la imprenta Tipografía La Mercantil desde
1868, archivero jefe de la Diputación de Cádiz y director de La Crónica de Cádiz, entablará
una estrecha relación de trabajo y amistad. Cuando éste quede viudo,
unirá su vida a la de la joven escritora. La boda se celebra el 3 de
Noviembre de 1880, siendo apadrinados por Alfonso XII, representado por
el Marqués de Santo Domingo de Guzmán.
Fue éste un matrimonio feliz en el que
José Rodríguez se mostró siempre como un entusiasta admirador del
talento de su esposa. Además, con esta unión, Patrocinio conseguía tener
una familia propia, pues los hijos de su esposo la acogieron como una
verdadera madre.
José Rodríguez muere en junio de 1914. Patrocinio lo seguirá en septiembre de 1927.
Se ha dicho que Patrocinio de Biedma
empezó a escribir poesía a raíz de la muerte de su primer hijo, y así
debió de ser, pero tardará aún unos años en publicar sus primeras
poesías. Acrecentado su sufrimiento con la pérdida de un segundo hijo,
fue aumentando su producción poética hasta que en 1866 aparecieron
publicadas, en Jaén, sus primeras composiciones en Obsequios poéticos a la Virgen de la Capilla; aquí fueron apareciendo poesías suyas hasta 1872. Su obra lírica se publica en tres títulos: Guirnalda de pensamientos (1872), Recuerdos de un ángel: elegías a la memoria del niño Don José María del Olvido Quadros de Biedma, muerto a los seis años de edad (1874), y Romances y poesías (1881).
Su producción narrativa se inicia con Blanca (1870); le seguirán 18 novelas más y 4 relatos cortos, denominados por la autora “Episodios”.[3] Su última novela, La Marquesita (1892),
es un homenaje a las gentes de Jaén.Muchas de sus novelas fueron
reeditadas en una Biblioteca Escogida de la autora (1879-1885).
El éxito de la narrativa de Patrocinio
de Biedma radica en la temática de sus novelas, que responde al gusto
del lectorado de la época. Se trata de un público, en gran parte
femenino y burgués, que ve reflejadas en estas historias sus
circunstancias sociales, aunque barnizadas con un tinte idealista y
sentimental que las hacía especialmente aptas para esa clase social que
gustaba alejarse de la vulgaridad de la vida cotidiana y, sobre todo,
que deseaba diferenciarse del pueblo llano y semejarse a la nobleza.
Si nuestra escritora juzga la literatura
como expresión del yo es porque considera que en la obra se vierte no
sólo el ser íntimo del autor sino también sus experiencias, sus
vivencias; por eso llegó a afirmar que «Los libros deberían llevar al
frente la historia íntima del autor».
Y esto es lo que hace Patrocinio de
Biedma en sus novelas. En ellas refleja sus pensamientos, sus
sentimientos, sus experiencias vitales; es decir, «su realidad»;
técnicamente lo hace a través de la voz narradora y de los personajes
que representan la jerarquía moral, que suelen ser, de forma
equilibrada, hombres y mujeres. Si en la novelística de la escritora
giennense no aparece la clase obrera como protagonista de sus historias,
ni el materialismo como tema central de las mismas, sólo significa que
ha seleccionado una parte de la realidad, las de las clases altas, para
representarla en sus obras; la parte que ella mejor conoce.
“El éxito de sus novelas radica en la temática, que responde al gusto de un público en gran parte femenino y burgués”.
Aunque llena de convencionalismos
sentimentales, y de intervenciones directas de la autora, que convierten
la novela en una especie de tratado moral, lo cierto es que la
narrativa de Patrocinio representa la realidad, al menos tal como lo
entiende Auerbach, pues en sus novelas se plasma «un mundo real,
cotidiano, reconocible en sus lugares, tiempos y circunstancias».
