"El
homenaje que se proyectaba era en sí mismo muy sencillo, pero era evidente que
se pretendía poner en un compromiso al gobierno: se trataba de colocar la
cabeza en bronce de don Antonio Machado, esculpida por Pablo Serrano, en un
lugar de las afueras de Baeza por donde él solía pasear por las tardes para
contemplar el perfil de las lejanas sierras que desde allí se divisan, o, en
dirección opuesta, las puestas de sol. El lugar era efectivamente muy propicio
para aliviar la melancolía que acompañó a Machado durante su estancia en Baeza, al regreso
de Soria, tras la muerte de Leonor. Todavía, en aquellos años sesenta, Baeza
era un prodigio de melancolía, sobre todo en la parte alta, que, desde la
silenciosa y abandonada plaza de la Catedral, esconde, en un trazado irregular,
callejuelas con alguna casa solariega ruinosa, de la que sólo se conserva el
dintel o la fachada con su escudo nobiliario…"
Y cuenta cómo contribuyó desde Córdoba a su organización, la llegada el día de antes a Úbeda, el recital de Raimon en el Parador, su diálogo con el teniente de los "grises" en el punto donde debería haberse celebrado el homenaje, la carga y cómo algunos falangistas quisieron sumarse -pistolas en mano- a la represión desde el Casino, entre otros recuerdos.