FIRMA INVITADA: FRANCISCO RUIZ NOGUERA







LA POESÍA COMO RENDENCIÓN


Rosaura Álvarez pasa del conflicto a la reconciliación en El áspid, la manzana




A mediados de la década de los ochenta, Rosaura Álvarez cambia el rumbo en sus intereses de expresión artística: hasta entonces, se había dedicado a la pintura, y desde entonces ha publicado cinco libros de poemas: 'Hablo y anochece' (Genil, 1986), 'De aquellos fuegos sagrados' (Corimbo, 1988), 'Diálogo de Afrodita' (Torremozas, 1994), 'El vino de las horas' (Fundación Jorge Guillén, 1998) y 'El áspid, la manzana' (Hiperión, 2006, Premio Antonio Machado en Baeza). Una trayectoria que ha merecido la atención crítica de firmas notables como Antonio Carvajal, Antonio Chicharro, Biruté Ciplijauskaité, Amelina Correa, Cecilia Dreimüller, Sharon Keefe Ugalde, Sara Pujol o Andrés Soria Olmedo.

Una de las señas de identidad de la poesía de Rosaura Álvarez es la de la contención expresiva, la búsqueda de la perfección formal y la tendencia hacia una expresividad en que «los valores plásticos potencian un fuerte contenido conceptual» (Carvajal), todo lo cual está, lógicamente, en consonancia con su concepción de la poesía. En la reciente antología de Sharon Keefe 'En voz alta. Las poetas de las generaciones de los 50 y los 70' (Hiperión, 2007), la poética que figura al frente de sus textos, lleva por título 'Toda palabra miente', en ella nos habla Rosaura de las limitaciones de la palabra y se acoge a lo dicho por Margaret H. Persin: «La palabra comunica perfectamente que no puede comunicar perfectamente».

Con misterio

Defiende Rosaura Álvarez que «todo poema tiene entidad en sí mismo y está inmerso en el misterio». Por otra parte, para ella, «la creación artística es el único medio humano -no religioso- que redime». Esta concepción poética es la que se refleja en 'El áspid, la manzana', libro dividido en tres partes que marcan un discurrir desde lo sombrío y conflictivo hasta la reconciliación.

La primera parte, 'De la herida', se abre con una cita de Pablo García Baena que anuncia ya el tono desolado: «Y estoy sentada y sola con mi mortal quebranto». Un aire de existencialismo cruza estos poemas: la pérdida del Paraíso, supone un estar también perdido en «un tiempo distinto donde absurdo / eres», un tiempo en que el adorno con «la máscara más bella» no evita que cruce «el aire un ave carroñera, / [que] defeca en tu disfraz sus excrementos. / Insolente te mira, / te recuerda/ tu cita inalienable»; una cita en que vida y muerte están «tan aunadas que escisión no cabe».

La desolación de esa primera parte se mitiga en la segunda con la vida 'Del arte y la palabra'; «en el principio era la Palabra» es la cita del Evangelio de San Juan que preside estos poemas. En la poesía de Rosaura, las referencias culturalistas remiten a experiencias vividas: pintura, música y literatura conforman el paisaje íntimo de la autora y, por eso, con naturalidad, forman parte de este proceso de redención, con 'Oración' incluida a Juan de Yepes para encontrar la palabra pura y primigenia, «el nombre que me engendre / y a luz me dé en cada instante; / y sea yo sin tiempo, / verbo recién nacido».

Un proceso que concluye con la reconciliación mediante el 'Consuelo de las cosas mínimas' de la tercera parte, que se abre con una cita de la 'Epístola moral a Fabio': «Un ángulo me basta entre mis lares / un libro y un amigo, un sueño breve». Lo cercano, lo doméstico, la costumbre, los sencillos placeres de la amistad: «Y una puerta que se abre / y pasa la amistad con besos, nombres, / y el aire se serena. / Y todo está en su sitio».

Serenidad, contención aun en momentos de desgarro: desgarro no gritado, sugerido. Ésta es la voz de Rosaura Álvarez: coherente con su mundo, una llamada hacia el interior en un mundo de ruidos.

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Publicado en Sur, Málaga, 13/04/2007.