La sociedad no es, ciertamente, la
protagonista de sus novelas, pero sí es ese telón de fondo,
perfectamente reconocible en sus aspectos sociales, políticos,
económicos y culturales, sobre el que se mueven sus personajes.
Las almas gemelas (1874)
Se trata de una novela [4] de
ritmo lento, en la que la autora pretende mostrar sus ideas sobre el
ideal de mujer, el amor y la felicidad conyugal. Esto se lleva a cabo
contraponiendo dos historias: la de Luisa y Federico —«las alma
gemelas»— y la de Mercedes y Alejandro, un matrimonio que ve peligrar su
relación por la conducta inmadura, caprichosa y desleal de ella. En
verdad, los personajes que se oponen son Luisa y Mercedes, por un lado, y
Federico y un conocido de todos ellos, Rafael, por el otro; su
comportamiento con respecto al amor y al matrimonio es el eje temático
sobre el que gira la novela. de ritmo lento, en la que la autora
pretende mostrar sus ideas sobre el ideal de mujer, el amor y la
felicidad conyugal. Esto se lleva a cabo contraponiendo dos historias:
la de Luisa y Federico.
El resto de los personajes sirven para crear el effet de réel (el efecto de realidad).
La acción, localizada en Madrid, se
desarrolla casi en su totalidad en el interior de los hogares, pues el
espacio cerrado es el propicio para la reflexión.
La historia comienza con el
enfrentamiento que se produce entre Rafael Álvarez y Federico Vallés a
causa de las ideas que tienen sobre el amor; el primero, joven rico y
ocioso, defiende la libertad del corazón y la libertad del amor;
Federico, conocido escritor y pintor, considera este sentimiento como
una cadena que te esclaviza, porque el amor es exclusivo y eterno.
Para acabar con esta contienda,
Alejandro les propone un reto: dentro de un año ambos deben demostrar
que han conseguido la felicidad siguiendo sus respectivas teorías.
A partir de aquí se desarrollan las
historias de Rafael y Federico, que se verán entrelazadas por la figura
de una mujer, Mercedes.
“Las almas gemelas
es una novela de ritmo lento, donde la autora muestra sus ideas sobre
el ideal de mujer, el amor y la felicidad conyugal contraponiendo dos
historias”.
Rafael está enamorado de Mercedes, la
esposa de Alejandro, conde de San Esteban; éste ama a su mujer, pero no
la hace feliz; Mercedes coquetea con Rafael, a pesar de que no pretende
ser infiel a su marido. Es una mujer honrada jugando con fuego por puro
aburrimiento.
Federico, reconocido pintor, se enamora
de Luisa Valmés, una joven artista culta, inteligente, pura -pero
apasionada-, que pretende ser amada por su espíritu y no por su físico;
ella también está enamorada de Federico, pero lo somete a continuas
pruebas para cerciorarse de su amor.
Mercedes, para dar celos a Luisa, se
empeña en conquistar a Federico. Esta actitud provoca los celos de
Rafael, quien está dispuesto a cualquier cosa para conseguir a la mujer
que lo desprecia. Por su parte, la condesa de San Esteban le confía sus
sentimientos a Luisa. Ésta piensa que es una buena oportunidad de poner a
prueba el amor de Federico. Segura de su amor, y de que iba a vencer en
esta lucha con Mercedes, envía una carta a su amado en la que se
despide de él, sin decirle la causa.
La intriga amorosa se resolverá
demostrando que sólo la lealtad, la bondad natural, el seguir los
principios de Dios, puede dar la felicidad; por el contrario, la maldad,
la calumnia, el egoísmo, conducen a la ruina moral y a la desgracia
personal y familiar.
Rafael, el personaje libertino que no
cree en el amor eterno, busca en una mujer el doble papel de candorosa
esposa y ardiente amante; es decir, ansía el ideal de mujer que aúne las
figuras de «ángel y demonio», o más exactamente de «ángel del hogar» y
de «femme fatale». Y, aunque es criticado por esto, sabe que la mayoría
de los hombres está de acuerdo con él; de hecho, tener esposa y amante
era algo muy usual en la alta sociedad; por eso acusa directamente a sus
amigos: «Todos, más o menos, practicáis las mismas máximas, pero sois
más hipócritas que yo». Lo inaceptable en la época era que esos dos
roles se dieran en una misma mujer.
Federico
representa el conservadurismo frente a las nuevas corrientes de
materialismo y de libertad de la época. Para el pintor, «la aspiración
de nuestra vida es siempre la de amar y ser amados; la de unir en un
solo ser dos voluntades, dos almas, dos pensamientos…» Este es el ideal
de matrimonio de la escritora. El amor que siente Federico por Luisa es
«el sueño de mi alma»; es decir, es la encarnación en una mujer de un
ideal.
El sentimiento amoroso es concebido por
los protagonistas bajo la perspectiva del amor platónico; el amor
ennoblece a la persona que ama, y la persona amada es percibida como un
reflejo de la divinidad. Luisa escribe a su amado Federico: «Dante buscó
para Beatriz un lugar en el cielo, en el infierno y en el purgatorio, ¡y halló, al fin, que el cielo de una mujer amada es el alma del que la amó!».
No obstante, Patrocinio de Biedma quiere
mostrar en su novela un amor humano, sensible, «real»; por tanto, tiene
que marcar las diferencias con el amor estrictamente espiritual del
platonismo.
“Aunque
llena de convencionalismos sentimentales, y de intervenciones directas
de la autora, que convierten la novela en una especie de tratado moral,
Biedma recrea con encanto un mundo real, cotidiano, reconocible en sus
lugares, tiempos y circunstancias”.
En esta dualidad entre lo espiritual y lo carnal se moverá el juego de la seducción y del sentimiento amoroso.
Luisa representa esta duplicidad. Ella
es inspiradora de grandes pasiones, pero, a la vez, su pureza contiene
la pasión. La joven artista es una mujer que no se enamora fácilmente,
porque «[…] la mujer, para amar, es preciso que admire, que respete y
estime. ¡Es imposible que una mujer ame a un hombre que moralmente valga
menos que ella!». A pesar de la fuerza de su amor hacia Federico, sabe
controlar su pasión haciéndose merecedora de él y obligando a su amado a
que merezca su amor. De ahí que reproche a Mercedes el que se deje
llevar por sus sentimientos: «La felicidad es fácil, cuando lo razón nos
guía, imposible cuando nos abandonamos a nuestras pasiones».
En efecto, frente a la pasión amorosa,
Patrocinio de Biedma siempre colocará la razón, el control de los
sentimientos. Por eso afirma que, para amarlo, la mujer necesita admirar
al varón, mientras que al hombre le sucede lo contrario. Aunque este
pensamiento responde a unos planteamientos teóricos androcéntricos, lo
cierto es que la autora defiende la postura de la mujer, y, justamente,
protesta: «Así son tan desgraciadas las mujeres que sobresalen en
talento e instrucción al hombre a que están unidas; ellas no pueden
amarles, y ellos no les perdonan jamás el ridículo de valer menos».
Esta es la clave del problema social en
que viven las mujeres que quieren estar a la altura intelectual de los
hombres: son ridiculizadas, menospreciadas por el varón. En efecto,
Patrocinio reivindica el papel social de estas mujeres instruidas—no
olvidemos que Luisa es una mujer culta y con sensibilidad de artista—,
que ven cómo la sociedad menosprecia su valía.
Mercedes es presentada, siguiendo el
recurso del “exemplum ex contrariis”, como la mujer que se deja llevar
por los instintos –no es ni muy culta ni muy inteligente- y por una vida
artificial que nada tiene que ver con la espiritualidad de Luisa.
Frente a ésta, Mercedes considera que el amor es efímero, sobre todo,
dentro del matrimonio: «¿No ves cómo todos los que se casan son al poco
tiempo unos buenos amigos, que no se molestan, que mutuamente se hacen
agradable la vida?» Mercedes, como una nueva Madame Bovary, se pasa el
día leyendo, o simplemente descansando, echada en algún diván. Luisa,
por lo contrario, es una mujer activa, que dedica su tiempo a la música y
a escribir, a la vez que cuida de su padre. Para no aburrirse en el
matrimonio, Mercedes necesita de la sociedad; en cambio, Federico y
Luisa quieren vivir su amor en un paraíso particular, alejados de todos y
de todo.
“La mujer… halla siempre un valor que no se explica en las situaciones supremas, y las domina y las vence”.
A la condesa le ha faltado una buena
educación en su niñez y una mano adulta que la guíe por el buen camino.
Se ha encontrado con un marido indolente que se lo perdona todo,
pensando que su comportamiento es el propio de una «niña» caprichosa; en
ningún momento se plantea que su joven esposa tenga unas necesidades
vitales y espirituales que él no sabe satisfacer. La ha tratado,
siguiendo los principios patriarcales, como una eterna menor, y ella le
ha correspondido actuando de forma voluble, sin asumir sus
responsabilidades como esposa y, después, como futura madre. Alejandro,
hombre de mundo, lo único que le pide es que no lo deshonre, porque, si
esto sucediera, estaría dispuesto a matarla.Su amistad con la pura Luisa
se justifica porque la condesa no es una inmoral –nunca llegará a ser
infiel a su esposo-; sólo es una frívola inconsciente que tiene que
aprender lo que significa el verdadero amor y la unión matrimonial.
No obstante, ambos son culpables de no
haber sido buenos esposos. La muerte de Mercedes significa el castigo
que da la sociedad, aunque su marido la haya perdonado, a este tipo de
mujer. El honor de su marido se ha visto manchado por las calumnias de
Rafael, quien provoca la murmuración sobre la honra de Mercedes sólo
porque se ha visto dañado en su orgullo de hombre desdeñado. El conde
vivirá la pena de ver crecer a su hijo sin el amor de una madre.
Patrocinio de Biedma quiere dejar
constancia en su obra que las mujeres son seres fuertes, capaces de
enfrentarse a las situaciones más delicadas y salir airosas de ellas. No
sólo Luisa es capaz de resistir a la fuerza de su amor por Federico,
también Mercedes, su contrapunto en cuanto comportamiento amoroso, actúa
al final como una mujer fuerte. Así lo expone la voz narradora: «[…]
aunque parezca extraño, la mujer, ese ser tan débil y tan dulce, que
parece que tiene la vida y la fuerza de una flor, halla siempre un valor
que no se explica en las situaciones supremas, y las domina y las
vence».
Cuando se acaba de leer la novela se tiene la impresión de haber vivido una historia de mujeres en un mundo de hombres.
[1] Fue
también una activa defensora de la paz; llegó a ser nombrada, en 1898,
vicepresidenta en España de la “Ligue des femmes pour le desarmement
international”. La Liga de Mujeres, como era conocida, se fundó en París
por ilustres damas. Su fin era el desarme internacional y conseguir la
paz en Europa.En La correspondencia de España, 24 de mayo de 1899, aparece como presidenta de la Liga de mujeres para la paz.
[2]Cádiz lleva
como subtítulo“Revista de artes, letras y ciencias, ilustrada con
grabados y redactada por los primeros escritores españoles y
americanos”. Patrocinio de Biedma aparece como Directora-Propietaria.
[3] A estas narraciones hay que unir algunos relatos cortos que fueron apareciendo en distintas publicaciones periódicas.
[4] Esta novela se edita como volumen en 1880, pero se había publicado, por entregas,en 1874, en la revista La Moda Elegante Ilustrada.
En su Biblioteca Escogida la publica en el volumen II (1880) como
cuarta edición. El que hecho de que la publicara en el segundo volumen y
de que fuera una cuarta edición nos da idea del éxito que obtuvo la
novela.